“No, no” me decía ella, cuando su voz se hacía trémula e inconteniblemente pesada. Nos hemos emparentado de una manera increíblemente infiel, somos moros en esta arca de Noé, que nos lleva rutinariamente hasta el infernal lago que soñaste aquella tarde de invierno.¿Cuándo? Cuando el sol te dijo que nunca serías capaz de ver más allá de mis ojos, y que mi voz era tu frontera. Eras una musa, que jugó entre un pantano, que te estancaba, te absorbía hasta que tu susurro se perdió entre kilos de asfalto. Susurras, susurras como una ninfa que ve su voz perderse entre el denso e inmenso vacío que nos une, y que nunca te atreviste a atravesar. Ahora ambos desapareceremos, tu vida condenada a la eternidad, tu frágil banalidad, desaparecerá en este último abrazo, que te hizo mortal.

No importa cuanto tratemos de negarlo, a veces inconscientemente deseamos lo peor para nosotros mismos.