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gik,28.06.2002
Desde Manzanales, Colombia nos llegó este ensayo sobre Sabines. Es cierto: se refiere a su poesía, no a su prosa, pero igual quiero compartirlo con ustedes.

Mil saludos, Gik.

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Respetados amigos :
Hace poco escribí un texto-ensayo sobre SABINES que me gustaría compartir con ustedes antes de que sea publicado en mi país. El estilo no es - ni pretende serlo - para nada ortodoxo. Los amigos, por joder, dicen que lo que escribo es una forma de post-crítica ( ¡Sabrá el putas lo que es eso !). Mi intención, al escribirles y enviarles el texto, es acercar un poco las duras circunstancias de nuestro Sur con las no menos difíciles de ustedes. Si tienen algùn comentario que hacer , lo agradecería mucho.
Con un fraternal saludo,

JAIRO HERNÁN URIBE MÁRQUEZ
Manizales-Colombia
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bS A B I N E S/b

Por : Jairo Hernán Uribe Márquez

bI. LOS NACIMIENTOS./b

“Como una escarlatina te va a brotar,
de pronto, la vida”
(Poemas sueltos)


Me nació Sabines en un seminario de poesía, allá por el año 1982. Uno de los iniciáticos – como le decíamos a los aspirantes a vates – leía con fervor algunos poemas del mejicano. Eran textos de magazín, ociosamente exaltados. “No me digan ustedes en dónde están mis ojos…”, suplicaban , desde una fosa urbana que sonaba a quejumbre nadaísta, el lector y el poeta. “…Pregunten hacia dónde va mi corazón”, parecían responder en eco las paredes y claustros universitarios. Ese nacimiento no tuvo euforia de ninguna clase y me pareció vulgar. La poesía mejicana, en el contexto del seminario, era Paz y un poco de Elizondo. Y , curiosamente, al advenimiento de Sabines – en la ensalada poética de esa tarde - le precedían los trabajos de Mutis (de pareja sonoridad) y la pléyade iconoclasta de Arango, Escobar, Jaramillo y Lemus. Yo ignoraba la edad, la filiación social y política, el talante y la fisonomía de Sabines. Como referencia y metáfora, apenas tenía un epígono de bufanda y gafas redondas que recitaba : “Te quiero porque tienes las partes de la mujer/ en el lugar preciso/ y estás completa. No te falta ni un pétalo/ ni un olor, ni una sombra./Colocada en tu alma/ dispuesta a ser rocío en la yerba del mundo,/ leche de luna en las oscuras hojas ”. Eso era todo lo que tenía del mejicano. Un poco después, fustigado por la poesía cortazariana y ansioso de otros aires, me topé a Sabines en una revista de papel periódico llamada “Golpe de dados”. Fue otro nacimiento extraño. Ese mismo día Sabines asistió, con nosotros y sin invitación, a una boda de poetas y a una salvaje bebeta en la cima de Manizales. La pastosa lectura de medianoche rezaba : “Recuerdo que recuerdo su nombre,/ sus labios, su transparente falda./ Tiene los pechos dulces y de un lugar / a otro de su cuerpo hay una gran distancia: / De pezón a pezón cien libros y una hora,/ de pupila a pupila un corazón, dos lágrimas ”. Pero los competidores, que eran muchos y ya roídos, brotaban de la memoria a cada trago : Hernández, Benedetti, Machado, Vallejo, Neruda, Borges, Alberti. Ellos eran el fortín literario del momento. Para igualar las cargas, como indicaba el manual crítico-enciclopédico de la época, rastreé el origen sabinesco y me encontré con este otro parto : “Jaime Sabines. Tuxtla-Gutiérrez, (Chiapas). 1926. Hijo del Mayor Julio Sabines y de Doña Luz Gutiérrez. Estudió medicina unos años y luego filosofía y letras. Fue vendedor, comerciante y diputado. Barrió calles, levantó cortinas y marcó telas. A los treinta años de edad apenas había publicado tres libros. Muertos sus padres, les dedicó intensas memorias poéticas. Recibió todos los premios provinciales y nacionales que le merecieron sus ancestros y sus relaciones políticas. Hace varios años que no escribe ni edita ningún poema”.


bII, LAS MUERTES/b

“Ante la muerte lo único que se tiene
es la cabeza rota, las manos vacías,
ante la muerte el poema no existe.”
(Sabines por Pilar Jiménez)

Pasaron los años y Sabines se nos maduró biche y se nos extravió entre el oleaje de reseñas y diarios. Pero no pasó a la mejor vida libresca, ni dejó su rastro en el repertorio obligado de citas y poetas. Solamente lo olvidamos. Vino el fervor pessoano y tropezamos con sus clones. Luego asistimos al descubrimiento de Kavafis, a la disfonía de De Greiff, a la precisión de Borges y finalmente a la coronación de Salinas. Fueron años de combativa poesía personal (la de servilletas y etiquetas de cerveza) en garitos y putiaderos, en las ágoras que permitían los parques y en cuartuchos afiebrados. Hasta que cierta tarde, en un parque infantil, junto a un grupo de salseros ebrios, feneció Sabines por segunda vez. Digo feneció, porque se nos volvió repentinamente solemne. En declamatoria versión, lo escuchamos decir : “Los amorosos callan. / El amor es el silencio más fino, / el más tembloroso, el más insoportable. / Los amorosos buscan, / los amorosos son los que abandonan, / son los que cambian, los que olvidan”. Y comenzamos a tratarlo como a un difunto: Sabines era, escribía , vivió, dejó, alcanzó, tuvo, bramó. Todos los pretéritos le pertenecieron de una vez por todas. Comenzó a ser plegaria y sonsonete: “Los amorosos son locos, sólo locos, / sin Dios y sin Diablo ”. Dejó de crecer y se congeló en todos los rituales. Se volvió canción que competía con evocaciones líricas y, a veces, con groserías y parodias, porque “¿Qué putas puedo hacer, Tarumba / si no soy santo, ni héroe, ni bandido, / ni adorador del arte, / ni boticario, / ni rebelde ?”. Murió, contemporáneo, sin serlo y sin necesitarlo. Y siguió muriéndose, repetidamente, en las revistas puntuales (punto aparte, punto y coma, punto sobre punto, punto y ya, punto y etcétera). Lo leíamos y leímos en esquelas, cocteles, recensiones, cartas de amor, rellenos dominicales, comidillas y hasta en los insufribles recitales. Y supimos, de sobremesa, que había muerto luego de una fractura incurable, treinta y cinco operaciones y cuatro iatrogenias, el 19 de Marzo de 1997.
Con sus mismas palabras enarbolamos este epitafio : “He aquí el patrimonio del desheredado: / sus hijos, y la tarea diaria,/y el pedazo de cama en que se acuestan/ con los ojos abiertos los sueños./ ¿Es posible ?, ¿ es posible vivir / al margen del río sonoro de la vida ? ”.

bIII. LAS RESURRECCIONES/b

“¡Qué hermosa es la vida! ¡Cómo nos despoja todos los días,
cómo nos arruina implacablemente, cómo nos enriquece
sin cesar !”
(Como pájaros perdidos)



Múltiples rostros había tenido el tuxtleño : docto de gafitas, borracho-salsero, momificado, arcaico y tutelar, leído, manoseado, declamado y olvidado. Para completar el retrato conocí su voz – una voz que inmediatamente remitía a “comala” - , pastosa y ronca y tan compacta como el compacto en el que leía poemas ajenos. Gracias a esto alcancé algo de su propia epifanía. Quizá fue una tarde de Diciembre. Como a todos los poetas mayores, el hálito decembrino les suele disolver la tonsura parnasiana. En un recuento lujoso de su poesía leí al funcionario y al vendedor. Escribía poemarios desde 1950: “Horal”, “La Señal”, “Adán y Eva”. De la misma época fueron sus “amorosos” (clásico de café-poeme). Diez años adelante, comenzó a fecharse el verdadero paisano con sus “Jugueterías y canciones”, su “Tarumba”, su “Yuria” y sus compilaciones mortuorias. Tres de estas series me lo resucitaron una vez más : Poemas sueltos (1951-1961), Maltiempo (1972) y Algo sobre la muerte del Mayor Sabines (1973).
La primera serie, la más nerudiana y obvia, me lo tradujo sobreviviente. “Nadie puede vivir de cara a la verdad /sin caer enfermo o dolerse hasta los huesos./ Porque la verdad es que somos débiles y miserables/ y necesitamos amar, ampararnos, esperar, creer y afirmar./ No podemos vivir a la intemperie/ en el sólo minuto que nos es dado”. Quería nacer en todas partes, averiguar su sino, ampararse en una fuga siempre cotidiana. Y se preguntaba, sibilino :“¿A cuántas muertes tenemos derecho cada uno? ”.
Como póstumo homenaje a Doña Luz, su madre, se lanzó a vivir con menos agonías. Y, claro, liberado del peso fantasmal que dan nuestros más esenciales muertos , declaró : “¡Qué confortablemente ciego estoy de ella ! ¡ Qué bien me alcanza su ternura ! ¡ Qué grande ha de ser su amor que me da su olvido !”.
Y de esa herencia sin lágrimas que fue la madre muerta, se deslizó – como Lázaro sempiterno- a la más antigua desaparición del padre y escribió lo mejor de su peculio : “Te enterramos, te lloramos, te morimos, / te estás bien muerto y bien jodido y yermo / mientras pensamos en lo que no hicimos / y queremos tenerte aunque sea enfermo”. También lo más airado : “Ángeles degollados puse al pie de tu caja, / y te eché encima tierra, piedras, lágrimas, / para que ya no salgas, para que no salgas”.
Después de releer este último ciclo, comprendí: Sabines había regresado del turbio socavón de la poesía sin fondo a la declaración viva de su oficio como hombre. Y ‘pensándolo bien’, como siempre lo manifestó, me propuse dotarlo de más días y más noches, de más jornadas y visiones. Lo volví a ver, pues, menos derrotado y más convulso, eludiendo mediquillos y amigotes de ministerio, olfateando mujeres jóvenes porque, por estos años y como él lo enseña, “ la juventud sólo puede llegarnos por contagio”. Y lo recordé (primer conocimiento serio) fumando, fumando, fumando, fumando deliciosos puchos de frente a la muerte necesaria que no está en el cáncer sino en el sexo y la mujer. Y quise, como él, amar las ferias mecánicas, los zoológicos y los hospitales y “todos los lugares en que la ternura se asoma como un tallo”. Y sobreviví y persistí y soñé y me emborraché, luego de considerar – sin miedo- que “este es el tiempo de vivir, el único”. Y sigo esperándolo, a Sabines (ese de la foto en internet, canoso hasta el bigote y con el pucho en los labios) para espantar la vida seca, los viejos modales, el corazón vacío del éxito y a las mujeres y amigos ingratos. Lo espero, junto a Marcos, el otro chiapaneco, para conversar; y “vuelvo a fumar, mientras las cosas se ponen a escuchar lo que no hablamos”.

Manizales, Junio De 2002.
 
dawn,09.11.2002
Hola Gik!
Muy bueno este ensayo...sería bueno que compartieras mas de estos por estos lados...
Un beso
Dawnie
 
yihad,04.06.2004
Esto es una prueba para ver si, al no tener los foros estúpidos creados recientemente a la vista, se olvidan un poquito...
 
rnahimla,11.07.2004
Disculpen, a mí también me nació Sabines, así de repente, un día, una pequeña sirena me dejó un poema pegado en mi libro de visitas y de alguna manera se mezclaron en largas cadenas sus letras con mis hélices de ADN, desde entonces cuando siento mal de amores o catarro viejo, me pego a Sabines y lo leo despacio, he pensado extender este vicio a aquellos de ustedes que aún no lo tengan, pegando mis poemas favoritos de Sabines... Han de saber que conjugan una gran sabiduría, una gran ternura y para aquellos de ustedes que no están acostumbrados a leer poesía, una grata sorpresa, no hay una sola palabra afectada ni que sobre, está todo en su justa medida... Un saludo a todos y allá van mis poemas favoritos de Sabines...
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Espero curarme de ti.
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero».

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón


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Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando la hermosa vida.

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Cuando tengas ganas de morirte
Cuando tengas ganas de morirte
esconde la cabeza bajo la almohada
y cuenta cuatro mil borregos.
Quédate dos días sin comer
y veras que hermosa es la vida:
carne, frijoles, pan.
Quédate sin mujer: verás.

Cuando tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete
y ya.
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zepol,29.12.2006
h
 



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