Ojala te choques con un teléfono, te lo lleves por delante como si fuese transparente, ojala uno de esos cúbicos aparatos se te cruce en tu nuevo y distinguido camino y te produzca una lesión que no sea cerebral, una lesión que te permita recordar mi número, si, mi número, mi número de siempre, el mismo que no olvidaste, el mismo al que hasta hace un tiempo llamabas casi a diario para compartir una charla o una idea, para pedir te diera un consejo o una mano, para pactar el horario de un café o de una cerveza.
Pero se ve que los kilómetros que nos separaron -decenas o miles, lo mismo da- me han trasformado en un ser insignificante a tus prioridades. Se ve que tu viaje me volvió de repente una persona que no merece más tu atención, como si me hubieses metamorfoseado en tu recuerdo hasta volverme un ente anónimo, un cualquiera, uno de los ignotos y vetustos habitantes de tu pasado, un vecino del barrio que no vale ni una moneda de centavo para preguntarle cómo anda, para decirle que estás vivo, para escuchar su voz.
Se ve que no justifico ni dos líneas en una carta, ni un rayón en una postal, ni un saludo de un tercero, ni la saliva que se gasta en una estampilla. Me he vuelto para ti una conocida persona desconocida.
Ojala te choques con un teléfono y el golpe te haga recordar que fui tu apoyo incondicional, que vivimos en estas tierras codo a codo, minuto a minuto, compartiendo sueños y desazones, asombros y emociones, repartiendo panes y monedas, dolores y miserias, entretejiendo nuestras biografías como raíces de un mismo árbol.
Ojala te choques con un teléfono y necesites ayuda, y no tengas más remedio que llamar al pasado, al fracaso, a mediocrelandia, a este pueblucho que te avergüenza, al origen oculto e indecoroso de tu sangre, de la misma sangre mundana y chabacana que te manará a borbotones por la herida.
Ojala te choques con un teléfono y te produzcas una lesión que no sea auditiva, así podés oír bien clarito como te mando a la mismísima mierda.
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