Su pelo negro ahogaba mis sentimientos más perversos. Unas suaves facciones algodonadas me perturbaban ligeramente, o quizá fueran sus ojos. Esos ojos azules, o verdes, o grises, aceleraban el ritmo de mi incauto corazón, esos labios rosa pastel, dibujaban una suave sonrisa en el aire, una inefable sensación de paz invadía mi alma al observarla. Se desvanece su imagen, y grito. Un poderoso grito surge de mi maltrecha garganta al ver que la pierdo...

Frío. Un sudor frío recorría todo mi cuerpo. Había estado dormitando intranquilo mientras malos sueños que no recordaba asolaban mi mente. Un escalofrío traspasaba mi espinazo. Entraba un gélido aire por una pequeña rejilla encima de mi cabeza, la mortecina luz de la pálida luna llena se filtraba por ésta. Estaba situado en una estancia rectangular, de unos veinte metros cuadrados. Sus paredes eran grises y gruesas. Unas preocupantes grietas amenazaban con partirlas. El techo, demasiado bajo, había sido blanco en una época mejor; ahora, un indescifrable color se asomaba tímidamente. Dos tablas que hacían de camas se apostaban en cada uno de los extremos del estrecho habitáculo. En la tabla opuesta a la mía dormía indefenso un tipo de desaliñado aspecto. Unos suaves ronquidos surgían de una boca abierta que rezumaba una espesa saliva. Unos potentes músculos asomaban por su camiseta, mas así dormido, parecía no haber roto nunca un plato y bien podría haber sido así, si no hubiera sido porque estábamos en la oscura y gélida celda del penal en una fría noche de otoño.