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PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN NEW YORK

Original de Carlo Tegoma.

Las calles oscuras se iluminaron, los focos encendían sus llamas más aprisa ante la algarabía, los anuncios luminosos no impedían que curiosos y transeúntes dirigieran sus miradas hacia el foco de atención de esta historia: un viejo predicador anglicano parado sobre una tarima con un altoparlante en la mano y una Biblia en la otra. ¿Sus espectadores? Niños sin quehacer, adultos saliendo de horas de trabajo, vagabundos neoyorquinos (haciendo alusión a la tan conocida canción de Frank Sinatra), prostitutas disfrazadas de gente decente y jóvenes, si, jóvenes, los otros protagonistas de ésta historia.
“Dios salva, Dios sana”, “Ven y entrégale a El esa enfermedad”, “Rinde tu corazón, no esperes más”, eran las frases utilizadas por nuestro amigo predicador. Y entonces vinieron los milagros, aún la gente que no practicaba doctrina alguna se acercaba con curiosidad, y había quienes les pedían que orasen por sus enfermedades y achaques padecientes, él obedecía en orar por quien fuese. Un cojo empezó a brincar, una señora ciega recobró la vista, un mudo empezó a gritar y después cantaba salmos e himnos. Aunque, había quienes dudaban y no estaban del todo convencidos, algunos en particular.
“Eso es trucaje, una farsa”decia uno, “Así es, yo conozco estas cosas, a esa gente que parece sanar les dan dinero”, adujo otro, “Tengo una idea”, repitió otro “Que uno de nosotros se finja muy grave, lo llevamos con el predicador y cuando él ore les diremos a todos que esto es puro teatro, que es mentira y que el viejo nos pagó para que les pueda sacar dinero” , todos estuvieron de acuerdo, risitas e ideas empezaron a circular; ellos eran los habitantes de las calles, los que se emborrachan y fuman de todo por las esquinas, los que matan y apuñalan si eres negro o latino, y las mujeres que con su cuerpo obtienen para sus drogas, y ahora están allí, dispuestos a desenmascarar a un viejo predicador que en nada les ha ofendido. Uno de ellos se colocó en un viejo tapete improvisado de camilla, le colocaron agua en la cara y él, en su farsa, empezó a actuar como si tuviera dolores.
Empezó el teatro. “Predicador, predicador, sane a mi amigo, está gravemente enfermo”, la gente se empezó a acercar un poco más esperando la reacción del predicador ante la vestimenta y actitud de los vándalos. “¿Que es lo que tiene?”, les preguntó, “Hace Días que está muy mal y al escuchar su plática pensamos que usted podía sanarlo”. Todos los presentes veían la reacción de nuestro amigo el predicador. Pero el no dijo una palabra más, estaba temeroso, no quería problemas, pero sabía como era esto; un día dices que Cristo te ama y al otro día ese misma persona te asalta y te apuñala, prueba de ello era la cicatriz de su mejilla izquierda.
Los muchachos seguían dando explicaciones al anciano, pero él parecía que no iba a hacer nada por ellos; en la parte de atrás, algunos de los involucrados en el numerito reían y celebraban intercambiando sus botellas de mano en mano.
El predicador se dio cuenta que no tenía otra opción que hacer lo que ellos le dijesen, de lo contrario podría estar en un gran problema. Respiró profundo, se acercó al joven y tomo una decisión. “Lo siento muchachos, pero yo no puedo hacer nada”, “¿Por qué?”, preguntaron casi a coro, el predicador veía la reacción desaprobadora de algunos presentes. “Si dice que Dios sana y que Dios salva, lo creemos, pero ¿Por qué hará diferencias entre ellos y nosotros?”,” ¿Acaso su Dios no ama a todos por igual?”, argumentaron todos. “De verdad, jóvenes, quiero que me entiendan, yo no puedo hacer nada”. Los jóvenes empezaron a desesperarse, el viejo debía decir que sí o todo el plan se venía abajo. Uno de ellos mostró un rostro más agresivo; el anciano retrocedió, se acercó el joven a él y le tomó fuertemente del brazo en determinante actitud amenazadora, “Queremos que sane a mi amigo y eso usted va a hacerlo”. “No puedo, de verdad, no puedo”, “¿Dénos una buena razón?”, gritó uno de entre la gente; el anciano predicador se acercó al joven envuelto que la hacia de enfermo; “Porque aunque yo quisiera y por mucho que orara, no sé si mi fe bastara – En ese momento destapó al muchacho – No sé si bastará para revivir a un joven que ya está muerto”.



Copyright by Carlo Tegoma
ISBN 800422-21

Texto agregado el 30-03-2005, y leído por 695 visitantes. (1 voto)


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