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Pablo Pérez rascaba su barba incipiente con fruición. Miraba las cartas sin figuras de su adversario, y mentalmente calculaba, un cuatro, dos dieces y un seis, total un cuarenta, y repasó aún las cuentas una vez.

- No entiendo como dices ahora que has ganado si tus cartas suman cuarenta. – Dijo Pablo Pérez.

- Son todas pares, por lo tanto se resta un punto por cada par, y quedan treinta y seis, más la media de los dieces, treinta y seis y medio. – Dijo Pablo del Olmo.

Los demás callaban sin mover un músculo. Pablo Pérez estaba convencido de que le estaban engañando. Durante las ocho partidas le habían estado desplumando, una vez unos, otra vez otros, y ahora se encontraba perdiendo las entradas del partido del jueves. Sólo una vez las cartas de sus contrincantes sumaron treinta y seis y medio, aunque no le quedó muy claro de donde salió el medio en cuestión, y el resto de las veces sumaban esa cantidad siempre después de aplicar cientos de reglas y métodos esotéricos, imposibles de ser recordados y aplicados a si mismo.

- Tomad, aquí tenéis las entradas, pero dejo de jugar. Además voy a preguntar si este juego existe y si no existe, me vais a devolver todo. – Dijo Pablo Pérez.

- ¿A quien vas a preguntar si existe?. Es un juego del extranjero. – Dijo Pablo Fino. – Es de Bulgaria.

- Voy a preguntar en la biblioteca a alguien que sepa sobre juegos. – Dijo Pablo Pérez.

- Es un juego moderno. – Dijo Pablo del Olmo que tenía más autoridad en el grupo.

Pablo Pérez se levantó, se acercó nervioso a la barra y detrás suyo quedaron el resto de sus adversarios. Hacía juramentos y lanzaba amenazas en silencio, con sus ojos y sus dedos, que estrujaban un billete de diez euros. Pidió una cerveza, antes de pensar que realmente lo que le apetecía era dar un paseo y alejarse de aquel lugar.

- Dame un billete que no te hayas metido en el culo, capullo. – Dijo el camarero.

- No me lo he metido en el culo, sólo está arrugado.- Dijo Pablo Pérez mientras concentrado desentrañaba el billete. – Mira, son diez euros.

- ¿Y no lo tienes suelto?. – Dijo el camarero con desparpajo.

Pablo Pérez embutió las manos en sus bolsillos y rascó la tela picuda del fondo. Al ver la cara aburrida del camarero, hizo una rascada más evidente y sacó las manos dejando caer virutas y trocitos de algo minúsculo. Buscó en los bolsillos no cosidos de su chaqueta, únicamente para representar bien su papel ante el camarero, porque sabía perfectamente que no tenía ni una sola moneda.

- Lo siento, sólo tengo estos diez euros. – Dijo Pablo Pérez.

El camarero las recogió y se marchó al fondo de la barra donde tenía charla asegurada con el ludópata de la máquina. En la televisión ponían un concurso con decorados coloridos, pero la gente no prestaba atención a nada, ni siquiera a sus bebidas. Pablo Pérez les recorrió con la mirada olvidado ya de las entradas del partido y pensó en porqué todas aquellas personas estarían un Martes a las nueve y media de la noche en un bar como aquel. Todo eran hombres.

Entró una joven mojada por la lluvia mirando a todos con ojos implorantes. Se zarandeó un poco y se acercó a la barra. Abrió su bolso y de él salió un cigarrillo blanco y un mechero con una mano, que se prendió. Al levantar la cabeza se encontró de frente con la mirada de Pablo Pérez y con su turbación, le sonrió y dejó el bolso en la barra marcando la delimitación de su territorio bastante más grande que la de Pablo Pérez. El camarero esperaba a que la joven pidiera, atento a sus maniobras, embebido en la nube de humo que salía del cigarrillo y con las manos sobre la tarima, cerca de los limones.

- Me pone un vermú tinto. – Dijo la joven sin mirar directamente al camarero, que se fue de nuevo hacia el fondo de la barra pero con claros indicios de que su vuelta sería rápida. – Ha empezado a llover de golpe. – Dijo la joven mirando como se había modificado su peinado en el espejo.

- Vaya, no me había dado cuenta de que llovía. – Dijo Pablo Pérez.

- ¿Y porqué te crees que tengo el pelo mojado, cariño?. – Dijo la joven.

Pablo Pérez descubrió que había un malentendido y pensó en la forma de solucionarlo, en construir la estructura de una buena argumentación para que quedase demostrado, sin caer en otro malentendido, que había un malentendido.

- De la lluvia. – Dijo Pablo Pérez de golpe.

La joven le miró deshaciendo la leve sonrisa que le había mostrado y después prestó atención al camarero que ostensiblemente echaba vermú en la copa. Era un hombre gordo y peludo, con una camisa blanca de botones ocultos y remangada en pliegues gruesos. Le acercó la copa a la joven y recogió con un platillo y con un tenedor fino unas tiras blancas de lo que había en una bandeja, eligió tres aceitunas y las colocó sobre las tiras.

- Perdona, pero antes a habido un malentendido. – Dijo Pablo Pérez.

- ¿Qué malentendido, cielo?. – Dijo la joven.

- Yo dije que no me había dado cuenta de que llovía antes de que usted entrase en el bar, pero al entrar me he dado cuenta porque usted estaba mojada y por el ruido de la calle. – Dijo Pablo Pérez.

- No entiendo que me estás contando. – Dijo la joven.

- Cuando me ha dicho que si no me había fijado en su pelo. – Dijo Pablo Pérez.

- ¿Que te he dicho que te fijases en mi pelo? Tú estás loco chico. – Dijo la joven.

- No. Escuche, usted pensó que yo no me había dado cuenta de que llovía hasta que usted me lo dijo, y después dijo que de qué creía que era el agua de su pelo. Es decir, que pensó que yo no sabía que llovía. – Dijo Pablo Pérez.

- Ya. – Dijo la joven.

- Pero es un malentendido, lo entiende. – Dijo Pablo Pérez.

- Si, lo he entendido. – Dijo la joven.

Pablo Pérez sonrió satisfecho y bebió un trago de su cerveza, se rascó la barba incipiente, miró a la joven y bebió otro trago. Estaba decidiéndose por un nuevo tema de conversación. Revisó el día por si había en él algo merecedor de mención, revisó las horas en las que no había hecho nada con la sensación de no estar acordándose algo y en su revisión pasó por El Corte Ingles.

- Hoy he comprado unas entradas para el partido del Jueves. – Dijo Pablo Pérez y empezó a buscar entre los bolsillos de su chaqueta. Abrió la billetera y en ese momento recordó que las había perdido jugando a las cartas. El recuerdo le dolió y guardó la billetera de nuevo.

- Me las ibas a enseñar. – Dijo la joven al percibir que por un momento su interlocutor se había perdido en alguna divagación.

- Las he perdido jugando a las cartas. – Dijo Pablo Pérez compungido.

Ella le miró con una extraña lástima y sin pensarlo exploró su bolso y sacó un pequeño taco de tarjetas brillantes. Las pasó con los dedos hasta llegar a una negra y partió la baraja por ella.

- Toma, una entrada. Con esto te invitan a la primera copa. – Dijo la joven que se bebió el vermú de un trago y exigió al camarero la cuenta. – Está bajando la calle, si te dicen algo pregunta por Valeria. – Y se marchó.

Pablo Pérez miró la tarjeta.

Fuera seguía lloviendo de forma pausada y la cerveza de Pablo Pérez empezaba a caldearse por la acción de sus sudorosas manos, así que pidió al camarero que le diera el cambio de los diez euros. El camarero estaba de cháchara con el ludópata y ni siquiera se inmutó. La segunda vez tampoco, pero después de un rato, en el que Pablo Pérez recapacitaba si acercarse al sector de la máquina o chillar más alto, aún a riesgo de sonar demasiado agudo, el camarero pareció acordarse de algo, porque se dio en la frente con la mano haciendo pantomima, y abrió la caja registradora sacando unas monedas.

Pablo Pérez salió al frío de la calle. Estaba desierta y mojada, negra y brillante. Caminó hacia abajo arropando su cuello con la chaqueta y mirando con los ojos semicerrados una luz parpadeante al fondo. El portero le vio venir y le echó cuarenta años, del tipo borracho despistado, calibró su peso y el volumen de sus brazos bajo la tela y se sintió conforme. Pablo Pérez se acercó y miró desde abajo el letrero luminoso comprobando que se trataba del Disco Pub Morbihan. Sacó su entrada y se la mostró al portero.

- ¿A quien está buscando?. – Dijo el portero.

- No, a nadie. Vengo a tomar una copa. – Dijo Pablo Pérez mirando la tarjeta en las manos de aquel enorme hombre.

- Lo siento, es un club privado. – Dijo el portero. – Esta invitación no vale, es para los viernes.

- Valeria me dijo que preguntase por ella. – Dijo Pablo Pérez con tono dubitativo.

- ¿Qué Valeria?. – Dijo el portero cejijunto intentando unir piezas dentro de su cabeza.

- Una joven morena con el pelo corto.- Dijo Pablo Pérez.

- Venga, pasa. Te tomas la copa y te largas. – Dijo el portero devolviéndole la tarjeta.

Una música sin compás venía de dentro del local y Pablo Pérez se sumergió en una oscuridad cortada por luces que provenían de detrás de la barra, de la misma barra y del suelo. Entre la gente se distinguía un núcleo donde se congregaba la mayoría y sobre el que volaban rayos. El aire era blando, demasiado húmedo. Se acercó a la barra y mostró su tarjeta a una joven guapísima con el pelo verde y una camiseta de tirantes. Mascaba chicle y llevaba un tatuaje de un dragón chino en el brazo. Hizo un gesto de impaciencia.

- Un whisky con hielo. – Dijo Pablo Pérez y la guapísima joven se puso en acción. Parecía una batidora.

Pablo Pérez miró alrededor para ver en que tipo de lugar se encontraba desde una posición más ventajosa que la de recién llegado. Todo eran jóvenes con aspecto hipnotizado que se movían frenéticos. Le atacaron unas imperiosas ganas de mear y le entró congoja de internarse entre tantos cuerpos flacos donde se haría evidente su presencia. Tomó un trago y empezó a avanzar dejándose llevar por los bailes y cruzándose entre cabezas, gestos y miradas perdidas, algunas asombradas.

- Caramba. Si has venido, cielo. – Dijo Valeria.

- Uf, hay mucha gente aquí. – Dijo Pablo Pérez.

- Sí, mucha marcha. – Dijo Valeria dando botes.

- Perdona. ¿Dónde están los aseos?. – Dijo Pablo Pérez.

- Al fondo, no te pierdas. – Dijo Valeria pasando a ignorarle repentinamente.

Pablo Pérez siguió avanzando y meó pensando en Valeria y en el alivio de su vejiga. Comparó a Valeria con la joven que le había puesto la copa y aunque no fuera tan guapa, la evidente diferencia de accesibilidad le hizo quedarse con Valeria. Se cerró la bragueta y salió en su busca. Ella bailaba entre unos chicos muy altos y guapos. Parecían todos de plástico, enfundados en camisas galácticas y con el pelo corto.

- El portero no me dejaba entrar y le dije tu nombre. – Dijo Pablo Pérez intentando romper la distracción de Valeria en el baile.

- Te lo dije, el portero es un gilipollas. – Dijo Valeria.

- Me dejaron entrar porque les dije que te conocía. No te importa, ¿no?. – Dijo Pablo Pérez.

- El portero es un gilipollas, ¿verdad?. – Dijo Pablo Pérez mientras Valeria seguía bailando espasmódicamente. Él bebió un trago de su whisky que le rascó la garganta.

- ¿Vienes mucho por aquí?. – Dijo Pablo Pérez.

- Esta bien este sitio aunque la música está un poco alta, ¿no?. – Dijo Pablo Pérez.

- Tómate esto. – Dijo Valeria mostrándole una pequeña pastilla que tras valorarla cortó en dos.
Pablo Pérez la miró y fue consciente de que aquello era el éxtasis del que hablaban los telediarios y se sintió forajido, después pensó en que era una encerrona de las que había visto en las películas. Valeria se metió una de las mitades en la boca y bebió de su copa, lo que le hizo pensar a Pablo Pérez que ella no podía ser policía porque él también la podía denunciar ahora. Sonrió ante la complicidad nueva y cogió la pastilla sin pensarlo. Los telediarios volvieron a su mente y trató de recordar qué terribles secuelas dejaba esa pastilla o qué devastadores efectos le llevarían a la locura.

- Te la metes en la boca y bebes un trago. – Dijo Valeria sin detenerse. – No es nada, sólo te hará bailar. – Pero él seguía indeciso. Valeria le dio un beso en los labios y Pablo Pérez sin pestañear se puso la pastilla sobre la lengua y bebió un largo trago de su whisky. Valeria le dio otro beso, pero esta vez en la frente y le ignoró de nuevo.

Pablo Pérez empezó a ponerse nervioso y arrepentirse de haberse tomado la pastilla. No se explicaba como había sido capaz de hacerlo. Miró a ver si sentía ganas de vomitar pero no consiguió un gran resultado y recordó que los éxtasis tenían un efecto impredecible con alcohol, vio su copa medio vacía y se alarmó. Fue a dejar la copa en la barra y a tranquilizarse, a respirar e idear excusas. No había notado la pastilla al tragar, quizá se le cayó de la boca. Sonrió. Y aun habiéndosela tragado era demasiado pequeña, él pesaba más que cualquiera de aquellos jóvenes y sabía que algunas medicinas estaban en función del peso, o eso creía saber.

De algún sitio de la pared salían luces de láser verde que zigzagueaban por las cabezas. La potente luz dejaba ver todo, hasta los pies en un latido acelerado que no permitía distinguir nada concreto. Por encima de Pablo Pérez había unos descomunales altavoces y más allá, en la oscuridad, se distinguía un acabado de ladrillo y tuberías. Dentro de esta contemplación se dio cuenta de que la música no era tan estridente como al entrar, o bien porque se había quedado un poco sordo o porque sin duda habían cambiado, y ahora era una música adecuada para las luces, un latido zigzagueante. Pensó de nuevo en la pastilla y se alegró de no tener ningún síntoma, sonrío, se encontraba bien y parecía que todo aquello tenía el mismo ritmo que su ánimo. Aunque siempre le había dado vergüenza moverse, incluso cruzar la mesa con un brazo, al ver a todos ensimismados en sus propios bailes comenzó a mover los hombros de lado a lado, después la cintura y sonrío.

Había una pinchadiscos en el centro de la pista, protegida por muros y cristales, que estaba controlando las almas de los que allí bailaban, fundiendo los movimientos de sus cuerpos y dejándoles al límite de explotar, haciéndose esperar, esperando, les bloqueada en un pequeño espacio hasta que no bailaban, sólo vibraban, y entonces les soltaba la potencia de un sonido nuevo y un nuevo compás tremendamente rápido y ascendente, que subía durante siglos hasta llegar a una explosión atronadora donde la gente se transformaba en un oleaje frenético. Eran siluetas negras inmersas en algo que les sostenía y que brillaba como un flash. Pablo Pérez saltaba sin la chaqueta y con la camisa casi desabrochada bañado en sudor, miraba alrededor dejándose seducir por las luces, por los rostros parpadeantes que no le miraban y podía sentir la energía contenida en su pecho, era libre de la noche, de las entradas para el partido y de la vuelta a casa.
Valeria hablaba con unos jóvenes haciendo trapicheos. Miró alrededor y se acerco a Pablo Pérez, le cogió del brazo y fueron a la zona de la entrada, junto a la barra, donde la música atronaba con más suavidad.

- Dame veinte euros para pillar speed, cariño. – Dijo Valeria pero Pablo Pérez no podía parar de bailar y estaba deseando volver a la música, allí en la barra todo estaba muerto.

- Son para la bajada de la pastilla, si no te metes un speed ahora te amuermas, cielo. – Dijo Valeria mirándole.

Pablo Pérez sabía que ella le pedía dinero pero no sabía cuanto, ni tampoco cuanto tenía él, así que le dio la billetera a Valeria. Ella cogió veinte euros de los cuarenta que tenía Pablo Pérez, pero de esto él no se dio cuenta, simplemente volvió a meter la billetera en el bolsillo de su pantalón. Cuando ella se fue, no sabía si debía esperarla, seguirla o irse de nuevo a bailar, así que se decidió por lo último y volvió a sumergirse en una más conocida masa de gente y destellos.

Las paredes palpitaban y él estaba justo en el centro de la palpitación. Miró a la pinchadiscos que tenía unos auriculares casi tan grandes como la cabeza y hacía movimientos de vaivén intercalados con algún baile místico. Sus finos brazos se deslizaban por una zona que Pablo Pérez no podía ver y que imaginaba llena de botones y de señales luminosas de lo que estaba pasando en cada compás. Su cuerpo marcaba el inicio de cada cambio y un instante después su música había logrado que todos la siguieran.
Unos jóvenes imitaban los frenéticos movimientos de Pablo Pérez, los mismos jóvenes con los que Valeria hablara y se hacían los encontradizos, topaban con Pablo Pérez y se reían. Hicieron un corro alrededor suyo y él bailó con ellos. Pablo Pérez se sumergía en la música y surgía de nuevo viendo a un joven que le miraba y le sonreía, él sonreía y se volvía a sumergir sin estar seguro de saber si siempre era el mismo.

- Tronco, ten más cuidado donde pisas. – Dijo un joven con mirada amenazante.

- Perdón, ha sido sin querer. – Dijo Pablo Pérez risueño.

- Te voy a partir la cara.- Dijo el joven.

Pablo Pérez decidió que las cosas se estaban poniendo incomodas y que nunca conseguiría llegar a razonar con aquel joven con cara de criminal así que se apartó, pero el joven le siguió.

- ¿A donde vas, capullo?. – Dijo el joven y Pablo Pérez le escuchó como si no hubiera música, en un silencio sepulcral que se transformó en un escalofrío que le debilitó las piernas.

Nadie veía nada de aquello, todos permanecían hipnotizados como en una película sin color, todo blanco y negro. La música volvió en un golpe sólido mostrando la agitación de los cuerpos, el silencio se terminó y Pablo Pérez se encontró encerrado.

- Pablo. Tranquilo, no sé porqué tienes que ir pegando a todo el mundo. Este pobre hombre no te ha hecho nada, déjale en paz, no ves que es un pringao. – Dijo Valeria al joven.

El joven la miró y dentro de un respeto lascivo se dio la vuelta y volvió con sus amigos. Valeria cogió a Pablo Pérez del brazo y lo llevó hacia la salida.

- No se te puede dejar solo cariño, te metes en líos. – Dijo Valeria.

- Yo no he hecho nada, solo bailaba. – Dijo Pablo Pérez.

- Anda, vete ya a casa, te acompaño afuera. – Dijo Valeria. - ¿Dónde está tu chaqueta?. – Y Pablo Pérez se sumergió una última vez en la pista vibrando incontenible, cogió la chaqueta y en un único recorrido salió.

- Mira cielo, hace un día muy bonito, vete a tu casita dando un paseo y verás que bien vas a estar. Es muy tarde para ti. – Dijo Valeria.

A Pablo Pérez le pareció que realmente hacia una mañana espléndida, todavía con la luz grisácea de los primeros movimientos, aire de despertar, y caminó calle abajo en la frescura que había dejado la noche.

FIN

Texto agregado el 23-03-2005, y leído por 84 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-03-2005 Una buena narración que me deja un tanto perpleja. Me da lástima Pablo Pérez. mariasol
 
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