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Inicio / Lista de Foros / Literatura :: Retos y Concursos / Concurso: Un Cuento por Navidad - [F:16:13174]


conociendonos,11.12.2020

Queridos colegas, la Navidad se acerca y será diferente a otras Navidades, sí, ya lo sé ¡Vaya novedad! Papá Noel en cuarentena, los regalos escasos y todos llenos de disculpas... jajaja ¡Yo ya tengo las mías!

¿Les parece que alegremos la página con la creación de cuentos navideños, en un concurso para dicho fin?


Amordacemos El Grinch que la pandemia quiere imponernos y demos rienda suelta al niño interior. Estoy segura que material hay de sobra y creatividad también.

Plazo para recibir los trabajos: Hasta el 23 de Diciembre 2020. Con un máximo de tres cuentos por participante


El Jurado está compuesto por: Ignus - Mujerdiosa y Mitsy (Ganadora del Concurso de Halloween)

Características: A objeto de garantizar la transparencia en la votación, el jurado recibirá los trabajos sin conocer el autor. Este será revelado al momento de dar los resultados.

Espero vuestros aportes en mi LV con la opción de 'privado'



Cariños, Conociendonos


 
crom,12.12.2020
Allí nos vemos entonces! gracias por generar siempre actividades interesantes para que podamos participar!
 
yosoyasi,17.12.2020
voy Sheisan, no es concurso , no?
 
conociendonos,20.12.2020

Sí querida. Concurso: Un Cuento por Navidad. Espero tu aporte en mi LV. Besos!!
 
conociendonos,24.12.2020

Cuenteros, estos son los textos recibidos:

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1) Nochebuena de 2020

No quería encarar con prejuicios la celebración de Nochebuena, aunque todo hacía sospechar por ser la del fatídico 2000.
Madrugué y , tras desayunar y ducharme, me enfrenté al pavo , que quería dejar aliñado para por la noche solo ponerlo al horno.

De camino a la calle para hacer las últimas compras, timbré a la vecina, para llevarle un obsequio y felicitarle las fiestas.

No me abría y me hablaba asomada a la mirilla.

--Es que te traigo un flan casero- le comuniqué.

- ¡ Ah ! Gracias. No te preocupes. Ya tengo postre preparado- se excusó.

- Es un minuto. Yo también tengo prisa- añadí para no darme por vencida.

- Espera- solicitó.

Tras 10 minutos a la puerta , veo aparecer a Elisa , o mejor dicho, intuyo que la antedicha subyace bajo un traje mitad de buzo, astronauta y profesional de la esgrima .

- Deposítalo aquí- me pide acercándome, atemorizada, una camarera.

Así lo hago, soltando la bolsa con la flanera con celeridad, con los ojos desorbitados por el asombro, que estuve por tapar también con la mascarilla para evitar viera las lágrimas de risa que me asaltan siempre sin previo aviso.

Tras la esperpéntica escena, Elisa( o la aparición que suponía yo era mi vecina, metamorfoseada en personaje de la Guerra de las Galaxias), se disipó tras la puerta a la velocidad del rayo, sin darme tiempo a desearle "Feliz Navidad".

Nunca llegaré a saber realmente si fue Elisa la que cogió el flan. Y si fue, si lograría vencer el pánico para comer un flan elaborado por las manos de la mujer de un médico.

Chasqueada, cogí el ascensor para salir a la calle. En el vestíbulo me encontré al del Quinto A, que dio un respingo al verme , alejándose los dos metros que mandan los cánones.

- Hoolaa, hoolaa-saludó un tanto alterado.

Y salió escaleras arriba, como una exhalación.

Me aseguré de que mi mascarilla Fp2 seguía en su sitio. Y sí, ahí estaba. Pensé que mis vecinos ven muy bien que los sanitarios atiendan a los enfermos de Covid. Otra cosa es compartir edificio con profesionales de la salud, que han de ser un foco terrible de infección.
Ya en la calle, decidí llamar a Muface solicitando cita para que me dieran un talonario de recetas .

- No se preocupe. Dígame nombre y apellidos y se lo mandamos por correo- me responde.

Las epis deben de ser trajes diseñados en exclusiva para la clase médica, como esos modelos rarísimos de Valentino- musité tras colgar.
Luego , en el Banco, me invitaron a hacer la transacción online.

Compré un Moët Chandon y un par de regalos y me volví a casa , huyendo del manicomio en que se había convertido mi otrora humana ciudad.

Y para abreviar la historia de la irónicamente mal llamada Nochebuena, el pavo se me quemó, el tapón del champán hizo añicos la lámpara de cristal heredada de la bisabuela de mi marido y mis hijos prorrumpieron en llanto incontenible cuando los empleados galácticos de Seur timbraron a la puerta , como emisarios de Papá Noel, que pedía disculpas por no poder hacer su trabajo este año por razones de vulnerabilidad dada su edad.

Cuando creíamos haber visto todo esa víspera de Navidad, abren los pequeños los paquetes, muy engalanados con enormes lazos , y aparecen cuatro epis, cuatro mascarillas, cuatro botes de gel hidroalcohólico y cuatro dosis de vacuna.

No se olvidaron de nada ni de nadie los sustitutos de Santa.¡ Qué majicos!

Recordando el artículo de Larra " El castellano viejo" , emocionada , me fui corriendo a la cama , con las escurriajas de la botella de Moët Chandon , a la espera de que mi Santo calmara el berrinche de mis dos churumbeles, que se quedaron sin juegos de ordenador, sin libros, sin skate..., como yo me quedé sin abuela.

Los restos del champán que ingerí de un trago ya en el lecho , por suerte, propiciaron que me durmiera ipso facto.
De ahí debe de venir la expresión " Beber para olvidar".


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2) Navidades de otro Mundo

Era otro mundo aquel ya lejano de mi infancia, hoy , desde la distancia, lustrado con una pátina dorada y nostálgica.

Casi no había ausencias, salvo la de los abuelos, a los que no conocí, por lo que nunca sentí su hueco , pese a que se hablaba de vez en cuando de ellos.

Estábamos todos o casi en una familia muy piña y bulliciosa: abuelas, padres, tíos , primos...

Eran días de austeridad los de aquella España rural de los últimos coletazos del franquismo. Nos distraíamos con los primeras televisores en blanco y negro (destacaba la programación de teatro en Estudio 1 , las películas de dos rombos para mayores y las de los niños prodigio , Joselito y Marisol).

La radio de la abuela retransmitía los partidos de fútbol que seguían con fervor mi padre y mi tío Ramón.

Era una España rural de largos lutos; de misas y rosarios y procesiones; de sesiones dobles de cine infantil en el cine Verna; de tardes de juegos infinitos, sin casi juguetes, en las Viñillas.
Y de grandes nevadas en largos inviernos gélidos, cuyo helor mitigábamos a la lumbre de la chimenea y al brasero de picón cubierto con la alambrera donde se ponía a secar la ropa lavada, ese brasero que nos ponía las piernas cuajadas de cabrillas. Y por las noches, nos hundíamos en la cama , sepultados en varios pisos de mantas , y calentábamos los pies con las bolsas de agua caliente.

Especialmente crudas eran las festividades navideñas. Solíamos jugar en las inmediaciones de la escuela a pelotazos de bolas de nieve, la misma con que hacíamos muñecos, y a resbalarnos por las pendientes en sacos.
Cantábamos villancicos en La Casa de la Pasión , donde se montaba un Belén enorme en la poyata de una gran ventana que daba a la calle, desde donde nuestra mirada niña se extasiaba en la contemplación del pesebre con las figuritas de barro( niño Jesús en su cunita, pastorcillos, borreguitas, gallinas...), de los riachuelos en papel plata, de la ficción de la nevada en los picos con harina, del musgo...
Pedíamos el aguinaldo por las casas vecinas al son amenazante de " El aguinaldo o desembarro".
Las comidas de las celebraciones eran humildes, muy alejadas de las pantagruélicas comilonas que vinieron luego.
Y vivíamos con especial ilusión la llegada de los Reyes Magos, que solían traernos pocos juguetes y muchos regalos prácticos: cartera para el colegio, manoplas, bufanda, paraguas, estuche de lápices Alpino y , con suerte, alguna muñeca.
Para la ocasión algunos años se disfrazaban de Reyes magos mozos del lugar que, montados a caballo, recorrían el pueblo repartiendo los regalos.

Me asalta el recuerdo vívido del temor a asomarme al balcón a recoger el agasajo que me ofrecía Baltasar aquella lejana noche de Reyes en que mi abuela me despertó para recibir a los Magos de Oriente.

Más tarde supe que era Manolo, un primo mío mayor , el rey Baltasar, con la cara tiznada para el papel de rey negro, una realidad exótica y desconocida por entonces en mi pueblo, tan distante de la civilización multirracial , que causaba espanto a los más chicos.
Sucedía que ya por aquellos días empezaba a sonar entre los amiguitos más precoces del colegio la cantinela de que los Reyes eran en realidad los padres. Y yo , aquel día en que me despertó mi abuela, me debatía entre la inclinación al mito y la realidad.
Hoy , muy alejada en el tiempo de aquellos días iniciáticos y de bautismo ante la vida, pienso con melancolía y añoranza en las sencillas Navidades de mi niñez, navidades plenas, sin huecos, navidades de otro mundo que se fue por los intersticios del tiempo.

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3) Fabulación sobre si Jesús naciera en el 2020

"Año bisiesto , año siniestro", dice el dicho.

Y cumpliéndose los malos augurios del refrán, La Navidad del infausto 2020, año del Coronavirus, concurrieron mil tropiezos en el portal de Belén.

La Virgen rompió aguas el día 23, por lo que el Niño Jesús, que venía de nalgas y con una vuelta de cordón, nació con muchos apuros , todo congestionado, y antes de la fecha que manda la tradición.

Ese día San José se pinchó en la carpintería con una púa algo oxidada cuando daba los últimos retoques a la cunita del bebé.
Tuvo que ir a pincharse la inyección del tétanos tras mucho insistir al médico de guardia que lo atendió, el cual quería despacharlo con una consulta telefónica, por los peligros del Covid.

Testigos del caos, la mula y el buey, entre rebuznos y mugidos, se dieron a la fuga, dejando el pesebre con un frío polar.
Ese día llovía torrencialmente y el Portal se llenó de cubos y baños de plástico para recoger el agua de las goteras que caían del techo.
Dada la adversa climatología, los pastores declinaron la visita al niño Jesús. Desoyendo los avisos del Ángel, pospusieron la cita para cuando escampara.

Los Reyes Magos , con el cielo encapotado, no vieron la estrella de Oriente que los guiaría hacia Belén y llegaron unos meses más tarde del malhadado alumbramiento, cuando ya el pequeño Mesías andaba a gatas por el portal.

A los niños belenitas , que no les quedaban más esperanzas que en Papá Noel, se despertaron el 25, ilusionados con los obsequios que recibirían, y se encontraron con un sobre que contenía una nota justificativa:

" Papá Noel pide disculpas por no hacer este año el tradicional reparto de regalos. Su vulnerabilidad ante la pandemia aconseja quedarse en casita, en pijama y pantuflas ante la chimenea. Otra vez será."

Chasqueados , los pequeños de Belén pillaron un buen berrinche, que los padres solo lograron sofocar echando mano a " calla, que viene Herodes" , versión judía del coco.

¡Que se armó el Belén, vaya!

Así que respetemos las fechas que señala la historia y pongamos que Jesús nació en Belén de Judea el 6 de abril, el año 1 antes de Cristo, según algunas fuentes y como Dios manda.

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4) Año cero

Miriadas de estrellas poblando el universo. Expandiéndolo. Formando galaxias. Se saludan mientras se cruzan. Siguen su periplo.

En la inmensidad del océano estelar navegan ansiosas. En algún lugar recóndito sucederá algo especial. Lo intuyen.

De qué sirve tanta belleza si nadie la contempla?

¡Hay una señal !

Acuden presurosas. Todas, excepto una. Se considera demasiado pequeña para ser tomada en cuenta. La expansión se pausa.

Un instante

Un soplo de vida al polvo.

Todo toma sentido.

Pero hay una rebelión. Algo inusitado. Muchas estrellas caen. Aún conservan su brillo, condenadas al abismo. Susurran a la criatura especial de la creación:

No morirás...

Ahora sabe la diferencia entre el bien y el mal.

Guerras, imperios, falsos dioses, ambición, epidemias.

No todo está perdido

La estrella pequeña es llamada a su misión. Recibe instrucciones. Guiará a tres hombres buenos al lugar donde nacerá un niño.

Esperanza de la humanidad


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5) Navidad

Abrís los ojos en tu lado de la cama, me mirás y todavía medio dormida preguntás en qué pienso. No te contesto. Era Navidad. Tu abuela repartía antipasto sobre un tablón largo y cubierto de papel blanco que hacía de mesa en el patio de la pensión. Había jazmines en floreros improvisados con frascos y luces de colores en las ventanas que daban a la galería. De los estudiantes estábamos el Chino y yo porque no pudimos viajar a nuestras casas por la falta de dinero, éramos los únicos que trabajábamos y estudiábamos. Tu mamá que salía de la cocina te llamó para que la ayudaras a repartir las bebidas, entonces apareciste con un vestido rojo que abrió la puerta a que dejaras de ser la hija y nieta de las dueñas de la pensión para convertirte en Laura, mi Laura. Te sentaste entre el Chino y un pariente que nadie se aguantaba, quedaste frente a mí, dándome la posibilidad de mirar cómo tu escote vibraba cada vez que te reías por alguna pavada que comentaba el Chino en el afán de ganar tu atención. A mí me ignoraste durante toda la cena, o hiciste que me ignorabas, porque cuando tu abuela dijo que los jóvenes saliéramos un rato a la vereda me miraste para saber si te seguía. Al Chino se le pegó una prima tuya y yo aproveché para hablar con vos por primera vez de una manera distinta, lejos del saludo obligado que nos solíamos dedicar cuando nos cruzábamos por los vericuetos de la pensión.

Conversamos un poco de la familia que tenía en el pueblo, de tu viejo que vivía en la costa, de mis ganas de ser escritor una vez que terminara la carrera en letras. Hasta que el vino que me había tomado en la cena me hizo decirte que el vestido te quedaba hermoso, que el rojo era tu color. Vos sonreíste como si siempre lo hubieras sabido y cuando el fresco de la noche te puso la piel de gallina aceptaste el abrazo que te ofrecí. Nos quedamos un rato largo así, casi sin movernos, aunque yo me acerqué lo suficiente para darte un beso en el pelo, no sé si lo sentiste, nunca te lo pregunté. Cuando nos llamó tu abuela para el brindis nos despegamos sin ganas y alcancé a escuchar que decías qué lástima antes de alejarte para tu lado de la mesa. Habían encendido unas velas junto a los jazmines y esperamos a que se hicieran justo las doce para los buenos deseos. Después tu mamá quiso hacer otro brindis y contó la noticia de que te ibas a vivir con tu viejo para estudiar biología marina. Ahí te miré pero no pude encontrar tus ojos: te quedaste con una media sonrisa, perdida en enrollar el borde del papel que cubría el tablón mientras todos te felicitaban. Yo no. No pude. A mí se me murió una esperanza aquella navidad. Ni siquiera cuando te colaste en mi pieza después de que la pensión se quedara en penumbras volvió, ni cuando te acaricié la falta de vestido rojo, ni cuando te despedí con tu promesa de regreso. Porque siempre fui la parte oscura de esta historia que contra todo mi cinismo todavía continúa. Pero qué me iba a imaginar. Volvés a preguntarme en qué pienso. En que me gusta la Navidad, te digo. Y sonrío.

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6) Una larga Jornada

El hombre miró el reloj que portaba en la muñeca: la una y diez de la mañana. Apresuró aún más el paso, deseaba llegar lo más pronto posible a su hogar. Era una contrariedad que por exceso de trabajo hubiera tenido que quedarse a laborar varias horas extra. Cierto que representaban un poco más de dinero al final de la semana, pero tenía que haber sido precisamente en veinticuatro de diciembre, cuando sucediera; bueno, ya era Navidad, las doce habían pasado hacía buen rato. Pudo haberse quedado cualquier otro; pero no, el supervisor lo había elegido precisamente a él; claro, no fue el único, hubo dos o tres más, aunque él hubiera preferido no quedarse. Estaba en su derecho de no aceptar si así lo deseaba y casi se negó. Entonces la imagen de su esposa Mari Tere y sus niños, se le revelaron y por ellos aceptó seguir trabajando. Le dolía todo el cuerpo, el cansancio lo hacía desear la blandura de su cama, el estómago le pedía con fiereza algo de alimento.

En infinidad de casas y calles, había gente que celebraba la llegada de la Navidad y se divertía feliz. Al pasar por una ventana abierta, percibió a través de una cortina ligera, a varias parejas que bailaban al compás de un danzón. “Nereidas”, pensó inmediatamente mientras continuaba su camino y las voces, las risas, la música, se iban alejando.

Más adelante, observó a tres niños que en la acera de enfrente a la que caminaba, se entretenían divertidos en quemar luces, tronar cuetes y brujas, rondarían los diez u once años; nuevamente se le vino el recuerdo de sus dos pequeños: Teresita y Manuel, de dos y siete años; estaba orgulloso de poseer una familia, unos niños como los suyos, una mujer tan bonita, decidida y valiente, como la Mari Tere.

En ese momento un automóvil dio vuelta en la esquina más próxima de la calle, haciendo chirriar los neumáticos y dejando una humareda infernal, el radio a todo volumen. Pasó raudo, haciendo zig zags. Quien manejara el auto no terminaría felizmente la celebración de Navidad, si seguía conduciendo de aquella manera.

Estaba por llegar a la esquina de la calle donde vivía; allí, cuatro o cinco sujetos conversaban ruidosamente y hacían sonar botellas. Por las voces y los sonidos, comprendió que estaban bebiendo. Al acercarse más y pasar junto a ellos, reconoció a un par.

-¡Qué tal, Tuercas! ¿Cómo te va, Ramón? - saludó. - Que pasen feliz Navidad- e intentó seguir de largo
-¡Oye, espérate! ¿No te echas un trago con nosotros?
-No, gracias Tuercas; apenas vengo de la chamba y ni he comido.
-¿Qué, nos desprecias?... ¡Óra, llégale! - y el hombre le tendió un vaso de plástico desechable con una generosa porción de licor.
Tomó el vaso. Permaneció con ellos alrededor de unos quince minutos, mientras conversaba y consumía el trago.
-Ya cenamos con la familia- dijo Ramón, - pero quisimos juntarnos un ratito con los cuates para festejar y desearnos feliz Navidad.

Era gente de la misma cuadra, trabajadora, humilde como él, que en este día por ser Navidad deseaba olvidarse un poquito de su realidad opresiva para desahogarse. El Tuercas era mecánico automotriz, trabajaba en un taller no muy próspero, por el rumbo de Tacuba. Ganaba apenas lo necesario para irla pasando. Ramón era obrero, uno más como él mismo, trabajando ocho horas diarias por un mísero jornal, en una empresa de patrones hambreadores, que le pagaban escasamente para poder mal comer. Mal vivir, mal morir. Ramón estaba peor que él, donde trabajaba era eventual y ni siquiera tenía posibilidad de tiempo extra, de ganarse un pedazo más de pan. A los otros tres no los conocía, con seguridad eran también vecinos del barrio; si estaban ahí, es que tampoco nadaban en la abundancia.

Se despidió de ellos. Llegó a su casa y entró. La luz del pequeño comedor estaba encendida. Encontró a María Teresa sentada a la mesa hojeando un periódico atrasado. Al verlo, ella se puso de pie y fue hasta él, besándolo en los labios.

-¡Qué bueno que ya estás aquí! Me tenías preocupada. Es muy tarde. ¿Tuviste mucho trabajo?
-Sí, ¿creerás que tuve que quedarme a trabajar tiempo extra, pues fui uno de los elegidos? ¡Qué mala suerte! ¡Y tenía que ser hoy!
-Debes venir rendido. Anda, lávate las manos y vamos a cenar para que después descanses.
-¿Y los niños?
-Están dormidos; te esperaron lo más que pudieron, pero el sueño los venció. Manolito resistió un poco más con la ilusión de que llegarías pronto, para repartir los regalos.
-Pobrecillos, en un rato más les damos su regalo a ambos.

La mesa se hallaba dispuesta, arreglada -aunque humildemente- con sencillez y buen gusto: un mantel blanco con flores de nochebuena la cubría, un par de candelabros de manufactura barata conteniendo unas velas de color rojo, muy llamativas y agradables a la vista, le daban un toque de elegancia. Los platos, un poco desportillados, los cubiertos, la sidra, las copas, listos para la cena y el brindis. Ella sirvió la cena: bacalao, acompañado de aceitunas, chiles amarillos y pan; habían tenido que ahorrar desde tiempo atrás, apretarse el cinturón en otras necesidades para tener su cena. Él abrió la botella de sidra y llenó hasta la mitad dos copas; le ofreció una a la mujer.
-Es un poco tarde para hacer el brindis, pero el sentimiento que me anima es el mismo: Feliz Navidad, mi amor.
-Feliz Navidad, querido esposo.
-Ven, déjame abrazarte, darte un beso.

La besó largamente en la boca; luego, ella se cobijó en sus brazos.

Cenaron conversando en voz baja para no despertar a los niños que dormían en la única recámara. Una vez que terminaron la cena, mientras Mari Tere recogía la mesa, él se dedicó a poner correctamente algunos adornos del arbolito de Navidad, que habían caído sobre el Nacimiento que estaba al pie del árbol. Los foquitos de colores encendían y apagaban rítmicamente iluminando con su luz colorida a las esferas, que reflejaban multiplicado el rostro del hombre. Acomodó los regalos que se hallaban también junto al árbol.
Minutos después, los esposos penetraron en la recámara, se acercaron a la cama donde dormían los niños. El hombre besó la frente de cada uno con ternura.

-Parecen ángeles - dijo la mujer.
-Son ángeles - respondió él.
Se cambiaron de ropa y una vez en la cama, ella dijo:
-Te amo, soy muy feliz a tu lado. ¿Tú eres feliz, también?
-Sí.

El hombre enlazó con un brazo a su esposa, la recostó sobre su hombro y no dijo más, el cansancio le cerraba los ojos. La jornada había sido larga, muy larga. Sin embargo, ya era día de Navidad y había que disfrutar las horas por venir, compartir con los niños ese maravilloso día, porque después del efímero fulgor navideño, habría que enfrentar de nuevo la rutina cotidiana, la realidad del día a día.


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7) Un regalo de Navidad

Ocurrió que un día, en la floresta, nacieron unos gatos. Una pobre gatita tuvo la mala suerte de quedar tapada por una hoja que había caído de un árbol, cuando su madre recogió a sus hermanos para llevarlos a un lugar más tranquilo y seguro, a ella no la vio; como los gatos nacen ciegos, tampoco pudo ver a su madre. Así, la gatita quedó sola en el mundo y pasó mucha hambre hasta que el cura Eliseo la encontró al lado del camino que conducía a su casa, y se la llevó para cuidarla.

Tiempo después, el cura recibió la visita de su hermana Elena, ella oyó maullar al animal, se acercó, era una gata negra con el pecho blanco y ojos verdes, al verla le pidió a su familiar que se la regalara para dársela como obsequio de navidad a su hija de 7 años.

La casa de Elena tenía un arbolito con guirnaldas, junto a este, la pequeña hija disfrutaba ubicando las figurillas del pesebre que representaban a quienes, según la tradición, estuvieron presentes en la venida al mundo del hijo de Dios.

Elena tomó el novenario, junto con su esposo e hija, hicieron las oraciones del último de los nueves días consecutivos en los que se rezaban los distintos gozos en la víspera a la conmemoración del nacimiento de Jesucristo. Una vez terminado se dispusieron abrir los regalos de navidad. La hija abrió primero una elegante caja. Se le había dicho que su regalo de navidad se lo había traído el niño Jesús. Su sorpresa fue mayúscula cuando encontró lo que más deseaba, una mascota. Elena sonreía viendo a su hija Carolina, porque en sus ojos tenía esa expresión de felicidad y asombro.

Cuando la gatita por fin pudo empezar a andar por la casa, la llamaron por muchos nombres: Cloe, Diva, Greta, Iris, pero ninguno entendió, una mañana escuchó a Elena decir: "¡Carolina, Carolina! ¡Ven aquí un momento!". La pobre gata fue corriendo porque pensaba que Carolina era su nombre. Siempre que alguien llamaba a Carolina, allá iba corriendo, pensando que la llamaban.

Pasó el tiempo, y el felino se iba por más tiempo de lo habitual, luego volvía a la casa. Su dueña Carolina pensaba que estaba persiguiendo pájaros en los tejados, o emprendiendo aventuras felinas por las calles del pueblo. Una tarde, cuando su dueña regresó de la escuela, se percató que su mascota tenía un collar alrededor del cuello. Sospechando que tenía otra familia que la cuidaba, su dueña escribió una nota en una hoja de papel y la puso debajo del collar de la gata. “Su nombre es Carolina como su dueña”. Decía la nota. Luego esperó a que Carolina, se fuera nuevamente.

Al siguiente día, regresó con otra nota debajo de su cuello. Éste decía “Mi nombre es Catalina, tengo 7 años, la gata aquí se llama como yo, aparentemente tiene dos hogares, Atentamente, Los otros padres”.

Carolina ó Catalina llevaba una doble vida, pasando tiempo con otra familia, que a su vez pensaban que eran los únicos dueños. Todas las navidades las dos familias que siguieron compartiendo al felino, se reunían para celebrar con regalos, música y comidas típicas como: tamales, lechona, buñuelos, pollo relleno, carnes frías, natilla entre muchas cosas más, porque reunirse en familia es el valor que hace especial las fiestas, siempre será grato tener una excusa para celebrar.

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8) Se solicita Santa Claus

El anuncio fue mi salvación. En la oficina de Recursos Humanos me explicaron que el trabajo era justo lo que prometía el letrero: sería Santa Claus. Pero no uno de centro comercial sino el verdadero Santa. Al principio no lo creí, pero todo era tan serio y mágico y verde y rojo y convincente que poco a poco me di cuenta de que aquello era verdad. La puerta del fondo nos llevó a Guía y a mí por un pasillo. Mi cuerpo cambió hasta ser el de un señor gordo, pálido y con barba abundante y blanca mientras avanzaba, pero mis facciones siguieron siendo las mismas. Entramos a un almacén enorme. Allí había todo tipo de criaturas fantásticas que trabajaban sin distraerse. Solo lo hacían al pasar junto a mí: “¡Bienvenido, nuevo Santa!”, “Sea usted bienvenido, nuevo Santa”, “Hola, nuevo Santa. Ya era hora de que llegara”.

Guía me presentó a una pequeña niña fantástica, Gnímine. Ella me dio instrucciones. Me dijo que todos los humanos alguna vez son Santa Claus. “Ahora has escogido serlo tú. Y llegaste justo a tiempo, ¿escuchas?, porque acabamos de perder al otro”. Le pregunté por qué habían perdido al otro y por qué había llegado yo justo a tiempo si era mayo. “¡Ay, no no no no! ¿Alguna vez alguien preguntará otra cosa? ¡No puede ser! ¡Aquí! —Tronó sus dedos frente a mi cara—, escucha. No te preocupes nuevo Santa, todos los que no llegan en diciembre me hacen esa pregunta. Escucha. Ah, sí, nuevo Santa hasta que salgas de aquí por primera vez. A partir de ahí serás ya el viejo Santa Claus. Ah, sí, sí, lo de mayo. Te explico. Aquí todo el año es día de navidad, sí, sí, ayer y hoy y mañana y el día que llega y el día que se va. Todos los días sale Santa a repartir regalos pero, no sabes a qué lugar del mundo irás, ni de qué año. Aquí vivimos todos los tiempos a la vez. Hoy puedes ir a —Señaló en un mapa— ciudad de Panamá 1936, mañana a Puerto Montt 2002 y después a otro país en otro año. Visitas unas veinte casas por día. Tú no te preocupes por el año, los renos se encargan de eso. Y lo del otro Santa, escucha, eso es algo que debes saber. Santa debe ser parcial, porque no debes juzgar lo que unos reciben distinto a otros. Santa no debe dejarse ver, porque por los ojos llega la empatía. Y Santa no debe sentir empatía, el porqué lo sabrás tú en su momento. Si pasa una de esas cosas, ey ye yei… deberás dejar tu trabajo”.

Los primeros días me equivoqué en muchas cosas como en dónde sentarme, dónde mantener las manos y, no distraer a los renos. Nada de cartas. No leí ni una sola; el trabajo está simplificado y hay quienes se ocupan de ello. A mí solo me entregaban los regalos, los revisaba sin juzgar, los subían al trineo y nos íbamos a recorrer el tiempo y el mundo. El trabajo era muy distinto del que hacen los Santas de centro comercial en donde empatía y condescendencia son indispensables. Donde los Santas se colocan en los lugares más visibles y donde padres y señores en traje rojo se juntan para engañar a las niñas y para engañar a los niños. Pero acá no debes sentir empatía por ningún nene. Y es difícil no sentirla al verlos dormidos con sus caritas rojas de esperanza y ansias por despertar pata ver sus regalos. De Santa real no puedes mentir y por eso no te puedes dejar ver. Conocí muchas casas de muchos años distintos. Fue difícil lograr ser Santa Claus porque no sabes lo difícil que es ver triste a una niña de Sarajevo con apenas un regalo, o a un niño mimado recibiendo regalos enormes que ni aprecia ni agradece, o a tu propia madre siendo niña, sin poder decirle nada sobre ti, y sobre Santa.

Cuando ya había comenzado a hacer todo de manera eficiente, tocó visitarme a mí, de 9 años de edad. En mi casa esa fue la última Navidad junto a mi familia completa y la última antes de que me dijeran que no existía yo, él, Santa. Todos mis errores comenzaron desde que era niño, poco después de esa navidad. Cuando llegué ese día a verme y vi a ese pequeño tan inocente, tan sano, tan feliz, estuve a punto de estar a punto de derramar lágrimas. Me quedé un rato mirándome. No me desperté. Pero sí dejé mi nota de despido…

“Cuando estés harto y aburrido de la vida, cuando estés nada de mandar todo a la mierda, ve al fondo del callejón P. Norte y pide trabajo allí. Atte.: Santa Claus”.

…y de contrato.

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9) El Milagro de Navidad

El menor de mis hijos es down.

Sus primeros tiempos fueron difíciles, logramos obtener una estabilidad emocional.

Siempre esperamos la Navidad con emoción. El copiaba todo lo que hacían sus hermanos mayores; los que peleaban a la hora de abrir sus regalos comparándolos entre sí uno era mejor que el otro.

Carlitos disfrutaba con lo que le tocara, jamás tuvo una queja. No sabía de esas cosas.

También hubo una trágica Navidad: la muerte en un accidente de mi único hermano, él que nos dejó destrozados y a mis padres sumergidos en un gran dolor. No habría más natividades para ellos.

Pasado unos años recibimos una invitación de mi suegra, la que añoraba a su hijo y deseaba pasar con él la Santa fiesta. Partimos mi esposo y yo, dejamos a los hijos con los abuelos maternos. Daniel y Maggie fueron con los primos, con los que reventarían petardos y esperarían a Papá Noel. Mis padres cenaron temprano. De pronto Carlitos se paró en la silla y levantó su vaso y dijo: ¡Feliz navidad Iaia! ¡Feliz Navidad abu! Fue un choque para mis padres. ¡El espíritu Navideño le había visitado! Y era a través del Ángel que me tocó por hijo.
Papá corrió al auto y fue hasta el centro a comprar un árbol, una sidra, estrellitas luminosas, una torta y por primera vez en mucho tiempo esperó a las doce y entre lágrimas brindaron con mi Carlitos.

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10) Lilith vs Santa

Días previos al 24 de Diciembre del 2020

Lilith - la brujita- y Santa Claus jugaban una partida de damas chinas, tomando un rico chocolate. Bueno Santa, porque Lilith tenía gustos más refinados...

- Recordemos el trato barbón. Si hago que al menos uno reciba un regalo que no pidió. Se acaba la navidad - dijo Lilith, mientras movía una ficha roja.

Santa con una mirada bondadosa y acariciando su larga barba respondió;

- Así es brujita. El trato es el mismo cada año - y movió una ficha blanca, brincando y tomando tres fichas de Lilith

La hermosa rubia echaba chispas por los ojos, por enésima vez perdía con Santa. Pero se consolaba pensando en el plan que había ideado. Era infalible.

Se levantó, mostrando su 1.78 de estatura. Enfundada en un traje negro estallado que hacía resaltar su deliciosa figura.

- Adiós - dijo lacónicamente. Mientras salía contoneándose sensualmente de la cabaña en el frío polo norte

Noche del 24 de Diciembre

Lilith sigilosamente hace un intercambio de regalos. Se lleva el dejado por Santa. Dejando otro de idéntico tamaño y envoltura. Pero ... vacío.

No hay pierde, pensó con regocijo.

El regalo estaba destinado a Joaquín. Un padre de familia de 35 años. Que fue muy enfático en su petición.

Amaneció y todos corrieron al árbol de navidad. Incluido Joaquín. Sus dos hijos y María -su esposa- abrieron sus regalos. Sonrieron felices.

Joaquín tomó el suyo con cautela. Se acercó al sofá y se sentó. Lo abrió con cuidado. Se asomó al interior...

Lilith atisbaba escondida detrás de la cortina. Más ansiosa aún que Joaquín. Él había pedido tan solo una esperanza. Un motivo por el cual seguir luchando tras un año nefasto. Perdió su empleo por la pandemia, podían echarlos de la casa, por no pagar la hipoteca, las deudas se acumulaban...

La caja estaba vacía. Joaquín miraba desconcertado. Lilith sonreía.

Pero era 25 de Diciembre.

Unas palabras aparecieron mágicamente.

Decían: "voltea a tu alrededor" y como aparecieron, se desvanecieron...

Joaquín más sorprendido que frustrado, vio a su hermosa esposa abrazar a los niños; una pequeña de cinco años que jugaba con una muñeca y un varoncito de siete que piloteaba con su imaginación un ferrari rojo.

Comprendió en ese momento que su familia era su sustento y motivo de ser. Por ellos saldría adelante bajo cualquier adversidad.

Sonrió satisfecho. Corrió para abrazarse con ellos.

Lilith echa una furia salió de la casa. Volteo al norte donde Santa sobre su trineo pasaba sobre unas montañas. Alcanzó a oír...

Jo jo jo

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11) Festejos

La camioneta estacionó del lado sur de la avenida.

- Podrías haber pedido que nos enviaran estas cosas a domicilio.
- Bueno, tampoco son tantas.
- ¿A dónde vas?
- Es un minuto. Ya regreso.

Se acercó al hombre que dormía en la vereda del centro comercial. Le dejó un paquete y volvió con su mujer.

El año llegaba a su fin. Los abrazos y los brindis se sucedían por doquier.
En el primer piso, la pareja celebraba junto a su familia.

Más abajo en la vereda, aquel hombre despertaba sobresaltado por los fuegos artificiales.
Descubrió el paquete a su lado y al abrirlo se reencontró con sabores casi olvidados.
Hasta se sintió incómodo por tanta abundancia y no tardó en compartir un poco con dos compañeros de miseria que pasaron por allí.
Devoró el sándwich con ganas y se quedó para sí con apenas medio vaso de sidra. Cuando la intensidad de los cohetes anunciaba la llegada de la medianoche, lo levantó para agradecer y brindar con la vida.

Metros más arriba en un balcón, otro hombre hacía lo mismo mientras le sonreía.

-Aaa, pero si estabas aquí. Vamos, que nos esperan para brindar.
- Sí, claro.
-¿Mirabas los fuegos artificiales? -preguntó ella con sonrisa cómplice.
- Algo así.

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12) Milagro en Navidad

Creo que esta historia debe contarse, no hace falta que usted la escuche, nada más contarse, a la noche, al tiempo, al silencio, porque si no se cuenta será como si nunca hubiera existido y no sería justo para nosotros.

Era Navidad la última vez que lo vi. Usted ya no lo recuerda, estoy segura, pero yo no podía dejar de mirar el reflejo de las luces en su pupila que cambiaba de color pasando por el verde, el rojo, el amarillo.

Aunque eso fue después, quiero contar bien las cosas. Nos habíamos conocido unos años antes, cuando yo todavía trabajaba en la librería del pueblo, una tarde en la que usted entró empapado por la lluvia y se puso a curiosear los libros sin más motivo que esperar a que escampara. Yo me di cuenta pero no quise decirle nada porque me gustaba la manera en que ladeaba la cabeza buscando la ventana que daba a la calle. Le ofrecí un café para que se sacudiera el frío y nos quedamos conversando un rato largo sobre la vida: de qué otra cosa va a hablar una con un desconocido una tarde de lluvia. Viajaba, dijo, viajaba mucho por su trabajo de vendedor. Era de la capital pero se recorría los pueblitos del interior llevando pedidos. A mí usted me fascinó: qué otra cosa le puede pasar a una mujer de pueblo con un hombre de ciudad. Después de la lluvia se fue prometiendo volver pero yo sabía que no tenía que esperarlo, el anillo en su anular izquierdo me avisó que su promesa no era más que una manera de agradecerme el café y cuando se iba, ya casi cerrando la puerta, sentí que me miró como se mira aquello que no se ha de tener.

Era Navidad cuando el accidente, estoy segura, recuerdo el olor de los jazmines mezclado con el de la sangre en el asfalto, las sirenas que opacaban los fuegos artificiales, el desastre.

Yo me equivoqué en no esperarlo porque volvió, volvió como queriendo no hacerlo otro día en que no había lluvia y me invitó a cenar.
Como el pueblo era el pueblo y usted era un hombre comprometido yo le dije que mejor no, que las cosas a veces ocurren en un tiempo que no entendemos, que mejor no. Pero insistió tanto que terminamos comiendo una pizza en casa y allí me habló de ella, de las decisiones de juventud, que después los hijos y la inercia. Nunca nombró amor y ella todo junto. Al amor lo nombró después, conmigo.
Tengo que decir que fuimos hermosos. No sé si estuvo bien o mal, me parece que la maldad es otra cosa, a veces hay algo que ocurre porque tiene que ocurrir, porque las personas se encuentran tarde y la desesperación provoca que actuemos de manera impensada. Hicimos lo que pudimos, fue eso, no hubo intención de molestar a nadie, fue nuestro tiempo superpuesto en el tiempo de otros, el pedazo de felicidad que nos tocó. Aunque hubo veces en que la culpa le opacaba la mirada, yo lo sabía pero no podía dejarlo ir y usted a mí tampoco. Lo nuestro fue inevitable, quién sabe qué mecanismos se despertaron aquella tarde de lluvia y café.

Era Navidad, repito, la última vez que lo vi. Nuestra primera Navidad. Nuestra única Navidad. No quise saber cómo había podido eludir las responsabilidades, yo era feliz nada más viéndolo. Usted me amó, no sabe cuánto. Ya no lo recuerda pero me amó. Salimos a la calle cuando escuchamos las primeras explosiones, a mí me gustaban las luces de colores en el cielo, por eso insistí. Y era tanto el ruido que no vimos el auto. Unos chicos borrachos. Me alcanzó a empujar, ya le dije que me amaba, pero usted no llegó. Y enseguida la sangre, las sirenas, los jazmines, el viaje a la ciudad más cercana, un médico que decía que había que operar. Cuando salió del quirófano yo estaba ahí, nunca lo dejé solo, quiero que lo sepa, jamás lo dejé solo. Despertó a las pocas horas y todos pensaron que fue un milagro. Un milagro de Navidad. Yo estaba ahí, ya le dije, pero usted no me reconoció, me preguntó quién era, qué había pasado. Me morí un poco ahí, lo juro. Estuve a punto de decirle, de gritarle esta historia que hoy le cuento a la nada, desesperada ante la idea de que todo lo que habíamos sido desapareciera, de que yo desapareciera si usted no me recordaba. Pero de golpe me llegó su culpa, la incomodidad que se le escapaba en la mirada cuando creía que no me daba cuenta y pensé en que a veces los milagros son inentendibles. Entonces, como adormecida, realicé el único acto ausente de egoísmo que he tenido. No recuerdo bien qué tontería dije antes de salir de la habitación. Una enfermera en el pasillo me llamó pero seguí caminando.

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13) El desconocido

La joven pareja había pasado la Nochebuena en casa de sus padres. Cuatro generaciones se reunieron para compartir la velada. Ya muy tarde los jóvenes volvieron a su casa cargados con la cunita portable del bebé y los paquetes de regalos, reían felices.

Sorprendidos encontraron la puerta abierta de par en par.
__.¿No la cerraste? Creí que la cerrabas vos, yo llevaba los paquetes de los regalos
__Y yo al nene. …
Encendieron la luz y quedaron paralizados por el asombro.
__Llama a la policía ordenó el marido.
En un sillón de la sala dormía un desconocido.

Llegaron dos agentes y recién entonces el hombre se despertó.
__¿Qué hace aquí, qué robó?
El hombre se puso de pie murmurando :disculpen…no me di cuenta, me quedé dormido
__¿Qué robó? Insistió el policía
_ ¿Robar? no, no…si…vi la puerta abierta y no resistí a la tentación … entré a robar un poco de calor de hogar.

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14) Bajo la misma estrella

Mariana se revolvió debajo de los cartones. No encontraba acomodo. Seguía sin entender como el Loco que dormía en el banco de la Plaza podía acomodarse en esas tablitas duras, algunas rotas, que durante el día le servían de asiento. Cerró los ojos, intentando dormir, pero el frío se le había metido por los pies y no lograba calentarse, aunque se había cambiado las medias por esas rojas de lana que le dio la viejita del quinto ce, ella le traía siempre algo de ropa limpia, la otra la tiraba porque total siempre le daban o se iba al contenedor naranja y se servía a su gusto. Trató de cubrirse con el cartón más blando, el que casi tenía la forma de su cuerpo. Y volvió a cerrar los ojos. El ruido de unos tacones en la calle le recordó a ese vaivén de caderas tan propio de su madre. ¡Su madre! Pobrecita, seguramente en la residencia estaría abrigada. Sola, pero abrigada. No sabía qué sería peor: si estar sola o saber que ella dormía en la calle, justo en la entrada del banco donde antes llegaba puntualmente a las 7:30. Ese que estaba debajo de su casa. El que cerró y la dejó en la calle. Ese que se llevó los ahorros de sus padres y su trabajo. El mismo al que ahora llegaba el olor a mariscos. Se puso boca arriba y miró el pedacito de cielo que quedaba entre los árboles, los balcones y el techo del banco. Una estrella, una sola, pero brillante. Como la de Belén que se veía en el almanaque de 2008 que se quedó en la cocina de su casa, marcando la última navidad normal que tuvo en su vida.

*

Liliana le trajo las pastillas y ella se hizo la que las tomaba. Pero no. Se las escondió en un rinconcito de la boca, donde la dentadura se había roto y dejaba un desconchado que a veces le lastimaba la lengua. ¿Las tomó, vieja bruja? le dijo, como todas las noches. Y ella solo asintió, con la boca cerrada, el rictus un poco torcido del lado derecho, y el izquierdo fingiendo una media sonrisa. El último ictus la había dejado así. Mariana siempre se asustaba cuando la vecina del quinto ce salía con su madre hemipléjica. Pobrecita Mariana, tan chiquita, tan flaquita. Tan inocente y asustadiza cuando era chica. Seguro tenía mucho trabajo en el banco porque nunca vino a verla ahí. Abra la boca, vieja de mierda, le dijo Liliana otra vez. ¡Tan simpática esta cuidadora, pensó con ironía, con lo poco que cuesta ser amable! Abrió. Bien, eso tiene que hacer, tomarse los medicamentos y no hacerme renegar. Cerró la boca y se rió para adentro, la otra no se dio cuenta porque estaba con el móvil, siempre hablando con su amante, una de la noche le dijo que andaba con un taxista. Se rió pensando que se puede burlar a los que mandan. Porque es lo que pasa. Uno se pone viejo y cualquiera lo manda. Los hijos, los nietos, los abogados, los médicos, las enfermeras antipáticas y las celadoras más antipáticas. Triunfante, cerró un poco los ojos y se acomodó en la silla de ruedas. Ahora llegaría el cambio de turno y la acostarían. Por suerte la de la noche era más agradable, una chica de la edad de Mariana más o menos. Raro, una mujer a punto de prejubilarse haciendo cursos para cuidar viejos. Eso no le pasaría a su Mariana, ella había hecho carrera en el banco. Pronto podría dejar de trabajar y entonces vendría a visitarla. Siempre se lo decía qué suerte tenés hija y ella le decía sí mamá y la llevaba de compras como si fuera una chica chica. Se recostó un poco en la pared, miró por la ventana. Una estrella como la del almanaque de la cocina que había dejado puesto porque le gustaba nomás, le recordaba esa estampita de Navidad que le había regalado Mariana cuando era chica, una Navidad cuando estaban todos en casa, no como ahora. Uno por allá y ella acá. Solita, mirando la estrella.

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Otra vez salir a la calle con el aire helado que le dejaba la piel tirante y se la cuarteaba. No había crema que le devolviera la lozanía. La vieja esa que no tomaba las pastillas la tenía harta. Pero se lo haría pagar cada día. Cada vez que la intentara burlar sería peor. Y ahora ir a su casa. Otra vez aguantar al idiota de su marido, siempre haciéndose el galán, el enamorado, ¿no te das cuenta que ya no me importás un carajo? Pensaba cuando lo veía acercarse sonriente, dispuesto a las caricias que a ella ya no le decían nada. Porque ella estaba enganchada con el otro, con el taxista ese que la buscaba cuando salía de la residencia y la llevaba al chalecito del pueblo, donde sabía que los fines de semana iba con su mujer, hijo y nietos pero cuando iba con ella, no pensaba en nada, solo en lo bien que le sentaba ese negligé negro que le había regalado y que lo ponía loco. Y así ella se olvidaba de todo. De su marido, de los hijos zánganos y chupasangre para los que le robaba a los abuelos en la residencia, siempre había alguno que se descuidaba y ella aprovechaba. También antes le había robado a sus suegros, cuando vivían pero por suerte ahora ya no tenía que cuidar gratis a nadie. Ahí está el taxi. La seña de luces. Se subió bien la cremallera de la chaqueta que le había robado a la vieja loca que no se toma las pastillas. Total nadie la visita. La trajeron los servicios sociales. Olía aún a un perfume caro que habría usado cuando vivía en el edificio de la vuelta de su casa. Hola cariño y el otro la besuqueó y la baboseó toda y ella se dejó y de pronto pensó que al final era igual que su marido, pero no mi amor lo que pasa es que la familia se junta en el chalé para las fiestas por eso no te llevo pero ya iremos cuando todo pase. Y ahí nomás bajó el asiento y ella se quedó abajo mientras él arriba y el olor del aromatizador del coche y el cristal empañado, que iba ocultando poco a poco la estrella, la única que brillaba más, esa que dijeron que esta Navidad sería igual que la de Belén. Se parecía a una del almanaque que le dieron en el Banco y que ella se guardó porque fue la navidad en la que los niños dejaron de serlo porque descubrieron que los padres son los que hacen los regalos. Y la ilusión se murió para siempre.

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15) Reverso Navideño

El viejito pascuero despertó y de un salto salió de la cama -bueno, en realidad, no fue un salto, cabe recordar que el viejito pascuero no solo tiene sus años, sino que también es obeso- por fin había llegado el 24 de diciembre, sin duda era el día del año que más anhelaba en todo el año.

Se bañó, peinó sus barbas, usó su perfume especial, ese que tanto le gusta a los niños, con esencia de franqueza, inocencia y verdad. Lustró sus botas , abrochó el cinturón, se puso las gafas y salió a ver a sus renos. Grande fue su sorpresa cuando se percató de que los renos se encontraban tomando café y jugando a las cartas, en vez de estar listos para partir.

-Pero mis queridos renos ¿por qué no están listos? -preguntó el viejo de pascua-

-Rodolfo -el reno, se acercó y le dijo al oído- lo que sucede viejito, es que cuatro renos se encuentran enfermos del estómago, anoche salieron a celebrar y llegaron malitos, tal parece que comieron algo que les hizo mal. El problema es que sin ellos no nos podemos el peso del trineo.

-¡Qué vamos a hacer, Rodolfo... los niños del mundo no tendrán regalos!

El viejo caminó algunos pasos -con rictus apesadumbrado- llevó ambas manos a su cabeza, se arrodilló sobre la nieve y comenzó a llorar, no sé si fue por rabia, tristeza o impotencia. Lo cierto es que nunca nadie lo había visto desbordarse de tal manera... tampoco nadie sabía que su problema no era solo que los niños del mundo no recibirían sus regalos, su problema era algo mucho más profundo, existencial, personal y se relacionaba con la esencia del Ser del viejo pascuero. Eran tantas las interrogantes que daban vueltas en su cabeza: ¿de qué sirve ser un viejo pascuero si no cumplo con el rol que justifica mi existencia? ¿qué va a pasar conmigo si no sigo mi vocación?.

Y claro, si empatizamos con el viejo pascuero, sabremos que todos los días del año trabajaba para un gran evento, cual es, la noche buena y la noche buena se manifiesta con la entrega de regalos, entonces, si no entrega regalos y es un ser pensante, desde luego va a cuestionarse. Por otro lado, el viejo está acostumbrado a que cada cosa resulta como él lo desea, por tanto, no tiene herramientas para tolerar la frustración, su mundo es perfecto y no sabe qué hacer cuando surge un inconveniente.

Los renos quedaron chafados observando al viejito, a su líder, quien siempre tuvo una respuesta para todo y ahora estaba devastado. Cuando por fin lograron reaccionar, se miraron unos a otros y guardaron silencio junto a su caudillo.

Los duendes que se encontraban en el taller arreglando los últimos detalles, debido al tamaño de sus orejas, escucharon la conversación entre Rodolfo y el viejito y la reacción del mismo, por consiguiente efectuaron una reunión masiva para intentar ayudar a su tan querido "jefe", que más que jefe era un verdadero padre. Uno de ellos comentó que el amigo de un amigo conocía a un querubín y que podía averiguar si es que había alguna manera de ayudar a trasladar el trineo.
El duende sacó de su morral imaginario un teléfono mágico con el cual realizó los contactos correspondientes, en cosa de minutos llegó volando una multitud de querubines.

Al llegar, fueron directamente donde el viejito pascuero a ofrecerle su ayuda. El viejito aceptó la propuesta a la vez que pidió a los duendes que cargaran el trineo. Los cinco renos que se encontraban en perfectas condiciones realizaron su trabajo, mientras cada uno de los querubines ayudó a elevar el trineo y lograron el objetivo común, cual era, entregar regalos a los niños del mundo.

Una vez que terminaron su labor, regresaron al Polo Norte. Los duendes tenían preparada una fiesta para celebrar, había comida y bebida para todos, algunos duendes cantaban y hacían rondas con los querubines que aún estaban despiertos, ya que muchos, al llegar comenzaron a bostezar y se quedaron dormidos sobre una nubes que los duendes usaban de camas. Los 4 renos que estaban enfermos, tomaban agüita de arroz con canela para componer la panza aún resentida, el viejo pascuero, tomaba un carmenere del Valle Central de Chile que su amiga, el Hada de los dientes, le había llevado de regalo en su última visita. Los cuatro renos sanos, abrigaban a los querubines durmientes... en un momento, el viejito se puso de pie e hizo un brindis:

"Brindo por la vida y la muerte, porque a ningún niño le falten motivos para sonreír, brindo por los amigos y el trabajo en conjunto, brindo por ustedes y brindo por mí. Salud"

Y colorín colorado, este cuento de Navidad se ha acabado.

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16) Ivi

Al encontrarme con la sonrisa de mi abuelo y de mi nana Fonchi seguí comiendo. A mí la comida me sabe a agua caliente con cartón remojado.

Después de la lluvia se acerca a mi gusto un olor apetitoso, viene de afuera y se desprende de la tierra. ¿Será sabrosa? Anoche sentí que mi mamá se sentaba a mi lado. Venirse del cielo a mi cama debe de ser muy cansado. Sentí sus manos acariciándome el pelo, rascándome la cabeza y su voz cariñosa que decía “piojito, piojito” Abrí los ojos y en ese momento se hizo transparente. Nunca he ido a la escuela, la mayor parte de las veces no me dan ganas, me la vivo de enfermedad en enfermedad. Ayer escuché a mi abuelo que le decía a Fonchi que me vistiera y me abrigase bien que iríamos a ver la fiesta de la navidad.

Me gustó ir a la alameda, llena de árboles con cientos de foquitos de todos los colores. Me admiré de ver a un mono de luces brincar de un árbol a otro.

Recorrimos todos los puestos, dulces, juguetes, ropa y una larga fila de Santa Claus, donde los niños se toman fotos con papá Noel. De todos escogí uno por el color de sus ojos claros y con su mirada bondadosa. No me equivoqué, un pillo me arrebató mi cadena de oro. El Santa al darse cuenta, tomó su moto y lo siguió, llevaba en su mano una cuerda que, seguramente, la lanzó para atraparlo. Poco después, él me la puso en mi cuello. El abuelo le quiso dar una buena recompensa, pero no aceptó, entonces le dije a la oreja, “invítalo a comer” y me atreví a decirle que viniese vestido de Santa Claus.

Hoy vino y nos dijo que era maestro. “Abue, él puede enseñarme” Mi abue dudo, pero insistí y volví a recalcarle que viniera de Santa.

Fonchi

Ella es un cielo para mí. Se veía tan frágil que la arropé de día y de noche para que la tristeza no la inundara. Veía sobre los árboles a las nubes, por arriba de no sé dónde. La mirada en la lejanía, quizá buscando a sus padres, no sé, por la madrugada la veía y encontraba sus mejillas húmedas. En realidad, aún dormida ella sufría. ¡Cómo no amarla! Cuando Santa llegó a casa, las puertas y las ventanas empezaron a abrirse y entraron a su interior el silbido de las aves y el aroma de los jazmines.

Santa Claus

De dónde vengo o eras soldado o guerrillero. Y como pude salí. Nada me detuvo y con fe, esperanza y suerte llegué al país. Paciencia, trabajo y con más trabajo encontré acomodo. Por las noches estudiaba y fue así como terminé mi profesión de educador. También hallé novia y nada tan grandioso que sentirse enamorado y entre los dos planear una vida. Nos casamos en secreto, pues la familia de ella no consentía. No importó. Creímos que el amor lo resolvería todo. Nació Tom y el poco dinero que ingresaba haciendo cualquier trabajo no alcanzaba. Al ver el traje de Santa, comprendí que en la temporada navideña, que inicia en el mes de septiembre, podría sumar algunos ingresos. Conocí a Ivi esa tarde oscura. Al verla crucé los dedos para que llegase conmigo a tomarse una foto. Coincidieron las miradas y ella se puso a mi lado. Le dije que estaba contento de que me hubiese escogido para llevarse un recuerdo de la feria, minutos después llegó un rufián y le arrebató su cadena de oro. En bicicleta lo perseguí tomando atajos y no siendo hombre violento, no sé cómo pude despojarlo de su hurto. Regresé y le devolví su cadena situándola de nuevo en su cuello. Se le miraba tan frágil. El abuelo quiso darme dinero, pero no acepté.

Todo había salido de un llamado que le hicieron a mi corazón.

Estuve a punto de decirle a María que había conseguido trabajo, pero me detuve, le daría una sorpresa. Y sí le di la sorpresa, una cruel, impensable. Sabía por el médico que atiende al abuelo que mi salud era precaria por tener una arteria debilitada de sus paredes y que en cualquier momento podría romperse. Y se rompió al hacer un esfuerzo. Ese día me cambiaba de domicilio.

Todo fue tan rápido que el dinero ahorrado sirvió para mi sepultura. Dejé a Tom, y a mi esposa sin nada a que abrazarse más que a la soledad.

María

Soy una erupción de emociones, una confusión. Ayer lo enterré, dejándome una selva de dudas. Cuando quise confiarle a mi madre, ella sin dejarme hablar me dijo “¿Es lo que querías no?” “Te dije que terminaras tu carrera, que si te casabas, no tuvieses hijos, ¿me hiciste caso? ¿verdad que no?

El amor cuando llega se disfruta, no se piensa. ¿quién reflexiona sobre las consecuencias? Si, éstas llegan. Huyes de ti, te enojas con tu pareja, maldices a la vida. Estos últimos meses fueron asfixiantes, la posibilidad que lo contrataran en alguna escuela se esfumó. Fue una buena idea que tuviese un disfraz de Santa Claus. Bendito sea, nos ha servido para darnos de comer y pagar los atrasos de la renta, nos cambiarnos de casa con la seguridad de que habría dinero la semana siguiente. Cuando lo vi caer pensé que se había resbalado. Pude ver alguna luz en sus ojos y su mano apuntaba a no sé dónde. Murió viéndome y su mano se aflojó de la mía. Quiso decirme algo y no le alcanzó el aliento.

He llorado todo el día y veo el traje rojo con vivos blancos y me imagino que no tardará en calzarlo. Busqué en los rincones: cajas, sobres, libros, ropa. ¿De dónde sacaba el dinero? me faltaba revisar el traje de Santa. Encontré un papel doblado y un número de móvil apuntado con tinta negra. Un teléfono que puede no ser nada. ¡Dios que tanto ocultabas! prefiero saber lo que sea a consumirme en la duda

Tiemblo al marcar…

El abuelo

La que me queda de la familia es mi nieta Ivi. Me dedico a ella con todo lo que soy. Me angustia sentir su tristeza desnuda de sonrisas. Ella prefiere el silencio, el retraimiento. Mira y se va lejos. Me acerco, la abrazo y quisiera entrar a su interior y quitarle los demonios que la acosan. Daría mi fortuna, que es mucha, para cambiarla. La llevé al parque a mirar los arreglos navideños, la música, la fiesta, la sonrisa de otros niños y le llamó la atención un "Santa", me dijo que deseaba una foto con él. Me di vuelta, compré un algodón, y al mirarla vi que estaba sonriendo. Cinco minutos después, un pillo le arrebató la cadena de oro.

El "santa" se percató y le dio alcance. De regreso, él le acomodó la cadena. Le ofrecí una propina generosa y no aceptó. Ivi me dijo: ¡invítalo a comer a la casa! Qué lazos se cruzaron, no lo sé, Supe que era educador, y le propuse que fuese su maestro.. La niña cada día sonríe, juega, es otra. Me enteré de su penuria, de su familia y decidí hacerle una propuesta, sin que se ofendiese. Ya no regresó. Una semana después supimos que había fallecido, y sucedió al cambiarse de domicilio. No pude contactarme con él. Yo sabía que su salud era precaria, tuvo un percance y le pedí al médico que llegara a fondo. El especialista le advirtió que su vida dependía de un hilo. Nunca imaginé que fuese tan inmediato. Iví también sabía, ella de otra forma. Él le había dicho que emprendería un largo viaje, pero que no sabía cuando. Ayer me dijo Fonchi que la niña había llorado y no había comido.

Anoche recibí la llamada de la esposa de “Santa” Le dije que trajese a Tom y me preguntó que cómo sabía su nombre…

Llegaron en un taxi. Fonchi la condujo a un pequeño recibidor. El abuelo llegaría más tarde.

Fonchi abrió la plática:

—Seguro que tiene preguntas, mientras viene el señor puedo responderle. Con toda confianza María.—¿Conoce mi nombre? había cierto coraje en su tono
—por supuesto, su esposo siempre hablaba de usted.
—¿Cómo es que no sé nada de ustedes? lo mencionó con fuerza.
—Su esposo deseaba darle una sorpresa esta navidad. Pero ya ve… la muerte no pide permiso.
—¿Cómo es que el Señor conoció a mi esposo? Se conocieron en el parque. Ivi es una niña especial y poco amistosa, pero con su esposo hubo un entendimiento y fue ella quien le dijo a su abuelo que lo invitara a la casa. Y lo que diga Ivi... después nos enteró que era educador y el Señor lo contrató para impartirle clases, pero la niña aceptó siempre y cuando él viniera vestido de Santa, de hecho, no lo llama por su nombre, siempre dice Santa y —nosotros sabemos que es él.

Al llegar el Señor abrazó con calidez a Mari, a Ivi y a Tom. Trajo algunos bocadillos para los niños que jugaban en otra sala.

Voy a la cocina a preparar la cena. Dijo Fonchi.

Por favor me trae la cajita de madera.
—Ya que está enterada, ¿hay algo más que quiera saber? —Solo movió la cabeza. Por favor revise lo que hay dentro de la caja. La dejó sola, vuelvo en un momento.

Había una póliza que garantizaba la educación de Tom. Las escrituras de una casa y una cuenta en un banco.
—Es demasiado. Mi esposo no lo aceptaría. Tampoco yo.
—Eso y más merece. Mi nieta, que es mi vida, es una antes de conocer a su esposo y otra niña después de convivir con él.
—Deme entonces la oportunidad de pagárselo. Lo acepto como un préstamo.
—De acuerdo, trabaje para mí. Necesito una persona de mi confianza para tratar asuntos delicados. Seremos vecinos y eso facilitará todo. Mi nieta y Tom se entienden y aprenderán a sentirse como familia.
—Aprendo rápido dijo ella.
—Otra cosa, deseo que termine su carrera, lo que aprenda será de mucho apoyo para mis planes. Por Tom no se preocupe, Ivi será como una hermana y a Fonchi le encantan los niños. Ahora pasemos al comedor y veamos que nos preparó mi amiga.

Afuera se mecía el pinar y las luces iban y venían, saltando de una ventana a otra.


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17) Una visita inesperada

Nadie vino a cenar con nosotros, así que alrededor de las dos de la mañana, mi hija Diana y mi esposa Pao se fueron a dormir; terminaron rendidas, después de preparar la cena de Nochebuena para recibir la Navidad. Cuando dieron las doce de la noche en punto, brindamos los tres con una copa de sidra, nos dimos un abrazo apretado y repartimos los regalos. El de Diana fue un libro: Los Miserables, de Víctor Hugo; a Pao le tocó una blusa de manga corta color azul claro y a mí, el cd del Magical Mistery Tour de the Beatles. Todos quedamos muy contentos con ellos. Charlamos un rato, escuchamos música navideña y finalmente me quedé solo cuando ambas se fueron a dormir. Yo también me sentía exhausto. Sobre la mesa aún había restos de la cena, pero ya no podía con el sueño, así que me senté en el sofá de la sala y supongo que me quedé dormido.

Me despertaron unos toquidos muy fuertes, de alguien que llamaba a la puerta. Miré el reloj de la sala: las tres cuarenta de la mañana. ¿Quién fregados podía ser a esa hora? Me incorporé medio soñoliento y en voz bastante alta, pregunté:

-¿Quién es?
- Yo, hijo. Ábreme por favor.

Abrí. En efecto, era mi padre. Estaba ahí, bien abrigado, pero con las mejillas y la nariz rojas por el frío.
-Pasa, por favor. No te esperábamos, menos en este día. Son ya más de cuatro años que no te vemos ni tenemos noticias de ti. No sabemos tu número de teléfono ni tampoco nos has llamado, aunque sea una vez.

Nos abrazamos con fuerza. Con cariño.

A pesar de la ropa gruesa que portaba, lo sentí muy flaco, quizá mal alimentado.
-¿Qué te has hecho? ¿Dónde has estado todo este tiempo? Ven, vamos a la mesa para que cenes algo. Te noto desmejorado.
-Venir me ha resultado difícil, no es sencillo salir de donde vengo, porque necesito autorización del patrón para ello.
- En todo este tiempo te he extrañado mucho, papá. Tu nieta me pregunta seguido por ti. También Pao. Dime que has estado bien, que no te ha hecho falta nada.
- Yo, estoy bien. Nada me hace falta; pero a ti sí. Sé muy bien que me extrañas, que te hago falta, que a ratos te quedas pensando, añorando mi presencia, mi consejo.
-¿Cómo sabes todo eso?
-Porque eres mi hijo y te conozco. Veo tus dudas y quisiera estar aquí para ayudarte a decidir.
- ¿Vives muy lejos? ¿Por qué no vienes más seguido? Diana está por cumplir los quince años y quiere su fiesta, Le daría un gusto enorme que pudieras estar.
- Los quince años de una niña son de la mayor ilusión.
-Te voy a servir de cenar.
-No lo hagas, no tengo hambre. Prefiero que platiquemos. Creo que nos hace mucha falta.
Conversé mucho rato con mi papá, hasta el cansancio se me olvidó con la emoción que me producía su presencia.
-Tengo que irme antes de que amanezca; en realidad, solo vine a desearte que pases una feliz Navidad.
-No puedes irte así nomás. Tienes que ver a Pao y Diana.
-No puedo quedarme. Tú bien lo sabes. Lo debes recordar.
Sus palabras me hicieron meditar un poco y de pronto, se me hizo la luz.
-Tú estás muerto. No es posible que te encuentres aquí.
-Es posible. En unas horas todo esto te parecerá solo un sueño, pero no lo es.
Nos abrazamos de nuevo y mi papá susurró:
-¡Feliz Navidad, hijo mío!

No logro recordar en qué momento se fue ni cómo lo hizo. Ya era de día cuando abrí los ojos y me encontré recostado en el sofá. La sensación que me queda de su visita efectivamente es la de haberla soñado. Pero mi yo interno sabe que es verdad, que mi padre estuvo aquí. Papá, dondequiera que te encuentres, también te deseo una feliz Navidad.

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18) Estruendos

A papá le encantaba festejar la navidad. Toda nuestra familia se reunía en casa de mis padres. Recuerdo el bullicio que armaban a las doce: risas, gritos, luces de bengalas y estruendo de petardos.

Mis tíos y mis primos subían con papá a la terraza porque desde allí el espectáculo era maravilloso.

Mi padre guardaba un arma en un cajón de su escritorio. Cuando se alcoholizaba solía disparar al aire con una insensatez que me asustaba. A los diez años, todo aquello me parecía grotesco y sin sentido.

El tiempo pasó y ahora los festejos se hacen en mi casa. El árbol colmado de luces y regalos acapara toda la atención.

Observo las caras de mis hijos, mi esposo, mi madre, mis hermanos. Todos sonríen.

Papá dejó de festejar navidad cuando la depresión y el alcohol lo convirtieron en un hombre triste y taciturno.

Han pasado muchos años, pero yo todavía no he podido olvidar aquel último estruendo que provocó al quitarse la vida.

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19) Un regalo

El hombre ha terminado de talar el árbol.

Disimulo mi congoja y le pago por su trabajo. Agradece con un gesto.

Me cuenta que pronto se va a jubilar. El trabajo ha dejado huellas en su salud. El maldito dolor en la espalda que no se cura con nada.

Pero lo peor son los recuerdos. Y la culpa. No solo ha sacado árboles secos como el mío. Muchos murieron entre sus brazos. Acomoda las ramas y las coloca en su camioneta vieja. Leña para el invierno, dice.

Me saluda y se va. Yo miro el espacio vacío que quedó en el jardín. El pino se fue marchitando despacio cuando mi esposo murió.

Sollozo con nostalgia por aquellos días que se fueron con él.

La tarde de primavera, cuando lo plantamos sigue viva en mi memoria.

El timbre de la puerta me aparta de mis pensamientos. Es mi hija y su marido. Traen adornos, luces y guirnaldas. Martín, mi nieto, grita: !abuela, abuela! !Te trajimos un regalo!

Corre tras su pelota y mi hija observa a mi yerno que trabaja con entusiasmo. Me mira y sonríe. Hay un nuevo pino en el jardín.

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20) Payaso Maldito

La noche que dejé de creer en Papá Noel y los reyes magos, recibí
como regalo un payaso que me atormentó durante años.

Cometí el error de espiar por la puerta entreabierta y descubrí a mi padre envolviendo al payaso como regalo.

Lo tenía en la mesita de mi habitación, sin embargo, una noche
desapareció. Me olvidé de él, quizá supuse que tenía vida propia,
porque todas las noches, además de verlo lo escuchaba reírse.

Y así durante años, noche tras noche, toda mi infancia, el payas
 
conociendonos,24.12.2020
¡Ay queridos! repito el último cuento dado que excedí la extensión del mensaje:

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20) Payaso Maldito

La noche que dejé de creer en Papá Noel y los reyes magos, recibí
como regalo un payaso que me atormentó durante años.

Cometí el error de espiar por la puerta entreabierta y descubrí a mi padre envolviendo al payaso como regalo.

Lo tenía en la mesita de mi habitación, sin embargo, una noche
desapareció. Me olvidé de él, quizá supuse que tenía vida propia,
porque todas las noches, además de verlo lo escuchaba reírse.

Y así durante años, noche tras noche, toda mi infancia, el payaso maldito no me dejaba dormir y se burlaba de mí.

Una noche intentó matarme con un cuchillo muy afilado, pero yo fui más veloz y con un golpe de karate logré detenerlo. Me deshice de él, metiéndolo en una bolsa de basura. Años más tarde, volví a escuchar su risa loca y volví a verlo, comprobé que volvía para quedarse.

Me enteré que el juguetero que le vendió el payaso a mi padre fue descuartizado. Igual suerte corrió mi padre, lo encontré muerto en el living, había sido descuartizado y mutilado, la policía nunca encontró al culpable.

Siento temor, sé que el payaso está en la casa, y me espera un trágico final, será una noche de estas, escucho al payaso reírse a carcajadas desde algún rincón en la oscuridad de mi habitación.


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Autores:
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1) Nochebuena de 2020 - Notario

2) Navidades de otro Mundo - Hipsipila

3) Fabulación sobre si Jesús naciera en el 2020 - Hipsipila

4) Año cero - Steve

5) Navidad - MCavalieri

6) Una larga Jornada - Maparo55

7) Un regalo de Navidad - Fabiang7s

8) Se solicita Santa Claus - -Hector-

9) El Milagro de Navidad - Yosoyasi

10) Lilith vs Santa - Steve

11) Festejos - Marcelo_ Arrizabalaga

12) Milagro en Navidad - MCavalieri

13) El desconocido - Yvette27

14) Bajo la misma estrella - Crom

15) Reverso Navideño - Gsap

16) Ivi - Sendero

17) Una visita inesperada - Maparo55

18) Estruendos - Glori

19) Un regalo - Mialmaserena

20) Payaso Maldito - Serki


Ganador:
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1er. Lugar MCavalieri con su relato: Navidad. Obtuvo 9,33 de 10 puntos.

2do. Lugar -Hector- con su relato: Se solicita Santa Claus. Obtuvo 8,83 de 10 puntos.

3er. Lugar Maparo55 con su relato: Una visita inesperada. Obtuvo 8,66 de 10 puntos.


¡Felicitaciones a los ganadores! y mi agradecimiento por el valioso apoyo en el concurso al Jurado compuesto por: Mujerdiosa, Mitsy e Ignus. Muchas gracias también a cada uno de los participantes.


Hasta la próxima y ¡¡FELIZ NAVIDAD!!


 
crom,24.12.2020
Gracias, Conociéndonos, por impulsarnos siempre a participar!

Magnífica participación, por cierto!!

Gracias a ti y al jurado que, pacientemente, leyó y valoró nuestros cuentos. Sois grandes!!!!!


¡Felicidades a los ganadores!!!!




Y.... FELIZ NAVIDAD A TODOS!
 
MCavalieri,24.12.2020
Bueno, todavía no me recupero de la sorpresa. La verdad es que no me lo esperaba. Entré desvelada a la página para leer un rato y me encuentro con esto. Estuve leyendo los primeros diez textos -ahora sigo con el resto- y es un lujo que hayan elegido el mío. Estoy muy agradecida y muy feliz, claro, en realidad estoy chocha. Les agradezco a los jurados IGnus, Delia y Mitsy por todo el trabajo que se tomaron y qué bueno que les gustara mi texto Gracias también a Shei que todo el tiempo impulsa este tipo de eventos en la página sumando, siempre sumando. Quiero felicitar a Héctor y Maparo por sus textos que son excelentes -insisto: ¡qué lujo!- y qué buena la cantidad de participantes que tuvo la convocatoria. Ahora voy que seguir leyendo los textos que me faltan. Gracias de nuevo, estoy contentísima.
 
godiva,24.12.2020
Se han lucido todos. Escritores, jurado y la organizadora. Abrazos! Y feliz Navidad!
 
gsap,24.12.2020
Agradecer a Sheisan, por su trabajo y dedicación, siempre con nuevas ideas para dar movimiento a la página, agradecer al jurado también. Felicitar a los ganadores MCavalieri, Hector y Mamparo55. Felicidadesa todos.
 
Morirse,24.12.2020



Felicitaciones a MCavalieri por un cuento digno del primer lugar y en general a todos los participantes por animarse a escribir y compartirnos sus cuentos. Gracias, Sheisan, por estas actividades que mantienen viva la Página y de igual manera al jurado. Un abrazo a todos


 
MujerDiosa,24.12.2020
Para mí, ha sido muy hermoso poder disfrutar de sus cuentos y formar parte de un equipo tan bueno con la capitana Shei al mando, jajaja...Realmente gracias a todos, a Sheisan, a Mitsy, a IGnus y a todos los participantes que engalanan esta página con su creatividad navideña. Felicidad y Bendiciones para cada uno de ustedes con todo mi amor!!!
 
Hipsipila,25.12.2020
Enhorabuena a los ganadores. Felicitaciones a Sheisán y el jurado por su labor. Y estupenda la alta participación. Feliz Navidad.
 
Marcelo_Arrizabalaga,25.12.2020
Un gusto participar de esta convocatoria. Felicitaciones a todos.
Y feliz navidad.
 
Mitsy,25.12.2020
Fue un placer y un ejercicio muy interesante y enriquecedor, gracias Shei por la oportunidad, a los ganadores muy merecido por el esfuerzo para destacar con tan buenas historias, a los demás concursantes gracias por hacer que esta dinámica mantenga vivas las letras en nuestro rincón azul y finalmente a mis compañeros de jurado, aprendí mucho de ustedes. Un abrazo y feliz navidad!
 
IGnus,26.12.2020
Participar como juez de este concurso fue una experiencia gratificante. Hubo cuentos de muy buena calidad. Hemos evaluado a conciencia, fuimos incluso puntillosos y detallistas. Los tres cuentos elegidos como ganadores tienen su premio muy merecido. Mis más sinceras felicitaciones para ellos. Asimismo, nuestra organizadora, tanto como mis compañeros jueces de primerísimo nivel ambos, merecen también un cálido aplauso. ¡Genial concurso Sheis!
 



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