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Tuve la maravillosa suerte de conocer La Habana hace unos días. Como todo latinoamericano, miles de preguntas rondaban en mi cabeza sobre la vida del cubano común. La pobreza, el bloqueo, los balseros, Fidel. Una curiosidad compartida por los venezolanos que no han visitado esta mítica isla y que han conocido su cuasi realidad por referencias de terceros, por referencias salpicadas del imperialismo yanqui, que sin piedad se han encargado de difundir una imagen negativa sobre estos compatriotas.

Hermosa, medianamente empobrecida y con una conciencia social que le pondría la piel de gallina a cualquiera de los que se creen líderes políticos de la oposición venezolana. Al caminar por sus calles y hablar con su gente, me di cuenta que Cuba era lo que yo creía –o esperaba- que fuera. Una cultura distinta, digna y valiente. La ideología desbordante de sobrevivir a pesar del bloqueo norteamericano por más de cuatro décadas, de crecer año tras año a pesar de las críticas injustas apegadas a esa imagen tiránica de Fidel Castro.

Llegando al Aeropuerto Internacional José Martí, en La Habana, observé tiendas pintorescas denominadas –al igual que en cualquier parte del mundo- Duty Free. Curiosamente, en su interior vendían los típicos souvenirs diciendo Cuba, Viva Cuba o Yo Amo a Cuba. Sin embargo, libros y franelas con la imagen del enigmático líder guerrillero Ché Guevara invadían a diestra y siniestra estos locales comerciales. Seguidamente, la rutina en extranjería para obtener el acceso a la isla.

Luego de superar positivamente una seguridad bastante extensa y minuciosa, respiro y sigo mi paso. Salgo del Aeropuerto llena de expectativas y arranco hacia mi lugar de hospedaje, el Hotel Tritón. Al enterarme de que la isla está prácticamente dolarizada, confieso que comencé a decepcionarme ¿Por qué si están en la eterna lucha contra el imperialismo desbordado que trata incansablemente de apoderarse del mundo, este país considerado ejemplo por muchos accede a priorizar la moneda norteamericana frente al peso cubano? Bien, decido mantener la calma y pensar que toda pregunta tiene su lógica respuesta y me propongo antes de abandonar Cuba, conocer a fondo estos detalles que me llenaron de dudas.

Recorrí la Plaza de la Revolución, el Monumento a José Martí, el hermoso malecón, y –por supuesto- me permití conocer la histórica Bodeguita del Medio, lugar predilecto de Ernest Hemingway en vida. Por cada rincón los cubanos preguntaban incesantemente: ¿De dónde eres? Al responderles mi lugar de origen, sin excepción alguna exclamaban: ¡De Venezuela! Y agregaban frases como: La tierra de Chávez, su Presidente Chávez es el hijo de Fidel, somos países hermanos, tenemos excelentes relaciones, etc. A eso se le sumaba el agradable trato, con más ahínco al que le ofrecen al resto de los extranjeros interesados en conocer a la hermosa y calurosa isla. Algunos de ellos mostraban con orgullo la Constitución Nacional y se agolpaban de inmediato al invitarlos para tomarse una foto de recuerdo.

En algunas y repetidas oportunidades, me hablaban sobre el Plan Barrio Adentro y la Misión Robinson. Además, con mucha precisión, dejando por sentado que están profundamente informados de lo que sucede en nuestro país. Hablaban con orgullo de los logros cubanos en salud, educación y deporte. Y algunos orgullosos decían: Somos la primera potencia latinoamericana, somos el quinto país en el mundo, al referirse a esos temas sociales. Algunos temían por la seguridad de los médicos cubanos, al saber el rechazo por parte de los factores oligarcas y opositores al Presidente Chávez. Al explicarles que no se trataba de la mayoría de los venezolanos, sino de una reducida y resentida parte de la población –algo que ya sabían-, resultaban tranquilos.

Obviamente, comencé a investigar a través de la opinión de los cubanos que encontré en mi camino, las razones de la dolarización de la isla. Comprendían mi confusión y en seguida se proponían a hacerme entender que era una necesidad económica momentánea del pueblo. Uno de ellos me dijo: El mismo Fidel se encuentra muy disgustado con esto, pero él entiende que no se puede matar al pueblo de hambre; pero te aseguro, que muy pronto resolverá esto. Fe ciega hacia su líder rebosaba en sus miradas y palabras. En las paredes de las calles de La Habana se leían mensajes de conciencia que son prueba del pensamiento cubano. Desde el más niño hasta el más anciano, pasando por los jóvenes profesionales y atléticos que trabajan en el turismo para ganarse la vida, decían incesantemente: Viva a Fidel, vivimos con dignidad, el bloqueo no podrá con nosotros, pasamos años duros pero necesarios para superarnos.

Volví a la tranquilidad, el pueblo cubano es fiel, es real, está convencido de su lugar en el mundo. Todo lo contrario a lo que nos muestran por televisión. Y sobretodo, es un pueblo culto. Ejemplo de esto son las llamadas Jineteras, quienes van y vienen tranquilamente de noche por las calles cercanas a las zonas donde se hospedan los turistas para buscar su sustento, “en la lucha” como denominan ellas su búsqueda. Dentro de mis planes de conocer a fondo la mentalidad cubana, me acerqué a una de ellas y le pregunté –como quien no quiere la cosa- quién era José Martí. Ella me respondió sin dudar: El apóstol de nuestra revolución. Volví a preguntarle ¿Y a quién admiraba José Martí? Ella volvió a responder al segundo: Al Libertador Simón Bolívar. No conforme con esto, la chica comenzó a relatarme de pies a cabeza la historia de Bolívar con detalles, fechas y nombres exactos. Sólo pensé: ¡Qué vergüenza! Cuántos de mis compatriotas ni siquiera recuerdan su fecha de nacimiento.

En la misma conversación, ella me comentó con un poco de desconfianza que quería irse a Miami. Al interrogarla –porque prácticamente fue lo que hice- sobre sus razones para tal deseo, me explicó: Yo amo a Fidel, pero tengo familia en Miami que gana más dinero. No llegaba a los 20 años, era comprensible que aún no haya profundizado su pensamiento ideológico de aguantar con dignidad para alcanzar un futuro mejor. Antes de marcharme acotó: Sólo quiero mudarme a Miami, pero no voy a hacerlo porque amo a Cuba.

Era tarde, pero aún no tenía sueño. Era demasiada información para un solo día. Entré al restaurante del hotel y sólo se encontraba el barman. Un muchacho cubano de 34 años con quien sostuve una extendida e interesante conversación sobre el comunismo, Fidel y Chávez. Le conté mi experiencia anterior y me dijo: Por una balsa que vaya a Miami no pueden pensar que nadie quiere a Fidel, aquí amamos a Fidel, es nuestro líder. Al notar mi cara de incredulidad agregó: Lo que nunca ven en las noticias es que esos balseros al día siguiente se están devolviendo a Cuba. Risas iban y venían, pero recalcaba: Es en serio, luego vienen a visitar a sus familias y se quedan, porque no tienen nada qué hacer con los yanquis.

Hablaba con orgullo de Fidel, de su valentía y de su firme pensamiento de que no necesitan el apoyo del Norte para salir adelante. Me comentaba: Fidel es tan bueno, que vienen médicos yanquis a pedir asesoramiento y los deja entrar para que aprendan de la medicina que hemos desarrollado acá. Pero aclaraba: Hay que ser firmes. Durante la charla, la palabra dignidad era muy repetida, convencido de que pasar por momentos difíciles no es más que el camino hacia la victoria: Antes estábamos muy mal, pero gracias a Dios que ahora estamos mejor y sin dar nuestro brazo a torcer.

Me felicitó por los logros de los atletas venezolanos en los recientes Juegos Panamericanos realizados en República Dominicana. Y sonriente me dijo: Les mandamos a nuestros entrenadores y mira lo que han logrado, pero vamos a tener que traérnoslos porque pueden quitarnos el puesto. Solté una generosa carcajada, pero él insistió: No te rías, es en serio, nos hicieron pasar algunos sustos en Dominicana, Fidel debería devolverlos, porque si nos descuidamos un poco nos destronan la próxima vez.

Y así continuó la conversación. Muy amena, debo añadir. El pueblo cubano es muy cálido, está lleno de vida y no lo piensan mucho para hablar. Luego de un pequeño silencio, me dijo: No es una crítica, sino un consejo, que le tengo a tu Presidente. Lo miré curiosa y continuó: No lo vayas a tomar a mal, pero tu Presidente es blandengue, aquí lo queremos mucho porque lo vemos como el hijo de Fidel, pero le falta mano dura.

Sabía a qué se refería, a su indulgencia en su regreso el 13 de abril, luego de que la oligarquía opositora le diera un descarado y fallido Golpe de Estado. Así que le dije: Tranquilo, sé de qué me hablas. No se conformó, quiso seguir explicando: Si eso me lo hubiesen hecho a mí, los hubiese metido preso a todos y los hubiese fusilado, porque o están conmigo o se tienen que ir. Lo tomé como un chiste o una simple exageración. Pero no, recalcó: En serio, los hubiese metido presos y en cadena nacional de radio y televisión los hubiese fusilado a todos diciendo “miren los que les pasa a los que se meten conmigo”.

La firmeza es parte de la vida cubana. Demostrar que se puede, que son fuertes, que no aceptan la traición. Yo traté de explicarle que la posición del Presidente Chávez frente a los golpistas no era producto de mano suave o ingenuidad. Le dije: Eso se llama planificación, hoy en día ha quedado demostrado que nosotros tenemos razón, que ellos son los delincuentes y el mundo está convencido de eso, sin necesidad de llenar de sangre a nuestro país. Allí surgió la polémica –en buenos términos- de “patria o muerte” o de la legendaria frase del Ché Guevara “hasta la victoria siempre”. Además, me dijo con la frente bien el alto: Aquí no tenemos nada y mira que tan lejos hemos llegado, imagínate si tuviéramos todas las riquezas que ustedes tienen en Venezuela dónde estaríamos ahora. Para ellos es blanco o negro y aunque internacionalmente hay que aceptar diversos términos y opiniones para llegar a un acuerdo general, ellos demuestran día tras día que por el camino difícil sí se llega a la victoria. Es un pueblo valiente, convencido de que América Latina se convertirá en la primera potencia si se mantiene unida frente a los aires de grandeza del Norte. Y eso hay que aplaudirlo. Para ellos ha funcionado y así hay que aceptarlo y respetarlo.

Y no, no es contradictorio que a pesar del bloqueo el dólar sea tan aceptado como el peso cubano o que en La Habana te topes con una tienda Benetton y puedas comprar una coca-cola en cada esquina. Porque lo predominante es lo cubano. Te hablan al punto de convencerte de que pruebes las gaseosas hechas en su país y te dicen: Si quieres te vendo la coca-cola, pero el refresco que hacemos aquí es mucho más rico, porque es más dulce como nuestra tierra. Como toda isla, su fuerza predominante es el turismo. Y por esa razón deben abrir las puertas para darle comodidad a quienes visitan su amada tierra. Y no sólo me topé con gringos, también con europeos y latinos enamorados de la cultura cubana, de su gente, de su pensamiento, de su comida, de su mojito, de su Havana Club y sus Cohiba, de sus Cocotaxi, de sus panes sin bolsa, de sus libros sobre el Ché y Fidel, de sus paredes escritas con la palabra revolución y pueblo unido, de su vida; de su Ministerio de Relaciones Exteriores con la inmensa inscripción de Hasta la Victoria Siempre, de su Monumento a Martí, de su Museo, su Palacio y su Plaza de la Revolución con una gigantesca bandera tricolor bailando con el vaivén del viento que te susurra al oído tantas historias de héroes y guerrillas, de trovadores y poetas.

Llegó el día de mi regreso a Caracas, con ganas de volver a mis arepas y mi pabellón; pero con la tristeza de no quedarme unos días más para seguirme contagiando de su valentía. Volví al Aeropuerto y pasé de nuevo por Extranjería para la rutinaria revisión del pasaporte. La señora de la taquilla comienza a hacerme un montón de preguntas: Segundo nombre, apellido, lugar de trabajo, motivo de visita, etc. Me pide que me quite mis lentes para confirmar que la foto es mía y finalmente –con cara sepulcral- me dice: ¿Te gustó Cuba? Tranquilamente le respondí: Sí, me encantó. Ella finalmente me dijo, con una sorpresiva sonrisa en los labios: A mí también, yo amo a Cuba y a Fidel, que tengas buen viaje. Y pensé: Nuestra revolución está en pañales, cuánto camino nos falta por recorrer.

Texto agregado el 16-04-2005, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-09-2005 bravo muchacha, una buena mirada de lo que vsite en la Isla Grande de las antillas, que triste comentariode rosaines, lleno de dolor o celos o que se yo, pero, me gusta la valentìa con que has escrito este relato, por que s eso mas que un ensayo, no conozco Cuba y es lo que lamento aun, amiga, la Revolucion va a triunfar en esta america y debe hacerse realidad el sueño bolivariano, asi que como ellos dice P´alante.***** curiche
07-09-2005 Claro.. si esta niña, la que se acuesta con los escoltas de chavez anda con el loco por todo el mundo..obviamente visito la Habana.... rosaines
08-05-2005 muy bueno, que suerte que tenes al haber visitado cuba, si me lo propucieran no lo pensaria 2 veces, aparte es obio que la gente quiere a fidel, si no seguiria siendo la cuba que es sino que volveria a ser el retiro de los estadouniodenses Martin_p
 
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