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Nunca fui una persona alta, pero tampoco se puede decir que mi estatura se asemejaba a la de los enanos. Un metro y sesenta centímetros para una mujer sudamericana se supone que está bien. Siempre y cuando no quiera ser modelo de pasarela ni oficial de las Fuerzas Armadas.

Sin complejos paseaba por la vida y con la ayuda de tacones de 6 centímetros se me podía considerar de estatura media. Nunca una "chica".

La incógnita empezó a surgir cuando fuimos al matrimonio de Samuel. "Hola querida, te noto más alta. Serán esos zapatos nuevos?", me dijo el novio con cierta ironía. "Creo más bien que son tus nervios por la noche de bodas", le contesté un tanto molesta.

Lo que notaba más bien en esa fiesta es que ninguna mujer se arregló como debía para la ocasión. Parece que en una reunión secreta decidieron todas ir de sandalias de playa. Del aspecto de los hombres sólo puedo decir que estaban chatos como siempre, vestidos como siempre. Ninguna novedad.

En mi familia no había comentarios. Nos sentíamos todos iguales. Incluso mi hijo estaba muy feliz, ya que estaba alcanzando la puerta de arriba del refrigerador, lo que, para su conveniencia, le permitía robar los apetitosos helados que yo le guardaba estríctamente para los domingos.

"¿Te han dicho algo extraño en la semana?", preguntó Carlos. "Sí", le dije. La gente, salvo ustedes acá en la casa, me notan más grande, dicen que me puse más terraplén en los zapatos.

"A mí me han preguntado que si me puse marica. Qué por qué estoy usando tacos", reclamó muy enojado. Y eso que Carlos nunca se molestaba por nada. Simplemente dejaba pasar los comentarios idiotas.

El día que me dí cuenta del problema fue al tomar el autobús. Eso fue alrededor de dos meses después de tener esa conversación sobre los tacones con Carlos. Me costó mucho entrar a la micro y me tuve que agachar para no tocar el techo.

Esa tarde, al volver a casa, nos juntamos toda la familia. El niño no decía nada. Simplemente le parecía divertido mientras me enseñaba su libreta de comunicaciones del colegio, llena de citaciones "urgentes" que no quise leer.

Un largo silencio y Carlos habló. Yo siempre esperaba que él solucionara todo. Tenía una gran capacidad de poner las cosas en orden y eso me calmaba. "El asunto es que -empezó- algo nos pasa a los tres. En relación al resto de la gente estamos más altos.....¡Noooooo, le interrumpí...yo acabo de medir al niño y mide lo mismo que hace unos meses, cuando empezó este problema..- y proseguí- yo también me tomé la estatura con nuestra huincha y mido un metro sesenta....Dime, por favor que te has medido, te lo ruego", supliqué al borde del llanto.

"Sí"- dijo escueto y con cara de amargura, lo que me asustó más. "Yo también mido lo mismo que siempre".

El silencio fue largo. Yo no quise decir más. Me costaba estar casi agachada en mi propio comedor.

Carlos estaba sentado en el suelo. El único que no topaba el techo de la casa era el niño y fue el único que se atrevió a decir lo que nadie quería admitir. "Mamá, traquila, lo que pasa es que el mundo se está encogiendo".

Más silencio y perturbación.

Sí, ya lo sabíamos de una u otra manera. Por razones astrofísicas y biológicas, el mundo se estaba encogiendo a una velocidad impresionante, aunque ningún científico de la Tierra lo sabía. Cada día la calle era más estrecha, las casas más pequeñas. Ninguno de los tres cabía en el automóvil ni menos en el autobus.

Nos refugiábamos en la casa asustados. Hablábamos por teléfono del problema sólo con nuestros familiares más íntimos, a susurros, que nos llevaban comida y el diario (qué inútil). Pero ya ni mi madre se atrevía a entrar en nuestra casa. Tenía temor de que la aplastáramos.

El día que la casa se partió en dos supimos que teníamos que emigrar a buscar un refugio.

Pero dónde.? En qué lugar de este empequeñecido mundo íbamos a caber?. Carlos y yo sentíamos los gritos de la gente de abajo y los edificios más altos nos llegaban a la rodilla.

Las Fuerzas Armadas nos atacaban como si fueramos monstruos. Incluso al niño. Pero las armas no hacían nada, afortunadamente cada vez eran más pequeñas e inofensivas para nosotros.

Al dormir, al respirar más agitadamente y peor si estornudábamos, era espantoso. Se provocaba un huracán o tormenta. Sentados en los cerros y refugiados sólo por las montañas más altas mirábamos la ciudad que algún día nos cobijó.

El planeta se empequeñecía, como tragado por un gran hoyo negro. Ellos no se daban cuenta. Y nosotros llorábamos desesperadamente por el mundo que se perdía a nuestros pies, causando una gran inundación que destruyó nuestra querida ciudad.

Texto agregado el 21-03-2005, y leído por 210 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
20-08-2005 Extraño y loquísimo. Recordé esa peli donde la protagonista se hacía gigante... Isamar
21-03-2005 me ha encantado leerte, buenas letras ;) naixem
21-03-2005 lentamente me fue conquistando,muy original y raro,aun no se como catalogarlo,creo que si...me gusto,adelante segui en este camino de las rarezas,tenes pasta. surenio
21-03-2005 lentamente me fue conquistando,muy original y raro,aun no se como catalogarlo,creo que si...me gusto,adelante segui en este camino de las rarezas,tenes pasta. surenio
21-03-2005 Muy bueno!! moniquita
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