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MUJER DE PERFIL

La pared color amarillo oscuro, su polerón negro, lo castaño opaco de su cabello y la falta de luz en la habitación, y especialmente bajo la mesa, contrastaban de sobremanera con la blancura de su diáfana piel. Sus lentes y cierto orden en sus ropas y pelo, le daban un aire de intelectual o de estudiosa. La botella de vino, los dos vasos y una bebida cola; el como estaba inclinada en la silla, mirando al otro extremo de la mesa en actitud perceptiva, con la mirada atenta y su mano derecha sutilmente sosteniendo su cabeza, muy erguida, me indicaban a gritos de que ella no estaba sola en aquel sitio. En la pared que alcanzaba a ver, un cuadro con una foto blanco y negro, con el rostro de un hombre que yo no conocía, pero que encontré parecido a Carlos Gardel,(después vine a saber que era él) vestido a la antigua, de traje, corbata y sombrero, me observaba con cierta sospecha a pesar de su mirada clara y sincera.
En una repisa, alta y oscura, hacia un rincón e, iluminado por la luz de la ventana, un reloj marcaba las tres y cuarto con sus frágiles manecillas. Al lado de éste, una pequeña artesanía con forma de casa o una casita de artesanía, no sé como explicarlo.
Imaginé como sería el tono de voz de aquella niña, con quien estaría hablando, dónde quedaba aquel lugar, su aroma, la suavidad de su piel, y así se me fue escapando el día. Tras un rato, volví a concentrarme en ella. ¿Cuál sería su nombre, su situación social, sus gustos, de qué color serían sus ojos, cuántos años tendría, qué tan alta sería, qué acababa de comer, qué hacía allí, qué era, en resumen, todo eso?. Las preguntas se me ocurrían tan rápidamente y tenía tan pocas respuestas que hasta llegué a pensar que yo no existía verdaderamente y no era más que un fantasma, un recuerdo que de repente obtuvo conciencia, un ser ajeno, extraño, tan débil al extremo que hasta una imagen lo podía doblegar.
Debería eliminarme, ubicarla, apaciguarme, asesinarla, dormirme, olvidarla, degollarme, estrangularla, sentirme, traicionarla, despertar de este mal sueño, apreciarla, erradicarme, emborracharla, tomar algo fuerte, balearla o simplemente agarrar, sutilmente, delicadamente, mi cabeza y lanzarla una y otra vez con inusitado ímpetu contra la pared, una y otra y otra vez hasta reducirla a una masa de carne ardiente y vaporosa que no vuelva jamás a tener conciencia. Por que estoy seguro que todo esto no es más que una pesadilla y la misma narración que hago en este momento es falsa y no pertenece a lo real y lo que ocurra aquí no importaría, pues no tendría consecuencias en el mundo real.
Que alivio. Suspiraría, pero no sé dónde está mi respiración. Al fin comprendí todo y fue como ver las decenas de amaneceres de los que hablaba el principito. De pronto intento cerrar mis ojos, o al menos eso creo, pero es como si no tuviera párpados y se me hace imposible sacar aquella imagen de mi mente y a cada instante que pasa la encuentro más bella y cada vez me importa menos el pensar en cómo volver a pensar con claridad. Aunque pudiera ocurrir que lo que en realidad me pasa es que estoy empezando a pensar con claridad y toda mi existencia lo había hecho de forma incorrecta, como si tuviera niebla en mis pensamientos, una niebla espesa que no me dejara expresarme como debía o como quería, quizás eso era la verdad, todos tenemos niebla en nuestro interior, moviéndose, la que provoca que nos mintamos y engañemos unos a otros en un círculo vicioso que no tiene ningún fin, y que sólo nos lleva inexorable e inevitablemente al principio, a mi locura instantánea. Gracias a todos, el show ha terminado por hoy, gracias, menos a la niña de la imagen porque ha sido ella la responsable de todo esto, me ha confundido y debería venir a limpiar todo este desorden que hay entre los huesos de mi cráneo. Es ella y sólo ella por la que comenzó este inconsecuente acto, que como ya dije, no tiene un final definido más que la colisión violenta contra algo o alguien. Como con una estúpida e ilusa concepción fatalista de la vida, estamos destinados y en realidad no somos dueños de nada, ni siquiera de nosotros mismos, porque de una u de otra manera, sin importar lo que uno hiciera o obligara a otros a hacer se salvaría de un fin como del que se nos supone inevitable, lo que nos convierte en borregos imbéciles que estiran la lengua para que otro humano les coloque un pedazo de pan plano y blanco y nos diga que estamos salvados o nos hagan cantar o colaborar con dinero o flagelarnos o abstenernos de algo, todos nos conducen a bajar la cabeza y seguir mamándonos la misma serie de elementos o actos con el fin de ubicar una ilusa sensación de satisfacción, todos nos usan para sacarnos la lana y hacernos borregos rosados que ellos devorarán llegado el momento y te mandarán la factura después.
Todo por culpa de la niña que estaba sentada en aquella mesa conversando o fingiendo que lo hace, intentando en vano olvidar que existen más personas en este lugar, que su existencia no es solitaria, que tarde o temprano uno se encuentra con gente que, extrañamente, nos parecen idóneos para nuestros deseos y afinidades, lo que nos envuelve y nos toca y nos mira y luego, de la ilusión, nos mata. Amor puro.
Sueño con los muertos de mi patio trasero, con mi delirio amargo, provocado tal vez por el alcohol, por la noche o por una mujer que alguna vez conocí en un lugar tan lejano y ajeno como un sueño. Tal vez, alguna vez para mí los sueños me fueron interesantes, mas hoy, prefiero deleitarme con mi simple placer de soñar despierto entre comidas. Por que así la monotonía se quiebra, por que así ya me parece que tengo algo entre mis manos abiertas, algo que no corre como si de arena se tratase, no algo que se mantiene allí, corpóreo, material, como una cría de animal, algo tibio que me suena a comienzo. Pero basta un susurro para romper una maquinación en mi mente, y lo que alguna vez me pareció interesante o hermoso, se descascara como invadido por el óxido, y me quedo con cenizas entre mis sueños, o quizás era entre mis manos, que más da.
Cierro los ojos,(o tal vez los abro) y vuelve a mi pensamiento la niña de perfil inmóvil, con la mirada fija, con sus lentes extraños, por que no encuentro otra palabra para referirme a ellos, y creo que la misma palabra la describe a la perfección, por que me es ajena o irreconocible si alguna vez la conocí. Es rara, fuera de lo común pese a su máscara cínica de normalidad. Y pienso si ella es real o si yo soy un sueño que se le ha escapado a su imaginación y sin querer, me he rebelado contra el orden existente de que es ella la que ordena lo que yo soy, y ahora yo mismo me creo a mí mismo, sin que ella pueda hacer nada para evitarlo, por que no soy tangible, por que aunque ella se destroce el cráneo y esparza sus sesos sobre una mesa, no conseguirá encontrarme (debo de tener alguna fijación maníaca en este lugar con el hecho de destrozarse la cabeza). Ahora imagino o recuerdo que alguna vez vi su sonrisa, pero eso es imposible, de ella no sé más que alguna vez estuvo hablando con alguien enseñándole su perfil insolente y ciertamente altanero, pero, aún así, la sensación de conocer de algún sitio su sonrisa vuelve a mí con fuerza y choca contra mí como si de las olas del mar se tratasen, llevándome en cada golpe sordo y seco, la imagen de sus dientes, muy cerca de mis ojos, como si alguna vez nos hubiésemos besado o intimado. Recuerdo su silueta saliendo de entre el humo de tabaco y la luz de un foco en una plaza, recortándose contra la oscuridad envolvente que la abrigaba. Sus piernas se extendían mientras andaba, coqueta y orgullosa, sabiéndose vista, pero me producía una contradictoria sensación de pena gigantesca, pues su mirada se perdió un momento, sin que ninguno de los que la acompañaba lo notase, y pareció querer irse, escapar, pero no pudo hacerlo, o tal vez tuvo un impulso de cometer un acto que nadie entendería pero que ella sentía que debía hacer. En otras palabras, era una bella pero triste niña que parecía muy feliz y entretenida al engañarse a sí misma hablando con gente que suponía que le agradaban y que se sabía conversando lo mismo que hace una semana atrás, cayendo en un instante de remordimiento por darse cuenta de lo anterior. Temo que mi vista se encontraba lejos, y ella de seguro no me vio, aunque quizás sólo me la soñé.
Sus secretos son misterios insondables, incalculables, tan profundos como el pozo más oscuro, y me parece que si alguna vez llegase a saber uno, sería como ver la punta de un iceberg, como si sus secretos fueran comienzos por descubrir, comienzos que generan sensaciones de frío y calor, que dan un sentimiento de estar desnudo frente al porvenir, frente a lo que se descubrirá, miedo en resumen, miedo al dolor que se prevé en la oscuridad. Secretos que son árboles invertidos, uno toma la raíz y cree saberlo todo al llegar al tronco, pero todo se magnifica, ramifica y complica al ver las ramas, expandiéndose como un brote primaveral. Recuerdo susurros indescifrables al oído que parecen gemidos o aullidos de animal herido, y la voz que me los dice es de mujer.
Todo el problema por verla, por imaginarla, por que indescriptiblemente todo parece que gira en torno a su piel, que adivino suave, tanto así que veo como mi mano resbalaría sobre su piel sin ningún roce, como una gota de aceite sobre un vidrio. Asimismo imagino el como mis latidos se sincronizarían con los suyos,( una vez soñé con un tubo vítreo que unía los pechos de los enamorados en una macabra tortura) y por un momento, seríamos uno, un ser que lleva en sus hombros el peso de dos almas, un ser que no comprende cómo se puede amar a sí mismo y odiarse tanto al mismo tiempo, por que la unión es el comienzo de la separación y porque desde el instante en que yo me uniera con ella ya ansiaría el recobrar la libertad y sentir mi piel sola jugando con el viento arremolinado, por que el calor corporal no está hecho para compartirse, por que naces solo y así te irás y nadie refuta eso. Nadie que esté vivo, por lo menos.
En un instante, inconcebiblemente, no entiendo nada más allá de lo que siento y es poco lo que siento y más lo que intuyo. Los minutos pasan y con ellos el tiempo, pero nada queda y mis pensamientos se desordenan en la oquedad de mi cabeza y de pronto todo estalla y se revuelve y se junta para caer en una lluvia de vidrio molido sobre un montón de carne fresca, pero muerta, y a ésta se le producen laceraciones y cortes y parece que va a desaparecer bajo la mancha que la invade, cubriéndola de rojo, rojo por todos lados y por ninguno, que incoherente y surrealista suena eso, pero ya no importa, por que ya enloquecí de sobremanera, con un escándalo ejemplar, y la salida del laberinto no se ve en la cruel soledad, que agobia como si de calor se tratase y trata de estrangularme y me resisto y en el forcejeo, que me destroza la piel, vuelvo a encontrarme con la imagen extraña de la niña de perfil insolente como una exclamación de placer sexual en un funeral, anhelante como ojos de niño y aterradoramente ajena como el dinero en mis manos y la ambición en sus ojos. Explota el cielo y de él caen miles de pequeños puntos brillantes que no dicen nada y que parecen llevar en ellos todas las preguntas del mundo y parecen niños con ojos llorosos por que se han quedado solos en el mundo y gritan o chillan con bocas abiertas sin dientes y encías amarillentas, y cómo no oyes sus gritos, de animal casi, que gritan en los pozos de la ignorancia porque no entienden la muerte, ni el enojo, ni el odio, ni el oro, ni siquiera el existir en un mundo nuevo que se cae de viejo y como no se imaginan el dónde llegarán, están de pie solos y desnudos frente al cruel destino que maneja sus débiles miembros huesudos con hilos de marioneta, y por ello es mejor que no sueñen con cambiar el mundo, porque sino no tendrán la oportunidad de ver a la diosa con la que llevo siglos alucinando, y que hoy recién encontré en medio de las cosas normales que hago cada día. El amanecer golpea con una luz débil en una ventana que no logro ver, pero que adivino por su blancura. Ruidos lejanos recuerdan la poca soledad que tengo y la rabia por no poder llorar en paz. La humedad es de sangre o lágrimas o baba pero por más que lamo o creo lamer no identifico. Lloro callado con lágrimas largas.
Parece que todo se disuelve, como humo de tabaco en la oscuridad, con un reflejo inconfundible. Algo se quiebra o termina y la imagen vuelve, gira, baila ante mis ojos, se esconde, se ilumina, se funde y se rearma. Aún así sigue siendo la misma, la misma niña, ella, de perfil insolente, segura de sí misma, como ese tipo de compañía del que vale la pena enamorarse y luego esperar el tren, para, sin decir adiós, largarse a morir bajo el peso de la bota del recuerdo, como final de película gringa.
Es imposible el prever algo en este estado subjetivo de la existencia. Ni siquiera sé donde estoy, y mis dudas van en aumento sobre si algo está bien o funciona, y tengo la leve sospecha de que algo salió mal. Me parece que me expando, que me achico, que mi cuerpo es llevado por una marea que le mueve a su antojo, que no poseo voluntad alguna para oponerme a tal fuerza. Soy una hoja en un riachuelo que baja danzando entre rocas. De a poco las ideas se me van aclarando y me parece que no estoy despertando, sino que vengo llegando de muy lejos, de más lejos de lo que jamás he ido. Lentamente recobro conciencia de mi cuerpo, que en un momento me pareció una materia etérea e inconsistente, y siento mi espalda apoyada en mi cama, aunque por un momento, supongo que mientras mis ideas se ordenaban con la realidad, pensé que sentiría el peso del cuerpo de la niña sobre el mío. Era sangre lo húmedo. Me mordí el labio.
Despierto un poco más. Intento incorporarme, pero sólo consigo sentarme. Ya no me siento tan bien, escalofríos me recorren y tengo ganas de ir al baño. La luz viene de una ventana que me brinda un poco de atención de parte de un sol pálido No es algo muy agradable. Tomo mi cabeza entre mis manos e intento fijar mi vista, pues todo parece girar como un carrusel. No me había dado cuenta de lo dañino que son las pastillas.
Lo juro. No volveré a imaginar cosas antes de dormir para soñar con ellas. No volveré a ver esa foto al acostarme. No volveré a probar estas drogas sin compañía, no volveré a tener depresión, ni a despeinarme ni a comer menos de lo debido. Tal vez simplemente no debería volver a vivir.


Texto agregado el 06-04-2005, y leído por 89 visitantes. (0 votos)


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