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Un listón de clara agua brotaba de la montaña en el Istmo, las indias zapotecas caminaban entre las calles pedrosas y esa lluvia luminosa que había comenzado a principios de Agosto y que duraría otras 2 décadas. Cerca de los cafetales, dos niños trataban de montarse en una bestia para poder alcanzar el platanar. Todo era parte del típico sábado del octubre nublado, donde la neblina tardecida cedía paso a transparentes gotas de lluvia.

BLANCO
La casa componía una verde sinfonía con el palacio municipal rodeado de flores y árboles. Rosa Maria abrió con sus manos dóciles la puerta de la casa, dio un paso dentro y sus oídos se llenaron de rincones, cavernas veladas por gritos de condenados almas. Al lado derecho de la pieza blanca que era esa casa, sus ojos cautivaron el aroma de una mujer muerta, solitaria y llena de suciedad.
¡Dios mío! ¿Donde me he metido? Rosa lamento,
Sus manos dulces cruzaron frente a sus ojos, cuando inconscientemente se santiguo. Con el alma en la boca, Rosa siguió su recorrido por el corredor de blancas paredes y claras ventanas, sus pequeños pies parecían estar cocidos al cemento y pesaban en su alma, caminando Rosa continuó, y sus otra puerta encontró.
No lo hagas mejor vamos de regreso al Istmos, su cerebro decía
Pero que tal si hay alguien ahí, su corazón palpitaba

ROJO
Maria cubrió sus ojos negros con sus pesados parpados y abrió la doble puerta. Un silencio envuelto en olor a suciedad penetró sus oídos. Maria tomó el rosario que llevaba en su bolsa izquierda y lo apretó entre sus dedos, como los moribundos apisonan el ultimó suspiro. Maria entró en la habitación de cortinas rojas y caminó entre papeles y calzones que ocultaban el suelo.
Es un lugar para puercos, Maria pensó.
Un rayo de luz penetró las densas sangres cortinas y un estremecimiento interior le dio a saber a Rosa, que la mujer sucia de la habitación blanca era la misma mujer que había comido en esa taza y orinado en la esquina de ese rojo cuarto. Una cama solitaria se extendía entre la basura y los papeles, la cama tenía un olor a sudor con tierra, un aroma a noches de puta y cañas de azúcar.
Samanta Palacios de Lara esa mujer se llamaba, pero era mejor conocida como Adela. Adela era una dama, era la amante de los putos, la madre de los borrachos, Adela era el peor pecado de los eclesiásticos y objeto de la habladuría de las señoras que lavaban ropa los domingos en la montaña del Istmo.

TRANSPARENTE
Marcel y Rosa habían vivido en la misma casa por cien años. Juntos habían vivido cerca de Samanta por un siglo pero nunca entraron a su cuarto. Sabiendo e ignorando, juntos, sin preguntarse por aquella Samanta.
Entre por curiosidad, porque nunca había visto ese cuarto, me dijo ella.
Caminé frente a esa habitación toda mi vida, y nunca pensé en ella. Un día vi entrar ahí
animales de pies cortos –una hormiga, una paloma, un rinoceronte- todos entraron a la casa. Observe como entraban, tomaban una derecha y desaparecían; ya no los podía ver. Se metían en un nada, como saltando al vacío, todos corrían rápido y yo detrás de ellos, pero desaprecian antes de que yo pudiera hablar con ellos.
Una mañana buscaba un lugar para colgar la ropa y recordé esa nada y los animalitos con
pececillos, corrí hacia el patio para ver si podía encontrar uno de esos escarabajos para charlar con él, pero me metí los dedos en los ojos y se me pasaron 30 horas. Cuando desperté uno de los bichos me estaba mirando con sus ojos verdes.
Hola pequeñín, dije con ansias de escuchar su voz.
Hola Maria, ¿Donde esta Marcel? me preguntó.
Me asusté y corrí de nuevo a la casa.

OLIVO
Cuando entré, olía a azucenas pero no las podía encontrar, buscaba entre las paredes y esa nueva puerta que acababa de cerrar. Levantaba los calzones y movía a los quinientos perros ahí dormidos. Buscaba y caminaba hacia unos libros y monitos de papel, quería llegar a ellos pero un ratón grande como oveja me detuvo.
Que susto me has dado maldito, le dije.
Buenos días Maria, ¿Y Marcel?, me dijo.
El ratoveja era amable, así que no me enojé por el susto. Lo dejé meterse de nuevo en su hoyito en el techo y seguí caminando. Cuando por fin llegué a los libros, me encontré frente a un tal Marx, un señor Garcia Marquez, un Dos Passos y Billy Faulkner. Un uniformado Castro se veía feliz ahí sentado, Mister Hemingway me dio las buenas tardes y una señora que dijo llamarse Sor Juana, me ofreció un café muy negro y tuve que decir que no. Mucha gente estaba ahí sentada, parada y dormida, creo que todos eran buenos amigos de Samanta, porque hablaban muy bien de ella. Me contaron de ella pero se hacia tarde así que dije hasta luego a todos los singulares personajes y entre al cuarto naranja.

PLATA
Algo en el pie me atormentaba, giré para ver que era y me encontré con una curiosa mariposa rosa que abrazaba mi tobillo. Era de ojos azules y alitas escuetas, tenía un sombrero verde ella y al verme me señalo el buró. Encima de ese buró rosa, rosa como todo lo demás en al habitación sin ventanas, veía mas libros y fotos de blanco y negro. Tomé a la mariposilla y la guarde en mi bolsillo para mostrársela a Marcel, porque era muy bella. Caminé hasta el buró, y entonces oí a Marcel leyendo.
¡Marcel! ¿Qué haces tu aquí?, dije cuando giraba para encontrarlo. Pero parado ahí había un genial bicho.
Perdón, pensé que eras Marcel, le dije.
Y el maldito muy serio y callado, falsamente no supo decir nada, así que lo maté. En el buró encontré una foto que parecía ser joven Samanta, y con unas letras plateadas:
Para mi preciosa Adela de la calle 4ta.
Dulzura de mi corazón,
Amor de mi ilusión.
Coloqué la blanco y negro foto de Adela de nuevo en su lugar, y un libro negro me llamó la atención. Lo tomé y él me vio sus ojos tristes, tenía la leyenda –Maria- en la fachada. Quise abrirlo pero estaba cerrado con llave, me enojé. Llamé al amable ratón ovejero y él bajo del techo, le pregunté por la llave, pero él no la tenia y me mandó a hablar con la serpiente que vivía en los matorrales atrás del sillón. La serpiente era amable y parecía educada, con su piel morada con muchas rayas, sacó la llave de su estomago, la limpió con un calzón por aquello del veneno y me la dio.
Abrí el plateado candadito y tres páginas volaron.

VIDA
La Primera estaba escrita en otoño y llanto y escribía: Mira que haz hozado Rosa Maria.
La otra una nota del semanal encargo del mercado, existía en sangre:
2 chile,
1 algodón,
5 cabezas de orégano,
1 pato de ganso,
2 cebollas moradas,
1 cabeza de apio,
5 rocas rojas,
10 tomates,
1 lechuga
7 conejos
La ultima volando frente a mis ojos, no tenia letras, solamente un corazón. Lo tomé, sentí su latido, estaba vivo y su sangre brotaba por las arterias. Era un corazón azulado y muy grande. Tenia las venas llenas de viento y un incienso calmante de azucenas lo rodeaban. Lo puse en mi vientre, pesaba como doscientas lágrimas. Muy bonito estaba aquel corazón que había encontrado, inmortal e imperfecto, porque tenía un hoyito en el lado derecho inferior al lado de una arteria de viento. Me asomé para besarlo, y vi a Marcel ahí dentro.


Texto agregado el 06-03-2005, y leído por 251 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-03-2005 una gran historia. Me gusta mucho como describres, te envuelve flperez
12-03-2005 Muy descriptivo el cuento, hace que uno se sienta transportado a un pueblito del sur o el centro de méxico; las suciedades, el polvoriento cuarto, todo llegó ami cabeza. Pero a ratos la lectura se hacia algo tediosa, y es simplemente por tantos y tan diversos errores gramaticales, de tildes y de puntuación. Arréglale esos detallitos, y te queda un cuento aun más delicioso para leer elfonso-el-tosco
 
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