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Soy igual en todo a mi hermano mayor. Pareciera que fuéramos gemelos. Pero, no lo somos. El es alguien, mientras que yo pertenezco a esa casta inferior de los esclavos sin derecho a nada. Mi hermano mayor tiene su pieza, su cama, sus cosas, su tablero de dibujo, sus libros, su bicicleta. Y almuerza en el comedor de la casa, con sus padres. Se supone que también son los míos. Sin embargo, no es así. Vivo en una casa especial, que parece cárcel, con muy poco espacio, y comemos píldoras vitamínicas.
Una vez me escapé y fui a la casa de mi hermano mayor. No me atreví a dejarme ver, pero me puse a observar, escondido detrás de unos matorrales. Ahí estaba él en un escaño del jardín, creyéndose galán, con una mujer al lado, . . . ¡ y qué mujer ! Simplemente, estupenda. Por supuesto, no tengo derecho a ella. El la abraza y la besa. Todo para él, nada para mí.
Esa mujer me tenía tan excitado que planeé cuidadosamente mis pasos para conquistarla. La seguí varias veces. Para ello tuve que escaparme de mi prisión otras tantas. Hasta que un día la abordé.
- Hola mi amor - le dije, en el paradero del bus.
- Hola, tesoro - fue su respuesta. Yo estaba fascinado. Para algo me estaba sirviendo ser tan igual a mi hermano mayor. Hice como él hacía. La tomé de la mano, le pasé mi brazo por su cintura, la besé varias veces. Me entusiasmé y fui mucho más allá aun. Cuando puse mi mano debajo de su falda, sentí estar en el cielo. Esa tarde la acaricié tan groseramente en plena vía pública, que ella se enfureció, me dio una cachetada y se alejó corriendo, después de decirme :
- No te veré nunca más.
Cuando volví a espiar a mi hermano mayor, estaba solo, en su escaño de siempre. Muy triste. Nos quedamos sin la mujer, y la culpa es mía. Habría dado cualquier cosa por arreglar el lío pero no sabía cómo hacerlo. Mi hermano mayor no sabía de mi existencia. Además, estaba convencido que la mujer amada se había vuelto loca. Quise enfrentarlo, pero desistí. Se me podía morir de la impresión.
Hasta que se me ocurrió un buen plan. Otro plan. Decidí disfrazarme dejándome crecer el bigote. Con el pelo muy corto y unos anteojos sin aumento mi apariencia cambió. Me puse una ropa distinta que tomé prestada de mi compañero de pieza, para esta circunstancia solamente. Con ese aspecto nuevo, me aparecí a mi hermano mayor en la biblioteca de la universidad. El estaba tan metido con un problema insoluble, que le dije que le ayudaría. Tengo su inteligencia aunque no sus conocimientos ni tampoco sus prejuicios. Estaba muy motivado a aclarar esta situación, porque para mí, podría llegar a significar mi libertad.
Como mi hermano mayor no se interesaba mucho por mí, tuve que recurrir a una táctica desesperada.
- ¿Te gustaría tener un hermano que fuera igual a tí ? - le pregunté derechamente. Dijo que no, y que no tenía tiempo para hablar estupideces. Me dolió en el alma. Resulta que ahora soy una estupidez. Lo encuentro denigrante. Me armé de valor y empecé a preguntarle si creía que pudiera llegar a suceder.
- Jamás - dijo tomando sus libros, y se alejó. Quedé frustrado porque mi plan no funcionó, una vez más.
Me fui triste, vagando por las calles, y llegué a mi prisión. Trepé la reja en la oscuridad.
A la mañana siguiente descendí por esa misma reja. Esta vez tenía un plan que no fallaría. Llegué disfrazado hasta el paradero de la locomoción en que sabía que encontraría a esa mujer estupenda, que no era para mí. Llegué caminando lentamente. Cuando quise hablarle me paró en seco.
- No creas que no te voy a reconocer porque andas con un estúpido disfraz.
- No soy mi hermano mayor.
- Nadie es su hermano mayor - rió y me miró con extrañeza. Por lo menos el buen humor era una señal alentadora.
- ¿Te gusta mi corte de pelo ? - le pregunté, porque era imprescindible que ella reparara en ese detalle. Me respondió que no. Eso no me importaba. Le pedí excusas por lo del otro día y le prometí que nunca más volvería a suceder. Me mandó a buena parte, pero eso era lo de menos. Ya estaba todo dicho. La dejé ir en el bus que pasó. Yo seguí esperando otro, y otro. Estuve horas sin saber dónde ir. Ya no volvería a mi prisión porque lo que necesitaba era morirme.
Al día siguiente fui a espiar a mi hermano mayor. Estaba en su escaño, acompañado de nuestra amiga. Ahora no sólo la abrazaba y la besaba como antes. También la acariciaba en una forma bastante más osada. Eso fue lo que heredó de mí. Sin más, me retiré, entre risa y llanto. Fue una misión difícil la mía, y ya estaba cumplida. Es lo que se espera de mí, pues no soy más que un estúpido deshecho de la sociedad. Soy un simple clon.

Texto agregado el 10-03-2005, y leído por 136 visitantes. (3 votos)


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