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Esteban no pasaba de ser alguien normal, de no ser porque se trataba de alguien que fue criado como hijo único, vivía aun con su madre a sus 45 años, era soltero y no sabía mucho del amor, o al menos nunca se le conoció novia alguna. Era extremadamente callado y se encerraba en su cuarto casi todo el día, solamente salía a arreglar la casa a las 7:30 a.m. todos los días, a las horas de comer o cuando su madre enferma que se postraba en cama casi todo el tiempo le llamaba para pedirle algún favor.
No se le veía nunca en la calle. Prácticamente era desconocido en el vecindario y los niños en sus juegos tenían una canción que hablaba de él: “No te acerques, no te acerques, que Esteban no te pesque y te arranque los dientes...”. En resumidas cuentas era un ermitaño en su propio hogar.

Cierto día, él se levantó sintiendo que todo cambiaría ese día, que su paz y tranquilidad sería diferente o tal vez podrían desaparecer. Mientras limpiaba la loza del desayuno en la cocina, su madre le llamó desde su cama. Algo raro, pues nunca molestaba hasta la hora del almuerzo.

“En ese cajón hay un número de teléfono, llama por favor y pídele a la Madre Esther que mande alguien que me acompañe, hoy creo que me siento un poco mal mijo...”. Él buscó y efectivamente una tarjeta de cartulina vieja y sucia decía “Madre Esther” y un número casi borroso escrito con lápiz. La situación parecía delicada, pues nunca se había quejado por sentirse mal y mucho menos pedido ayuda de alguien desconocido. Muy a pesar de él, se acercó al teléfono y lo miró como sin saber como hacerlo realmente, se sentó y al levantar la bocina, marco muy indeciso y al ver como su madre emitió un leve quejido en la cama, no lo pensó dos veces y marcó decididamente.

“Alo?”, se escuchó la voz de una mujer algo anciana al otro lado.

“Este... si, alo? Me comunica con la Madre Esther..? Por favor..?” por fin logró hacer lo que pensó sería tan difícil. “Si, un momento por favor...”. Se escuchó un largo silencio y él no sabía que hacer, solo esperar... al cabo de unos pocos minutos contestó otra señora algo más anciana. “Alo?”

- Madre Esther..?
- Si con ella. Con quién tengo el gusto?
- Vea, lo que pasa es que mi madre... amaneció un poco enferma y me pidió que la llamara a este número... parece que quiere alguien que la acompañe... y yo no se...
- Hay cómo hiciéramos... vea mijo es que yo ya por la edad no puedo acompañar a personas enfermas, es más a mi ya me acompañan algunas enfermeras... pero no se preocupe, dígame dónde es y busco la manera de que alguien vaya para allá de toda confianza.

En ese momento, él le indico donde era y ella por su parte, se comprometió a que ese mismo día llegaría alguien para ayudarle.

Pasó la hora del almuerzo y la madre de él no parecía mejorar, es más, parecía que sus quejidos, aunque muy suaves, retumbaban cada vez a todo lo largo de los corredores de la casa. Y en los momentos de silencio, se sentía algo más agobiante, parecía que ella ya no estuviera, o lo que es peor, que ella estaba por todas partes...

Siendo las 3:00 p.m. alguien tocó a la puerta. Él miró por la ventana que estaba al pie de la puerta y se dio cuenta de que era una joven mujer, con un maletín de mano. Seguramente era una vendedora como tantas que pasaban por allí, pensó él. Al cerrar la ventana, desde afuera la joven mujer se dio cuenta de que alguien había estado allí y habló un poco fuerte esperando que quien estuviera allí le escuchara...

“Don Esteban? Soy la enfermera que viene a ayudar a su mamá... Don Esteban?”

El volvió a mover la cortina y un pequeño grupo de niños que estaban de curiosos acompañando a la joven mujer salieron corriendo cuando uno de ellos gritó: “Allí se asomó, véanlo, véanlo...” y en medio de gritos se dispersaron rápidamente, algunos llorando corriendo a sus casas y otros aterrorizados por haber creído ver un monstruo.

La joven mujer por estar viendo la carrera y el susto de los niños, no se había percatado de que la puerta estaba abierta un poco, solo como para ser empujada y entrar. Así lo hizo. “Don Esteban?”. No vio a nadie en la sala, pero al escuchar los quejidos prolongados y semi silenciosos de una mujer supo por donde dirigirse. “Don Esteban? Hola, hay alguien por aquí?”. Al ver que nadie le atendía su llegada, asumió que la situación estaba más preocupante de lo que ella se imaginaba y apresuró a quitarse su abrigo y a descargar la maleta a un lado de la puerta. Cerró y se dio cuenta de que la puerta tenía más seguros de lo normal. Gente precavida, se imaginó. “Con permiso...”, habló como para que se dieran cuenta de que se dirigía hacia la habitación. La puerta estaba entreabierta y al empujarla se dio cuenta que efectivamente había una mujer enferma postrada en cama, aparentemente desde hacía varios días, así lo manifestaba el estado de las sábanas y el extraño olor a alcanfor y orín concentrado que se sintió enseguida al entrar.

- Buenas tardes, soy la enfermera recomendada por la Madre Esther...

Esteban no produjo ninguna palabra, se limitó a verla de pies a cabeza, mientras estaba sentado en un sillón al pie de la cama de su madre. La luz de la habitación se centraba muy bien en la cama, pero a duras penas podía mostrar la silueta de Esteban.

- Hija, que bien que llegó, hoy no amanecí muy bien.
- Tranquila, cuénteme que es lo que siente a ver si le puedo ayudar, o si no para llamar a un médico.
- No, doctores no, no quiero ningún doctor... está claro.
- Pero doña...
- Marlane... cof, cof... llámame Marly...
- Bueno Marly, yo no podré curarla, eso lo debe hacer un doctor... yo si mucho podré acompañarla y aconsejarle lo que puede ser mejor para que pase su incapacidad...
- Bueno... ahora no quiero discutir... que más puedes hacer?
- Déjeme colaborar con los oficios de la casa y la cocina... Traje también mis cosas por si de pronto me necesitaba, poderla acompañar toda esta noche.
- Hay un cuarto que nunca utilizamos... quédate allí hasta que yo muera...
- No diga eso, por Dios santo..!
- Hay mija, una ya sabe lo que le espera, y te prometo que no vas a quedarte cuidando una persona estorbosa como yo durante mucho tiempo... ya lo verás...
- Bueno, por lo pronto, esperemos que eso no pase y que usted pueda vivir muchos años más. Voy a traerle algo para tomar.
- Ve Esteban, acompáñala para que pueda ver donde va a dormir y trátala bien.
- Si...

Ella salió y luego él se levantó y la siguió, una vez que ella estaba recogiendo sus cosas de la sala, vio como él entró rápidamente a la cocina, casi como si no quisiera dejarse ver. Era tímido. Pensaba ella. Desde la cocina escuchó cuando él le dijo que su cuarto estaba al fondo del pasillo, justo al pié del baño. “Gracias”, respondió ella.

Una vez organizada en su temporal morada, volvió a la cocina y lo encontró a él limpiando un plato en el lavadero. “A ver, que le podemos llevar a su madre?”. Indudablemente él se sobresaltó y casi deja caer el plato, cosa que a ella le dio gracia, pero se contuvo la risa. Abrió la nevera con toda naturalidad y se percató que la casa no era controlada por doña Marlene, sino por Esteban, la nevera no estaba muy aseada que digamos, y las provisiones eran muy simples y sencillas, o posiblemente era por causa de que no poseían mucho dinero y la carestía les exigía tener pocos víveres.
Ella sacó un poco de leche y giró buscando un vaso para servir, cuando por primera vez, se vio de frente con Esteban. Ella se quedó quieta, casi paralizada, ni una sola expresión se manifestó en su rostro, no dijo nada significativo tampoco, giró rápidamente a la alacena y buscó un vaso para servir la leche.

Ella en su afán por cumplir con su deber, se percató de que tal vez los caminos de la vida son más misteriosos de lo que se creía, por primera vez pensó en ayudar a más de una persona al mismo tiempo, pensó que tal vez podría ayudarle a él a través de la ayuda que le brindaba a su madre... pero aun no sabía con precisión como.

Una vez en el cuarto, ella trató de levantar de la cama a doña Marlene para que pudiera tomar su vaso de leche.

Entre sonidos guturales sordos y dificultades para respirar se la fue tomando poco a poco.

- Creo que es bueno llamar a un doctor, en dónde esta el teléfono?
- Ya te dije que no quisiera...
- No creo que se encuentre en posición de discutir, se trata de su propia salud, vea como tiene esa tos de ronca, parece que se quisiera salir un pulmón cada vez que respira. Ahora, cuénteme, dónde está el teléfono?

Doña Marlene apenas levantó una mano e indicó un lugar por allá en la sala. No dijo nada pero la señal fue suficiente. Sin pensarlo dos veces, se levantó y le pidió a Esteban que le terminara de dar la leche a su madre. Ella ni siquiera lo miró.

Una vez que se logró comunicar con el hospital, le indicó al doctor de turno de ese momento el estado de la paciente y le solicitó que viniera lo antes posible, pues a su parecer, estaba empeorando. Calló por un momento y asentía a unas indicaciones que él le dictaba. Luego colgó y volvió al cuarto. “Apenas termine su turno vendrá para acá”, fueron las palabras de ella apenas atravesó la puerta y a lo que Esteban reaccionó casi de inmediato.

Dejó el vaso sobre el nochero y se levantó con una notable angustia, miró a todas partes y parecía que buscaba algún lugar para esconderse.

- Ven acá hijo... no te preocupes, tal vez yo no me sienta en condiciones, pero vas a estar bien. – Él se acercó a su madre y se arrodilló al lado de la cama, escondió su cabeza en el regazo de su madre como lo hacen los niños pequeños. – Tranquilo, hijo, esta muchacha te va a cuidar y vas a estar muy bien... cierto que si...
- Magda, que pena, mi nombre es Magda.
- Ves hijo, ella vino a colaborarnos, y lo quiere hacer... cierto que si mija?
- Claro, que para eso estoy aquí.

Magda dio un paso, quería ir a consolarlo también, pero algo dentro de ella hizo que se detuviera y se paralizara en su segundo paso. No sabía como lo tomaría él, de pronto se disgustaría o pensaría cosas que no son. Así que optó por dirigirse a su verdadero paciente, doña Marlene.

Pasaron las horas y la fiebre comenzó a subir, la noche se apoderó del tiempo y la angustia de Esteban por la llegada de un desconocido era notable. Con palabras dulces Magda le dio a entender que ella se encargaría de la situación. Que si era necesario que él podía quedarse en un cuarto mientras ella atendía al doctor, así no molestaría su presencia para nadie y su madre sería atendida por alguien que realmente sabía lo que podía tener y curarla. Él no decía nada, pero poco a poco fue acomodándose a la idea y aceptando que la salud de su madre era primero que sus temores.

Tres golpes pausados y firmes se sintieron en toda la casa. Esteban miró con ansiedad a Magda y ella le indicó que hiciera silencio. Lo tomó suavemente del brazo e hizo que se levantara del lugar donde había estado al pie de su madre durante tantas horas.

- Vamos para el cuarto de atrás, te prometo que el no se va a demorar. Yo me encargaré de que sea rápido y se valla. Te lo prometo. Ven vamos...
Ella se dirigió a la puerta y abrió, efectivamente era el médico. Esteban desde el lugar donde se encontraba, en medio de la oscuridad del cuarto de Magda, sentía el olor de sus ropas que se encontraban tendidas en la cama, olores frescos y muy femeninos, que daban un ambiente muy agradable a pesar de lo angustiado que se encontraba; escuchaba al mismo tiempo toda la conversación de la enfermera y el doctor, pero no escuchaba a su madre.
- Desde que horas está así?
- No hace mucho doctor, hace como un par de horas que se quedó dormida y desde entonces no se ha despertado, le he dado leche tibia para que sienta un poco más suave su garganta, pues la tos que ha tenido ha sido muy ronca, desde el pecho, y aunque ella no lo dice, creo que le duele mucho al toser.
- Desde cuando le subió fiebre?
- Desde que lo llamé aproximadamente.
- Creo que tendremos que llamar a una ambulancia para llevarla al hospital.
- Será necesario doctor? Es que el hijo de ella no está y no se como comunicarme con él, he estado pendiente para cuando llame o venga y no se que hacer...
Desde la oscuridad del cuarto Esteban sintió una extraña ansiedad mientras esperaba la respuesta del doctor a la proposición de ella.
- No sé, creo que será mejor llevarla al hospital de todas maneras. Hay que hacerle unos exámenes y desde aquí será más difícil. Donde está el teléfono?
- No... – Dijo muy ronca y entrecortada doña Marlene.
- Señora, buenas noches, soy el Doctor Andrés Padilla, para servirle. Vea, creo que sería bueno que fuéramos a la clínica, la encuentro muy delicada y no sería bueno que se quedara aquí, allá estará bien, los exámenes no demorarán, y si esta mejor mañana por la mañana, pues se regresa para acá y su hijo ni siquiera se dará cuenta de que usted no estuvo aquí...
- Esteban? Mija dónde está Esteban? Creo que tengo que ir a buscarlo... – Se trató de incorporar, pero fue en vano... al ver que no podía, comenzó a gritar su nombre – Esteban!?

Él entre tanto, trataba desesperadamente de querer salir de su escondite pero sus lagrimas comenzaron a correr y sus manos fuertemente apretadas en si mismas, le daban mayor consuelo que la idea de salir de allí y enfrentar a otra persona desconocida. No, definitivamente no saldría de allí hasta que el doctor se fuera.

Doña Marlene se vio vencida por el esfuerzo que hizo y se dejó hundir en la almohada. – Mija... prométame que Esteban va a estar bien... si..? Por favor...?

- Si Marly, descanse que yo me encargo...
Pareciera que le dio lo que ella buscaba, pues no dijo nada más, simplemente dejó caer suavemente su cabeza en la almohada y con toda la suavidad que un momento así lo pudiera permitir... pareciera como si su cuerpo se desinflara levemente.

El doctor se percató del extraño comportamiento que tuvo y se inclinó rápidamente a la paciente. Le levantó una pupila y trató de encontrar respuesta en ella con una pequeña linterna que cargaba en su bolsillo, al parecer se preocupó y se puso rápidamente el estetoscopio en los oídos y se lo dirigió directamente al pecho “Dios santo... Enfermera, ayúdeme!”

- Qué pasa doctor?
- Creo lo peor...

Utilizó todas las técnicas que conocía en un caso similar y las puso en la más minuciosa práctica, para al final después de varios minutos, sencillamente, coger la sábana y subirla hasta cubrirle el rostro.

- Parece que me hubiera estado esperando para morir... Hágame un favor, llame a este número y que vengan a recogerla, yo por mi parte, voy a tratar de identificar la causa y hacer el registro necesario... Válgame Dios, que tan frágil es la vida...

Magda salió del cuarto y pensó dos veces antes de ir al teléfono, estaba indecisa, en lo único que pensaba era en Esteban, allí encerrado, sin haber estado con su madre en sus últimos momentos, o tal vez hubiera sido mejor así, evitándole un mayor dolor al ver el momento de consumación de la vida de su madre... Este día definitivamente era para dejarle una gran huella en su vida, tal vez para todos. Se dirigió definitivamente al teléfono y trató de hacer la llamada lo más rápido que pudo, debía ir a atender a Esteban, él seguramente había estado escuchando todo y estaría inconsolable y supremamente triste y angustiado en ese oscuro lugar.

Al terminar la llamada de rigor, pasó rápidamente por la puerta del cuarto principal y le dijo al doctor que en un momento volvía que iría al cuarto del fondo a buscar algo. El doctor simplemente asintió.

Ella entreabrió la puerta lentamente, vio la profunda oscuridad y sintió algo de temor. Susurró el nombre de Esteban mientras buscaba con la mano a tientas el suiche de la luz, para sorpresa de ella, sintió como fue sujetada firmemente por la muñeca y se sobresaltó evidentemente por temor. La luz se encendió y vio a Esteban acurrucado en el rincón con su rostro escondido entre sus rodillas y una mano sujetándola todavía. Ella tomó la mano de él y la fue soltando lentamente, se percató que ese hombre mayor, estaba completamente derrumbado como un niño que lo había perdido todo, no se le escuchaba llanto alguno, pero no era necesario saber que lloraba tan fuerte que a su alma se le escuchaban los gritos de dolor y angustia. Ella levantó una mano y la quiso poner encima de su cabeza para consolarlo, lo pensó dos veces y hasta que al fin se decidió y la puso, tenía algo de temblor en sus dedos, pero su determinación de quererlo consolar era mayor. Él se dejó acariciar como todo un niño desprotegido, cosa que le inspiró una gran ternura a ella, pero aun no se atrevía a mayor cosa... realmente le era muy difícil consolarlo y no sentir ese extraño temor hacia él.

- Ya vengo, voy a despachar a este doctor y volveré... de acuerdo? – Susurró a Esteban. Ella en cierto modo se sintió más tranquila al ver que la angustia de él no la obligaría a quedarse allí.

Toda esa noche fue en pocas palabras, una revelación para Magda, descubrió un mundo al cual nunca había entrado tan de frente y tan crudamente, solo hasta esa mañana, cuando ella se levantó sentía que sería un día más para ayudar al prójimo, pero nunca se imaginó que tendría que vivir las crudas emociones que tenía la humanidad tan de frente: el deber, el compromiso, el miedo, la soledad, la enfermedad, la agonía, el dolor, la compasión, la caridad, la muerte... Ella sabía de todo eso, pero sólo en teoría, esta noche parecía su examen.
Magda se encargó hábilmente para camuflar a Esteban de toda la humanidad y evitarle un sufrimiento mayor, aunque mentir no estaba en sus planes para el cumplimiento de su deber, sintió que era una obra de caridad hacia él.
Al siguiente día ella pensaba muy bien como comenzar el día. Su labor ahora era ayudar a Esteban a afrontar su nueva vida y a demostrarle lo importante que era que él saliera adelante, muy a pesar de lo que había sucedido. Se levantó temprano, mucho antes de que saliera el sol, como ya estaba acostumbrada, eso, a pesar de la noche tan larga que había pasado, en diligencias de funeraria y disposición final para la cremación. Pero la vida tenía que continuar.

Arregló el cuarto de la difunta y lo acomodó como si a ella le gustara encontrarlo organizado para algún día que nunca llegaría, pero lo hacía más que todo por Esteban, para que él no sintiera un mayor dolor al ver el cuarto y lo que allí se encontraba, arrancado de raíz con todo lo que ese lugar representaba.

Organizó el desayuno para cuando se levantara Esteban, ya lo encontrara a su disposición, era un pequeño riesgo que ella tenía que correr, pero el desconocer el gusto de un hombre mayor, y el primer día que era huérfano no era una forma muy fácil para definir el gusto por unos huevos, un pan tostado y un café en leche.

El momento llegó. Él se encontraba parado en la puerta de la cocina y ella sintió un extraño frío por todo su cuerpo. Tembló, pero buscó aferrarse fuertemente de la nevera para que no se notara su temor a las reacciones de él.

- No sabía como te gustaban los huevos, espero que estén bien así...

El no contestó nada, simplemente asintió y se sentó a comer, lo hizo de una manera que le sorprendió a ella, pues cuando ella giró, haciendo un gran esfuerzo de su parte por no manifestar ninguna emoción que le pudiera dar reacciones negativa a él, buscó un asiento para acomodarse y desayunar en la misma mesa, pero el plato de él ya estaba vacío y se estaba levantando, parecía huir.

- No espera, no te vallas, quédate acompañándome, que no me gusta comer sola... –sus últimas sílabas las fue diciendo más pausadas que las primeras, pues se dio cuenta que no era una manera muy cortés de tratarlo y de pronto no reaccionaría tan apacible como ella quisiera.

Para sorpresa de ella, el se detuvo en la puerta y lentamente, se acercó a la mesa, para sentarse en el lugar que anteriormente estaba ocupando. Ahora ella no estaba segura de querer continuar con su proyecto del día, se dio cuenta que le tenía miedo y una gran repulsión. Tal vez sería bueno salir de allí lo antes posible. Pero esa la convertiría en alguien que no ha cumplido correctamente con su deber... Así fuera en contra de su voluntad, ella llevaría ese día hasta su final.
Mientras comía, él la observaba detenidamente, sus fuertes y delgados brazos, su rostro tan angelical, sus bellos ojos y el suave caer de su cabello le agradaban. Era una mujer de verdad, no como las que él constantemente observaba en las revistas viejas que conservaba debajo de su colchón y en dónde se veían torsos desnudos de mujeres de fantasía. Esta en cambio era de verdad, real, que respiraba al pie de él, que olía a dulce primavera y que sobre todo, era buena con él... tal vez era la mujer de la que tanto le hablaba su madre.

- Te quedarás?

Fueron las primeras palabras que ella escuchaba de él y por primera vez lo vio sin temor. Definitivamente, se quedaría, al menos por hoy.

Una vez terminado el desayuno, ella recogió los platos y se dispuso a lavar. Él se acercó lentamente a la cocina y despacio se acercó a ella por su espalda y puso su mano en el hombro de ella. Instintivamente ella detuvo su trabajo pero le dejó seguir, él siguió su mano lentamente por la espalda y se dio cuenta de lo suave que sería su piel bajo su blusa, se acercó más y la rodeo lentamente por la cintura con sus manos. Ella simplemente cerró los ojos y mordió sus labios, aferrándose al deseo de que todo terminara bien para ambos... que ninguno de los dos sufriera y que todos sus temores desaparecieran en ese momento.

Ella soltó lo que tenía en la mano, sacó su mano del guante impermeable y la puso encima de la de él, alentándolo a que continuara con sus caricias. Fue cuando él se decidió y le dio un suave beso en el cuello, ella se inclinó para que continuara, y apretó su mano contra su vientre...

Esa tarde, cuando él estaba recostado en el otro lado de la cama, de espaldas a ella, fue cuando se dio cuenta de que era el momento de marcharse. Después de haber vivido ese día, se dio cuenta que no le faltaba nada nuevo por vivir, pero era el momento de marcharse.
Antes de partir, dejó una carta sobre la almohada donde ella hizo el amor con él.

Unas horas más tarde, el se despertó y miró a su alrededor, la oscuridad del ocaso estaba invadiendo la casa, pero no había ruidos que indicaran que ella estuviera en ninguna parte, solo su intenso olor a mujer que invadía la habitación y el lecho aun con las sábanas arrugadas con sus formas... él se imaginó lo peor: se había marchado. Su sospecha fue confirmada al ver la carta sobre la almohada. Se levantó, encendió una de las lámparas de la habitación y comenzó a leer.

“Esteban,
Esta carta la escribo puesto que me es imposible poderle decir esto directamente, pero creo que es mi deber manifestar lo que estoy sintiendo y no puedo callar más a mi conciencia. Mi culpa no me permite continuar con esto.
Al llegar a su casa y ver el estado en que se encontraba su señora madre, no pude por demás sentir algo de lastima por su situación, sentimiento que se reforzó al darme cuenta de su increíble soledad y las causas de la misma, su aislamiento del mundo es comprensible, Pero creo que es hora de que sepa algunas cosas que hasta el momento no he comentado para no entorpecer mis labores en un comienzo, y que luego, se convirtió en algo vital en mi desarrollo personal.

Al morir su madre me quedé porque me parecía que usted sufriría mucho y que ahora quien necesitaba ayuda era usted, pero al darme cuenta de sus miradas hacia mi y de su extraña indiferencia hacia la muerte de su madre me percaté que en cierta medida lo que había pasado no era una calamidad domestica, sino más bien una liberación de una extraña esclavitud.

Mi orientador espiritual, me aconsejaba constantemente que el hacer obras de caridad eran importantes para purificar el alma a través del sacrificio de los bienes materiales y... creo que es aquí donde confieso mi situación hacia usted, me propuse hacer una obra de caridad con usted: entregarle lo que nunca una mujer le había dado jamás: amor! Un amor aunque prestado, pero al fin y al cabo era un amor entregado, un amor sacrificado por mi parte y era un amor necesitado por usted. Y digo que era una obra de caridad, puesto que mi verdadero amor es Dios, y al entregarme a usted era una manifestación de la gracia divina que quería que usted también supiera lo que es el amor. Y es en las obras de caridad que uno manifiesta el amor a Dios.
Ahora he vuelto al claustro de mi convento, de donde había salido para atender a su señora madre, por requerimiento de mi Madre Superiora Sor Esther y al cual había solicitado encarecidamente una licencia para poderle atender a usted y llevar la gracia de Dios a su hogar. Dios lo bendiga.

Atentamente:

Sor Magda”


Esteban dejó caer la carta de su mano con la mirada vacía a la pared del frente. El papel de la carta ya estaba sucia por las gotas de sudor sanguinolento que tenía en sus manos de tanto estrujarse los quistes que le brotaban en los brazos. Su rostro ahora parecía tener un aspecto semi verdoso más notorio que de costumbre, su ojo derecho que lo tenía desfigurado desde muy joven y que tenía enceguecido por una notoria catarata blanca, dejó caer una lágrima que se deslizó por su mejilla llena de granos purulentos y algunos reventados en sangre, frutos de un constante juego masoquista que tenía, en el cual apagaba cigarrillos en el rostro. Al llegar la lagrima por la fisura de sus labios esta se mezcló con saliva verdosa que le escurría hacía afuera, esto no podía evitarlo por la deformidad que manifestaban sus labios leporinos y la constante presión que hacía con los dientes en los mismos hasta hacerle sangrar y en muchas ocasiones se le infectaban y soltaban una pus verdosa.

Una segunda lagrima brotó y recorrió más rápido que la anterior toda la trayectoria de su deforme rostro, hasta alcanzar la primera y cayó, en el papel de la carta, una gota gruesa, semi verde, semi roja, semi triste, semi sola...

Texto agregado el 12-04-2005, y leído por 100 visitantes. (1 voto)


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