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ÁRBOLES DE COLORES

Original de Carlo Tegoma


Hubiera deseado verlo por última vez de otra manera, con esa sonrisa que dibujaba dos hoyuelos en sus mejillas y los dientes acolmillados típicos de los adolescentes a esa edad, traía puesto la playera de marca que le había regalado su tía Gertrudis en su último cumpleaños con el short de figuras geométricas y de colores con el cual le gustaba bañarse en el río; cuando lo vio su rostro reflejó ese desconcierto que te dejan las pesadillas que se insinúan demasiado reales y el sabor reseco en los labios que pareciera que te obliga a no proferir palabra alguna.
Después la policía, con sus miradas de hastío y de encontrar el típico escenario y con esa actitud de saber ya las respuestas pero te hacen las preguntas para ver en que momento dices algo erróneo, así pueden empezar a culpar fácilmente a alguien y entonces se irían temprano a casa y estarían ya con sus esposas y sus hijos disfrutando de una deliciosa cena en lugar de estar allí, viendo a tu mejor amigo perecido en el río.
Alfonso creció en ese pueblo, desde que tenía uso de razón; por las mañanas era un ir y venir de su casa a la escuela rural y posteriormente quedarse a jugar por horas en los patios de las casas vacías corriendo entre los árboles, las gardenias, poniendo los pies en polvorosa cuando pisaban las matas de cebollín ó de plantíos de frijoles o chiles, su mejor amigo era Esteban, con él hacía todas esta tarugadas desde muy temprana edad. Alfonso era mayor que Esteban por un par de meses, su amistad inició como empiezan las cosas sencillas y que con el tiempo se llenan de valor. Alfonso era moreno de cabellos negros y sumamente rebeldes, tenía un pequeño lunar en el ojo izquierdo de la forma de un rombo que intentó acomplejarlo en algún tiempo pero que Esteban se encargó de aligerar.
- Si pudieras pedir un deseo, ¿Qué pedirías, Alfonso? – preguntó alguna vez Esteban cuando tenían como seis ó siete años.
- Pediría que me quitaran esta horrible mancha sobre mi cara, parezco un mapache.
Alfonso quedó viendo a Esteban, quiso proferir palabras pero le ganó la risa, empezó con una leve carcajada que después se hizo estruendosa rompiendo el eco sonoro de la cascada que tenían a sus espaldas que desembocaba en esa pequeña ladera del río. Al principio Alfonso empezó a tratar de aventarle lo que tuviera a la mano, y al ver que no era por ese medio el castigo por las burlas de Esteban optó por irse encima de él a tratar de derribarlo, pero pudieron más las risas de Esteban y terminó por reírse él también; dos niños, una amistad sincera reían hasta de sus propios defectos que más que serlo eran características de una carácter que ya se formaba en ellos. En un descuido Alfonso tiró a Esteban al río y éste comprendió que las burlas habían llegado a su fin debido a que ahora era Alfonso quien reía.
- Yo parezco un mapache pero tú pareces un tacuazín por tu color y las orejas.
Esteban era un poco más claro de piel, de apiñonado color y ojos en miel con una pequeña nariz estilo aguileña y de cabello lacio al extremo, era hijo de profesores y quizá por ello podía vérsele leyendo algunas historietas que su padre le compraba, las llevaba para que también fueran leídas por Alfonso al río.
Ambos al cumplir doce años debían separarse algún tiempo, en el pueblo no había secundarias y los padres de Esteban lo llevarían a estudiar a tres horas aproximadamente del pueblo, se quedaría con unos tíos y viajaría los fines de semana que conviniesen. El día anterior a su partida, Esteban y Alfonso fueron a nadar al río, había un parte al final de la ladera donde se podía ver el brillo de la cascada que la hacía atracción para los jóvenes del lugar, en la parte de arriba de la cascada y en estricta hilera se podían ver los árboles de colores que lucían vistosos en sus diferentes tonalidades cuando el sol les pegaba en la cara, en colores desde el amarillo en tenue tonalidad hasta unos verdosos chillantes y rosas, amatistas y un azulado difícil de creer en la naturaleza. Los árboles de colores eran conocidos por esas regiones y eran dignos de admirarse en ciertas horas del día cuando los rayos del sol reflejados en ellos lograban difractar la luz y dejarse ver un arco iris multicolor cargado de esplendor.
- Mañana me voy con mis tíos, tardaré en regresar como en un mes. Dice mi papá que si me porto bien va a pagarme estudios hasta la universidad.
- ¿Tu papá tiene tanto dinero?
- No es eso, él hace el sacrificio, el tuyo debería hacer lo mismo.
- Mi papá es campesino, Esteban, los campesinos no tienen dinero para el estudio de sus hijos.
Se despidieron con un abrazo afectuoso en el marco de la cascada y los árboles de testigo, aunque no era una escena propia para su edad, la inculcación de sus costumbres les revelaba el hecho que así se despedían a las personas a las que uno les tiene afecto y que pasará mucho tiempo seguramente en que volvamos a verlas.
Los días transcurrieron con su acostumbrada letanía, con los rúmbales del devenir de los pueblos en víspera de la cosecha, la tierra dejaba su color claro y empezaba su tono oscuro ante los torrentes precipitados, el viento era ende escaso y las nubes grisáceas bañaban el cielo con sus tonos que el mismo sol se acongojaba en asomar; el tiempo se retorcía en los bemoles anunciados por los campesinos, el arar de la tierra, las casas de frágil adobe y expuestas en sus letrinas a la intemperie; Alfonso transcurrió su vida, sus planes sin demora eran cumplidos debido a la carencia de éstos y los pocos eran fáciles de soslayar en los días tan furtivos que él mismo se había olvidado de sus sueños o metas, sólo era un lento correr de días, el saborear el triunfo o la gloria para Alfonso no era un menester, era una utopía de la cual no podía presumir.
Al cumplir los quince años, Alfonso recibió una carta de Esteban, hacía tres años que se había marchado y no había regresado al pueblo salvo en una ocasión, cuando ayudó a sus padres a mudarse, los profesores habían solicitado cambio de plaza a la ciudad donde se encontraba Alfonso. La petición había sido concedida.
En su carta, Esteban enviaba una postal de un viaje con sus compañeros en donde visitaban una cascada muy similar al lugar donde habían jugado de niños. Alfonso sintió un dejo de opresión en el pecho, no lo podríamos catalogar como envidia o celos, era como una cristalización de sueños en la vida de su amigo, nos alegramos por los méritos desembocados en gloria, pero una efigie en el corazón nos envía un resplandor a nuestra mente y somos nosotros quienes nos visualizamos en nuestros propios anhelos.
Al cumplir veintidós años, habían pasado ya poco más de diez desde que Esteban había dejado el pueblo; una mañana el alboroto en la plazoleta principal fue el causante que muchos dejaran sus aperos y se dirigieran hacia allá. Al fin habían conseguido darle luz verde al proyecto de la pavimentación de algunas calles, y es que a decir de caballos y yuntas con arado, ya muchos habían adquirido vehículos cuyo tránsito era hostil a causa de los caminos empedrados. Había una persona que llegó como responsable, era un joven arquitecto quién realizaba sus servicios para el Departamento de Obras Públicas de la Cabecera Municipal, él se quedaría algunos días en el pueblo en lo que se daba marcha, era Esteban; Alfonso lo reconoció y no pudo menos que saludarlo, Esteban al verlo, dejó a cargo a algunas personas y se dirigió hacia allá, ¡Que diferentes se veían ahora!, de niños la diferencia era imperceptible. Esteban vestía un pantalón en color beige de tela de lino con un planchado perfecto y camisa azul claro de marca arremangada y unos zapatos color café oscuro que hacían juego con su cinturón, era delgado y su tez pareció aclararse con el tiempo que estuvo fuera, lucía un corte de cabello moderno y un celular en uno de los costados le profería un aire de profesionista respetable pese a su corta edad; Alfonso, todo lo contrario, traía un pantalón color café oscuro de vestir que sus líneas de mancha y tierra denotaban el uso forzado sometido, una camisa tipo manta muy desgastada por el uso y unas sandalias de plástico comerciales y a punto de reventar las cintas, las manos de Alfonso y su rostro ennegrecido por el sol se vislumbraban bajo un sombrero de paja tejida con varias hebras fuera de su lugar, ¡hasta en su hablar eran diferentes!, pero el abrazo sincero que Esteban le extendió sin importar las ropas fue lo que contó en ese momento, dos amigos de la infancia, diferentes pero con el mismo sentir el uno por el otro.
- Hola, mapache- dijo Esteban al tiempo que esbozaba una sonrisa
- Qui´bo tacuazín- remató Alfonso al tiempo que levantaba su sombrero que se encontraba en el suelo a causa del efusivo abrazo de Esteban.
Fueron a caminar un rato para ponerse al tanto de sus vidas, no había mucho que contar en el aspecto profesional, Esteban estaba por titularse ya de arquitecto y Alfonso de recibir una cosecha más de la tierra de sus padres, solo llegó a estudiar hasta la primaria y estaba emocionado porque se había metido a estudiar en el sistema de educación para adultos y así en poco tiempo terminar su secundaria y hasta su preparatoria. Esteban andaba de romance con una muchacha de la ciudad pero no había nada formal, le dijo a Alfonso que en realidad no sentía ganas de casarse por lo pronto. Alfonso dijo que él no pensaba en eso tampoco y que las muchachas del pueblo solo querían a alguien con tierras para quitarse de preocupaciones o alguien con trabajo en la ciudad para que las llevase fuera de allí.
- Me estoy quedando en casa de mi tía Gertrudis, vamos a comer con ella.
- Me da pena, Esteban, sabes que ella pos no fácil me traga.
- No te preocupes, eres mi invitado, además, la cocinera es la señora que trabajaba antes en mi casa, ella te quiere mucho. Vamos y después vamos a la cascada, hace tiempo que no veo los árboles de colores, además hay algo que tengo que contarte.
Comieron y estuvieron un rato riendo de viejas anécdotas pasadas, la tía Gertrudis disimulaba el hecho de no gustarle le amistad de su sobrino Esteban con Alfonso. Los dejó solos en el comedor y ella zurcía ropa de su esposo en su recámara.
Esteban cambió sus ropas y se vistió con shorts y sandalias para ir a la cascada, se despidió de su tía diciéndole a donde iba y que regresaría antes de anochecer. Salieron, caminaron atravesando todo el pueblo, quienes no habían reconocido en principio a Esteban lo terminaron de ubicar al verlo caminando con Alfonso; llegaron a las cascadas, Esteban caminó un poco y mojó levemente la punta de los dedos de ambas manos, miró hacia arriba, el sol ya dejaba brillar sus rayo pero a lo lejos del horizonte podían dejarse ver las nubes negras que ya se aproximaban.
- Alfonso, eres mi amigo desde niño y a pesar que en todos estos años no tuvimos comunicación, sigo sintiendo lo mismo por nuestra amistad. Quiero confesarte algo que me atormenta desde hace algunos meses, no he encontrado en quien confiar, por favor, debes escucharme, o siento que me vuelvo loco.
- Me cae que sí, Esteban, sabes que soy tu cuate.
- He hecho algo de lo que me arrepiento totalmente, no duermo incluso por las noches y tengo miedo de lo que mi estado de ánimo en ocasiones pueda revelar. Algo tan terrible que no deseo que tú jamás caigas en ello, Alfonso, entre menos sepas de las cosas viles que te ofrece el mundo, puedas estar seguro que más libre eres; no desprecies nunca lo que nuestro pueblo te ofrece con lo que ofrece un mundo subversivo e infame.
A poca distancia pero sin observarlos todavía se encontraba la tía Gertrudis tratando de bajar unos escalones para avisar a Esteban que uno de sus jefes de la ciudad necesitaba hablar con él. Mientras los amigos en su plática proseguían.
- A veces- Esteban empezó a llorar- siento ganas de morirme, he soñado muchas veces con este lugar y arrojándome de la cascada, te juro que no quiero la vida si es para vivirla con esto. Escucha lo que hice…
Esteban confió todo a Alfonso, al terminar los dos estaban azorados, Esteban se acercó a la orilla de la cascada, hacia tiempo que no lo hacía. Alfonso recordó aquella vez que jugaban a empujarse en el río, empezó a tirarle algunos pequeños trozos de zacate seco, Esteban enjugándose los ojos empezó a contestar la “agresión” al tiempo que las risas se hicieron presentes; la tía Gertrudis bajó la vista para ver en donde estaba descendiendo que no pudo ver el juego de ellos, sólo levantó la vista cuando Esteban tropezó y cayó al río mientras las manos de Alfonso intentaron detenerlo, el golpe en la cabeza de Estaban no permitió nada; sus ojos abiertos dejaron la luz mientras se sumergía en el agua, Alfonso impávido tardó unos segundos en reaccionar mientras que la tía Gertrudis gritaba con desesperación.
- ¿Qué hiciste, chamaco? ¿Qué le hiciste a mi sobrino?
Alfonso no pudo detener fácilmente el cuerpo de Estaban a causa de la corriente, trató de salvar lo insalvable, Esteban había fallecido por el golpe. La tía Gertrudis llegó pero al ver que sacaban ya a su sobrino corrió por los comisarios y médicos para que socorrieran a su sobrino.
Alfonso vio a Esteban por última vez, antes que fuese detenido por la policía, él alegaba un accidente, ella que fue intencional, que la envidia lo había cegado, que lo sabía desde que eran niños. Pudo más el argumento y las lágrimas de la tía Gertrudis que convencieron a los padres de Esteban que Alfonso fuese denunciado.
Al correr del tiempo, el incidente en el pueblo y en especial en los árboles de colores no ha quedado claro, Alfonso jamás dijo lo que Esteban le había confesado, la tía Gertrudis declaró en su contra y no pudo ser tomado como crimen imprudencial, Alfonso pasó cinco años en prisión, al salir, ya tenía veintisiete años, llegó al pueblo, pese a veredictos y sentencias nadie- salvo la familia de Esteban- lo creían culpable. Caminó lentamente con su mochila con las pocas pertenencias que se llevó al irse a cumplir su condena, no fue a su casa directamente, dicen quienes lo vieron que su andar se desvió a la cascada, que vieron que se arrodilló enfrente del rió y tiró algunas flores, que incluso, los más aventurados confirman, que lloraba y miraba al cielo, que pedía perdón, y que lo menos que podía hacer por él era guardar su secreto, dicen que todo eso pasó allí, hace tiempo, en la cascada, donde los árboles son de colores.







Fin.



Copyright Carlo Tegoma
ISBN 800422-11

Texto agregado el 19-03-2005, y leído por 1768 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-03-2005 El comentario anterior lo he extrapolado de relato, lo siento. Respecte a este, apelas mucho al sentimiento y tus descripciones son casi palpables, me gusta. Me sorprendes en cada relato que leo. te mereces un 10, mejor que un cinco. Carles, Valencia. bori
23-03-2005 valencia, mi tierra, es toda naranjos, el corazón valenciano puede ser que entienda mejor lo que cuesta conseguir ese fruto, que paralelamente, tambien nos recuerda a nuestros ancestros. Muy bonito. me ha llegado al alma. gracias. Carles Bori, Valencia, España. bori
 
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