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LA PANDILLA



Autora: Emperatriz



La pandilla lo aguardaba en la esquina. Eran seis muchachos desordenados, vestidos con ropas sueltas y demasiado grandes para sus esqueléticos cuerpos. Sus rostros no eran muy diferentes a los de otros adolescentes, pero sí los ojos. Tenían una mirada amenazadora. A cualquiera le habría dado temor encontrárselos en la oscuridad. Pero no a Sergio.
Para él, el grupo era el mejor refugio para sus carencias. Desde pequeño supo que si tenía hambre, cualquiera de la pandilla compartiría con él lo que tuviera. A veces un pedazo de pan duro, otras, unos tallarines blancos o una sopa de huesos. Y cuando el frío era intenso, no faltaba el buen amigo que le prestaba o le regalaba alguna chaqueta o parka que le sobrara.
Sergio era el más joven de la banda. Catorce años apenas. Lo apodaban “Popeye”, porque tenía un mentón grande y sobresaliente. A él le gustaba ese sobrenombre, debido a que consideraba al caricaturesco héroe, fuerte y valiente.
Cuando llegó a la esquina, los muchachos lo recibieron con entusiasmo. Palmadas en la espalda y abrazos. Es que era 22 de abril, día de su cumpleaños, aunque en casa nadie le había deseado felicidades. Su padre estaba preso, su madre trabajaba puertas adentro en una casa del barrio alto, y de sus dos hermanos no tenía idea desde hacía más de una semana. De seguro, en cana también.
-Miren lo que le pelé al viejo, p’a que brindemos – dijo el Príncipe, líder del grupo, mostrando una botella de pisco de 35 grados.
Condorito, El Cholo, el Sube y Baja, el Arca de Noé, el Tucán, y Sergio aplaudieron con entusiasmo. Se encaminaron a la plazuela de la población. A esa hora, dos de la madrugada, y por ser miércoles, el lugar estaba vacío. Se sentaron en el suelo y se bebieron todo el alcohol en menos de veinte minutos. Alegres, hablaron sobre el regalo de cumpleaños que le harían a Sergio. Todo estaba planificado. Asaltarían el nuevo minimarket que se instaló en la villa vecina. Sabían que su dueña, una viuda sesentona, todavía no había instalado alarma. El único resguardo era un perro rottweiler, lo que a ellos no les complicaba porque al Arca de Noé lo seguían los animales a todas partes, y este especimen no tenía por qué ser la excepción.
Los muchachos se fueron caminando al barrio colindante. Cuando llegaron al local, le advirtieron a Sergio que se quedara afuera, escondido.
-Es regalo de cumpleaños, no tenís p’a qué trabajar hoy día- le explicó el Príncipe.
El Arca de Noé, un adolescente alto y colorín, se puso a silbar hacia el patio del recinto, mirando a través de la reja. Rápidamente apareció ladrando un can fiero y negro. Sin embargo, el Arca de Noé, le habló suave y tierno durante varios minutos, hasta que el perro calló. El muchacho acercó su mano a la cabeza del animal y éste se dejó acariciar mansamente. Todo listo para ingresar al minimarket.
La pandilla no tardó demasiado en abrir candados y cerraduras. Sergio se quedó parado detrás de un árbol. Le habría encantado ir también. Aquel cosquilleo y revoltijo de estómago, que terminaba siempre en una sensación liberadora cada vez que lograba escapar con el botín impuesto, le resultaba muy atractivo. Pero sus amigos tenían razón, para qué trabajar en un día tan especial.
Mientras esperaba, Sergio fumaba una colilla de cigarro encontrada en el suelo. La calle estaba completamente vacía. Ni un ruido. Sólo el rumor de las voces de sus compañeros.
El adolescente se cansó de estar de pie en un solo lugar, y empezó a caminar de un lado para otro. Miraba la hora. Los muchachos se estaban demorando demasiado. Tal vez se entusiasmaron con los paquetes de cereal y las latas de cerveza. Siempre lo hacían, cuando asaltaban locales como aquel.
De pronto, divisó un vehículo acercándose. Era un radiopatrulla. Sergio se apegó al árbol. En el auto policial iban dos carabineros. Avanzaban con lentitud, vigilantes. Se detuvieron frente al minimarket. Miraron hacia la entrada. Sergio se puso nervioso. Pensó que sería el colmo de la mala suerte que los “ pacos” atraparan a la pandilla. Hasta ahora, nunca lo habían hecho, y ese detalle era el que justamente le daba prestigio al grupo no sólo en la población, sino en varias otras cercanas y lejanas. “Los intocables” los apodaban.
El muchacho fue testigo de cómo los uniformados se bajaron del auto y entraron sigilosamente al establecimiento. Imprevistamente, escuchó gritos y disparos. Pensó lo peor , y tembló. Sin embargo, no podía dejar a sus amigos solos allí adentro. Cruzó la calle corriendo. Oyó alaridos, insultos y más gritos. Las voces se entremezclaban. Pero entre ellas, se distinguía claramente una femenina. El adolescente entró al minimarket. Vio a los carabineros tratando de arrebatarle un revólver a una mujer que gritaba fuera de sí, que había que matar a todos los delincuentes. En el suelo estaban heridos el Príncipe y el Cholo, mientras los demás intentaban ayudarlos. Al ver a dos de sus camaradas ensangrentados, Sergio intentó llegar hasta ellos. Sin embargo, no alcanzó a hacerlo. Mientras avanzaba, sintió un ruido ensordecedor y un dolor terrible en el estómago, desvaneciéndose instantáneamente.
Media hora después, la pandilla en pleno estaba esposada frente al radiopatrullas. Sólo faltaba uno de sus miembros. Un teniente interrogaba al Príncipe.
- ¿Nombre del occiso?- preguntó el uniformado.
- Sergio Candia Candia- respondió el Príncipe.
- ¿Fecha de nacimiento?
- 22 de abril del 89.
El carabinero levantó la vista y ambas cejas, mirando de reojo el cadáver de Popeye, que yacía en el pavimento, a medio cubrir con un plástico amarillo.
- Triste día para morir- acotó, guardando su libreta.





Texto agregado el 04-04-2005, y leído por 165 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-09-2005 Retratas muy bien a muchos grupos de jóvenes, niños de la calle, que se encuentran siempre con sorpresas como la que narras. Me agrada tu estilo. Jacobo-Perez
24-08-2005 buen cuento, pero nuevamente un final que se vislumbra desde antes, en todo caso la riqueza de tus relatos, añl parecer, en otro que leía radica bastante en el desarrollo de los mismos, te felicito gualeta
04-04-2005 Me parece muy bueno me gusto sigue asi, esta bueno. kitaro
 
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