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EL AVANCE



El agua estaba deliciosa, bien caliente como le gustaba. Se quedó un rato debajo de la lluvia disfrutando el suave masaje sobre el cuello y la espalda, al fin se decidió a abandonar la ducha, descorrió la cortina y salió envolviéndose en un toallón. Se miró de reojo en el espejo, así se veía más joven, las gotitas de vapor que lo empañaban suavizaban el efecto del paso del tiempo. Mientras se cepillaba el cabello pasó una mano por el espejo para verse mejor, algunas canas estaban volviendo a asomarse. La sobresaltó el sonido del timbre, no esperaba a nadie, y menos a esa hora.

No estaba muy seguro de estar haciendo lo correcto, pero esa mujer le interesaba demasiado como para seguir esperando indefinidamente la dichosa oportunidad y ya hacía mucho tiempo que venía trabajando en el plan. Ella vivía sola y él tenía una excelente excusa para ir a visitarla, todo era cuestión de ingresar a su departamento y luego jugar las cartas con prudencia y habilidad. Cuando llegó a la puerta del edificio, justamente salía una señora. Lo miró con desconfianza, pero cuando mencionó el piso y la persona que pretendía visitar, le franqueó el paso amablemente. Mientras aguardaba el ascensor, satisfecho, pensó que había comenzado con buen pié. Siempre es más fácil rechazar una visita por el portero eléctrico que hacerlo cara a cara en la propia puerta. Ya en el palier del tercer piso, ubicó el departamento señalado con una dorada letra B y con un ligero cosquilleo de inquietud en el pecho, pero con decisión, apretó el botón del timbre.

Ana pensó que podía ser Clarita, la vecina del quinto C, se habían hecho amigas en las reuniones de consorcio y solía aparecer de vez en cuando a contarle sus desventuras amorosas. Resolvió que podía esperar, mientras terminaba de arreglarse un poco el cabello, total si se iba la vería mas tarde. Pero al cabo de unos segundos el timbre volvió a sonar. ¿Pero quien tocaba el timbre con tanta insistencia? Clarita jamás haría eso. Envuelta en la toalla corrió hacia la puerta. Estaba a punto de abrirla cuando pensó que sería mejor fijarse antes, espió por el visor y se sorprendió al verlo ahí parado. Es el tipo de la casa de repuestos, se dijo. ¿Que querrá?

El timbre había sonado con estridencia, era de esos que despiertan al más dormido. Esperó impaciente agudizando el oído para detectar algún sonido que denunciara la presencia de la mujer en el departamento. Nada se oía y lo comenzó a ganar el desasosiego, hasta comenzó a sentir un dolor en el pecho. Son los nervios, se dijo, no podía tener tanta mala suerte. Volvió a pulsar el timbre, esta vez con más fuerza, como si la presión de su dedo pudiera intensificar el volumen del mismo. Acercó su cabeza a fin de escuchar mejor y en ese momento la puerta comenzó a abrirse. Medio oculta tras esta, una figura femenina envuelta en una toalla, cara lavada y pelo mojado cepillado hacia atrás, lo miraba con una expresión en la que se mezclaban la curiosidad, la sorpresa y el temor. Era ella.

Conciente de lo atrevido de su actitud, ensayó una sonrisa que supuso tranquilizadora, a la vez que decía: -Buenas noches señora, disculpe el atrevimiento, soy su vecino, el de la casa de repuestos, nos hemos cruzado varias veces. Si me concede unos minutos, tengo algo para decirle que puede llegar a interesarle…

La observaba con la misma insistencia con que lo hacía cada tarde cuando pasaba delante de su negocio y ella se ruborizó. Página: 1
Se quedó mirándolo sin decir palabra. Así como estaba, a medio peinar, descalza y envuelta en un toallón se veía más hermosa que nunca. Debía estar pensando qué lo había llevado a tocar el timbre de su departamento. A pesar de que hacía casi dos años que se había mudado al barrio no se habían dicho más que buenos días o buenas tardes. Nunca había entrado en su negocio, ni siquiera se había parado jamás a mirar la vidriera pero eso no quería decir nada, después de todo ella no debía entender mucho de autos. Estaba convencido de que no era indiferente a sus miradas, el leve rubor de sus mejillas la delataba.

Con una voz que a él se le ocurrió temblorosa, ella dijo: -Buenas noches…Le tendió la mano a modo de saludo y a ella no le quedó más remedio que corresponderle, tuvo que arreglárselas con la otra mano para sostener la toalla que corría el riesgo de caerse en cualquier momento. Sin duda trataba de elegir palabras mientras pensaba qué hacer, no podía salir al palier y atenderlo ahí, sin vestirse, además no querría quedar como una maleducada. Y si lo hacía pasar, ¿qué?..., tenía algo que decirle, y debía ser algo importante para ir hasta su casa sin esperar a verla pasar como todas las tardes. Hizo lo que él suponía, lo invitó a pasar. Le pidió un minuto para ponerse algo más decente y lo dejó en el living. Reapareció con un vestido blanco muy sencillo, sandalias de taco bajo y el cabello todavía húmedo recogido con una hebilla. También olía a buen perfume. Uno de esos que las mujeres solo usan en ocasiones muy especiales.

-Lamento no poder ofrecerle más que café, ¿o tal vez un té?, aunque ahora que me acuerdo tengo una botella de licor de naranja... Quería mostrarse tranquila pero se la veía nerviosa. El estaba parado de espaldas, mirando los retratos que había sobre la repisa, al escucharla se dio vuelta y volvió a sonreír mientras la miraba de arriba abajo sin ningún pudor.

Las cosas están bien encaminadas, pensó. Así, con ese coqueto vestidito blanco, el pelo mojado y el sutil aroma a perfume de buena calidad que lo invadía, está muy sexy. Su instinto de hombre lo impulsaba a actuar rápidamente, pero su experiencia, que no era poca, le indicaba que no debía apresurarse, un paso por vez. Sonriendo y como buscando las palabras, dijo: -Es usted muy amable, pero no quiero abusar de su gentileza, bastante incomodidad le he causado apareciéndome así de improviso, al fin al y al cabo no soy más que un desconocido… y a propósito, ya es tiempo de presentarme, me llamo Augusto, Augusto Poletti, y como ya sabe, tengo la casa de repuestos a mitad de cuadra. Ella, también sonriendo, respondió, -Realmente su visita me sorprende… Tome asiento por favor, agregó, mientras le señalaba el sillón individual del juego de living. Por su parte se sentó frente a él en un rincón del sofá con las piernas recogidas sobre el mismo, cuidando que el vestido cubriera largamente sus rodillas. -Vea señora…y quedó en suspenso como esperando que ella le dijera su nombre.

-Mi nombre es Ana, Ana Ferrero. Soy profesora de matemáticas, doy clases en la escuela que está a tres cuadras, por la calle San Martín. -Ana, que hermoso nombre... y sonriendo, prosiguió, -Es gracioso, me hizo recordar mis tiempos de estudiante secundario. La conversación se había soltado, era correcta y hasta divertida, pero él sabía que no convenía mucho ese terreno. Se ingresaba en una zona de respeto y formalidad de la cual luego costaba mucho salir, tenía que hacerle sentir que no era solamente un amable e inofensivo vecino y la única manera de conseguir ese efecto era mostrar un poco los colmillos. Así, que deslizando lentamente la mirada sobre el cuerpo de la mujer, dijo: -Creo que yo como alumno suyo me hubiera distraído mucho…

Ella se acomodó el vestido, se soltó el cabello, lo recogió de nuevo y se puso a jugar nerviosamente con la pulsera. De pronto se quedaron en silencio, él había terminado la frase y permaneció callado, como cediendo el turno en la conversación. Sonrió tratando de encontrar qué decir, cuando la sobresaltó el tintinear de la pulsera al desprenderse y caer al suelo. Intentó incorporarse para recogerla pero él ya la había levantado y estaba frente a ella con ademán de volverla a su muñeca. Le tendió la mano y él se tomó su tiempo para prender el broche. La veía alterada, quizás excitada. Estaba tan cerca que podría jurar que escuchaba los latidos acelerados de su corazón. Ella, tratando de parecer lo más serena posible, dijo: -Y bien, señor Augusto, todavía no me ha dicho el motivo de su visita…

Por un momento permaneció callado, como si no la hubiera escuchado. Tenía la expresión de quien está pensando en otra cosa que no tiene nada que ver con la conversación que está manteniendo. Luego sonriendo dijo: -Si es verdad, con esta charla tan agradable me estaba olvidando del motivo de mi visita, y, distraídamente, se dejó caer en el sofá, su rodilla derecha muy cerca de la de ella y el brazo apoyado sobre el respaldo del mismo. –Se trata de lo siguiente, continuó, como usted sabe mi negocio está relacionado con los repuestos y los autos. Hace unos días, estaba en la vereda hablando con Antonio, el encargado de su edificio cuando la vi a usted subir al suyo. Hice un comentario sobre el buen estado del coche y Antonio, buen informante como todo portero, me contó que lo tenía en venta… Mientras hablaba la miraba a los ojos, vio algo en ellos y de pronto se detuvo. Tras un instante de silencio, en otro tono de voz continuó: - Ana, por favor discúlpeme, una mujer como usted no merece escuchar una excusa tan torpe. Otro largo silencio mirando el piso, luego clavando sus ojos en los de ella: -El verdadero motivo de mi presencia, es que moría por conocerla. Hace bastante tiempo que averiguo sobre usted y todo lo que me ha dicho, en realidad, ya lo sabía. Su mano derecha sobre el respaldo del sofá jugueteaba con las puntas del largo y mojado cabello de la mujer.

No dejaba de mirarla intentando descubrir el impacto causado por sus últimas palabras, sentía como ella trataba desesperadamente de resistirse a la sensación de los dedos enredados en su cabello, cada vez más atrevidos, en un juego que se estaba transformando en caricias. La eterna lucha de la mujer que ha hecho lo que se supone correcto, lo que todos esperan de ella. En ese momento lo correcto era poner distancia, romper toda la magia, levantarse del sofá a preparar café, hablar de lo loco que está el tiempo, de esta primavera tan calurosa, no estaba bien dejar que un desconocido se tomara tantas atribuciones. Pero...y si por una vez hacía lo que quería y no lo que debía, ¿porqué tenía que ser indiferente a todo lo que le provocaba sentir a ese hombre tan cerca? El creía leer esos pensamientos en las pupilas de la mujer, y cuando ella intentó incorporarse, la retuvo con suavidad, se fue acercando muy despacio, como saboreando cada instante y la besó mientras su mano seguía jugando con el cabello todavía húmedo.

El beso fue suave apenas rozando los labios. Tan cerca como estaba, percibía la respiración acelerada y el cuerpo tenso de la mujer. Había levantado las manos y las apoyaba sobre el pecho de él en actitud defensiva, como empujándolo hacia atrás. El se separó por un instante, la miró intensamente como el ave rapaz mira a su presa todavía palpitante. Luego su mano dejó de jugar con el pelo, y suavemente, con la habilidad de un carterista bajó el cierre que el vestido tenía en su espalda y con el mismo movimiento desprendió el broche del corpiño. Acercó su boca a la de ella nuevamente venciendo la escasa resistencia que ofrecían las manos sobre su pecho, y la volvió a besar, pero esta vez con fuerza, con pasión. Sus labios separando los de ella y la lengua experta y cálida pugnando por penetrar. El vestido, ya sin la sujeción del cierre, llevado por las manos del hombre cayó hacia delante arrastrando el corpiño desabrochado. Ella intentó una .ultima defensa tratando de desasirse a la vez que exhalaba un gemido de queja, pero al hacer eso entreabrió los labios y sintió como la lengua de el le llenaba la boca y una mano grande y conocedora se apoderaba de sus pezones ya erguidos. Entonces, sus brazos subieron, rodearon el cuello de él atrayéndolo aun más y su boca se abrió en un beso de entrega total.

Él se apartó nuevamente y volvió a mirarla a los ojos, con mucha ternura le acarició el cabello, después sus manos le recorrieron la espalda desnuda y empezó a besarla muy suavemente, la frente, los ojos, la boca, el cuello, ella se quedó muy quieta con los ojos cerrados, lo único que delataba su excitación era el ritmo de su respiración. Siguió besándola con besos cada vez más ardientes, sin apuro. Cuando ya no le quedaba ni un centímetro por recorrer de lo que había conseguido liberar del vestido acercó su boca al oído de Ana y le habló muy despacio, casi en secreto, como si temiera que alguien más pudiera escucharlo a pesar de que estaban solos, al principio halagando su belleza y contando todas las noches pasadas en vela soñando con este momento, poco a poco las palabras tiernas y amorosas se fueron transformando en otras, cada vez más fuertes y sin pudores, llenas de pasión. Le contó cada sueño que había tenido con ella en todas esas noches mientras con su mano derecha le acariciaba las piernas y se metía debajo de la falda con la misma destreza con la que un rato antes le había desprendido el vestido.


¿Pero quien tocaba el timbre con tanta insistencia? Clarita jamás haría eso. Envuelta en la toalla corrió hacia la puerta. Miró a través del visor y vio una cara conocida. Es el tipo de la casa de repuestos, se dijo. ¿Que querrá?

Lentamente entreabrió la puerta. Él la miraba con la misma insistencia con que lo hacía cada tarde cuando pasaba delante de su negocio y se ruborizó. Quiso decir algo pero las palabras no le salían, pensó que debía estar horrible, toda colorada y con semejante facha, a medio peinar, descalza y envuelta en una toalla. Trataba de adivinar qué lo había llevado a tocar el timbre de su departamento. A pesar de que hacía casi dos años que se había mudado al barrio no se habían dicho más que buenos días o buenas tardes. Le parecía un tipo atractivo aunque nunca había tenido oportunidad de observarlo detenidamente, ni siquiera se había podido parar con la excusa de mirar la vidriera, ella no entendía nada de autos. A duras penas pudo decir buenas noches con voz algo temblorosa.

Mientras le hablaba le tendió la mano a modo de saludo y a ella no le quedó más remedio que corresponderle, tuvo que arreglárselas con la otra mano para sostener la toalla que corría el riesgo de caerse en cualquier momento. Pero el que se cayó fue el hombre, que en ese instante se desplomó quedando inmóvil sobre los mosaicos del palier.

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Pascual Fernández, médico forense, se incorporó, se sacó los guantes de látex y dijo al comisario Pellegrino de la seccional 13ª. de la Policía Federal: -No hay duda, fue un sincope cardíaco. Luego de caer puede haber tenido treinta o cuarenta segundos de sobre vida, y a juzgar por la sonrisa, debió haber imaginado algo muy agradable…





Texto agregado el 15-04-2005, y leído por 234 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-11-2005 Cuando vi que este cuento tenía como dos mil y pico de palabras, me dije:"Naaa...¿a esta hora..?", sin embargo me encontré recorriendo las primeras líneas sin darme cuenta y me dejé llevar hasta el final, que aunque previsible desde temprana la trama, llegó hasta allí con una calidad literaria interesante, me juego al decir esto desde mi propio indocto criterio. ¿Qué quiero decir con esto? Nada, simplemente que me gustó. Bien por vos. Se me antoja dejarte ***** Saludos! torovoc
03-05-2005 Kela, se nota la fibra de narradora, eso existe. Creo, sin embargo, que tienes que meterte a lo que aqui he escuchado denominan la "carpinteria" del texto. Felicidades. aukisa
 
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