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Dios, sólo dame una señal


Llega a la parada con paso rápido y mirada distraída. Piensa en el itinerario, en la hora, en lo tarde que se hizo. Es tan sólo un día más de trabajo y rutina. Eso piensa.
Fija su atención en la avenida. No se ve venir ningún ómnibus. Abandona la acera y se aventura algunos pasos en la calzada, para mirar nuevamente a la distancia, como si eso aumentase su visibilidad. Vuelve a la acera, y, para calmar su nerviosismo, dirige su atención a las personas que aguardan en la garita. Está el veterano de saco marrón, con cara de resignación. También la gorda que vive en la otra cuadra de su casa. Una señora con un niño de unos cinco o seis años. Una... ¡Una carita decididamente linda! ¡En qué pensaba, que no la había visto!
Disimuladamente da un par de pasos al costado, buscando una mejor perspectiva. Entonces su vista recorre todo el cuerpo de la joven, hasta detenerse nuevamente en la cara. ¡Es muy linda! – se dice. Es uno de esos rostros que, con sólo encontrárselos, son capaces de destruir la rutina de todo un día.
Por unos instantes tan sólo la contempla. De pronto algo se le cruza por la mente. ¿Por qué no acercársele? ¿Por qué no decirle algo? ¿Por qué no intentar ese cambio, tan postergado, en su rutina?
¡Es una locura! – Lo sabe bien. ¡Él no es así! No podría decirle nada. Se quedaría mudo ante la sola idea de enfrentarse al ridículo. Además ella ni siquiera le ha dirigido la mirada.

A la parada han llegado varias personas. Un señor demasiado alto se detiene en el lugar menos apropiado. Una anciana le corta el paso hacia una mejor ubicación, y por si fuera poco, le pregunta algo sobre los ómnibus que han pasado. Y justo entonces, en medio de toda esa confusión, cree percibir la mirada de ella. Claro que no está seguro. ¡El gigantón se puso en el medio! ¡La vieja no encontró mejor momento para preguntar! Pero él sintió su mirada, y buscó inmediatamente su rostro, que, justo en ese instante, volvía a su posición anterior, como huyendo de sus ojos.
¿Será posible? ¿Será una señal de que algo nuevo va a ocurrir en su vida, después de tanto tiempo de vivir refugiándose en la rutina del trabajo?
¡No seas ridículo! – se dice. No te das cuenta que se va a tomar el primer ómnibus que pase, mientras vos te quedás en la parada, como un estúpido, esperando el tuyo. No te das cuenta que no te da el tiempo para entablar una conversación mínimamente coherente. Sería diferente si subiesen al mismo ómnibus. ¡Eso si sería una señal!
Entonces puede ver como se aproxima el tan temido vehículo. El que a él no le sirve. El que la convertirá a ella en el más bello de los recuerdos de los últimos tiempos.
Pero ella no se inmuta. Sus ojos color miel, inmensos y expresivos, se mantienen fijos, observando la avenida. Y así siguen mientras se suceden los ómnibus y las personas parten y arriban. Y él siente su corazón latir más aprisa. Y ella aguarda, con su mirada imperturbable, luciendo bajo los rayos del sol un color de piel soñado.


¡El milagro a ocurrido! ¡No hay duda de que es una señal! Ahora viajan los dos, de pie en el pasillo repleto, separados por tres personas. Él ha visto sus ojos mirando los suyos. Los ha buscado un par de veces, y un par de veces los encontró. Ya no tiene dudas. Está dispuesto a vencer sus ridículos temores, su miedo al rechazo. Total ¿qué tiene para perder? ¿Qué es lo peor que puede ocurrir? ¿Qué le diga que no? De todos modos, si no actúa, ella dejará de existir. Será tan solo un sueño, tan hermoso como irreal.
Por eso esta vez está decidido. Va a buscar la forma de hablarle. De darse a conocer. De saber más de ella. Claro que ahora no puede. Hay tres personas separándolos. Debería hablar a los gritos, lo cual es absurdo. La única solución es esperar. Aunque tal vez esas personas nunca se quiten del medio, o ella se baje antes de que eso pueda suceder.
No había pensado en esa posibilidad. Se estaba entusiasmando demasiado y lo más probable es que nada de lo ocurrido fuese una señal. Él ni siquiera la conocía. Sólo sabía que era hermosa. Pero tal vez tuviese una voz chillona y desagradable. Tal vez fuese una tonta, o una mala persona. Y a tres personas de distancia es imposible mantener un diálogo. Si quedase junto a ella... ¡Eso sería distinto! ¡Eso sería una señal!

Las paradas se suceden y el ómnibus sigue cargando pasaje. Nadie parece querer bajar. Él siente desvanecer sus ilusiones. Sabe que en cualquier momento ella puede llegar a su destino, y él continuar con el suyo, incambiado, incambiable.
Pero no. El destino sigue jugando a su favor. Una tras otra se van dando las señales, se van cumpliendo sus pedidos. Ahora están espalda contra espalda. Sus cuerpos se rozan. ¡Ahora es el momento! – se dice, mientras siente que su corazón va a estallar y su cuerpo se estremece. Está tiritando, tal vez de frío o tal vez de impotencia. ¿Qué va a hacer?: ¿Darse vuelta y decirle: Hola como estás, yo soy Juan? – ¡eso es ridículo! ¿Preguntarle la hora? ¿preguntarle por una calle? No. De espaldas es imposible. Si tan sólo estuviese del mismo lado, si pudiesen cruzar las miradas una vez más, y él sentirse así seguro de no estar tirándose al vacío, ¡Dios! ¡eso sería una verdadera señal!
Y mientras lo piensa, uno de esos cambios de posición repentinos la ponen a ella de su mismo lado. Se ubica en el mejor lugar: en el descanso del pasillo. En ese sitio a donde uno siempre quiere llegar, para abandonar el maldito pasillo, evitando apretujones, empujones, pisotones y cualquier otro tipo de ones. Ese sitio donde increíblemente uno siente intimidad, como si fuese una especie de apartado de vidrios espejados, donde se puede ver todo lo que sucede fuera, pero desde fuera nada se puede ver ni oír. Ese es el mejor lugar. ¡Y ella justo se fue a ubicar allí! ¡Y sus miradas se cruzaron nuevamente! ¡Y sólo hay una persona que los separa! ¡Sólo una persona para que él también logre ingresar al recinto! ¡La señal se ha dado!
Él ya se imagina conversando con ella. Ve su sonrisa alegre e inteligente. Sus ojos dulces. Escucha su voz, que no es chillona como temiese, sino grave y sensual.
Entonces reacciona. Realmente está viendo su sonrisa y escuchando su voz. No es una ilusión. Ella le habla y le sonríe. Pero no a él. Se dirige al pasajero que ha quedado separándolos, quien se ha acomodado junto a ella. Mantienen un diálogo fluido. Parecen conocerse muy bien. ¡Por qué, Dios mío! ¿Serán novios? – No, no parece. Tal vez amigos. Seguramente algo más. Porque ella le gusta, y mucho. Se le ve en los ojos. De todos modos, que más da. Ahora ya no podrá hablar.


El ómnibus ha comenzado a quedar vacío. Ya se ve algún que otro asiento libre, a pesar de que aún queda gente de pie. En el espacio amplio que queda frente a la puerta trasera sólo han quedado ellos tres. Él, que los observa disimuladamente, y ellos que continúan su animosa conversación.
Él debe descender en la próxima parada. Lo sabe. Sabe que ya está llegando tarde al trabajo, a pesar de lo cual duda. Espera una señal. Una más. La última. Por eso no desciende. Ve bajar dos pasajeros, y luego los ve alejarse. Igual que la garita donde debería haber descendido. Igual que su trabajo. Igual que la posibilidad de evitar una amonestación. Pero él sigue. Mantiene la ridícula esperanza de que él baje antes que ella. Aunque sabe que eso ya no será posible. Sabe muy bien que están próximos al destino. Irremediable. Irrefutable destino.
¡Sólo una señal, Dios! ¡Sólo una!
- Bueno, me voy despidiendo. Un gusto de haberte visto – dice el flaco, mientras le da un beso.
- Gracias. Que pases bien – responde ella.

El ómnibus casi vacío. Los dos solos, frente a frente, a medio metro de distancia. Las miradas que revolotean hasta que se rozan, y echan vuelo nuevamente. Toda su belleza de pie, frente a él. Y ese cosquilleo que gana sus piernas, y sube, e invade su tronco y sus brazos. Y el corazón, que vuelve a apurar su latir, como hace un rato o más aún. Y las manos que tiemblan, mientras intentan escribir algo en una hoja de la agenda. Y esa inexplicable sensación de que es Ella, inconfundiblemente Ella. Y aún mejor: la sensación de que para ella él también es Él. Que es algo de piel. Que es el destino. ¡Qué es la señal!
Y sin embargo no puede hablar. Ni siquiera puede mirarla. ¿Qué va a decirle? ¿Cuáles son las palabras correctas para no parecer vulgar? ¿Cuántas declaraciones recibirá ella en los ómnibus? ¿Cuántos caerán a sus pies, dejándole sus números de teléfono, a los que ella jamás llamará? ¿Cuántos piropos, ridículos y demasiado conocidos, le dirán?
Él no quiere ser uno más. Él quiere ser Él. Por eso no puede decirle nada. Por eso no puede dejarle el número de teléfono, declarándose mediocre. ¡No puede desaprovechar esta oportunidad que Dios le está dando! Por eso está escribiendo en una hoja de su agenda. Sus manos tiemblan y sudan, mientras escriben “Si en algo te importa que considere que eres hermosa, te pido que me escribas a mi casilla de correo: fuicharrua@hotmail.com”

No deben faltar más que cuatro o cinco paradas para el destino. Él tiene un trozo de papel en la mando. Lo ha doblado en cuatro. Lo aprieta entre sus dedos. Está esperando que ella lo mire. Sólo eso espera: una fugaz mirada. Es todo lo que precisa. Esa será la señal para que él le entregue el papel y descienda, seguro del éxito de su empresa. Y mientras lo piensa, cree sentir que los ojos de ella se han posado en él. ¡Está seguro de sentirlo!



Al fin ella se pierde a la distancia. Él la contempla desde la ventanilla, pero ella no se vuelve en ningún momento.
Él la ha visto descender. Ha visto cerrar la puerta tras sus pasos. La ha visto parada en la garita, mientras el ómnibus reanudaba su marcha. La ha visto cruzar la calle, mientras él se alejaba. La ha visto desaparecer a la distancia. Y en todo ese tiempo ella no fue capaz de volver el rostro ni una sola vez. No fue capaz de demostrar un mínimo interés. No fue capaz de darle una señal.
Por eso él sabe que todo el esfuerzo ha sido en vano. Que ella acaba de convertirse en un recuerdo más. En un sueño bello. En un ser inexistente.
¡Si tan sólo lo hubiese mirado! ¡Dios, esa hubiese sido una señal! – se dice, mirando al cielo, mientras hace un bollo y arroja el trozo de papel

Texto agregado el 04-04-2005, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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