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Orlando Yans


No entiendo qué pasa. Sé (hoy más que nunca) que estoy demasiado lejos para practicar un vano intento de alcanzarte. Dejamos el ayer de fiesta, la culpa tan merecida como aquel viejo deseo de estar y envejecer juntos, y el hoy flotando amargo y recurrente en este cuarto muerto que ahora despido para siempre.
Fui un hombre feliz, quizá como nunca. También fui triste, tal vez como siempre. Este mensaje para nadie dejo prendido en estas paredes húmedas y calientes: perdonáme por haberte mirado tan breve.

O.Y



Si hubiera una voz en off diría: “un domingo, una habitación en penumbras y un hombre”. Con tono intimista agregaría: “el cuarto está sucio, desordenado. Si esta persona dejara de mover el pulgar de su pie podría asegurar que está muerto. Si el viento no ondulara apenas la cortina, creería que se trata de un fotografía”.
Si hubiera una cámara filmaría, sin lugar a dudas, esta escena desde el exterior de la habitación, entraría lentamente por los resquicios que dejó la persiana mal cerrada para intentar de retener esa imagen dormida, esfumada apenas por la blanca y liviana tela de la cortina. Luego se acercaría lentamente hasta llegar a un nítido primer plano, para que vos, sólo vos, pudieras ver la decadencia de una cara hasta ayer diferente. Intentaría recorrerle en círculos el abandono, las nuevas arrugas, la barba de días que lleva puesta como una máscara de lo que ha sido y ya podrá ser, jamás.
Está lleno de ausencias, se le nota. Le pesa cada movimiento muscular que intenta articular su mejilla, para ensayar una mueca que quizá, quién podrá saberlo, pretenda ser de llanto.
Dudaría colocar el foco en la botella de whisky, semivacía, que está sobre el suelo, sobre el costado de la cama.
Si hubiera algún sonido flotando sobre este escenario muerto sería alguna obertura de Wagner. “Tannhäuser”. Porqué no. Comenzaría con el volumen bajo y lo alzaría lentamente hasta la explosión final.
No lo haría por capricho, o por repetición artística; sino para que este pobre personaje no alcance a escuchar el timbre que va a irrumpir en breves segundos; para que continúe en este estado de inconciencia y no se levante y enfrente al espejo que lo aguarda del otro lado de la puerta.
Imposible. El sonido metálico del timbre recorre enérgico su trayecto, y provoca que ese pobre hombre mueva una mano. Que después se la lleve a la cabeza y se la rasque lentamente para salir de ese sueño breve, que viene de a minutos. El timbre insiste, no se da por vencido. Con los párpados apenas alzados, observa a su mundo pequeño que reaparece con toda su fuerza y forma: paredes húmedas, pintura manchada, calor incrustado en cada rincón. No más que eso.
“Se levanta” dirá nuevamente la voz en off, “Arrastra los pies al caminar. En unos segundos llegará la voz de ellos desde un lugar lejano. ¡Hola! Dirá ella con un beso, sonriente como si nada hubiera pasado. Hola, murmurará él, y se toca el lugar donde fue colocado el beso. Se mira después la mano, sorprendido de no verlo entre sus dedos, de ya no sentirlo en ninguna parte del cuerpo”.
“Ahora contempla su entrada extraordinaria, se instala en la cocina y se hace cargo del lugar con una facilidad envidiable. En realidad, tal vez no sea ella a pesar de traer la misma cara e idéntico cuerpo”
La cámara fijará la imagen desde atrás, como si fueran los ojos de él, que tampoco parece ser él aunque responda a su viejo nombre. Ella mira todo, busca una prueba que le de sentido a su sospecha. Abre la heladera y se sirve agua mineral en un vaso. ¿Querés? Nada sale de la boca de este hombre perplejo. Le encantaría dar por olvidado el asunto de la separación de ayer, pero no puede.
¿Qué pasa? Pregunta ella, qué sí olvidó. O quizá haya reflexionado, como si la reflexión en sí misma pudiera entrelazar un nuevo punto en la vieja y entreverada trama. Aunque a veces suele resultar, hasta que la memoria vuelve y estalla recurrente, sórdida e inevitable. “Parecés muerto” arriesga ella, como si lo viera por primera vez. “Decime algo que no sepa”, contesta él.
Enciende la hornalla y calienta un café olvidado. “Tomátelo bien cargado”. Cambia la música. Wagner está ya avejentado y humedecido. “¿No se tu?” No, eso era en otra época. Se desahoga Jim Morrison ahora, sólo porque a ella le molesta esa voz cansada. Una humilde y pequeña venganza.
De golpe le aparecen las ganas de que se vaya, cuanto antes. Prefiere extrañarla y extrañarse junto a ella. Desea recordarse en una época en la cual mirarse era, en si mismo, una fiesta de luces y estrellas.
“Vuelve al dormitorio” apuntala el relato la voz en off, “ con el café cargado temblándole en la mano. Ella viene detrás. Desde aquí se nota que fueron creados insalvables, caprichosos y atascados. No pueden hacer otra cosa que mentirse”
Los Doors siguen desde el parlante con su psicodelia avejentada. Ella continúa con su perorata intacta “¿No pensás hablar?...,no podemos estar así toda la vida” arroja la sentencia. “No” contesta él desganado. De la misma manera podría haber dicho “sí”, simplemente eso; o “no sé”. O “no me importa”. Pero dijo “no”, no porque lo sintiera o porque creyera con firmeza en la negativa; lo dijo porque fue la palabra que salió primero.
Enciende el televisor, sólo por hacer algo, y un cigarrillo, y todo continúa. ¿Qué buscás? retoma ella. Él quiere decirle que lo deje en paz, pero no puede. Cree quererla aún demasiado, como a nadie, y por una razón obvia, no puede retomar el camino por el que transitaban antes.
Ahora ella sale del dormitorio y se dirige hacia la cocina. Murmura unas confusas palabras que él no alcanza a escuchar del todo, pero que además tampoco le interesan.
El televisor se ve pero está mudo. La solitaria música rebota por allí, pero tampoco se escucha. La cámara filma las fotos de los hijos de él, y a las pocas plantas que sobrevivieron al calor y al olvido. Luego sale en busca de ella, que está frente a la heladera, llorando en silencio las última lagrimas que derramará por él, creyendo saber lo que quiere, segura de sus celos y de sus invenciones mágicas. Sabe que no sirve abandonar, pero también siente que es inútil la lucha.
Gira, y decidida va hacia el dormitorio, y lo encara, y arroja “¿Cómo se llama?”, pero la pregunta envejece al tomar contacto con el aire viciado del ambiente. Siempre igual, ella y sus análisis lineales. Como si la responsabilidad del fracaso recayeran inevitablemente en los demás, en otra mujer, disfrazada de espejo para reflejar en otro las estupideces propias.
Él quiere decirle que se calle, que ya no soporta esta situación; pero se lo traga. Está tan agotado que ni energía para apelar le queda. “Si me muero ahora me importa una mierda” piensa, melodramático.
Se recuesta resignado y trata de mirar la televisión, enchufarse en las siluetas confusas de la pantalla. No debe mirarla a ella, porque si lo hace le vendrán la ganas. Es inevitable. La ve acercarse, mascullando algo, seguramente impropio, y la abraza. Ella se deja. Él lo sabía.
Así vuelve a meterse en el perfume de ella. Se aleja un poco y se miran, como si pudieran evitarse la derrota. Se besan, se quitan la ropa. Al verlos así, sin lo periférico, pareciera que se alejan de la caída. Hacen el amor y siempre es distinto.
La cámara, como un humilde homenaje a Enrique Carreras, se dirigirá lentamente hacia la ventana, ya que hogar a leños no hay. No mostrará la guerra que libran ellos para evitar quedar atrapados en la melancolía de lo que ha sido; cómo mueren para poder sobrevivir, aunque sea, por unos minutos más.
“Te amo” dice ella. “Te amo” dice él y agrega “pero no alcanza”. “Sin vos me muero” sigue ella con dulzura. “Y yo, pero también muero cuando estamos juntos”. Ella le enciende un cigarrillo y fuman en silencio, mirando los dibujos húmedos del techo. Y sueñan que la mañana siguiente los despertará distintos.
Si hubiera una voz en off diría, “Si hubiera una cámara, filmaría esta habitación, ya vacía, sin gente, sin esperanzas, sin luchas ni muebles. Si hubiese música sería algo de Pink Floyd, “Wish you were here”, quizá. Después de todo sería la adecuada para un adiós que nunca termina de llegar.

Texto agregado el 23-03-2005, y leído por 99 visitantes. (0 votos)


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