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Tocadas por el de más acá

¿Habrá que darle un certificado de buena conducta? Pero si no sabe ni musitar “perdón”. A ese niño lo que lo mata es la timidez, ¿hacia dónde va? Yo tengo miedo que alguna vez nos llegue a matar a todos, ¿no le siente a veces la mirada? Una se voltea y el chino baja la cara. Oiga Estefanía, usted sí que es exagerada ¿no? Bueno, se callan. Lo mejor que hay que hacer es mandarlo dónde mi mamá, allá en Bogotá va a estudiar en un colegio mejor, dónde le enseñen más cosas, ¿o no papito? ¡Qué va, si ese chino es cómo retardado…! A Doña Marina le gustaba el tango y lo ponía a todo volumen en la ventana de la sala que daba hacia afuera, no porque quisiera distinguirse de sus vecinos que preferían despertarse con vallenato, atardecer con un poco de “música para planchar”, y si había fiesta, tener levantada a la cuadra con reggaetón hasta amanecer con “chucuchucu”.
Una vez había llegado hasta Bogotá con su prima, y rebosantes de juventud las dos se habían derramado por la urbe nocturna en busca de movimiento incesante, de adrenalina pecaminosa, de paroxismo interminable. Las recomendaciones de sus padres concluían en un efecto contrario y fulminante para esa primera noche liberadora. La cabeza de Marinita ya estaba al otro lado, descomponiéndose por cada una de las ficciones imaginadas, su cuerpo deambulaba por las calles asegurándose de encontrar el retiro especial para fluirse entre semejantes. Pero su corazón encontró verdadera excitación entre los movimientos sublimes que dotaban al Apolo de la Pampa, al marañón de las estepas confinado en los Andes para su deleite. El corazón de Marinita también estuvo a punto de dispersarse y dejar sembrados amapolas en las paredes del bar, cuando el bailarín de tango profesional le dio la mano para recuperarla en la pista y dejar volar las faldas de la muchacha que instintivamente se dejaban balancear. A Doña Marina de aquél amor le quedó una foto en blanco y negro recortada por la silueta, para que no quedara menoscabando el recuerdo ni la presencia de su prima, ni de la bailarina de tango, ni la del mesero, ni la de los sombreros y el humo de las mesas. Mantuvo durante años escondida la foto, de su marido (aunque no le guardaba nada más, por supuesto), evitando también su recurrente cercanía a ese instante maravilloso con el que más de una vez se había empapado de pies a cabeza. Cuando se refugiaba tras la puerta del armario, de nuevo se encontraba tras ese mismo arrebato, hasta llegar a envolverse en su amor nocturno, que la desplazaba de su casa hasta la cima de su propio reino rebosante de los más profundos y delicados placeres, de los que la compañía del amante andino, era sólo para ella y nadie más. Y como sus momentos de escape se encontraban limitados, simplemente aprovechaba la grabadora para poner sus casetes viejos. Así se sumergía de nuevo en aquel baño que refrescaba sus cabellos y terminaba en un rotundo balanceo, devolviéndole la ligereza de antes para dejarse poseer y desposeer, ¡y otra vez!, de las sensuales olas que se escurrían por las frenéticas ondulaciones de la falda, para luego tener que rendirse y caer, y caer con el último compás, ¡oiga mami, apague esa vaina, es culpa suya si después viene el de Historia diciendo que porque no estudié, que es mi última oportunidad y… sino me va bien, pues qué, ni a Manuela le va ir bien que es la más ñoña de la clase, y al otro, más vago. ¡Tenga por mañoso, manisuelta…! Uy, es que si lo tuviera aquí, vea, le cojo ese piercing y se lo arranco de la ceja, no pues, tan play, ¡se cree del putas! Porque la fufa esa sí se lo da, cómo es de… pero prrrr, a mí qué me importa, igual, más boba ella. Ya voy… no al que si le gusta que lo miren es al de La Cherry, pobrecita, no sabe que se lo están gusaneando, pero más boba ella que se deja, como la otra vez… ¡Ya va! Cuando tenga mi plata me voy a comprar un celular cómo el de Jennifer, aunque el papá si caga plata, nadie se la aguanta. ¡Ya voy, un momento! Pero me dio una pena la otra vez que la hicieron chillar, es que también es pura envidia… en cambio yo sí en mi cuento, a mi no me gusta llamar la atención como Lady, por eso es que yo creo que se la montan tanto de p…¡Qué ya voy! Si me diera plata yo sí se lo hago, lo que pasa es que en un conchudo como ese no se puede confiar, y yo quiero ir, pues vamos a ver si se va mi hermano y mi papá me puede dar la… Bueno, la llamo más tardecito, nos hablamos entonces, pilas, estudié pues, ¡chau!
- Oiga, qué berraca para gastar el teléfono…- dijo Manuela mientras ocupaba la silla de cedro con el forro de flores rosadas, ahora calientico.- Cuando esté poniendo para la casa hable lo que quiera, de resto no.
Manuela trabaja y hacía último año en el Colegio de Nuestra Señora de los Mártires. Se hacía trescientos mil pesos en la pollería del pueblo como mesera, era suficiente para ayudar con los servicios de teléfono y acueducto de la casa, y además se daba el lujo cada mes de comprarse una camiseta. Pero cuando escuchó que a su hermano menor lo se iría a estudiar a Bogotá, se le revolvieron en el estómago unas ganas enormes de encontrar independencia en la ciudad. Conseguir una piecita, y porque no, Jason la acompañaría y entre los dos la pagarían, montarían un almorzadero bien económico al lado de alguna universidad, dónde conocería gente de estudio, que le enseñara sobre libros, sobre otros países. Quizá hasta me podría pagar alguna carrera como Administración, y hacer de mi restaurante el má famoso, delikatessen también, siempre barato, pero con buenas ganancias. Sí me va bien monto cinco por toda la ciudad, y bueno, por todo el país. Para la carrera le podría pedir a mi abuela, ella me ayudaría, aunque a no le gusta Jason, por atravesado y por no conseguir camello. Al fin y al cabo a Jason no lo quiero tanto, me podría conseguir un tipo con plata, eso sí, que sea simpático. Lo más importante es que uno se case con alguien que ame, dice mi mamá, pobrecita, no se aguanta a mi papá. ¡No toque eso que no es suyo! Pero sino tiene carro, pues tampoco. Jason no tiene carro.
-Oiga, ¿de dónde viene? Le voy a decir a mi mamá, chino grosero.

Texto agregado el 04-03-2005, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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