FUGACIDAD DE ASUNCIÓN


Calor en tus cárceles de neón
y tus pocos patios baldíos,
del verano y el estruendo
llegas al invierno ilusorio
y al lapacho que te alfombra.

Yo no tengo recuerdos de la otra ciudad,
la de los carros polvorientos
en la tarde horizontal de las casonas.
Tampoco aquella temerosa Asunción
de las corridas y torturas,
la marca en el alma de la memoria.

Palabras de una mano fugitiva
que no es mía y que es de todos,
y escribe sobre la piel de la ciudad,
apenas inclinada sobre el papel,
cpenas rota la mirada de aquel niño
en la esquina concurrida
por los trajes impacientes, maletines,
mirada que no mira,
exclamación del hambre.

La adolescencia en tus plazas lascivas,
uniformada de ceniza colegial,
abreva de tus árboles y tus bancos
el tiempo que no pasa:
el mediodía.

Tus mujeres generosas de cuerpo
copulando con los carteles publicitarios,
inmersas en ellos como pájaros carroñeros;
tus otras mujeres, las de abajo,
sitiando el cuerpo con sus uñas
por unos guaraníes,
por una caricia sola
que el tedio no suprima.

Soledad subterránea
se respira en tus calles multiplicadas.
Ya no es el mismo quien te ausculta
entre el humo autoritario de los autos
o el humo entrañable del tabaco
en tus noches.