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LOS GIRASOLES DE LA REINA

de Carlo Tegoma

La última discusión había acabado con ella esa mañana, que a él no le gustaran los huevos estrellados no había sido motivo para que se los tirase sobre la mesa y saliera diciendo que era una inútil, y además su mal humor, ella sentía ahogarse en ese sentimiento agudo que da el considerar que te habías equivocado, no sabía si su matrimonio podía llamarse plenamente un fracaso, pero de algo estaba segura, esa no era la vida que había soñado.
Se casó muy enamorada, el vestido blanco con bordados de perlas en colores nacarados, la diadema y el velo en un peinado hacia atrás y un maquillaje digno de ella. Elena era de piel clara y rostro angelical, hija de familia acomodada se había casado con Milton, joven apuesto y que había mostrado buenos sentimientos hacia ella, él trabajaba ahora con su padre en la compañía y los problemas económicos no eran conocidos por ambos.
- ¿Hasta cuando voy a vivir diciendo que no me gustan los huevos estrellados? y menos así, con frijoles refritos como comida de pueblo. ¿Qué tengo cara de campesino, eh? – el rostro violento y la fuerte voz le golpeó en los oídos.
- Es que...pensé…que…
- Pensaste, pensaste, ¿Y desde cuando piensas? ¡No sirves para nada! ¡Sólo te gusta que te mantenga, anda! – Sacando dinero de su cartera- Ve a curarte de este mal humor que el ogro de tu maridito te ha dejado, cómprate esas payasadas que ustedes las mujeres utilizan para sentirse mejor, ah, e invita a tus amigas y cuéntales como te trato, eso parece divertirles.
El portazo fue estruendoso, Elena levantó los platos del piso y limpió el resto de la comida que había quedado sobre la mesa. No necesitaba ser un mártir, pero sentía morir. Recordó la luna de miel, se veía esplendorosa, y él tan apuesto, en la habitación habían pedido servicio a cuarto y vino para festejar, el la besó con el mayor decoro del mundo, sus manos entrelazaron sus propios sueños, su risa jovial se confundía con los besos y con el juego que él iniciaba, se sentía amada, fue una noche maravillosa, él recorrió en ella lugares de su ser que ni se imaginaba que pudieran darle placer, y se sintió extasiada, bailando en conjunto al lugar de la dicha con el amor como estandarte en el corazón.
Volvió a la realidad, la luna de miel se había ido y ella seguí allí, no sabía en que momento había cambiado, cuando había empezado a levantarle la voz, ni siquiera la última vez que le envió un regalo, una frase de amor ó una nota de cariño y mucho menos de agradecimiento, llevaban seis años de casados, no tenían hijos porque él prefería esperar, ella tenía veintiséis años y el casi treinta. Por un momento solo quería sentir un abrazo de él, de su esposo, de su amigo y compañero, pero no había nada, por la noche cuando llegó, muy tarde por cierto, sólo cenó y después de darse un ligero baño se durmió, ella hacia que dormía, pero se apretaba los labios para no llorar, no había abrazos, no había un beso de buenas noches y mucho menos alguna caricia, no había nada.
Elena se levantó muy temprano con un plan en mente, le preparó el desayuno que creía conveniente, él no refunfuñó como otras veces, comió en paz, ella le acompañó con un jugo, sus ojos lo buscaron y los de él la evitaron.
- No voy a venir a comer, tienes la tarde libre, ve con tus amigas o haz lo que se te plazca.
- No necesito de tus instrucciones, sabré que hacer, gracias por la sugerencia de cualquier forma.
- Está bien, no se te olvide tenerme lista la camisa para la cena de la noche, y cómprate algo bonito si es que se puede hacer algo por ti, no quiero que mis amigos piensen que me casé con alguien sin clase.
Ella vistió elegantemente por la noche, él iba impecable, pero sus manos no se entrelazaron, ni siquiera en el coche, sólo cuando arribaron a la fiesta él la tomó del brazo, pero la dejo sola durante el resto de la noche, para colmo se embriagó rápidamente y ni siquiera bailó con ella una sola pieza.
El ramo llegó muy temprano, antes de que se fuera a la oficina y él lo recibió personalmente. El muchacho de la florería dijo que eran para Elena. Él agradeció y no dio propina. Ella bajó y le hizo creer que pensaba que él las había enviado, pero en realidad se las había enviado ella misma. Había recorrido toda la mañana y al llegar frente a una florería se le ocurrió enviarse flores, amén de que el florista era un atractivo y atlético espécimen que usaba camisas sin mangas y cuya mirada, Elena no fue capaz de evitar.
- Gracias, son unos girasoles muy hermosos, Milton, todavía recuerdas que me gustan, pero estos son como regalo para una reina.
Él no dijo nada, los puso sobre la mesa, tomó su portafolio y se marchó, iba molesto, pero no podía culparla, quizá no quería reconocer que ella era hermosa, no quiso sentir celos, eso lo rebajaría. Pero Elena sabía que eso lo alteraría y quizá reaccionara para entonces poner atención sobre ella. Pero no fue así. Sólo hubo un ligero reclamo por la noche acerca de que él no había enviado ese ramo y que si su pretendiente le interesaba entonces se fuera con él, “así podría librarme de ti” le había dicho Milton.
A los dos días sucedió algo curioso, volvió a llegar un arreglo semejante, llevaba una nota muy similar a la anterior “Para una reina”, ésta segunda vez si lo puso más furioso, pero no contra ella, estaba celoso.
- Una vez es suficiente, ¿Quién es ese tipo? ¡El día que quieras largarte! ¡Hazlo! Pero no me lo restriegues en la cara, ¿Cuál es tu problema? Consíguete un amante si quieres, usa como pretexto que no tenemos intimidad y que soy un monstruo.
- Lo que eres es un poco hombre. – La frase sonó mortal y después se arrepintió de ella, una bofetada fue el resultado y el rostro de ira de Milton dejándola sola hasta la madrugada.
Pero los arreglos con girasoles no se detuvieron, Milton fingió la tercera vez no verlos, pero ella pensando que a lo mejor alguien de la florería o alguna de sus amigas a quienes les había comentado estaba haciéndole una broma, pero se sentía bien, podía fantasear que tenía un admirador. Se sentía contenta después de mucho tiempo, se arreglaba con esmero y Milton lo percató pero aunque la intentaba herir con alguna de sus frases no podía en su amor propio, se sentía hermosa y lo estaba. Por la tarde le llegó un arreglo de girasoles, la nota la hizo estremecer: “Tus ojos son mi fantasía y tu piel el oasis que ilumina mi desierto, solo pido tu boca para amar y el resto para contemplar”
Suspiró de anhelos y romance; regresó a la florería donde ella se había mandado a si misma el primer arreglo, su mirada buscó las flores de girasol pero también a los dependientes y empleados, volvió a llamar su atención el joven que la había atendido inicialmente, alto, apiñonado, bien parecido, se sonrieron, él tenía en sus manos un ramo de girasoles que quitaba sus hojas secas; esperaba que fuera él, compró un girasol y se dirigió a casa.
El siguiente arreglo llegó por la tarde, Milton lo vio y no dijo nada, tomo una de las flores, la siguió hasta la cocina en donde ella preparaba la cena, con ademán de oler la flor se recostó sobre el borde de la puerta.
- Por lo visto tu admirador no se cansa, ¿Por qué es un admirador todavía, verdad? ¿O ya pasó al terreno de amante? Nada más avísame porque no quiero traer los cuernos a la vista de todo el mundo.
- No, no tengo ningún amante, el león cree que todos son de su condición, además no lo conozco todavía, por si no te has dado cuenta, aún soy joven y bonita, él hecho de que tú no lo veas no quiere decir que no lo sea.
- Elena, por Dios tienes veintiséis años y yo casi treinta, no somos viejos, pero actúas como si lo fueras, mírate, toda vacía y sin aspiraciones, sabes, a veces me pregunto que te vi, me llenabas de ilusiones y me sorprendías, pero ahora no sé, no se si se apagó lo que me hacía anhelarte, me he acostumbrado tanto al verte.
- ¿Y tu crees que yo no? Quisiera saber en donde está la persona con la que me casé, eres diferente, me casé para vivir el amor y que éste fuera creciendo no para matar poco a poco el que sentíamos, ¿Por qué Milton?
Los ojos de ambos parecían querer una contestación, sus manos ansiaban deslizarse, sus labios, todo en ellos emanaba amor, pero, ¿Por qué razón no se atrevían a manifestar? Parecía que el hastío, la monotonía y el aburrimiento habían ganado una batalla que ni siquiera se había iniciado. Al otro día, por la mañana, ella preparó un desayuno especial, estaba sonriente, sabía que el arreglo que su enamorado misterioso le enviaba no tardaría en llegar, sintió pena por su esposo, Milton no la comprendía, pero su enamorado si; si en ese momento su admirador hubiese aparecido se iría con él para siempre, Milton ya no le importaba, había comprendido su simpleza. El bajó a desayunar, lucía impecable, tomó el desayuno sin decir una sola palabra, salió de su casa.
Elena empezó su aseo personal, lucía hermosa, radiante, no sabía porque estaba feliz, por Milton no era, de eso podía estar segura, se imaginaba con su amor misterioso, ¿sería apuesto? ¿Romántico? empezaba a añorarlo como los recuerdos de antaño. Se sentía amada y deseada. Se sentó en la sala, esperaba el arreglo que no tardaría, no le molestaba la idea que el enamorado misterioso fuese el joven de la florería. Esperó.
Milton llegó a la oficina, era un día normal, usualmente no pensaba en ella, pero había tantas cosas que deseaba decirle, ¿La amaba? Por supuesto, pero se sentía lejos de ser el héroe con el que pensaba que soñaban las mujeres, ni siquiera se sentía agraciado, hacía tiempo que ella no le decía que él era lo más importante, que se preocupara por lo que le pasaba, no es que los hombres deseen una segunda mamá en donde recostarse, pero si desean también sentir que descansan en ella, su amiga, su compañera, su esposa, que ella también los cuida y los protege y a cambio él es el guerrero incansable de todas sus batallas. Sacó su cuaderno de notas, llamó a su asistente. Escribió: “Ojos tuyos que me miran con amor, el sol te envidia el fulgor de la pasión que encienden en mi ser.” El asistente llegó al momento.
- Ten, ésta es la tarjeta del día de hoy – le dijo Milton al empleado – Ya sabes, lo mismo de siempre, y anótalo bien claro con tu letra, el recado anterior…
- ¿”El de tus ojos son mi fantasía…”?
- Si ese, las últimas líneas no se leían muy bien, cambia de florería ahora y pide los girasoles más caros que tengan y el arreglo más impresionante que no importe el precio, son para mi reina.
Milton guardó la nota, el empleado se retiró, los ojos de Milton brillaban, su corazón latía. Es amor, lo es, tal vez ella no lo sepa, pero el destino volverá a unir los corazones.

FIN


Copyright by Carlo Tegoma
ISBN 800422-15

Texto agregado el 19-03-2005, y leído por 1206 visitantes. (0 votos)


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