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Ayer caminaba por las calles de mi ciudad, sin notar los cambios que se estaban produciendo a mí alrededor, necesitaba llegar pronto a casa, me quede parada casi 20 minutos esperando una micro que jamás pasó, en cambio tomé, una que me dejó a varias cuadras de mi hogar, la caminata no era mucha, claro que la lluvia y el barro dificultaban el trayecto, que ya sumaban 8 cuadras, cuando llegué a la esquina de la novena cuadra, me asombró el hecho de ver a una niña, que por cierto no sobrepasaba los 16 años y al parecer trabajaba en ese lugar, su trabajo, no es de aquellos de los cuales, una se pudiera sentir orgullosa, pero ella me dijo que su padrastro le siempre decía que el trabajo dignificaba a las personas, claro estaba, que él no entraba dentro de la categoría de personas trabajadoras y por ende no contaba con mucha dignidad, ya que no había trabajado en muchos años; la niña, me habló de su vida, su madre enferma, un cáncer estaba consumiendo sus pulmones y como no contaban con previsión, la estaba terminando de consumir a ella; un padrastro, quien la obligaba a llegar a diario con $10.000 para el pan, el vino y otros vicios que solía tener; para él, el vino representaba una especie de remedio antioxidante, el elixir de los dioses como lo llamaba, había escuchado que se debía tomar una copita a diario, claro que él pensaba que si se ingería unos cuantos litros, era mucho mejor, claro está, que olvidaba que su padre había muerto hace algunos años de un mal al hígado, “la rosita” le llamaba él, pero decía que la enfermedad de su padre, nada tenía que ver con el copete y si así fuera, decía tener el hígado plastificado y que a él no le entrarían balas.
La niña, me pide fuego para encender un pucho (cigarrillo), de esos que parecen haber quedado rezagados del carrete del fin de semana, lo que yo no sabía era que se lo había robado a su padrastro, quien para evadir este tipo de robos, los escondía bajo su colchón y, a pesar de que ella los compraba, él no los compartía y le brindaba fuertes golpes cuando descubría que uno de sus cigarros desaparecía; le preste fuego y prosiguió su historia, que al parecer estaba llena de desventuras, me contó de su hijo que nunca llegó, que al mismo tiempo sería hijastro de su madre y medio hermano de ella, creo que está demás decir quien sería entonces el padre.
Después de fumarnos el cigarro me preguntó que en qué trabajaba yo, y le conté que estudiaba y que aún vivía con mis padres, que tenía ya 25 años y seguía dependiendo de ellos y me sentí mal por exponer mi fácil vida de princesa ante ella; así, me dijo que su vida ha sido sólo trabajo, -en las calles la vida es bien dura, pero ya estoy acostumbrada- . Me despedí y seguí mi camino a casa, donde me esperaba mi madre con la once servida, mientras ella, se quedaba en aquella esquina húmeda.

Texto agregado el 07-04-2005, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
08-04-2005 Me gusto mucho, espero que me sorprendas con otra historia lira
 
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