Al principio sólo fue la enorme tristeza de sentirme abandonado y el alivio de no tener que vivir cada noche esa transformación tuya tan terrible. Pero desde hace unos días, o ya son unas semanas, algo dentro de mí ha cambiado. Por casualidad me hicieron una foto con una chica que había invitado a un restaurante en una cita a ciegas. Llegó el sonriente fotógrafo y nos tiró una instantánea. Poco a poco se iba aclarando la foto y al verla definida ya encontré algo raro en mi mirada. Esos no eran mis ojos, no era mi expresión. Había una profunda maldad entremezclada con un reflejo. Era tu mirada en los momentos en los que te transformabas.

Pasaron algunos días y no pude quitármelo de la cabeza, le daba vueltas continuamente y decidí entrar en un fotomatón. No podía compartir con nadie ese temor que me invadía., tenía que hacerlo solo. Esperé tras los cuatro flashes a que saliera la tira de fotos y temblando, sin querer mirar pero fascinado encontré que mis ojos no eran mis ojos sino los tuyos que me miraban amenazantes y llenos de odio. Había en ellos desprecio y se reían de mí. Tiré las fotos al suelo, no era posible.

Lo primero que se me ocurrió fue ir al oculista, ir al psicólogo, ir a la policía, comprarme unas gafas de sol, pero al final decidí llamarte.

Habías arañado sobre la pared del dormitorio tu número de teléfono antes de irte y aún estaba allí. Te juro que volverás a llamarme, me habías dicho, y yo desde entonces no había entrado en aquella habitación, dormía en el sofá del salón. El número seguía allí, lo anoté y marqué lleno de angustia. Tu voz descolgó el teléfono y antes de que yo pronunciase una sola palabra dijo: ya te lo dije, y expulsó una carcajada siniestra.