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 Y la mirada de los Dioses,
 se recrea elucubrando
 las huellas de tus dedos,
 intacta, ardiente,
 como una fruta tendida en
 el imaginario de las horas.
 Allí,
 ante ese soplo erecto interceptando
 la dureza de mis pechos,
 letal,
 hurgando lo sinuoso que se deshace
 en el relieve de los labios,
 agitado, cruel,
 elevado entre las cimas que
 gestan un orgasmo.
 Y tu vida arrebata
 la miel de los silencios
 enquistados en el sabor de mis fronteras,
 la concavidad de tu lengua
 enfundada en mis entrañas, brillante, enajenada,
 mientras el sonido de las pieles
 declina multiforme con la espera.
 Luego el temblor expirando al infinito,
 las fauces como un placebo en
 el desfiladero de las lunas, el influjo
 de tus ojos latiendo madrugadas,
 la eternidad, el universo.
 El vuelo aún perdura
 tras esas infatigables sensaciones
 que se mezclan con la aurora,
 expectante,
 desgajado en el deshielo
 que se yergue a nuestro paso,
 como un eco repentino
 que se diluye con la nada.
 
 Ana Cecilia.
 
 
 
 
 
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