Basado en hechos reales...


¿Sabías que para estornudar cerrás los ojos? Sí, sí, en serio. Fijate la próxima vez que estornudes, vas a ver. Mejor dicho, no vas a ver nada, porque seguro que los ojos se te cierran. Yo me di cuenta de eso de la peor manera posible.
Fue hace una pila de años, tenía unos diecinueve y hacía poco que manejaba. Aprendí en un fitito amarillo, una bolita espantosa que tenía accesos de tos en cada esquina. Me enseñó la teoría mi viejo, que jamás se dignó a prestarme su auto, y la práctica mi novio. Mi mamá prendía velas cada vez que conducía y mi papá me miraba apretando las manos en los bolsillos cuando yo salía a los corcovos por largar el embriague demasiado pronto. Porque mi problema era con los cambios bajos, primera y segunda, y sobre todo los estacionamientos. En cuanto ganaba un poquito de velocidad el fitito era una seda y yo iba hecha una reina al volante de mi “cupé italiana” (¿acaso no tiene dos puertas?)
El fiat 600 era de mi novio, pero me lo prestaba cuando lo necesitaba para ir a la facultad o algo así. La universidad tenía un estacionamiento enorme que la rodeaba, y atrás del edificio principal de había un parque arbolado enorme, con una inmensa variedad de especies. Entre todas esas especies se encontraban aromos y tilos. Los aromos usualmente florecen con unos ramilletes de pompones amarillos intensamente fragantes, mientras que los tilos producen unas inflorescencias blanquiverdes de olor suave y relajante.
Fue un día de octubre, calorcito, primavera, árboles en flor. Yo llegaba apurada en el fito a una clase importante de química. Entré al estacionamiento y bajé el vidrio de la ventanilla porque el calor me estaba ensopando. El aire fresco me despeinó un poco y me hizo cosquillas en la nariz. Buscaba y buscaba mientras avanzaba despacito para poder encontrar un hueco en el que no tuviera que maniobrar mucho. Por encima y adentro de la nariz yo sentía un hormiguero a punto de estallar. Justo encontré el lugar perfecto, hasta había un aguaribay viejísimo y nudoso que proyectaba su sombra llena de duendes sobre el asfalto. Sentía calor en los pómulos y por encima de las cejas. Inicié la fase de acercamiento todavía en segunda velocidad mientras sentía que los ojos se me anegaban lentamente, como si fuese a llorar penas viejas. Una ráfaga de brisa me trajo la mezcla de perfumes del lado del parque. Como siempre los estacionamientos a cuarenta y cinco grados me traían problemas, la trompa del fitito quedó apuntando directamente a la puerta del conductor de un taunus rojo con techo de vinilo negro. Tenía que poner la reversa y dar un par de pasos atrás para poder girar el volante y por fin estacionar. Se me escapó una lágrima líquida y gorda que me sacó la mitad de la nube de la vista. Abrí la boca involuntariamente y sentí el estornudo crecer. Aspiraba el aire en grandes bocanadas mientras ponía primera y giraba el volante con todas mis fuerzas. Estaba tan concentrada en el estacionamiento que no me detuve ni un instante. Apreté el acelerador y levanté muy muy lentamente el pie izquierdo del pedal del embriague. Ya había colmado mi capacidad pulmonar y creía que el estornudo se había diluido. Me equivoqué.
Fue un estornudo sonoro, violento, que me sacudió todo el cuerpo y que me hizo cerrar los ojos. Recuerdo aún hoy la seguidilla de sonidos. El atchís fuerte, el motor acelerado del fiat, la chapa golpeada del otro auto, un vidrio estallando, el motor del fiat deteniéndose con un eructo y el vientito cálido del oeste silbando suave entre las ramas del aguaribay. Cuando abrí los ojos terminé de entender.
Miré alrededor y no vi a nadie. Mis nudillos estaban blancos, aferrados al volante. Respiré hondo pero el maldito polen del parque me inundó y otra vez lo expulsé con un estornudo que hizo vibrar el interior redondo del fito. Otra vez ojos cerrados. Los abrí de a uno, esperando encontrarme en mi cama despertando de un mal sueño. Pero el taunus rojo con techo de vinilo negro todavía estaba incrustado a la trompa de mi bolita amarilla. Sin pensar demasiado puse en marcha mi autito, hice castañetear los dientes de la palanca al poner reversa y me alejé del lugar hasta ubicarlo en la antípoda del estacionamiento. Me bajé temblando y mientras me acercaba a mirar que tan destrozado estaba el auto de mi novio un nuevo estornudo me sacudió. Abrí los ojos después del atchís y vi una óptica destrizada y un raspón impregnado de pintura roja imposible de disimular en el guardabarros derecho. Parecían rastros de sangre ajena después de una pelea. Cargué mi carpeta y pasé disimuladamente cerca del taunus rojo con techo de vinilo negro. Tenía la puerta del conductor hundida, las vetas amarillas que quedaron como delatoras hacía que pareciera la bandera de España.
Entré a la universidad, me lavé la cara con agua fresca y después de estornudar un par de veces más decidí que lo mejor sería hacerme cargo del lío. A lo hecho, pecho. Con una hoja de mi block borrador hice una cartita que decía más o menos así: No lo vas a poder creer pero fue un accidente. Prometo hacerme cargo del arreglo si prometés no putearme. Saludos y perdón. M. Te: 2943… Cuando llegué al lugar el taunus rojo con techo de vinilo negro ya no estaba. Busqué por todo el lugar y no lo encontré. Guardé la notita y pensé dejársela otro día. Pero no apareció nunca más.
Desde entonces cada vez que veo un taunus rojo con techo de vinilo negro me fijo que no tenga un golpe amarillo en la puerta del conductor. Y desde entonces aprendí que cuando estornudás se te cierran los ojos. Ah! Ahora en primavera tomo antihistamínicos y ya no estornudo mientras manejo.

¡Hey! Si en el año 1988 tenías un taunus rojo con techo de vinilo negro, y estacionado frente a una universidad te lo chocaron, bueno, fui yo. Perdón.