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Inicio / Cuenteros Locales / Maximiliano Geismar (murov) - [U:murov] 

INTRODUCCIÓN MUROVIANA
La Página de los Cuentos es un hermoso carnaval de rostros encubiertos. Un carnaval hispano al cual no fui invitado, dizque por ser yo un indio pelabola, un negro parrandero, un blanco mezclao, un mismísimo pataenelsuelo. Pero yo no me afligí, caracha. Nuuu, paapa, que va. Fui al rancho y corté algunos coletos para confeccionarme un universo de máscaras que, dobladitas toítas, guardé guardaítas en un lado del camino inmediato a la celebración. Desde entonces salto el muro y echo una bailaíta aquí y allá, me regreso a buscar otra máscara y vuelvo a entrar a la fiesta. Algunos dicen que soy un arrocero, un indeseable arrocero. Pero igual, sigo gozando un puyero. Y esto, porque nadie atina. Adiós coroto, cóoommpaa. ¡Adiós coroootíiicoo!...




LA VOZ DE EDGAR ALLAN POE RECORRE HISPANOAMERICA
He transcrito abajo parte del prólogo escrito por Francisco Javier Pérez con motivo de la publicación del libro Ensayos sobre poesía Edgar Allan Poe, a manos de Otero Ediciones (2006). ¿Mi interés? De corte reflexivo: ¿crees ser poeta? ¿Crees ser escritor? ¿Qué entendimiento real tienes de tu propia lengua natal como para trasladar con eficacia a tu idioma en tiempo presente efectos literarios conquistados en otros? E insisto, pero por pura maldad: ¿todavía crees ser poeta? O, en su defecto, ¿escritor?

«Quizá simple coincidencia, este mismo año 1846 vería nacer a Juan Antonio Pérez Bonalde, el poeta elegido para traducir El cuervo por primera vez al español (1887) y, definitivamente, para siempre, lo mejor de sus traductores, por la maestría que supuso la realización de la nueva creación. Su aporte mayúsculo no queda circunscrito a la versión de las líneas del poema, indiscutiblemente un abierto prodigio, sino que, más todavía, se trata de la extensión del espíritu poético de Poe por todo el universo de la hispanidad. Repitiendo para la América Hispana la hazaña de Baudelaire para Europa, Pérez Bonalde introducirá al más emblemático de los genios literarios del siglo XIX; su primer gran padre escriturario de la modernidad.

»Como reafirmación del alcance de la traducción del poeta venezolano, habría que establecer el andamiaje comparativo con los otros intentos por verter el texto de Poe a nuestra lengua. Un acuerdo crítico le atribuye a Pérez Bonalde el más perdurable de los laureles en esta materia, que ensayarán junto a él, siguiéndolo o no, otros autores y traductores. Tengo a la vista el trabajo de Ignacio Mariscal, del año 1889, y los de Ricardo Gómez Robelo, de los años 1906 y 1916; como las versiones más cercanas a la del poeta venezolano. Observemos en ellos, gracias al análisis de la primera estrofa del poeta para todos los casos, la preservación o no de la extraña sugestiva espiritualidad del poema original:

»Traducción de Mariscal:

»Reina la media noche: calma fúnebre
Se tiene en pos del recio temporal:
Cansado al fin de recorrer volúmenes
De mi estancia en la triste soledad,
Al sueño me rendía, cuando súbito
Un sonido me viene a despertar.
“Alguien está llamando en el vestíbulo:
¡Importuna visita!” exclamé, “¡bah!
Será algún necio, amigo de farándulas.
Un necio y nada más.”

»Traducción 1 de Gómez Robelo:

»Una vez, en media noche, mientras débil
cavilaba, y quebrantado, sobre más de un ex
quisito libro raro, de doctrina ya olvidada;
mientras casi ya dormido cabeceaba, oí súbito
ruido muy ligero, como el de alguien suave-
mente golpeabdo, golpeando de mi puerta al
exterior. “Alguien es que me visita”, murmu-
ré, y que suavemente a la puerta de mi alcoba
pide entrar. —Esto es y nada más.

»Traducción 2 de Gómez Robelo:

»Una vez a media noche, después de una pe-
sadilla,
Mientras débil cavilaba, y quebrantado,
Sobre más de un exquisito libro raro, de doc-
trina ya olvidada.
Mientras casi ya dormido cabeceaba, de repen-
te oí un ruido,
Como el de alguien que llamara suavemente,
suavemente de mi puerta al exterior.
“Alguien es que me visita, y a mi puerta”,
murmuré, “viene a llamar.
—Esto sólo nada más.”

»Sin considerar las delicias y desdichas de estas versiones, debe reconocerse en la que realiza Pérez Bonalde la densidad que en su erudición y sabio dominio lingüístico está pesando la intención por alcanzar en lengua española las tonalidades que el texto exhibe en su lengua original. El enorme políglota que era el venezolano, junto al enorme escritor poético que era, están sumándose para una joya de la traducción, por sobre cualquier otra consideración, y, más aún, una joya de la creación poética en lengua española. Sus ecos y paralelismos, así como las formas de sus versos y el léxico de su palabra poética, pueden rastrearse desde José Asunción Silva (cuyo interminable metro, el de su tercer “Nocturno” ofrecerá efecto perturbador: “Una noche, / una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de música de alas”; y que según Pedro César Domínici, parece imitar Pérez Bonalde en su trabajo) hasta José Antonio Ramos Sucre, el otro gran poeta políglota y traductor en nuestra literatura.»



POEMA: El cuervo (1)
Autor: Edgar Allan Poe
Traducción: José Antonio Pérez Bonalde
Transcriptor: Murov


Una fosca media noche, cuando en tristes reflexiones,
sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
a mi puerta oí llamar;
como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
mano tímida a tocar:
“Es —me dije— una visita que llamando está a mi puerta:
¡Eso es todo y nada más!”

¡Ah! bien claro lo recuerdo: Era el crudo mes del hielo,
y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
¡Cuán ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
procurando en vano hallar
tregua a la honda desventura de la muerta Leonora,
la radiante, la sin par
virgen rara a quien Leonora los querubes llaman, ora
ya sin nombre… nunca más!

Y el crujido triste, incierto, de las hojas colgaduras
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo que el latido de mi pecho palpitante
procurando dominar:
“Es sin duda, un visitante —repetía con insistencia—
que a mi alcoba quiere entrar;
un tardío visitante a las puertas de mi estancia…
¡Eso es todo y nada más!”

Poco a poco, fuerza y bríos fue mi espíritu cobrando:
“Caballero —dije— o dama: mil perdones os desmando;
mas el caso es que dormía, y con tanta gentileza
me vinisteis a llamar,
y con tal delicadeza y tan tímida constancia
os pusisteis a tocar,
que no oí”, dije, y las puertas abrí al punto de mi estancia:
¡Sombras sólo y… nada más!

Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
quedé allí —cual antes nadie los soñó— forjando sueños;
mas profundo era el silencio, y la calma no acusaba
ruido alguno… resonar
sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
yo me puse a murmurar,
y que el eco repetía como un soplo: “¡Leonora!...”
Esto apenas, ¡nada más!

A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
pronto oí llamar de nuevo, cada vez con más violencia:
“De seguro —dije— es algo que se posa en mi persiana;
pues, veamos de encontrar
la razón abierta y llana de este caso raro y serio,
y el enigma averiguar:
¡Corazón! Calma un instante, aclaremos el misterio…
Es el viento ¡y nada más!”

La ventana abrí y, con rítmico aleteo y garbo extraño,
entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
con aspecto señorial,
fue a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el busto que de Palas la figura representa
fue y posóse, ¡y nada más!

Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
y le dije: “Aunque la cresta calva llevas, de seguro
no eres cuervo nocturnal,
viejo, infausto cuervo oscuro vagabundo en la tiniebla…
dime: ¿Cuál tu nombre, cuál
en el reino plutoniano de la noche y de la niebla?”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

Mas el cuervo fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella,
sólo dijo esta palabra, cual si su alma fuese en ella
vinculada —ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar—.
Dije entonces al momento: “Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado”.
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
“No hay ya duda alguna —dije— lo que dice es aprendido;
aprendido de algún amo desdichoso, a quien la suerte
persiguiera sin cesar,
persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,
sus canciones terminar,
y el clamor de su esperanza con el triste ritornelo
de ¡Jamás y nunca más!”

Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
Mi sillón rodé hasta el frente de ave y busto y de cornisa;
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
díme entonces a juntar,
por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso
de un pasado inmemorial,
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
al graznar: “¡Nunca más!”

Quedé aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
cuyos ojos encendidos me abrazaban pecho y alma.
Esto y más —sobre cojines reclinado— con anhelo
me empeñaba en descifrar,
sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
luminoso mi fanal,
terciopelo cuya púrpura, ¡ay!, jamás volverá ella
a oprimir, ¡ah!, ¡Nunca más!

Parecióme el aire, entonces, por incógnito incensario
que un querube columpiase de mi alcoba en el santuario,
perfumado. “¡Miserable ser! —me dije— Dios te ha oído,
y por medio angelical,
tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
te ha venido hoy a brindar:
¡Bebe, bebe ese nepente, y así todo olvida ahora!”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

“¡Oh, profeta! —dije— o duende, mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo, ya te envíe la tormenta, ya te veas
por los ábregos barrido a esta playa, desolado
pero intrépido, a este hogar
por los males devastado, dime, dime, te lo imploro:
¿Llegaré jamás a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

“¡Oh, profeta! —dije— o diablo. Por ese ancho combo velo
de zafir que nos cobija, por el sumo Dios del cielo
a quien ambos adoramos, dile a esta alma adolorida,
presa infausta del pesar,
si jamás en otra vida la doncella arrobadora
a mi seno he de estrechar,
¡la alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora!”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura…
Y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja trunca
su ancha sombra funeral;
y mi alma de esa sombra que en el suelo flota… nunca
se alzará… ¡nunca jamás!




(1) Poe, después de su muerte, fue un escritor afortunado en lo que a traducciones se refiere. Baudelaire y Mallarmé, sucesivamente, tradujeron casi toda su obra al francés. Julio Cortázar, por su parte, realizó una magnífica versión de sus relatos y ensayos completos en español, si bien no tocó su obra poética. De “El cuervo” existen múltiples versiones en nuestra lengua, pero la crítica ha acordado de manera unánime que la mejor es la del poeta venezolano José Antonio Pérez Bonalde, que acá presentamos y que hemos tomado de El cojo ilustrado (abril 15, 1892) y de la edición del Ministerio de Educación de las Poesías y traducciones de Pérez Bonalde (Caracas: 1989), resolviendo, sin embargo, múltiples inconsistencias de puntuación, especialmente en lo que se refiere al uso de comillas, signos de exclamación (que en español, se sabe, deben abrir y cerrar) y rayas, que, si en lengua inglesa, como bien lo anotará Poe en alguno de sus Marginalia, suelen tener un sentido particular (“… dan al lector la elección entre dos, tres o más expresiones, una de las cuales puede ser más convincente que otra, aun cuando todas ayuden a comprender la idea…” [la traducción es nuestra]), no así en español, en donde el uso de la raya está muy bien estipulado: inicio de diálogo abierto, inicio y cierre de diálogo con acotación, y marcado de incisos u oraciones incidentales. [Nota del editor]



Bibliografía:
El Sr. Rui (Cuento, 57 palabras)
Defenestra mi alma (Cuento, 186 palabras)
El episodio mudo de Diana Especalini (Cuento, 55 palabras)
El escritor moderno (Reflexión, 477 palabras)
Redirección del deseo (Narración, 725 palabras)
Mastíquese con huevito de gallina pica-tierra (Cuento, 29 palabras)
La tumba azul (Reflexión, 794 palabras)


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