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-¡¿Remigio, cuando te vas a bañar?!

Le gritaron unos chicos desde el otro lado del camino de tierra, entre risas y abucheos. Remigio Cordiales hizo oídos sordos a las burlas y mantuvo su lento andar hacia el pueblo, cuyas primeras casas ya tenía a la vista. La mano derecha cerca del hombro apretaba fuerte la sucia bolsa de arpillera que llevaba volcada sobre la espalda en la que, como todo vagabundo que se precie de tal, transportaba cartones, trozos de vidrio, algunos metales y otros deshechos que había encontrado en sus recorridas por terrenos baldíos y tachos de basura.

Ese día era la víspera de nochebuena, e inexplicablemente para él mismo, sentía la necesidad de tener algún tipo de festejo. Porque Remigio ya no tenía memoria de muchas cosas, menos de la última vez que había festejado algo, y en realidad, jamás le había importado. Pero esa mañana era diferente, lo advirtió ni bien despertó en la caldera oxidada que habitaba en las afueras del pueblo. Allí atesoraba un mugriento colchón, una silla con tres patas, los trapos sucios y deshilachados de su guardarropa y algunas latas vacías que utilizaba como vajilla. Y todo lo compartía con su única amistad, un gato marrón a quien alguien, alguna vez, había bautizado Jonás.

Vale aclarar, que Jonás no era el gato de Remigio, simplemente era un gato al que le quedaba cómodo vivir con Remigio, cosa que estaba muy clara entre los dos. Por lo demás cada cual hacía su vida.

Como decía, esa mañana Remigio se despertó más temprano que de costumbre, juntó unas maderas y papeles e hizo un fuego. Luego volcó agua de una botella en una lata de duraznos y la acomodó sobre las llamas. Puso un poco de yerba usada que tenía en una bolsa de papel disponiéndose a tomar unos mates. De un rincón oscuro de la caldera, desperezándose, Jonás avanzó con paso lento hacia el fuego y se tendió muy cerca, observando con disimulo los movimientos de su compañero.

Fue entonces cuando, para sorpresa de Jonás, Remigio que nunca decía palabra, se puso a hablar mientras daba las primeras chupadas al mate.

-Hoy es un día importante, gato, la gente se prepara para festejar Nochebuena.

Como toda respuesta Jonás se lamió su pata derecha con aire ausente, y Remigio continuó:

-En todas las casas habrá, buena comida y regalos, deberíamos hacer algo parecido, sencillito nomás, tanto como para brindar, ¿que te parece, gato?

Jonás había parado las orejas, su cuerpo se había tensado y permanecía en posición de máxima alerta, pero esto tenía que ver con el trino de un pájaro que se había posado imprudentemente sobre la caldera, más que con la proposición de Remigio.

-Tengo una bolsa llena de mercadería que junté las últimas semanas y es posible que me den un poco de plata por todo eso, agregó Remigio.

Dicho lo cual, salió hacia el pueblo con su bolsa de basura al hombro en busca de algún ventajoso trato comercial. Que es el punto preciso donde estábamos al comenzar esta historia.

Entró al pueblo con paso lento pero con gran decisión rumbeando hacia el galpón de Don Pantaleón, en cuyo frente un gran cartel rezaba:

PANTALEÓN, ACOPIADOR DE MATERIAS PRIMAS.

A medida que avanzaba la gente que lo venía venir, cruzaba de vereda Algunos pensaban que estaba loco, otros que tenía piojos, pero todos coincidían en que siempre estaba terriblemente sucio y maloliente.
Y así, con la vista baja mirando sus destrozadas alpargatas y sus pies que no había lavado en años, ingresó tímidamente al galpón de Don Pantaleón.

En esos momentos, en la caldera, Jonás aun echado cerca de las brasas, continuaba lamiendo sus patas y, con los ojos entrecerrados, parecía reflexionar mostrando esa expresión filosófica indefinible, que suelen adoptar los gatos pensativos. Finalmente, con toda parsimonia se incorporó y estiró bien su espinazo. Luego con un ágil salto ganó el exterior, partiendo con rumbo incierto.

La mercadería estaba desparramada en el suelo al lado de la bolsa de arpillera vacía y Don Pantaleón con su vozarrón prepotente decía:

-¡Pero que te puedo dar por esta basura, esto no vale nada, hombre!

Remigio, no levantaba los ojos, ni respondía, porque había perdido hacía mucho tiempo el hábito de discutir o negociar. Solamente esperaba resignado lo que el destino decidiera darle, pero en esta ocasión se decidió a hablar:

-Es que esta noche es Nochebuena, señor, dijo humildemente en voz muy baja.

Algo debió moverse en el duro corazón del comerciante, porque luego de un corto silencio respondió:

-Está bien hombre, te voy a dar un peso para que compres un litro de ese vino barato que te gusta, y no digas una palabra por que no te doy nada.


Y Remigio con el peso fuertemente apretado en un puño enfiló hacia el almacén.

Entretanto Jonás, casi sin darse cuenta, había perdido la última de sus siete vidas y yacía con un certero balazo de matagatos clavado en su cabeza, ante la indiferencia que siempre muestra la gente por los gatos muertos.

Dos días después, el diario local en un pequeño apartado, registraba la siguiente noticia:

“En vísperas de nochebuena, Remigio Cordiales, conocido vagabundo de nuestro pueblo, de nacionalidad, edad y ocupación desconocidas, fue atropellado por una camioneta conducida por un individuo alcoholizado, falleciendo a las pocas horas. Su única pertenencia parecía ser una botella de leche que portaba en ese momento y que guardaba celosamente contra su pecho.”

Al leer esta noticia, Julián Pedrozo, dueño del despacho de bebidas El Jagüel, comentó como al descuido, a un grupo de parroquianos:

-¡Que noticia rara, el Remigio tomando leche! Casi tan raro como ese gato marrón que maté esa misma tarde cuando, el muy malandra, trataba de llevarse un cartón de vino de mi despensa, quién sabe adónde…

Algunos paseantes circunstanciales, aseguraron durante mucho tiempo a quien quisiera oírlos, que esa Nochebuena, un inexplicable y maravilloso resplandor envolvía la vieja caldera de las afueras del pueblo y que de su interior brotaba, en forma misteriosa, una dulce melodía navideña.




Texto agregado el 14-04-2005, y leído por 1396 visitantes. (19 votos)


Lectores Opinan
04-05-2013 Hay algo que conmueve cuando un vagabundo gasta su única moneda en un frasco de leche para compartir con su gato, sobre todo cuando ambas vidas concluyen. Gatocteles
07-04-2013 muy bueno . sobre todo el final. me encantoooo. cblue
09-07-2012 Si todo un vagabunda con su gato!!!! efelisa
29-09-2010 Muy bueno, el remate final, me gustó mucho la trama, me conmovió. Excelente! bets
21-08-2006 Puzzle, laberinto, crucigrama, cruce entre dos seres vivos tan bien avenidos, sensibles, circunspectos y filosóficos, como desatinado fue su cruel destino. Y a su alrededor, las circunstancias adversas, cegadas, insensibles, erróneas de una sociedad adversa que institucionaliza hipócritamente la caridad como solución al problema. azulada
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