Terminando un año, pero no un proceso, ni mucho menos, un vínculo tan lindo y puro como es, más que con los niños mismos, es una relación directa con la infancia, esa olvidada pero a la vez añorada etapa de la vida, que lamentablemente a raíz de los tiempos modernos se acorta cada vez más, y me atrevería incluso a decir que se le desvaloriza muchos aspectos, sentimientos, comportamientos y pensamientos, dignos de ejercer sin prejuicio alguno, en cualquier edad y etapa de la vida. Así con este sentimiento de felicidad y amargura, me encuentro con la dicha de reencontrarme por un lado con la infancia que poco a poco se va olvidando y por otro, el sentimiento de tristeza, con el cual me doy cuenta de que al ir creciendo vamos perdiendo algo tan vital y necesario como la niñez. Tomando así, la postura del payaso feliz, comportándose con soltura y alegría al ser como un niño, pero que cuando vuelve a la realidad y sale de ese papel, se da cuenta de lo melancólico que es la vida sin alegría y que necesita actuar para recuperar ese sentimiento distinto y ajeno a lo común de la vida cotidiana y establecida en estos tiempos modernos.
Esto me a llevado a descubrir que es absolutamente necesario el darme cuenta, el darnos cuenta, que no necesitamos pintarnos la cara para llevar ese payaso, ese niño dentro, ese niño nuestro. Mientras tanto preparare mi función.