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No puedo más con esto, llevo más de quince días en está situación, siempre creí que al mirar por mi ventana tenía una pequeña metáfora de la vida, pensaba y pensaba, y acomodaba todo a mi antojo, pero esto es demasiado.

Los últimos días antes de que apareciera este singular héroe, miraba con un presentimiento casi morboso, pero nada duradero pasaba.
Y ahora bien, no puedo dormir, tengo que pasar horas y horas viendo a este indigente a través de mi ventana. Los primeros días lo veía acostado a los pies de la casa de Dios en a tierra, y no pensaba mucho en él, pensaba en la hipocresía, de la iglesia, que ya es tan descarada que casi deja de ser hipocresía para tener una sola cara, la de la mezquindad, El primer día lo vi por 1 hora, a las 6 de la mañana llegó el encargado de llevar la palabra de Dios en la tierra, el sacerdote de la iglesia, lo despertó con 2 patadas y lo votó de las escaleras, ese día maldije mucho a ese sistema egoísta e hipócrita simoniaco.

Los 7 días siguientes, ahí estaba yo, observándolo de nuevo, esos días se arropaba con la victoria 2 a 0 de Argentina, con el nuevo libro de Paulo Cohelo, con el quebranto del papa, con el alza del petróleo, pero dormía bien, quien no va a dormir bien cobijado por tan sacros acontecimientos. Yo lo miro y lo miro, 3 de la mañana, empieza a llover, 4 de la mañana de sienta y se toma un trago de algo, se acuesta de nuevo, 5 de la mañana, empieza a recoger su pequeño nido, lo envuelve todo, se levanta y se aleja caminando, cual Caracol con su casa al hombro.

12:00 a.m. lo veo llegar, arma su hogar en los pies de la iglesia que se rindió, primero el costal, después los periódicos, después la botella. Finalmente se acuesta, yo me voy a mi cocina, le preparo una pasta bien resuelta y me dispongo a llevársela, cuando voy saliendo de mi casa, me asomo por la ventana para verlo, dormía placidamente, no lo quiero despertar, es de mala educación y podría molestarse, de repente me doy cuenta de que no lo conozco, y no se como va a reaccionar. Guardo la pasta en la nevera y decido conocerlo. Lo miro, lo miro, y empiezo a conocerlo, se llama Ludovico tiene casi 40 años, aunque bien podría aparentar un lustro de su vida, sus conocidos le apodaron hace años “el Risas”, porque antes de que se aislara a ese lugar seguro en su cabeza -que solo pertenece a él- se reía de todo y de nada al mismo tiempo, sabio filósofo de la vida, cuando no está abstraído en la más profunda de sus “realidades” le gusta mirar el cielo, no sabe porque, pero el azul intenso le recuerda algo, tampoco sabe que es, pero lo llena de paz, la sensatez hace años que se fue de su vida, pero durante segundos en más lucido que la humanidad entera, cuando interrumpen su enajenamiento es bastante agresivo, como un híbrido entre niño inocente y animal condicionado, murmura cosas cuando ve los carros, es que ya lo han atropellado varias veces y eso es muy incómodo para él.
Su pasatiempo favorito es mirar los zapatos de la gente, le encanta seguirlos con la mirada, y ver lo que hay en el piso, A igual que a Antoine ama ver los papeles juntó a los charcos, se acerca, ve una hoja rayada, sin duda de un cuaderno de escuela. La lluvia la había empapado y retorcido; esta llena de granitos e hinchazones como una mano quemada. La línea roja del margen, desteñida, había dejado una sombra color de rosa; la tinta estaba corrida en algunos lugares. La parte inferior de la hoja desaparecía bajo una
costra de barro. Se inclina; ya se regocijaba pensando en tocar la pasta tierna y
fresca que formaría entre sus dedos bolitas grises...

Le gusta mucho recoger las piñitas, los trapos viejos, sobre todo los papeles.
Le gusta agarrarlos, cerrar su mano sobre ellos; por poco se los llevaría a la boca como los niños. Se aísla levantando por una punta papeles pesados y untuosos, pero probablemente sucios de excrementos. A veces se encuentran en la grama, pedazos de periódicos que el sol ha cocinado, secos y quebradizos como hojas muertas, tan amarillos que se dirían pasados por ácido pícrico.

En diciembre es feliz con los regalos que le obsequia el ir y venir de la gente, montones de papeles aplastados, sucios; vuelven a la tierra. Otros nuevos, y hasta lustrosos, blancos, palpitantes, se posan como cisnes, pero la tierra ya los deshace por debajo. Se retuercen, escapan al barro, para ir á aplastarse un poco más lejos, definitivamente. Le parece lindo recoger todo eso. A veces los palpa simplemente, mirándolos muy de cerca; otras los rompe para oír su largo crujido, o bien, si están muy húmedos, les prende fuego con mucho trabajo, después se limpia las palmas de las manos embarradas en una pared o en el tronco de un árbol, y continúa su caminos bastante satisfecho, El risas sólo es feliz cuando se encuentra aislado en su mundo, ese mural irrompible con un pequeño ángulo de luz.

Bien ahora que lo conozco puedo irme a dormir.

2 de la mañana de otro día: me despierto porque tengo mucho frió, me levantó busco otra cobija y me arropo, empiezo a pensar en “el risas” y ya no puedo dormir más, pienso en el frío que debe tener el risas, buscó una cobija vieja y me dispongo a llevársela, nada, tampoco hoy pude, ahora le tengo miedo.

Han pasado 15 días y el risas se ha vuelto mi insomnio, mi obsesión, me acuesto a dormir, hace mucho calor, me da sed, y me paro a tomar agua, mientras tomo, pienso si el Risas no tendrá sed también.

Lo miró, no entiendo nada, o no veo bien, está acostado de una forma muy rara, no sé donde está su cabeza y dónde están sus piernas, hoy tiene una manta, se mueve mucho, parece un gusano, miro y veo varias formas, veo una que podrían ser sus piernas, pero también podría ser su cintura ya que está sentado leyendo, se sigue moviendo, ahora entiendo menos, se sigue moviendo, he visto tanto que la imagen perdió sentido, veo sus piernas o su cintura, algo detrás de él –o lo que yo creo que es él- se mueve, creo que está con alguien más, no son sus manos, ahora creo que me mira, que me mira y piensa, ese filósofo sabio me tiene lastima, piensa en mi, el también trata de imaginarse mi vida. Algo más se mueve, es una manta rosada, o es una bebe, no sé que es, yo sigo mirando la iglesia que tengo al frente, y a sus pies veo “al Risas”, y me pierdo en la cruz de la iglesia, y el se pierde en mi balcón, en este momento yo soy más iglesia para él que nadie, y el es una iglesia para mí, desde arriba lo miro, y el me mira desde abajo, cree que soy Dios (Naturalmente cree eso, lo he visto con sed, con hambre, y no he hecho nada para ayudarlo –y no crean que no me siento mal por no haberlo hecho – pero eso el no lo sabe), se sigue moviendo y ahora veo en él otra posición, no sé si me mira, pero lo que sé es que han pasado 3 horas y no deja de moverse, no entiendo nada.

Repentinamente me escondo, tiene un momento de hombre, creo que me odia, “no es suficiente maldito vivir como vivo, encima soy victima de las miradas en mi desventura” piensa en un momento de “lucidez humana”, tengo miedo, no quiero que se vaya…


31it3

Parte de una oda a La Nausea de Sartre de un taller.

Texto agregado el 04-04-2005, y leído por 203 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
31-03-2007 una realidad expuesta ,entretenidamente en este relato. remi_dee
04-05-2005 Que buen relato acerca de tu "hombre de papel", al haberle quitado su condición de invisibilidad y penetrar en un mundo donde todos aunque sabemos que existen, pretendemos fingir que no están ahí... --Vincho--
 
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