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LA LLUVIA.
Autor: Carlo Tegoma

El agua de la ciudad era transportada en pipas enormes que hacían un ruido espantoso, las calles parecían ríos juguetones con vida después de la inundación; los niños parecían caballos de carrera detenidos por la puerta de salida en las puertas de sus casas, las madres preocupadas por el agua sucia y la corriente fría que podía lastimar a sus criaturas, el vendedor de dulces yacía con el triciclo atorado en medio de una coladera, su sucio atuendo, su gorra raída y al revés de su cabeza sudaba por el esfuerzo, sus manos eran llenas de mugre escarchadas por el tiempo, su cabello era tieso, lleno de color de la tierra como si el tinte natural fuera el hollín de la ciudad; más abajo doña Ramona con su vieja escoba y su mandil de flores, con su quijada arrugada y sus cejas fruncidas se disponía a sacar el agua que amenazaba con llegar en lo que quedaba de sus matas de gardenias, la Lupe traía una cubeta color naranja y sacaba el agua que podía de su casa, traía unas sandalias de plataforma, una minifalda de cuero y una blusa top con la imagen de las chicas súper poderosas, aún en la desgracia ella no había olvidado maquillarse con su polvo traslúcido y su rimel de aceite, a pesar de que traía un pleito con sus cabellos que cualquiera podía darse cuenta.
Don Teófilo traía unas bolsas de basura y los pantalones rotos de la parte de atrás que cuando se agachó se podía observar como una sonrisa proveniente de su trasero al mostrar sus calzoncillos en color blanco. La “Pitufa” y el “Chamuco” jugaban rebeldes en una de las esquinas donde el agua doblaba para seguir su incesante rumbo, ellos ponían a cuanto perro y gato de la colonia encontraban, los colocaban en unas cubetas en cuya agarradera ataban un lazo que iba a dar directamente a sus manos, cuando el infortunado gato era atrapado éste era colocado como el único tripulante de un barco en forma de cubeta, al momento de llegar la embarcación a la esquina, el capitán del barco abandonaba la cubierta y se dirigía al mar de profundidades mientras sus maullidos desesperantes desataban las risas desternillantes de la “Pitufa” y el “Chamuco” quienes eran seguidos por sus respectivos padres con escoba en mano.
Ese día encontraron al “Coqui”, digo, no es que estuviese perdido, pero lo encontraron. El “Coqui” era el orgullo de la colonia, a sus cinco años corría como desesperado queriendo burlar a las enfermeras que pasaban de casa en casa vacunando contra la polio, era veloz, vaya si lo era, cuando entró en la primaria tenía buenas calificaciones, pero su jefe ya no quería apoyarlo; sus papás tenían un puesto de verduras en el mercado de la colonia; se levantaban todos los días a las cuatro de la mañana para ir por la mercancía y conseguirla fresca, despertaban a los chamacos para que los ayudaran y regresaban como a las siete apenas para darse un remojón y de allí a la escuela, para estudiar, para ser alguien en la vida, “el Coqui” tenía cinco hermanos, él era el mayor, le seguía “el Pata”, después “el Guayabo”, en la lista seguía “el Chivo” y las dos niñas más pequeñas: “Tucita” y “Pitufa”, se rumoraba que la Pitufa de ocho años era la novia del “Chamuco”, un chaval gandalla y malhablado de diez años hijo de don Teófilo.
Pero regresemos al “Coqui”, cuando andaba en sexto año hubo una competencia de carreras, aunque todos los papás querían que sus hijos fueron veloces gacelas y obtuvieran los mil pesos que regalaba el municipio, ese distintivo le tocó al “Coqui”, sus papás estaban hinchados de felicidad y con la boca llena de orgullo aunque las barrigas algo vacías, esa tarde se llevaron a los cuatro escuincles y ellos a cenar a la taquería de don Rufino (“Tucita” y “Pitufa” no habían nacido aún).
Al “Coqui” le gustaba mucho correr, cuando iba a entrar a la secundaria su papá le dijo que él no podría pagar su escuela, pero gracias a Dios que no era el clásico papá que lo iba a poner a trabajar, no, el señor era inteligente, le dijo que trabajara con él todas las vacaciones y que él mismo con lo que ganara se pagara la escuela; la secundaria de por allí no era tan cara y el “Coqui” se iba caminando o hasta corriendo para llegar siempre a tiempo.
Cuando empezaron las competencias de carreras a nivel regional, el “Coqui” ganó el pase a nivel zona y tenía que irse en un viaje para el norte a representar al municipio, andaba en tercero de secundaria, don Rufino le regaló una orden de tacos para que estuviera bien alimentado, doña Chayito le decía yerno porque el “Coqui” a pesar de no ser tan agraciado hay que reconocerle que era de sus muchachos que uno quiere para hijo, para hermano, para novio o para yerno, tenía esa mirada de los chamacos trabajadores, que sonríen aún en la desgracia y que aún creen en las promesas; pero al “Coqui” le era indiferente la Lupe, la hija de doña Chayito, aunque ésta acudía hasta por un tomate después del mediodía al puesto del mercado donde seguramente estaba el “Coqui” atendiendo.
La Lupe llegaba y le regalaba una sonrisa esperando que a lo mejor el “Coqui” le regalaría sus melones, digo, ese día la Lupe iba por dos melones para hacer aguas, pero la Lupe sentía algo especial por el “Coqui”, él no era como los otros, no andaba en pandillas, no se metía cosas y era deportista y trabajador, de hecho, decían por allí, que de no ser por la cara que le había tocado al “Coqui” tenía el cuerpo para ser un verdadero modelo; más de una chamaca andaba tras sus huesitos.
El “Coqui” ganó la competencia a nivel de zona, su escuela estaba asombrada, ninguno de por allí lo había logrado en años, es más nadie había logrado ganar una competencia de zona, en la colonia no se hablaba de otra cosa, el “Coqui” era como la esperanza que todo el mundo tiene de que él sería la salvación de por allí, que llegaría muy lejos, sería diputado o senador y se acordaría de ellos, tenía esa nobleza y esa sencillez de la cual nadie podría presumir.
Cuando el “Coqui” se fue al evento nacional iba bien vestido, se puso su pantalón de mezclilla que se había comprado una vez en una tienda de remate con su logo de levis, el pantalón más caro que se había comprado en toda su vida, traía una camisa de manga larga a cuadritos rojos con amarillo y unos tenis blancos, su piel morena era adornada con un crucifijo color café, llevaba una mochilita con otra muda de ropa y una bolsa de un centro comercial donde llevaba los tenis que le habían regalado para la competencia.
Después de irse por tres días, el “Coqui” regresó, iba entrando a la colonia con paso lento, la gente lo vio y la chiquillada gritaba: el “Coqui” regresó, el “Coqui” regresó, todos querían saber la noticia, en que lugar había quedado, si le habían dado dinero o sólo una medalla. El “Coqui” llegó a su casa, su mamá lavaba los trastes de la comida en la batea de afuera, el “Pata” y el “Guayabo” no estaban, solo el “Chivo”, la “Tucita” y la “Pitufa”, su papá también iba llegando, traía un costal lleno de elotes tiernos para vender en el puesto y su cabeza era adornada con un viejo sombrero de paja, querían saber la respuesta. Su mamá se secó las manos en el ya viejo delantal de flores, traía las manos algo curtidas por el frío del agua. “Gané jefecita, gané, les traigo el primer lugar”, la mamá del “Coqui” no pudo contener el llanto y le abrazó fuertemente dándole un beso en la mejilla; su papá orgulloso mandó a la “Pitufa” por unas cocas para celebrar. El “Coqui” era el orgullo, el buen hijo, el buen vecino.
La noticia se corrió como reguero de pólvora pero en Bagdad, armó un alboroto; al “Coqui” por el hecho de haber ganado el primer lugar le otorgaron una beca del cien por ciento para terminar sus estudios en la preparatoria, le quedaba sólo un año, y también le podrían pagar una carrera si él se dedicaba de lleno a las competencias. Los hermanos del “Coqui” lo azotaron a almohadazos cuando se enteraron, era su manera de festejar, la familia estaba muy feliz. Pronto llegó una noticia.
Fue una mañana, no había nadie en la casa, doña Ramona recibió el sobre, iba dirigido al “Coqui”, cuando fue a dejarlo no se despegó de ellos hasta saber el contenido, era del comité olímpico, el “Coqui” era seleccionado para representar a México en las Olimpiadas en los cuatrocientos metros, se iría en un año, durante todo ese tiempo le pagarían un sueldo y tendría su entrenador; la principal razón por la cual el “Coqui” era seleccionado era porque había roto una marca nacional a su edad. ¿Qué más puedo decir?, le llegó la fama al “Coqui” quién ahora hasta era requerido por la televisión para hacer los promocionales de las Olimpiadas, la Lupe sabía que lo había perdido, sabía que un hombre como el “Coqui” no se fija en una mujer como ella. En la entrada de la colonia había un letrero con el nombre del “Coqui” que don Rufino de la taquería había mandado a hacer, él le tenía mucho aprecio, sabía que el “Coqui” llegaría muy lejos.
Pasó el tiempo, todo marchaba tranquilo, faltaban pocos meses para que el “Coqui” se fuera a Europa a las Olimpiadas; por la tarde, les contaba sus anécdotas a la bola de escuincles que se escurrían de sus casas para no ayudar con el quehacer. Su mamá alimentaba al “Coqui” según la dieta que le había dado el instructor, y con el dinero que le daban mensualmente era suficiente, además que ellos contaban con el puesto de verduras, lo cual era lo más frecuente en sus viandas.
Faltaba un mes para la competencia cuando se vino la lluvia, era como algo bravío, como si la ciudad algo le debiera, parecía furiosa y dispuesta a arrancar todo cuanto a su paso, tiró algunas casas, de la taquería de don Rufino sólo quedaron algunas ollas, el trabajo de toda su vida, a doña Ramona le acabó las matas de gardenia con la cual se mantenía al venderlas en el mercado en un puesto improvisado sobre las baquetas, la pobre vieja hasta lloró de la tristeza y la desesperación, era sola, no tenía hijos y su marido la había dejado, todos habían sufrido alguna pérdida ó alguna desgracia. Pero creo que la peor desgracia se la llevó la colonia completa.
El gobierno siempre había prometido que destaparía las alcantarillas y que les daría mantenimiento a aquellas cuyas tapas están salidas por el borde y eran un peligro para los niños o la gente mayor. Recuerdo que una ocasión hasta un candidato a gobernador se fue a meter a la colonia, anduvo cargando a los niños más chiquitos y los más sucios que encontró mientras la prensa le tomaba algunas fotos, después le llevó comida a algunos limosneros y ancianos, hasta doña Ramona se benefició con la situación pues le dieron una despensa, le dijeron que si iba al mitin en la plaza le iban a regalar un plato de mole, la pobre vieja no pudo ir por su rodilla que ese día le dolió mucho, el “Chamuco” le trajo la comida.
Cuando terminó de llover todo mundo fue a ver que podía rescatar, pero parece que era la peor tormenta que caía en muchos años, las calles y las casas estaban inundadas, ese día no llegaron los periodistas, ni los candidatos a gobernadores ni ningún político.
Bueno, la prensa si llegó, pero por otro motivo. Lo encontró el “Chamuco”, gritó por toda la colonia, iba con llanto en la cara, hasta puedo decir que llanto en el corazón, se lo dijo a doña Chayito, a don Rufino, hasta don Teófilo, todos corrieron para allá, la “Pitufa” llamó a sus papás, todos se arremolinaron, la mamá del “Coqui” se quería arrancar los cabellos, el papá se dejó caer sin importar que las calles de agua y el lodo le golpeaban la cara. El “Coqui” yacía tirado con sólo un short color café que decía adidas y se lo habían regalado para sus entrenamientos, sin playera, con los ojos abiertos y boca abajo, con mucha sangre en la cabeza que la misma agua se la llevaba en la corriente, alrededor de sus pies estaba una coladera, la tapa salida de una coladera que el “Coqui” no vio y le arrebató la vida, la misma coladera que el gobernador, quién se había tomado fotos con los chiquillos, había prometido arreglar.
Me acuerdo bien que fue el día de lluvia, de mucha lluvia, que destrozó a la colonia, pero no fueron ni las matas de gardenia, ni la taquería de don Rufino o el montón de casas que se vinieron abajo lo que con más dolor se recuerda, es él, el sueño, la leyenda, él iba a ser el mejor, él lo era, y a todo niño que crece le cuentan la historia porque todos quieren ser cómo él. Ese día perdieron todos, la familia, los vecinos, la colonia y hasta el país. Uno de mis nietos me llama, mi vista y mi mente están fijas en la tienda donde antes había sido la casa del “Coqui”, ¡Ah que tiempos aquellos, cuarenta años han pasado desde entonces!


Fin.



Copyright Carlo Tegoma
ISBN-800422-31

Texto agregado el 19-03-2005, y leído por 1846 visitantes. (0 votos)


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