| Que eres tú, la esperanza nueva,en el fresco exuberante de la mañana,
 que se cuela por las rendijas de tu enmarañada alma.
 
 Que eres tú, la divina gracia
 que se viene de pasada a mi estantería de hojalata
 para que yo vea el cielo, la luz y las estrellas,
 para que yo sienta lo que tu sientes cuando me abrazas,
 para que lea en tus labios el tan ansiado perdón que siempre llega
 -y que no debería darse en ocasiones-.
 
 Que eres tú, el precioso ángel,
 demonio angelical
 que mira de improviso y asustando
 a la persona que yace ahí tirada
 entre el mar de hojas salvajes
 y la playa de dorados hilos de entrañas.
 
 Que eres tú, definitiva y eternamente
 el que alimenta de sus manos
 a la niña extinta
 que se llena de fábulas cuando él es el que habla,
 que se sumerge en el mismo océano inmenso
 que él le detalla.
 
 Que eres tú, niño príncipe del color exacto
 que me atrapa,
 me rapta,
 me castiga
 y me libera,
 llegando con sus dedos a tocar
 el cabello que me enmarca
 y me encarna en un sinfín de raíces y de ramas.
 
 Que eres tú, dulce miel y ambrosía
 el que sumergido entre un experimento y otro
 reprime mil veces al ello de tu vientre
 que no debería pasearse por donde mismo paseas tú.
 
 Que eres tú, por fin acabado,
 el que miró directo a las almendras café verdosas
 haciendo que ellas sonrieran
 y se propusieran no dejar de brillar
 dentro de la misma exigua inclinación
 que la propia retórica les dejaba.
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