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CARTA PARA JULIA.



" … Hija, estás en mi pensamiento de ese tiempo, como si fueras la intensidad de aquel inmenso sol del Caribe. Sí. Creo que eras como él. Estabas allí cada día, mañana y tarde, resplandeciente e inconmensurable. Me abarcabas siempre con el calor de tu ternura, cuando te asomabas y difundías por la tierra. Cuando cerrabas los ojos y, al hacerlo, parecieras desaparecer en las profundidades de un océano nuestro e insondable que podía, a la vez, rodearnos de tantos milagros.
" … Cuando te invoco, me veo invariablemente, midiendo con enormes zancadas la distancia que pudiera separarnos. Era como si tú caminaras conmigo de un confín a otro de la tierra. Como si aparecieras de la nada. Como si surgieras, millones de veces, entre los ojos de la arena. Como si te deslizaras de la flexibilidad de las palmeras y el viento, casi celeste, casi verde, el que, con furor dulce, se extendía por mis manos y me dotaba del poder necesario para alzar tus seis años hacia el cielo, donde podías soñar en semejarte a las aves, aunque éstas, ya estuvieran volando dentro de tus ojos.
" … Entonces, yo debía gritar a pleno pulmón:
- ¡Juliaaaaaaa!!
Mientras, tú, respondías con la misma fuerza y ansiedad.
- ¡Papiiiiiii!!
“E inevitablemente, todos nos incluía en su música, en su ritmo, en su salsa, en su movimiento, y absolutamente nada podía detenernos. Tenía que permanecer contigo como si yo fuera la montaña y tú la brisa, mientras imaginaba que a tu alrededor comenzaban a crecer los caminos y brotaban las fuentes y todos los follajes y tenía encima la sensación de ser como la tierra cubierta de humaredas azules, igual a que si una enorme lumbre viniera desde su interior y te inundara con canciones. Mis canciones. Todas las canciones. Especialmente aquéllas tan lejanas, tan atadas a los dolores y las esperanzas.
" … Y debía, obligatoriamente, pronunciar tu nombre en un largo grito:
- ¡Juliaaaaaaa!!!
Y tú, entonces, responderme:
- ¡Papiiiiiii!!!"…"
Sí. Si te dijera, hija, que nuestra vida entonces tenía el color de la selva y la montaña, del mar, del valle y de las aldeas, no me equivocaría y sólo deberíamos pensar que las palabras no eran suficientes en aquel momento o que cualquier descripción no se acercaba tan siquiera a la raíz. Nunca hubo, entre nosotros, tanto desborde de alegría e imaginación. Creo que jamás nadie podría repetir aquello, porque parecía ser una vida hallada en un pintoresco cuarto de magia, donde tú, hija, eras el acto principal y donde tus padres, los dos de patrias diferentes, encontraban en tu crecimiento, la manera de regresar a un nuevo sitio de partida, a la nueva visión de un paraíso recuperado.
Tú no podías saberlo cabalmente. Vivías con un ansia incontenible. Yo creía, en aquel tiempo, que tu visión permanente del mundo estaba compuesta de los colores más increíbles, que estaba, asimismo, inundado de las más diversas músicas y sobrevolado de distintos aromas.
De otro modo, hija, era difícil comprender tu revuelo y levedad, tu risa y jolgorio permanente.
No podías saberlo, hija. No podías comprender por qué algunos días, nuestros rostros estaban nublados y doloridos, con exclamaciones casi sangrientas, cuando frente a noticieros de lugares lejanos, escuchábamos de hondos sufrimientos y tragedias. Pero podías percibir el dolor y la impotencia, mientras preguntabas, después de escucharme, con ráfagas oscuras cruzando por tus ojos cristalinos:
- ¿Malditos, papi? ¿Malditos?
Procurábamos no dejar demasiadas huellas de la pesadumbre que cargábamos. No queríamos que eso te afectara ni que enturbiara la limpidez de tu crecimiento y aunque no hablábamos frecuentemente de ello, algo trascendía siempre, en forma inevitable, porque nuestra propia vida estaba ligado a muchas acciones en dirección a variadas esperanzas, que nunca identificábamos, que no podíamos decir.
"… Nunca lo olvido, hija. Yo llegaba siempre, después de algún viaje de varios días, con un lento aire de tristeza. Una sonrisa segura iluminaba mi rostro por fuera, pero dejaba adivinar una cierta oscuridad por dentro, motivada por el cansancio, las complejidades y las distancias.
" … Traía para ti un enorme animal de peluche en los brazos y no podía evitar mirarte con un gesto de cautela, como si pensara que me habías olvidado.
"… Regresaba de, ¡Dios sabe de dónde! Sin contarlo tampoco. Sin contarlo nunca.
"…Yo sólo intentaba, casi como un niño perdido, encontrar tu mano, pequeña y dulce, y mirarte a los ojos para descubrir que no había salido de ellos, que seguía estando en ti, como siempre. Para saber que no eras el sueño del que despertaba. Que no te habías ido durante las noches de mi insomnio y que debajo de tu mirada cantarina, que parecía suplicar, todo volvía a tener memoria, nombre y cercanía.
"… Era en ese instante especial, súbito y único, que debía abrazarte y decir algo en tu oído, para que sólo tú pudieras escucharme. Y a la vez, sólo a mí pudieras hablarle de lo que habías hecho, como si fuera un cuento multicolor y para que, luego, pudieras escuchar el mío.
"… Sí. Solamente eso quería en aquel instante. Murmurar cerca de tu oído, en voz baja, sin esperar respuesta, porque éstas, eran todas las palabras y todos los significados y esos vocablos cubrirían el cielo azul de la isla, su sol tan gigantesco, que comenzaba a quitarme la chaqueta, la corbata, el pañuelo, la tristeza y el cansancio.
"… Y porque era en ése momento, precisamente en ése, en que también me musitabas al oído, bajo y dulcemente:
- ¡Hallo, Papi!!!
"… Y yo, a mi vez, parecía resurgir a la superficie de un océano, buscando desesperadamente el aire, para repetir en sordina, con infinita ternura:
- ¡Hallo, Julia!!!"…
¿Recuerdas a Zenaida? Sí, a Zenaida y sus recetas mágicas. Zenaida y su capacidad de responder a todas tus preguntas con ternura, como ella hubiera encontrado antes que toda la sabiduría que antecede, preceden y despierta.
Muchas cosas simples, se hicieron luminosas e inabarcables con ella y en las pequeñas y sonoras tardes de verano o primavera se quedaron grabadas tus carreras y tus risas, mientras la profundidad y la dulzura destilaban de tus ojos como un luminoso e inalcanzable río.
"… Todas vinieron siempre a tu ronda, hija: Lisset, Zenaida y Estela.
Compartieron contigo los giros, los bailes y las risas: Zenaida, Lisset y Estela. Todas te enseñaron historias y mitos que tú siempre creías: Estela, Lisset y Zenaida.
Trajeron a tu mundo mariposas azules, picaflores con tornasoles de mil colores y brillos interminables: Lisset, Zenaida y Estela…"
Así transcurrieron tus primeros seis años de vida, hija. Como si fueran un torbellino, una brisa seráfica, en donde se movían memorias de sosegadas playas amarillas, rodeadas de aguas esmeraldas y, a veces, de huracanes en que el viento enronquecido aullaba todos los nombres reunidos de la tierra.
Tal vez no lo recuerdes, quizás no tan exactamente, pero ocurrió que los detentores del poder en mi país, obligados por la presión del mundo, decidieron dejar volver a quienes mantuvieron lejos por tantos años. Retornar era el sueño permanente de cada uno de nosotros. No importaba lo bien que viviéramos y lo terriblemente difícil que sería el retorno. Quiero decirte, hija, que no había tiempo para medir las decisiones y los pasos a seguir. Bastaba que el nombre de cada cual estuviera contenido en listas oficiales permisivas para que estallaran las emociones y se planificaran los más increíbles regresos. Así era para todos. Hubo muy poca gente que tuvo el pragmatismo o el raciocinio exacto para decidir no volver hasta no tener construido un apoyo o esperanza económica.
Otros grupos familiares, como nosotros, decidimos una solución intermedia que nos pareció justa y racional, salomónica: -" uno solo del grupo, yo, regresa primero e instala, dijimos, una "cabeza de playa" para que el resto, ustedes, logre hacerlo con mayor seguridad".
No podíamos ni siquiera imaginar cómo sería la realidad que nos esperaba después de tantos años. Pero, en mi caso, era el corazón de la patria el que golpeaba en mi pecho y me urgía. Eran sus llamados ocultos, interiores y exteriores, los que nos ordenaban las acciones a seguir sin importar las consecuencias.
Quiero que conozcas entonces, hija, qué pensaba de esta patria que nos desgarraba el pecho y nos sumía en profundas y optimistas corrientes inalterables. Te dedico algunos de mis pensamientos más torrenciales relacionados con la patria, que me asaltaban en ese momento y que escribí después para que, alguna vez, leyeras, ya que, pensé, entendiendo esto, comprenderías por qué se desataba en nosotros la urgencia de retornar:
"… A veces, nos preguntamos con esperanza: ¿Dónde se inicia o concluye la razón de la patria? ¿Tal vez en el celeste cuaderno de la infancia? ¿Quizás entre banderas rojo azules y cordilleras vendadas por un silencio blanco o por la frágil estela de la nieve perdida? ¿A lo mejor, en un banco de madera donde extraviamos un nombre, o dibujamos, con asombro, una estrella solemne?
“… ¿Dónde se inaugura el corazón de su raíz? ¿Dónde se origina este trigo celeste y perenne, que puede alimentarnos hasta la muerte y que dondequiera que estemos puede asomarnos a su espejo de plata, saturado de vuelos y de aves? ¿Quizás en la penumbra de su aleteo de fuego, o como alas sombrías habitando en la memoria extensa e infinita del océano? ¿O tal vez en el follaje del árbol de los siglos, donde están como nidos los gritos de la muerte y nos llamen, por eso, desde el fondo de la tierra, a posarnos sin cadenas en otras superficies?
"… ¿Dónde comienzan a buscarnos, y nos encuentran, las multitudes de sus tambores de plata, entre aquella pólvora que desplomaba invasores? ¿Tal vez, cuando aprendemos de la paz cortando el pan y en este acto singular, mostráramos el coraje de las razas? ¿Será éste el espíritu que sale hasta el espacio, con los nombres anónimos de los que murieron por ella, abrazados como hijos a una madre intangible?
"… ¿Dónde comienza la Patria, si tiene un eco que no termina nunca? ¿Tal vez es lo que nos saca del invierno a vivir en la luz de su farol misterioso, como si fuera el paraíso que perdimos y encontramos? …"
Debes saber, hija, que no hubo sólo sentimiento en esta decisión de volver, que cada acto fue medido y analizado: el equipaje, los proyectos, las formas de comunicación, las esperas, los regresos. No era aún el tiempo de las negativas ni el momento de torcer la brújula. Al salir hacia el aeropuerto después de tratar de decir cosas que nunca se dicen, recuerdo, hija, que corriste llorando tras el automóvil y yo sentí de inmediato el amargo vacío de la separación que, pese a que nos vimos algunas veces, cada dos o tres años y en distintas épocas de tu crecimiento, nunca se borró de mi interior.
"… Quiero que sepas. Volví a un exilio peor, hija. A un territorio que ya no conocía. A una soledad más extensa. Muchos nombres se borraron en el tiempo, incluido el de mi madre, a la que no alcancé a abrazar nuevamente. Y mientras tú iniciabas tu crecimiento sin mí, lejanamente, yo aumentaba los pesares que acumulé, cada día, como rebaños permanentes.
"… Quiero que sepas, que fuera como volver de la muerte a la vida o de la vida a la muerte. ¿Quién puede saberlo? Fui un desorbitado Lázaro incorporándome a sueños distintos. Desconociendo los lugares, los acentos, las vestiduras y las risas. Siempre dije que había entrado a mi propio sueño, pero ni siquiera era eso, porque aquel antiguo sueño no volvió a brillar nunca más con su código azul y dolió y cegó y laceró por más de una decena de años, hasta que se disolvió en el aire como un fantasma. Hasta que volví a recuperar la confianza en la vida y en la gente. Hasta que volví a un sueño propio y último, aún lejos de ti…"
Por eso, hija, ahora que vienes, agrupamos con Eva Felisa todas las pequeñas alegrías y guardamos todos los pequeños dolores. Arreglamos tu habitación para que no falte nada. Colocamos flores azules, estantes blancos, fotos de la familia, un reloj pequeño de pared, una foto tuya y muchos peluches de colores, como allá en tus seis años.
Preparamos la casa con cuidado, porque queremos conocerte y permitir que nos conozcas. Queremos saber qué ocurrió contigo en estos dieciséis años y que tú puedas saber qué pasó conmigo en este vacío tan lleno de luces y sombras, de ciudades y escaleras.
No tenemos dudas de que estarás con nosotros como si hubieras pertenecido siempre a esta realidad y esperamos con mucha ansia que puedas asimilarte a esta cultura diferente. Yo sueño en que todo lo que halles y todo lo que busques esté a tu alcance y que, por tanto, mejorando el idioma, puedas lograr, no sólo con nosotros, sino con todos, una comunicación más fluida y alentadora que no te aísle de la vida que tendrás aquí, que no te separe de su ritmo y de su esperanza.
Quisiera, de cualquier modo, no escribir estas vivencias, sensaciones e imágenes, a la que daré una forma subjetiva de carta, porque aún sin pretenderlo, pueden conformar algo impersonal y frío. Mi deseo más profundo sería hablarlo contigo, para que alcanzaras a mirar mis ojos y supieras, de esa manera, que jamás te abandoné y que aquel lejano día que corriste llorando, mientras me alejaba a una dirección conocida, quedó tatuado en mi alma, y, sabiéndolo ahora, pudieras comprenderlo, perdonarlo y olvidarlo.
…" Podría decirte, hija, que la culpabilidad fue de la vida y, tal vez, mentiría, porque soy de los que siguen creyendo que es el ser humano quien forja su verdadero destino y que dependerá de sus decisiones la responsabilidad que cargue para siempre.
…" Podía decirte, hija, que fue la vida, pero a veces la responsabilidad se comparte entre las personas. Yo no alcancé " la cabeza de playa" que quería lograr. Al menos, no tan rápidamente. Y se olvidaron todas las promesas, equívocas e inequívocas.
…" Entonces, en verdad, ¿fue la vida? …"
¿Sabes? Un poeta peruano escribió en una ocasión: " Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! …".
La certeza y profundidad de este verso, creo que se cumple, más de alguna vez, en la vida de cada uno. Todos lo hemos sentido. Nosotros, hija, no hemos sido una excepción a la regla. Cada uno a su manera, con sus características, realidades y entornos tuvo su propia cuota de dolores. Tú misma, pese a los sacrificios y preocupación de tu madre que sé que reconoces, tuviste un crecimiento solitario, alimentado tan sólo por amigas, pero sin las direcciones primarias que pueden proporcionar, en pareja, los propios padres y que incluyen valores y principios elementales para el desenvolvimiento humano en cualquier área, circunstancia y geografía.
No te preocupes, hija, son sólo ideas, ideas que me vienen a la mente, mientras trato de explicarme cuál es el nivel de mi responsabilidad en todo esto, y el "tono catedrático" no es más que una leve deformación profesional que cargo siempre, sin pretenderlo, ¿sabes?
"… Muchas veces, por las noches, toda mi vida parecía detenerse en el sueño, como si se hubiera grabado todo en un pequeño punto y allí ardiera como una flama amarillenta. Eran todos los recuerdos perdidos que volvían en una malla casi transparente de humo y corrían por mi piel con afiladas garras provocando centenares de dolores minúsculos, los que agrupados por especie, sombras, lejanías e historias, articulaban diminutas voces, colores dispersos, heterogéneas lluvias, cantarinas corrientes, conformando ríos que no se detenían nunca y que, junto a otros, reunían las enormes corrientes de luces y de sombras…"
Así te ha venido siguiendo, permanentemente, mi vida, hija, desde el sur de la tierra, desde lejanos paralelos de hielo hasta tus ascendentes meridianos de espumas, pero sin voces, sin palabras, sin semántica. Sin que ninguna de mis ideas de barro, de arena o vegetales, pudiera quedarse en los instantes desolados para abrirlo a la luz de la mañana.
Te creé un territorio de metáforas, porque era la única manera de resistir tu distancia. Me asilé de nuevo en la verticalidad y superficie de las palabras para poder resistir la soledad, el agobio, la desesperanza. Me volví de silencio, de espacios melancólicos, de estantes vacíos y, de continente a continente, traté cada día, cada semana, mes o año, de obtener un solo objetivo estratégico: "que no te olvidaras de mi nombre", y sólo para eso, creé inverosímiles tácticas…"
Ya han transcurrido, hija, algunos meses de tu estadía en Santiago de Chile. Creo que es tiempo de hacer un balance personal de lo logrado, pues se acerca, ineludiblemente, la hora de tu partida.
Tejimos muchas redes, ¿verdad? Levantamos muchas estructuras. Preparamos diversas metas y debemos concluir, necesariamente, sobre qué opciones, de entre todas, se hicieron reales y qué arquitecturas pudieron alzarse entre los sueños y las esperanzas.
En mi interior ya siento alguna tristeza. No puedo acostumbrarme por anticipado a la idea de que estarás ausente para los siguientes, ¡Buenos días! Pero, principalmente, porque no pude conocerte profundamente y tampoco pude ser quien tú querías que fuera. No fue sólo por las dificultades idiomáticas, ya que tú habías avanzado mucho en el dominio del español. Hubo algo más. Tal vez, algo más generacional. Quizás, cultural. No olvides que hemos vivido en países y culturas diferentes.
Los años sin ti me crearon vacíos que jamás pude suplir. No desarrollé ni tenía hábitos de relaciones entre padre e hija, porque no era necesario en soledad, y primó en mí todo aquello que conformó mi infancia, adolescencia y madurez, en tiempos diferentes, con técnicas distintas, por objetivos opuestos, y con valores y principios, al parecer, de otros tiempos. Yo no pude entender que tras una aparente superficialidad se escondía muchos rasgos humanistas y no logré demostrar que la supuesta dureza y estrictez, cubría como un manto, todo el amor y la preocupación de dirigir la vida de todos hacia la felicidad y la justicia. No usé los gestos o las palabras adecuadas. No quise perder tiempo, ya que no es demasiado holgado el que me queda y no consideré tampoco tu propio tiempo.
"… Hija, quiero, sin embargo, recordarte dos cosas que sucedieron cuando tenías 7 u 8 años y vivías con tu madre y con tu hermano, recién nacido, en Berlín. Ambas experiencias, me indican siempre una lección, tal vez aplicable ahora, tal vez no.
"… ¿Recuerdas aquel enorme edificio? Mientras tu madre estudiaba y trabajaba, nosotros, tú y yo, éramos los encargados de la casa y de cuidar a Camilo. Yo estaba de visita en mis vacaciones de verano, por tanto no tenía mucho tiempo, tres o cuatro semanas de tu invierno en las que bebía, segundo a segundo, al tiempo como si fuera agua que encontraba en mitad del desierto.
"… Un día de aquellos, ambos, fuimos a comprar al inmenso supermercado que había cerca de allí, casi en el patio del edificio.
" … Me acompañaste de buen grado y fue entretenido para ti al comienzo, pero a medida que íbamos y veníamos buscando lo que necesitábamos, claro, te empezaste a aburrir. Yo trataba que estuvieras siempre a mi lado, pero concentrado en la tarea de conducir el carro y elegir los productos, de pronto dejé de verte. Había llegado a las cajas apresuradamente. Una cierta angustia me atacó de improviso ya que pese a los esfuerzos que hacía para distinguirte entre la multitud, la verdad es que estabas desaparecida de mi visual. Fui hacia todos lados. Salí. Recorrí el exterior casi corriendo y nada. No podía preguntar. Decidí volver al departamento, al menos para dejar las compras y llamar a tu madre, ya que el uso de mi idioma local era muy deficiente. Al salir del ascensor en el piso que vivíamos te vi tranquilamente al lado de la puerta del departamento, con un aire resignado y aburrido, pues yo portaba las llaves. Junto con la sensación de alivio se abrió paso la de ira. No pude contenerme. Te abracé gritando y pidiendo que jamás volvieras a hacerme algo parecido. Tú te asustaste de mi reacción y asomaron algunas lágrimas a tus ojos. Me arrepentí, por supuesto, de inmediato y una honda tristeza se desató en mi interior.
"… Nunca olvidé esta reacción ni la sensación de pena que me produjo. Quizás tú no lo recuerdes y lo hayas olvidado. Tal vez no lo recuerdes nunca. No al menos como a mí me brota, ininterrumpidamente, cada cierto tiempo.
"… La otra experiencia es más feliz. Salimos una tarde a caminar por el barrio con la esperanza de comprar "Berlines" en un lugar conocido y prestigiado. Caminábamos tranquilamente tomados de la mano, hablando de tu colegio, de lo que hacías, ya que en ese tiempo todavía recordabas muy bien el español. A esa hora había mucha calma en la calle. Algunos vehículos ocasionales cruzaban en direcciones indeterminadas y un sol tibio de invierno nos daba en la cara muy suavemente.
" … Íbamos por una ancha avenida con muchas calles laterales y semáforos funcionando con regularidad. Al llegar a una esquina, el semáforo estaba en rojo, pero no venía por la calle ningún vehículo, por tanto, yo fiel a mi cultura impetuosa, quise cruzar empujándote también a ti. Tú me retuviste, diciendo: - " No, papi. No se puede. Está en rojo". Yo argumenté: - "Pero no viene nada"- " No importa, papi. No se debe cruzar con luz roja". Yo me sentí muy orgulloso de ti. Recordé, a la vez, las calles de mi ciudad y la temeraria imprudencia de los peatones y no pude menos que sonreírte con mucha ternura, porque esto revelaba tu carácter y formación. Por eso no puedo dejar de recordar en ese instante algo que ocurrió allá en la isla y que pese a tus seis años, también dejaba entrever cómo se iba gestando tu personalidad y cómo ibas asimilando desde temprano, las diversas influencias que te rodeaban. Esa vez había algo que querías hacer, pese a mi negativa. De pronto te enojaste y dijiste con ira: " ¿Y por qué, papi, debo obedecerte siempre? En un principio no supe qué contestar. Pensé, en ese momento, que estaba por demás argumentar un porqué teórico que no entenderías. De modo que medio en broma y medio en serio, te dije: - " Por que yo soy más grande y más fuerte, hija". Me miraste en silencio, con un aire interrogativo y, sin más ni más, replicaste brevemente: " - ¡Ah!”…"
Hija, tengo la esperanza de tener más tiempo para ti. He sobrellevado innumerables pruebas difíciles y he sobrevivido. Siempre imagino que si no se hubieran establecido para nosotros vidas paralelas, habríamos llegado a tener lazos poderosos y ricos. Yo sé que tales lazos existen. Sólo debemos sacarlos a la luz y enriquecerlos.
Por eso, en el aeropuerto, al despedirnos, entre muchas ideas que te expuse, te dije que la puerta de tu habitación siempre permanecerá abierta. Siento un hondo deseo de protegerte, como si fueras la niña de seis que recuerdo tanto, pese a tus veintidós años, pero comprendo, a la vez, que no puedo vivir tu vida ni dirigir tus acciones y que tampoco puedo sobreprotegerte, quitándote la necesaria capa autodefensiva que necesitas para enfrentar tu vida. Yo sé que tu verdadera madurez llegará un día de improviso y será tu propia conciencia la que dicte los valores y principios indispensables para que tu vida sea provechosa y útil.
Vivo los primeros días de tu ausencia, hija. Puede ser que no nos hubiéramos aproximado tal como queríamos. Pero debo decirte, sin ninguna arrogancia, que más cerca uno del otro, como en este instante, jamás habríamos estado.
La puerta de tu cuarto permanece abierta, día y noche, como te prometí y puedes venir cuando quieras o cuando lo necesites. Tal vez, con otras normas, con mayores responsabilidades y compromisos para cada uno.
A veces, cuando despierto de improviso a medianoche, me parece sentirte al final del pasillo. Creo percibir tu voz y tus pasos y me quedo esperando que me digas, buenas noches, como los meses anteriores.
Sin embargo, te has ido y te has llevado contigo, nuevamente, el mundo que no tendré nunca y yo me quedo con el mundo al que tú jamás podrás ingresar.
"… Hija, no sé, exactamente, en qué consiste la felicidad para ti. Debo decirte que para mí, la felicidad significa un intenso estado de satisfacción, de equilibrio y de paz conmigo mismo. Y, por cierto, esto no se logra con bienes materiales, porque en ese caso la satisfacción es muy breve, sino con logros espirituales, que son más permanentes y trascendentes.
"… Cada día que ha transcurrido desde tu ida, me he preguntado con insistencia si tu estadía con nosotros significó para ti algún grado de feliz satisfacción. Y no lo sé. Pienso que en la planificación diaria, en el estudio, la gimnasia y la vinculación con el grupo de amigas y amigos que hiciste, llegaste al nivel que requerías y, en verdad, me alegro por eso.
"… Mientras reflexiono en todo esto, tu imagen vuela de un rincón a otro de mi cerebro, cambiando de formas, surgiendo como eras a los seis, a los ocho, a los quince, con distintas palabras y diferentes entornos, aunque siempre, hija, en todas las imágenes está el sol y el viento, la arena, la nieve, la montaña, la floresta, las aves, los insectos, volando contigo, creciendo, repartiéndose por la tierra con la misma ternura que tú has sabido siempre distribuir.
"… Alguien dijo, alguna vez, que la felicidad consistía también, en que no hubiese ni llegadas ni partidas, sino permanencias. Creo, sin duda, que eso lo obtuvimos desde hace mucho tiempo. Tú no necesitas, hija, llegar a mi corazón, porque allí vives hasta el fin de mis días, por tanto, no puedes partir, ya que estás ahí anclada para siempre…"





Texto agregado el 08-04-2005, y leído por 1768 visitantes. (0 votos)


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