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El niño mira la Luna reflejada en el mar, su sonrisa le atrae, la mezcla de peces y olas que nadan alegremente a su alrededor, la siente como un abrazo por su cuerpo. Él, sonríe y se divierte, juega y se esconde entre las rocas, camina hacia la playa perseguido por aquel reflejo lunar que no se aparta de su persona.

La noche envolvió a Héctor, mientras sus grandes y azules ojos iban contemplando
aquella inmensidad de agua, a un diminuto barco que desparecía por el horizonte...
Sin apenas darse cuenta, se vio rodeado por las sombras de una sinuosa oscuridad atrapada por infinidad de gotas resplandecientes llegadas desde el firmamento.

Una nube perdida recorre asustada por el cielo que Héctor tiene por abrigo, llegando a tapar el satélite que tanto le atrae. Sus hermosos ojos, como el color del cielo al amanecer, se tiñen de acuosos líquidos, lágrimas infernales que deslizan por su cara hasta desfallecer en la arena que está pisando.

Transcurren las horas, son momentos de soledad y angustia. El mar suplica calma, los peces duermen en las profundidades y el sonido del silencio golpea en el agua como campanadas que llegan de un lejano infinito.

Héctor se acurruca tras una vieja barca en la playa. El frío se adueña de él, y un lánguido miedo corroe todo su cuerpo. Por fin, la oscura nube que deambulaba sin rumbo, deja otra vez visible al satélite de la Tierra, el reflejo vuelve a dar luz al niño que la mira sonriente desde su escondite solitario y tenebroso.

Hubo un tiempo en que los amores perdidos por el ser humano iban de un lugar a otro sin rumbo fijo, esparcían sus semillas por el aire, como el campesino que siembra la tierra, y aquellas partículas insignificantes llegaron a lo más alto, y posiblemente, hicieron germinar vida en la Luna, de ellas nacieron seres.
Posiblemente... Héctor es fruto de esa germinación entre el satélite terrestre y alguna semilla esparcida por los cráteres lunáticos.

La Luna se paseaba con traje de noche mientras la ciudad dormía a sus pies. Tenía la cara roja y los ojos tristes, señal de que el Sol, su más fiel compañero del Universo, la tuvo que abandonar como cada día al llegar la hora de su obligada marcha. Habían bailado, soñado y besado.
El Sol faltó a su cita con la Tierra por estar con ella. La necesidad de encontrar a Héctor los llevó, en un momento de la búsqueda, a ocupar el tiempo en amarse.

Ahora, la majestuosa Luna, con su traje de fiesta, de colores y luces brillantes, deambula por encima de los altos edificios, de los árboles, de los barcos, del mar, de las olas...Llora desconsolada sin saber el paradero de su hijo Héctor. Se siente culpable por haberlo abandonado para irse con el Sol.

Lanzó con furia sus ropas y sus colores de la cara contra el bullicio que dejaban los humanos al amanecer. Su amor radiante empezaba a soltar rayos, y sin hacerle caso, pero recogiendo sus resplandores y guardándolos en el alma volvió a iluminar el lugar donde vio por última vez a Héctor.

Ayer, miré desde lo alto de una montaña al cielo intentando verle la cara a la Luna. No fue difícil, su resplandor infinitamente hermoso la delataba en su lugar de siempre. Estaba Llena, como me suponía, reluciente, ataviada con elegantes colores repartidos por su cuerpo, purificada de males y sonriente a ratos. Dibujaba círculos alrededor de mis ojos, perdida allá arriba quedó la mirada que se desprendió de mi cuerpo.

Hoy, he vuelto a subir a la montaña, y desde lo más alto, no distingo ninguna luz, ni una sola sonrisa escapada para mí. Unos sonidos ascendían por las laderas hacia la cima, siguiendo el camino que yo había utilizado.
Más abajo, en el valle, los rastros de alguna alimaña se perdían cerca del riachuelo.

Dicen, los lugareños más viejos de la comarca, que cuando la Luna es Llena, su hijo viene a buscarla, asciende a la montaña y desde arriba le llora el desamparo y abandono del cual está obligado a cargar el resto de sus días. Por sus sonidos se le conoce como el Hombre Lobo.

©TINTIN-(Roky)-2005


Texto agregado el 23-03-2005, y leído por 542 visitantes. (0 votos)


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