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Inicio / Lista de Foros / General :: Ensayos y Comentarios / La labor de un Critico - [F:4:2193]


luchochago,28.01.2005
Ignacio Echeverría, filologo, y critico lietarario por más de 15 años de babelia el suplemento cultural de el Diario El País de España, ha dejado de pertenecer a sus lides, despues de un espantoso caso de coartar la libertad de opinion de un critico en pos de favorecer a una obra con escasa o mejor dicho nula importancia literaria (en buen chileno una novela como las huevas).
He aquì su última confesión:

"Delación. Conviene reivindicar esta palabra, aliviándola de sus más feas connotaciones. En un orden crecientemente falseado por el enmascaramiento de sus propios mecanismos, el delator será quien, desde dentro, aporte a la comunidad la evidencia de que dicho orden tiende a alimentarse de la ficción de sí mismo. La evidencia que señala una distancia inaceptable entre esa ficción y la realidad.

Entre las diferentes reacciones suscitadas por el "caso Echevarría" (como se ha dado en llamar la escandalera levantada a partir de la carta abierta en que yo mismo hacía públicos los motivos de mi "cese" como colaborador de "Babelia", el suplemento cultural del diario español El País) hay una particularmente ruin, a saber: la que, evitando pronunciamientos más comprometidos, y haciendo gala de una resabiada suspicacia, muestra su perplejidad frente al hecho de que, a estas alturas del curso, venga yo a denunciar lo que, al parecer, todos sabíamos desde hace mucho.

¿Y qué sabíamos todos?

Bueno, pues que algunos de los más influyentes periódicos de aquí y de allá pertenecen a grandes grupos de comunicación que no tienen empacho en hacer valer esa influencia en beneficio de sus propios intereses. Lo cual, en mi caso particular, el de un crítico literario que llevaba catorce años colaborando con El País - periódico perteneciente al poderoso grupo Prisa, con intereses flagrantes en el mundo editorial- , implicaría que, o bien durante todo este tiempo he estado yo en la inopia (luego soy tonto), o bien he estado en tácita connivencia con un tejido de intereses que sólo me he resuelto a denunciar cuando me ha perjudicado.

Todos sabíamos ya - señalan con la ceja levantada y una sonrisa sardónica los más avezados observadores del caso- que El País da ventaja a los libros y a los autores publicados por las editoriales de su propio grupo, muy en especial Alfaguara, de modo que ¿cómo vengo yo ahora a proclamarlo a voz en grito? ¿Es que me acabo de caer del árbol? ¿Acaso no sabía cómo se las gasta eso que suele llamarse la "industria cultural"?

Creo que sí. Y precisamente porque pretendo saberlo, no se me escapa que la influencia de la que se benefician los dueños de la prensa es un capital cuyo mantenimiento exige - sobre todo en lo que a cultura toca- ciertas cuotas de credibilidad y de decoro. La crítica, en cuanto género periodístico, sobrevive gracias a esas cuotas. Y así es a tal punto que las posibilidades de una crítica independiente son proporcionales al importe de la cuota que el medio en cuestión está dispuesto a pagar para asegurar esa credibilidad.

Ese importe fijaría, entre otras cosas, los límites en el que se desenvuelve la tarea misma del crítico. Éste no puede dejar de reconocerlos, y deberá trabajar precisamente en esos límites; no dentro, sino en la raya misma de esos límites, que la actuación del crítico, si es comprometida y rigurosa, contribuirá a tensar y, acaso, a dilatar. Y es que el reconocimiento de los propios límites no supone ni mucho menos su aceptación. Ocurre así que el crítico, cuando merece tal título, viene a ser, dentro de los periódicos, una figura a menudo incordiante, siempre bajo vigilancia y consentida como a regañadientes. Una especie de infiltrado, de quien se tiene la sospecha de que actúa como delator. Lo cual no deja de ser cierto, en alguna medida, dado, en primer lugar, que la crítica, en no pocas ocasiones, no tiene más remedio que constituirse en un género de la delación. A ello la arroja la presión creciente de la industria cultural y su celo mistificador, que, con el concurso de los grandes medios de comunicación, se vale de todo tipo de recursos (lanzamientos espectaculares, premios millonarios, grandes campañas publicitarias) para promover la indistinción de todos los valores. En la confusión derivada de este estado de cosas, la crítica está llamada, entre otras cosas, a delatar la insignificancia de tantos "productos" que se hacen pasar por "bienes culturales"; a señalar a quienes usurpan la condición de creadores o de innovadores en detrimento de quienes realmente lo son.

Pero hay otro nivel más problemático en que la delación cumple una función más amplia. Se trata de aquellas raras y por lo común penosas ocasiones en que se está en condiciones de aportar la evidencia que confirma lo que, hasta el momento, cunde en forma de simple sobrentendido o de sospecha. Esta evidencia, en cuanto tal, pone en aprietos a un orden de cosas que entretanto se mantiene impertérrito por virtud, precisamente, de la tácita resignación que suele ir asociada al sobrentendido de su funcionamiento.

"Todos sabíamos" que en un periódico como El País se dan sospechosas "sinergias" que obran en favor de los múltiples intereses de un gran grupo de comunicación como es Prisa. "Todos sabíamos" que nadie en sus cabales puede jactarse de la independencia de la crítica en un medio que, como casi todos, no sólo practica el amiguismo y el ventajismo con determinados autores, sino que está en condiciones de contrarrestar, si así lo quiere, las consecuencias de esa pretendida independencia. "Todos sabíamos" que hay una panoplia entera de estrategias indirectas por medio de las cuales cabe ejercer la censura encubierta y limitar el derecho a la siempre cacareada libertad de expresión... Ahora bien: de este conocimiento no se deriva ningún efecto inculpatorio, y no cabe por lo tanto esperar de él que sirva para corregir nada. Sólo la evidencia concreta, es decir, la delación de un abuso determinado, y no la denuncia imprecisa ni el lamento sin destinatario, es capaz de alterar la satisfacción con que el sistema constata su impunidad, y tiende en consecuencia a rebajar las ya mencionadas cuotas de credibilidad y de decoro.

Frente a las torcidas interpretaciones que algunos han hecho del llamado "caso Echevarría", la mía propia subraya precisamente esto: que las circunstancias que determinaron mi "cese" como colaborador del diario El País no venían dadas desde siempre, ni mucho menos, sino que son producto de la rebaja de las cuotas de credibilidad y de decoro que, de un tiempo a esta parte, el periódico se siente impelido a satisfacer. Esa rebaja es consecuencia, sin duda, del exceso de confianza que al periódico le inspira su aplastante hegemonía, y se viene traduciendo, entre otras cosas, en un estrechamiento progresivo de los límites que dentro del periódico se conceden a la crítica más o menos independiente. Quien durante años, como yo, había trabajado en esos límites, despertó un buen día fuera de ellos. Pero no por haberlos roto o temerariamente atravesado, sino porque esos límites habían reducido su círculo, y dejaban fuera a quien acampaba en sus lindes.

En una situación como ésta, cabía optar por regresar subrepticiamente al menguado recinto, permanecer callado, a la espera de tiempos mejores, o, finalmente, delatar lo ocurrido. Sólo esto último conllevaba, sin embargo, la posibilidad de un mínimo escarmiento que contribuyera al menos a frenar la imparable rebaja de las imprescindibles cuotas de decoro. Se trata, por otro lado, de una actitud contraria al cinismo en el que tantos se amparan para dejar que las cosas continúen su curso, desde el convencimiento de que, de todos modos, así ocurrirá."
Publicado en Revista de Libros, El Mercurio, viernes 28 de enero de 2005
 
hippie80,02.07.2007
"La labor de un crítico es tan importante como la del escritor." (Borges)
 



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