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El Fuego en Cada Gota por Esteban M. Landucci.

El niño despierta cada día y lo primero que hace es mirar a través de la ventana, para asegurarse de que no este lloviendo. No lo hace para saber si puede salir a jugar, como el común de los niños, sino por simple miedo.

Quizás nunca sepa por que ese escalofrío mortal recorre sus venas hasta hacerle apretar los dientes y latir las sienes cuando ve caer agua del cielo. Simple e inocente agua.

Recuerda que antes de temer al fruto del cielo que calma la sed lo horrorizaba la idea de caer en las garras de la criatura mitología que acechaba la jungla cercana a su aldea a la espera de algún niño que no quisiera ayudar en los trabajos del hogar y los insignificantes cultivos. El abuelo Shung Len Cheen le contaba la historia de los niños de la aldea que habían sido devorados por La Pereza -tal era el nombre de la bestia atroz- esperando poder criar a su nieto fuera del vicio de la ociedad. Sin embargo la única bestia que quitaba vidas despiadadamente en aquellos parajes era el hambre.

Aun así aquel temor ya tan lejano en el tiempo y los hechos no se asemeja al temor doloroso, casi insoportable por la lluvia. Cada sonido de una gota resquebraja en ardor su cara. Los únicos reflejos que le permite este dolor son hundir la cara -lo que queda de ella- en la almohada y colocarse los audífonos preparados de antemano para estas situaciones.
Durante breves segundos en los que la lluvia golpea en el borde de su ventana, algunas imágenes aparecen en su mente, detrás de sus ojos, como el haz de luz de un proyector. Las imágenes le muestran, le explican; pero él no ve ni entiende.
No parece una de esas “películas” de las que hablaban los extranjeros que a veces iban a la aldea. No; esto no es una película, porque el sujeto de aspecto importante que vestía de colores apagados, tenia varias estrellas en el pecho y era tan amigable con los niños de aquella aldea, en la que todos tenían la forma de los ojos muy diferentes de a la suya; ese señor que les habia contado sobre las cosas magias que ocurrian el otro lado del mundo, les habia dicho que las películas tenian vida y hablaban como todos notrosos. (¿Cómo se llamaba aquel buen señor?). Pero, si no son películas, ¿qué son? Si el único sonido que se escucha es la música de la lluvia, incesante, abrasadora. Como fuego.

Ve gente corriendo, abriendo sus bocas como queriendo dejar escapar el alma en un grito que nunca llega a sus oídos. Ve esas caras gesticular, las bocas moverse llenas de impotencia por no poder hacerse escuchar, como detenidos en el tiempo. El niño solo escucha la lluvia. Solo siento el fuego en cada gota.

El punzante dolor lo devuelve a las sabanas y la almohada, y de repente, aun inestable, a focos de luces por todos lados, y de nuevo el fuego. En cada techo de la aldea, en cada mano que pide ayuda, en cada árbol de su selva, de su país. El único pensamiento que logra hilvanar antes de que la razón lo sepulte nuevamente en la cama, es “quieren matar a La Pereza”.

Despierta. Su cara arde, ya conoce la sensación. No es dolor físico, sino desde adentro. Los recuerdos parecen querer salir desde el interior de su cráneo, a través de lo que eran sus poros faciales, desgarrando una a una sus neuronas. Pero esta vez no busca, siquiera con la mirada, los audífonos. Esta vez quiere ver mas allá en las imágenes. Recordar por que murieron el y su cara.

La lluvia se intensifica en las afueras del hospital. El techo encuentra alivio al eterno calor al que esta condenado, así como el ardor que el niño esta condenado a sufrir con cada gota que riega los campos devastados de esa región.

La lluvia toma nuevas fuerzas, la sabana se deshace y aparece la imagen de una mano. Una mano conocida, la de uno de sus ocho hermanos, separada a un metro y medio del cuerpo de este, que aun tiene fuerzas para decir, aunque la ausencia del sonido solo permite que un lejano quejido resuene en la mente del niño, “Fuego, fuego como agua”.

El niño no entiende estas palabras pero de alguna manera intuye que tiene que correr y doblar tras esa casa. En las imágenes mentales solo corrió 5 segundos, pero algo le hace ver que esta mas lejos: aquí no hay fuego, pero si hay sonido. De hecho un sonido particular llama su atención, entre las bombas que antes había conocido como focos luminosos. Un sonido que esta a sus espaldas. Al voltear, su mirada va a parar a la dentadura perfecta y blanca del hombre de colores apagados (Aun no puedo recordar su nombre), solo que su sonrisa es distinta, no ya amistosa sino demencial. Esta vez no brillan sus ojos de alegría, como al ver la admiración de los niños por su descripción de las películas. Estos ojos lucen más sinceros en él.

El uniforme con estrellas en el pecho se esta elevando, al tiempo en que cesan todos los sonidos, a excepción de su voz dirigida a una radio...
- We’re leaving the area. You can open fire now. Out.-
El silencio es ahora absoluto, ni el más mínimo ruido acontece.

El niño nota como todos los futuros cadáveres que lo rodean alzan su vista hacia el cielo. Y él sabe que no debe mirar, que esta ahí. Pero es un recuerdo que eligió volver a vivir, y ya no quiere volver atrás.
Su mirada encuentra el cielo azul y despejado, como acostumbra en esa época del año. Todo seria tan hermoso esa tarde, si no hubiera un miedo tan latente en sus huesos. Nadie hubiera pronosticado lluvia esa tarde, sin embargo la lluvia va a tener lugar.

Ese ruido que acaba de percibir en el inmenso silencio no es un trueno. Es constante, no como los ruidos de tormenta, sino como un motor.
En cada cabina de los aviones que están apareciendo en el cielo detrás de la espalda del niño, puede observarse una sonrisa demencial.
Las sabanas están caídas a un costado de la cama, apenas despertó se dio cuenta que ya no respira. Puede ser este un buen momento para colocarse los audífonos. O puede serlo para saber quien, por qué, cómo... Tal vez pueda seguir sin respirar unos segundos mas.

En la sonrisa de metal apretada con fiereza puede leerse Uncle Sam ARMY. (“Sam, cierto. Así nos había dicho que lo llamaban sus amigos. Y cuando le decíamos ‘Mr. Sam’ nos pedía que lo llamáramos Tío”). Pero... ¿por qué esta tan contento el Tío Sam, y que es lo que cae de su maquinaria ruidosa con alas?.
La lluvia cae desde cada avión idénticamente, abrasadoramente. Curiosa lluvia esta que deshace las cosas a su paso. Es una lluvia de fuego y esta a solo un segundo de tocar la cara del niño.

Lo despierta el propio recuerdo. El sonido de la lluvia ha sido reemplazado por el descontrolado ruido de un aparato clínico que esta cerca de su cama.
Sus ojos están en blanco, su mirada perdida. No respira; ya no volverá a hacerlo.

Hung Len Cheen murió de un paro cardiorrespiratorio a los 10 años, una mañana de lluvia de 1964, en un hospital militar de Vietnam que se caía a pedazos y alojaba a otros 43 niños con la misma enfermedad que Hung: haber vivido una guerra.

Texto agregado el 30-03-2005, y leído por 290 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-03-2005 muy buencuento! en verdad me agrado mucho!!! callitlitzin
 
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