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Una voraz ausencia de sentido clava su cruz sobre los adolescentes. Atravesados por esta desidentidad que les impone la urgencia de encontrarse, hacen lo que les cabe: adolecer. Se levantan un día entre fuegos cruzados sin saber a quién oír, entre la sangre que aguijonea desde abajo y desde adentro, y el padre o el profesor que sermonea desde afuera y desde arriba. Ante la ley que les desafina el oído, responde con bastonazos de ciego, tratando de oponer una voz potente pero que la misma cavilación torna inaudible, insípida y ridícula, empuñando argumentos a medias con frases mal hechas y mal presentadas.
Como su nombre lo indica, los adolescentes adolecen. Encerrados en sus habitaciones o en sus cuerpos encarnan más que nadie los dilemas entre la pasión y el cálculo, la locura y la razón, la medida y el desborde. Súbitamente amanecen equipados con el disco duro del goce y la experimentación, que los llama a descubrir la vida a mil por hora, en un juego de ensayo y error que es el pulso de esa misma vida. Ante un súbito huracán de placeres posibles, la elección pareciera ser simple y en lo posible, irreflexiva: ir y tomar lo que se presiente como inédito. Por más largas o molestas las consecuencias futuras, nunca comparables con la inmensidad del presente en que el cielo toca la tierra. Pero por otro lado, atrapados en la inflexible tarea de inversión para el futuro, convertidos desde ya en pedazos de capital humano que los coloca como trayectorias de una competencia de por vida en que hoy, más que nunca, tienen que dedicar la energía que les desborda para acumular conocimientos, méritos, en fin, regimentar el cuerpo y el alma con instrucciones hechas para competir mañana, sacrificándose hoy.
Difícil no adolecer en este cruce entre descontención y disciplinamiento, entre la inmediatez del deseo y las mil razones que se arguyen para diferirlo en un futuro difuso; entre las ganas de medirse con la propia vara, o más bien de no medirse, y el ingreso a un mundo hinchado de rituales de evaluación, escalas y clasificaciones que se les vienen encima como un vendaval de absurdos ante los cuales se les pide que luzcan , o que al menos atinen. Rodeados de adultos que los miran con sospecha, los tildan de anómalos y condenan sus impulsos con el dudoso rótulo de «conductas de riesgo». Esos mismos adultos endeudados hasta el cuello con créditos de consumo, donde lo que menos brilla es la previsión para el futuro. Envueltos también en la falta de cálculo que condenan en sus hijos, pero no a causa del despertar de los cuerpos sino por una nueva ley del rebaño, un régimen invertido: el de la publicidad, el mercado y la seducción mediática que les llena la cabeza con los paraísos mucho más ficticios de la hipermodernidad, con la ilusión de recuperar la pasión en la estupidez del consumo.
Raro, entonces, para los adolescentes verse acorralados por estos seudo-adolescentes que les piden que sean menos adolescentes. Raro para ellos este ejército de adultos desesperados por atrapar la vida y al mismo tiempo reclamando a sus hijos que la dejen ir, al menos por ahora. Raro escuchar día a día en la escuela, la familia y los expertos de turno, la alerta sobre un futuro abierto pero tremendamente competitivo, en que los conocimientos adquiridos son la base para la movilidad ocupacional, el ascenso social, la realización en el trabajo, el reconocimiento de los demás, y que, por lo tanto, de eso se trata el camino. Colocan a los adolescentes en un lugar de tensión y de contradicción, suyo horizonte más inmediato es el examen de ingreso a la universidad. Ante este horizonte, el cuerpo tiembla, se contrae, aplastado contra el piso por el pánico a perder el tren y ser un fracaso en un mundo que se divide más duramente entre exitoso y fracasados. Hay que cerrar el deseo con candado y poblar el día de sacrificios tediosos. En otras palabras: estudiar y rendir, lo que se pida que estudien, tenga o no sentido, guste o no guste.
Como para deprimirse. O como su nombre lo indica, como para adolecer.

Texto agregado el 10-03-2005, y leído por 175 visitantes. (0 votos)


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