Terence y Harlem contrajeron matrimonio a la temprana edad de catorce años. Malvivían recogiendo algunas monedas y arapos del suelo de la ciudad, que gastaban a continuación en hermosos trajes de luz y algunas baratijas.
Terence descubrió una noche unos bonitos zapatos de estrella y decidió trabajar los fines de semana en un local nocturno de dudosa legalidad.
Harlem que desconocía el poder de la palabra halló entre cajas y niños abandonados algunos libros sobre la construcción de empresas.
Quince años después algunos de sus hijos, que fueron criados de forma aceptable emrpendieron su busqueda del estado de gracia iniciando su camino por las calles de Londres. Algunos años después, tan solo dos de los tres cayeron en manos del alcoholismo Y como si esto fuese algo tremendamente malo, Terence decidió abandonarlo de sus condiciones y regresar al antiguo mundo que alguna vez forjó, entre arapos y gusanos, algunos cartones plegados y cientos cientos de mirones, que silbaban por ver sus tacones.

Como tantos otros cafés y vendavales, las puertas abiertas se abría en pares.
Se corren telones y surgen los hombres, vestidos de arapos contando botones.
De piernas y brazos y caras bien largas se oyen chirridos que llegan al alma, tan simple, tan simple y barata y barata...que ya solo insisto...¡De llorar entran ganas!