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“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día en que comieres, ciertamente morirás” Génesis 2:16-17

Es extendida en la creencia occidental la firme teoría de la causalidad. Parte el más importante de los mitos, de la falacia de la creación, en la que partir de la nada surge algo – la vida, el hombre, el mundo. En la continuidad del mito, al hombre se le impone la decisión, la libertad de acción y, especialmente la responsabilidad de modificar y controlar en cierto modo todo cuanto a su alrededor sucede. Esto nos lleva a adoptar una firme tesis de concatenación de causas y consecuencias en la que los actos conllevan hechos que acaban por afectarnos. En el sentido que otorga la ciencia materialista esto conlleva evolución para hombre, capacidad adaptativa y constante crecimiento en el sentido occidental de la concepción.
Este egocentrismo, etnocentrismo, antropocentrismo dictado por el cristianismo en definitiva, deriva asimismo en otras conductas como puedan ser el arrepentimiento o la insatisfacción. Desde la primera de las acciones del hombre, en el mito bíblico, estamos condenados a influir en nuestro destino – Eva comiendo del árbol de la ciencia del bien y del mal, convenciendo asimismo a Adán para que lo haga – y por ende, a arrepentirnos si éste no nos es favorable, al tiempo que convertirnos en sujetos insatisfechos cuando contemplamos la posibilidad de un presente alternativo – póngamos el paraíso, frente al metro en hora punta, que es lo que a la mayoría nos toca por culpa de que nuestro primer antepasado se dejara llevar por la tentación - . Todas estas concepciones que nos parecen simplistas e innegables, son rechazadas en rotundo por otras culturas.

Los mitos orientales parten de dos supuestos completamente opuestos. El ideal de la creación no existe, no se parte de la nada, sino que el mundo es un devenir circular en el que los hechos se repiten inexorablemente – la casuística de la hipótesis del big bang han acabado por darles la razón, y ya Hesse o Nietzsche en su eterno retorno bebieron de las mismas aguas. La evolución de la física cuántica, por su parte, eleva el caos por encima de la acción-reacción.
El hecho de rechazar la creación, el efecto causa consecuencia, el principio de acción-reacción queda anulado. En ese sentido, el antropocentrismo desparece, puesto que no es el hombre quien crea ese fin último, sino que forma parte del desarrollo del mundo, influyendo en la misma medida que cualquiera del resto de objetos que componen nuestro universo. No hay por tanto arrepentimiento, si partimos de que todo aquello que hacemos, no podemos evitarlo. No existe un presente alternativo-ideal y un presente real. Simplemente presente, condenado a repetirse. Solo es parte del devenir al que nos vemos sometidos, en el que estamos imbuidos. En esa conexión universal, en la que el hombre es inseparable del resto del universo, reside la ausencia del materialismo antropocéntrico que lleva al arrepentimiento, a la falsa autoproclamación del hombre por encima del mundo, a la responsabilidad implícita sobre aquello en lo que no poseemos influencia, y por ende la frustración, porque la vida es un gigante demasiado grande como para pretender controlarlo.


Texto agregado el 06-03-2005, y leído por 126 visitantes. (1 voto)


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