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Nueve y media de la mañana; se había quedado dormido, estaba atrasado para la reunión. Miró de nuevo el reloj sin convencerse, el sueño lo había retenido en su cama más de lo debido, con sus telarañas de fantasía. Ahora todo su día estaba conmovido, a deshora, se escuchó maldecir sin abrir la boca.
Una ducha más bien fría recorrió su piel, algo así como un castigo autoimpuesto, después se vistió, luego el desayuno, y lavarse los dientes, mojarse la cara, afeitarse.
La puerta se cerró en su espalda y el intenso sol, resplandeciendo en las alturas del cielo, le cayó encima y lo deslumbró completamente. Sorprendido bajó los párpados, como levantando una muralla negra delante de sus ojos, que la luz lograba franquear sin esfuerzo alguno. Sus piernas empezaron a caminar, llevándoselo con rapidez hacia la reunión, que ya debía haber comenzado. Ahora con los ojos bien abiertos, se abría paso entre las gentes que llenaban la vereda a esa hora. Con los ojos bien abiertos, pero la mente fija en que tenía que llegar pronto, más vale apurarse o si no... Esquivaba los cuerpos a su alrededor como a quien lo persigue alguien. Sus piernas tensas apuraban cada vez más los pasos, la reunión ya debía haber comenzado, y hace rato, escuchaba repetitivamente dentro de sí. Por suerte los semáforos parecían querer ayudarlo, y cada vez que se iba acercando a un cruce, mirando con obstinación la luz, ésta cambiaba a verde y él corría para alcanzar sin trabas la otra vereda. La reunión ya debe hacer empezado, la reunión ya debe haber empezado, la reunión ya debe haber. Ahora solo le faltaban unas cuatro cuadras y sólo un semáforo, el aire le empezaba a faltar y las piernas bajaron un poco el ritmo. Pero no dejaba de pensar que la reunión ya debe haber empezado, ya debe haber empezado, ya debe. Una hoja seca, del tamaño de la palma de una mano, cayó lentamente desde una rama de un árbol, dejándose acariciar y mecer por la brisa, y fue a dar justo en la cara del hombre. De un momento a otro, el mundo perdió su forma y su color, convertido en una mancha color café. La reunión ya debe hacer empezado, la reunión ya debe haber empezado, la reu... de pronto todo desaparece en una confusión color café. Qué diablos... y como si no tuviera nada mejor que hacer, la hoja seca se queda obstinadamente en la cara del hombre, cubriéndola con su piel café. Se lleva las manos a la cara y torpemente trata de quitársela, sin conseguirlo. Maldita... Si sus piernas siguen caminando, puede tropezar o chocar con quién sabe qué. Se detiene ahí en medio de la vereda con la hoja pegada a la cara. La gente pasa y pasa a su lado, como un río interminable, algunos chocando con sus hombros. Cuando la desesperación ya lo rebalsaba como un vaso bajo la lluvia, la hoja se despegó de su rostro como si nada, y se fue flotando levemente al suelo. La miró un momento, lleno de incredulidad, como si en vez de una hoja fuese otra cosa, ve tú a saber qué. Sacudió la cabeza, para sacarse el extrañamiento y las ideas que trataban de explicar lo sucedido. Luego reanudó la marcha, diciéndose que no tenía tiempo para sinsentidos, que la reunión sólo estaba a unas cuadras de distancia, así que sus piernas apuraron el paso una vez más, incorporándolo a la corriente de personas que caminaban sin mirarse mucho, cada cual a sus obligaciones, las caras tensas y las manos apretadas. Y sin que ninguna otra persona pareciera darse cuenta, sobresaltarse o darse por enterada, en dirección opuesta a él, un hombre completamente desnudo caminó hasta cruzársele y dejarlo atrás, eso sí, le pareció ver que le dirigía una leve sonrisa antes de desaparecer a sus espaldas. Apenas alcanzó a fruncir el ceño ante la fugaz aparición, sin atinar a pensar nada coherente. Pero aún así no podía darse el lujo de quedarse parado de pronto, ahí en medio de la calle, no tenía tiempo para sinsentidos. Ya no le quedaba mucho para llegar finalmente, pensaba en cómo excusarse, pero no parecía poder ordenar correctamente las ideas, le saltaban a la mente palabras sueltas, frases inconexas, acompañadas de imágenes extrañas como de un sueño. Entonces sintió que algo dentro de sí cedía, algo como una tensión que se afloja de golpe, algo como un descubrimiento sorprendente, algo que nunca había visto se hace perfectamente visible, una puerta que se abre y muestra todo un mundo hasta entonces oculto. Tuvo que tomar asiento en una banca a un costado de la vereda, y dejar que el río de gente corriera sin él. Un pequeño gorrión voló desde lo alto de un árbol, y se fue a parar sobre el asiento, a prudente distancia del hombre. El hombre que no lo miraba, tenía una mirada ensimismada, la desconocida sensación absorbía su atención. El pájaro movía la cabeza bruscamente, alternando entre mirarlo y no mirarlo, de pronto empezó a silbar agudas notas. El hombre volvió la mirada y vio al ave diminuta, frágil, y cantando alegremente. Se miraron totalmente quietos los dos, por un momento que parecía no terminar. Y cuando el pequeño gorrión por fin voló hacia otro lado, el hombre sintió que con él se iba todo lo que ocupaba su mente desde el despertar esa mañana. Se sentía ahora como nuevo, y se paró del asiento.

Texto agregado el 15-08-2003, y leído por 144 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
15-08-2003 El final. Arregla el final y quedará excelente. Lo demás es para aplaudirlo. Neurotic_lacrimologist
 
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