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Inicio / Lista de Foros / Literatura :: Crítica / Círculo de lectura: "El estío" de Inés Arredondo 1988 - [F:5:12248]


ninive,26.02.2012
Inés Arredondo
ESTÍO

Estaba sentada en una silla de extensión a la sombra del amate,
mirando a Román y Julio practicar el volley-ball a poca distancia.
Empezaba a hacer bastante calor y la calma se extendía por la
huerta.
–Ya, muchachos. Si no, se va a calentar el refresco.
Con un acuerdo perfecto y silencioso, dejaron de jugar. Julio atrapó
la bola en el aire y se la puso bajo el brazo. El crujir de la grava bajo
sus pies se fue acercando mientras yo llenaba los vasos. Ahí estaban
ahora ante mí y daba gusto verlos, Román rubio, Julio
moreno.
–Mientras jugaban estaba pensando en qué había empleado mi
tiempo desde que Román tenía cuatro años... No lo he
sentido pasar, ¿no es raro?
–Nada tiene de raro, puesto que estabas conmigo –dijo riendo Román,
y me dio un beso.
–Además, yo creo que esos años realmente no han pasado. No
podría usted estar tan joven.
Román y yo nos reímos al mismo tiempo. El muchacho
bajó los ojos, la cara roja, y se aplicó a presionarse un
lado de la nariz con el índice doblado, en aquel gesto que le era
tan propio.
–Déjate en paz esa nariz.
–No lo hago por ganas, tengo el tabique desviado.
–Ya lo sé, pero te vas a lastimar.
Román hablaba con impaciencia, como si el otro lo estuviera
molestando a él. Julio repitió todavía una vez o dos
el gesto, con la cabeza baja, y luego sin decir nada se dirigió a la
casa.
A la hora de cenar ya se habían bañado y se presentaron
frescos y alegres.
–¿Qué han hecho?
–Descansar y preparar luego la tarea de cálculo diferencial. Le tuve
que explicar a este animal A por B, hasta que entendió.
Comieron con su habitual apetito. Cuando bebían la leche
Román fingió ponerse grave y me dijo.
–Necesito hablar seriamente contigo.
Julio se ruborizó y se levantó sin mirarnos.
–Ya me voy.
–Nada de que te vas. Ahora aguantas aquí a pie firme. –Y
volviéndose hacia mí continuó–: Es que se trata de
él, por eso quiere escabullirse. Resulta que le avisaron de su casa
que ya no le pueden mandar dinero y quiere dejar la carrera para ponerse a
trabajar. Dice que al fin apenas vamos en primer año...
Los nudillos de las manos de Julio estaban amarillos de lo que apretaba el
respaldo de la silla. Parecía hacer un gran esfuerzo para
contenerse; incluso levantó la cabeza como si fuera a hablar, pero
la dejó caer otra vez sin haber dicho palabra.
–... yo quería preguntarte si no podría vivir aquí,
con nosotros. Sobra lugar y...
–Por supuesto; es lo más natural. Vayan ahora mismo a recoger sus
cosas: llévate el auto para traerlas.
Julio no despegó los labios, siguió en la misma actitud de
antes y sólo me dedicó una mirada que no traía nada de
agradecimiento, que era más bien un reproche. Román lo
cogió de un brazo y le dio un tirón fuerte. Julio
soltó la silla y se dejó jalar sin oponer resistencia, como
un cuerpo inerte.
–Tiende la cama mientras volvemos –me gritó Román al tiempo
de dar a Julio un empellón que lo sacó por la puerta de la
calle.
Abrí por completo las ventanas del cuarto de Román. El aire
estaba húmedo y hacia el oriente se veían relámpagos
que iluminaban el cielo encapotado; los truenos lejanos hacían
más tierno el canto de los grillos. De sobre la repisa quité
el payaso de trapo al que Román durmiera abrazado durante tantos
años, y lo guardé en la parte alta del closet. Las camas
gemelas, el restirador, los compases, el mapamundi y las reglas, todo
estaba en orden. Únicamente habría que comprar una
cómoda para Julio. Puse en la repisa el despertador, donde estaba
antes el payaso, y me senté en el alféizar de la ventana.

–Si no la va a ver nadie.
–Ya lo sé, pero...
–¿Pero qué?
–Está bien. Vamos.
Nunca se me hubiera ocurrido bajar a bañarme al río, aunque
mi propia huerta era un pedazo de margen. Nos pasamos la mañana
dentro del agua, y allí, metidos hasta la cintura, comimos nuestra
sandía y escupimos las pepitas hacia la corriente. No
dejábamos que el agua se nos secara completamente en el cuerpo.
Estábamos continuamente húmedos, y de ese modo el viento
ardiente era casi agradable. A medio día, subí a la casa en
traje de baño y regresé con sandwiches, galletas y un gran
termo con té helado. Muy cerca del agua y a la sombra de los mangos
nos tiramos para dormir la siesta.
Abrí los ojos cuando estaba cayendo la tarde. Me encontré con
la mirada de indefinible reproche de Julio. Román seguía
durmiendo. –¿Qué te pasa? –dije en voz baja.
–¿De qué?
–De nada –sentí un poco de vergüenza.
Julio se incorporó y vino a sentarse a mi lado. Sin alzar los ojos
me dijo:
–Quisiera irme de la casa.
Me turbé, no supe por qué, y sólo pude responderle con
una frase convencional.
–¿No estás contento con nosotros?
–No se trata de eso es que...
Román se movió y Julio me susurró apresurado.
–Por favor, no le diga nada de esto.

–Mamá, no seas, ¿para qué quieres que te roguemos
tanto? Péinate y vamos.
–Puede que la película no esté muy buena, pero siempre se
entretiene uno.
–No, ya les dije que no.
–¿Qué va a hacer usted sola en este caserón toda la
tarde?
–Tengo ganas de estar sola.
–Déjala, Julio, cuando se pone así no hay quién la
soporte. Ya me extrañaba que hubiera pasado tanto tiempo sin que le
diera uno de esos arrechuchos. Pero ahora no es nada, dicen que
recién muerto mi padre...
Cuando salieron todavía le iba contando la vieja historia.
El calor se metía al cuerpo por cada poro; la humedad era un vapor
quemante que envolvía y aprisionaba, uniendo y aislando a la vez
cada objeto sobre la tierra, una tierra que no se podía pisar con el
pie desnudo. Aun las baldosas entre el baño y mi recámara
estaban tibias. Llegué a mi cuarto y dejé caer la toalla;
frente al espejo me desaté los cabellos y dejé que se
deslizaran libres sobre los hombros, húmedos por la espalda
húmeda. Me sonreí en la imagen. Luego me tendí boca
abajo sobre el cemento helado y me apreté contra él: la sien,
la mejilla, los pechos, el vientre, los muslos. Me estiré con un
suspiro y me quedé adormilada, oyendo como fondo a mi
entresueño el bordoneo vibrante y perezoso de los insectos en la
huerta.
Más tarde me levanté, me eché encima una bata corta, y
sin calzarme ni recogerme el pelo fui a la cocina, abrí el
refrigerador y saqué tres mangos gordos, duros. Me senté a
comerlos en las gradas que están al fondo de la casa, de cara a la
huerta. Cogí uno y lo pelé con los dientes, luego lo
mordí con toda la boca, hasta el hueso; arranqué un trozo
grande, que apenas me cabía y sentí la pulpa aplastarse y al
jugo correr por mi garganta, por las comisuras de la boca, por mi barbilla,
después por entre los dedos y a lo largo de los antebrazos. Con
impaciencia pelé el segundo. Y más calmada, casi satisfecha
ya, empecé a comer el tercero.
Un chancleteo me hizo levantar la cabeza. Era la Toña que se
acercaba. Me quedé con el mango entre las manos, torpe,
inmóvil, y el jugo sobre la piel empezó a secarse
rápidamente y a ser incómodo, a ser una porquería.
–Volví porque se me olvidó el dinero –me miró
largamente con sus ojos brillantes, sonriendo–: Nunca la había visto
comer así, ¿verdad que es rico?
–Sí, es rico. –Y me reí levantando más la cabeza y
dejando que las últimas gotas pesadas resbalaran un poco por mi
cuello–. Muy rico. –Y sin saber por qué comencé a
reírme alto, francamente. La Toña se rió
también y entró en la cocina. Cuando pasó de nuevo
junto a mí me dijo con sencillez:
–Hasta mañana.
Y la vi alejarse, plas, plas, con el chasquido de sus sandalias y el ritmo
seguro de sus caderas.
Me tendí en el escalón y miré por entre las ramas al
cielo cambiar lentamente, hasta que fue de noche.

Un sábado fuimos los tres al mar. Escogí una playa desierta
porque me daba vergüenza que me vieran ir de paseo con los muchachos
como si tuviéramos la misma edad. Por el camino cantamos hasta
quedarnos con las gargantas lastimadas, y cuando la brecha desembocó
en la playa y en el horizonte vimos reverberar el mar, nos quedamos los
tres callados.
En el macizo de palmeras dejamos el bastimento y luego cada uno
eligió una duna para desvestirse.
El retumbo del mar caía sordo en el aire pesado de sol.
Untándome con el aceite me acerqué hasta la línea
húmeda que la marea deja en la arena. Me senté sobre la
costra dura, casi seca, que las olas no tocan.
Lejos, oí los gritos de los muchachos; me volví para verlos:
no estaban separados de mí más que por unos metros, pero el
mar y el sol dan otro sentido a las distancias.
Vinieron corriendo hacia donde yo estaba y pareció que iban a
atropellarme, pero un momento antes de hacerlo Román frenó
con los pies echados hacia adelante levantando una gran cantidad de arena
y, cayendo de espaldas, mientras Julio se dejaba ir de bruces a mi lado,
con toda la fuerza y la total confianza que hubiera puesto en un clavado a
una piscina. Se quedaron quietos, con los ojos cerrados; los flancos de
ambos palpitaban, brillantes por el sudor. A pesar del mar podía
escuchar el jadeo de sus respiraciones. Sin dejar de mirarlos me fui
sacudiendo la arena que habían echado sobre mí.
Román levantó la cabeza.
–¡Qué bruto eres, mano, por poco le caes encima!
Julio ni se movió.
–¿Y tú? Mira cómo la dejaste de arena.
Seguía con los ojos cerrados, o eso parecía; tal vez me
observaba así siempre, sin que me diera cuenta.
–Te vamos a enseñar unos ejercicios del pentatlón ¿eh?
–Román se levantó y al pasar junto a Julio le puso un pie en
las costillas y brincó por encima de él. Vi aquel pie
desmesurado y tosco sobre el torso delgado.
Corrieron, lucharon, los miembros esbeltos confundidos en un haz nervioso y
lleno de gracia. Luego Julio se arrodilló y se dobló sobre
sí mismo haciendo un obstáculo compacto mientras Román
se alejaba.
–Ahora vas a ver el salto del tigre –me gritó Román antes de
iniciar la carrera tendida hacia donde estábamos Julio y yo.
Lo vi contraerse y lanzarse al aire vibrante, con las manos extendidas
hacia adelante y la cara oculta entre los brazos. Su cuerpo se
estiró infinitamente y quedó suspendido en el salto que era
un vuelo. Dorado en el sol, tersa su sombra sobre la arena. El cuerpo como
un río fluía junto a mí, pero yo no podía
tocarlo. No se entendía para qué estaba Julio ahí,
abajo, porque no había necesidad alguna de salvar nada, no se
trataba de un ejercicio: volar, tenderse en el tiempo de la armonía
como en el propio lecho, estar en el ambiente de la plenitud, eso era todo.
No sé cuándo, cuando Román cayó al fin sobre la
arena, me levanté sin decir nada, me encaminé hacia el mar,
fui entrando en él paso a paso, segura contra la resaca.
El agua estaba tan fría que de momento me hizo tiritar; pasé
el reventadero y me tiré a mi vez de bruces, con fuerza. Luego
comencé a nadar. El mar copiaba la redondez de mi brazo,
respondía al ritmo de mis movimientos, respiraba. Me abandoné
de espaldas y el sol quemó mi cara mientras el mar helado me
sostenía entre la tierra y el cielo. Las auras planeaban lentas en
el mediodía; una gran dignidad aplastaba cualquier pensamiento;
lejos, algún grito de pájaro y el retumbar de las olas.
Salí del agua aturdida. Me gustó no ver a nadie.
Encontré mis sandalias, las calcé y caminé sobre la
playa que quemaba como si fuera un rescoldo. Otra vez mi cuerpo, mi caminar
pesado que deja huella. Bajo las palmeras recogí la toalla y
comencé a secarme. Al quedar descalza, el contacto con la arena
fría de la sombra me produjo una sensación discordante; me
volví a mirar el mar; pero de todas maneras un enojo pequeño,
casi un destello de angustia, me siguió molestando.
Llevaba un gran rato tirada boca abajo, medio dormida, cuando sentí
su voz enronquecida rozar mi oreja. No me tocó, solamente dijo:
–Nunca he estado con una mujer.
Permanecí sin moverme. Escuchaba al viento al ras de la arena,
lijándola.
Cuando recogíamos nuestras cosas para regresar, Román
comentó.
–Está loco, se ha pasado la tarde acostado, dejando que las olas lo
bañaran. Ni siquiera se movió cuando le dije que viniera a
comer. Me impresionó porque parecía un ahogado.

Después de la cena se fueron a dar una vuelta, a hacer una visita, a
mirar pasar a las muchachas o a hablar con ellas y reírse sin saber
por qué. Sola, salí de la casa. Caminé sin prisa por
el baldío vecino, pisando con cuidado las piedras y los
retoños crujientes de las verdolagas. Desde el río
subía el canto entrecortado y extenso de las ranas, cientos, miles
tal vez. El cielo, bajo como un techo, claro y obvio. Me sentí
contenta cuando vi que el cintilar de las estrellas correspondía
exactamente al croar de las ranas.
Seguí hasta encontrar un recodo en donde los árboles
permitían ver el río, abajo, blanco. En la penumbra de la
huerta ajena me quedé como en un refugio, mirándolo fluir.
Bajo mis pies la espesa capa de hojas, y más abajo la tierra
húmeda, olorosa a ese fermento saludable tan cercano sin embargo a
la putrefacción. Me apoyé en un árbol mirando abajo el
cauce que era como el día. Sin que lo pensara, mis manos recorrieron
la línea esbelta, voluptuosa y fina, y el áspero ardor de la
corteza. Las ranas y la nota sostenida de un grillo, el río y mis
manos conociendo el árbol. Caminos todos de la sangre ajena y
mía, común y agolpada aquí, a esta hora, en esta
margen oscura.
Los pasos sobre la hojarasca, el murmullo, las risas ahogadas, todo era
natural, pero me sobresalté y me alejé de ahí
apresurada. Fue inútil, tropecé de manos a boca con las dos
siluetas negras que se apoyaban contra una tapia y se estremecían
débilmente en un abrazo convulso. De pronto habían dejado de
hablar, de reír, y entrado en el silencio.
No pude evitar hacer ruido y cuando huía avergonzada y
rápida, oí clara la voz pastosa de la Toña que
decía:
–No te preocupes, es la señora.
Las mejillas me ardían, y el contacto de aquella voz me
persiguió en sueños esa noche, sueños extraños
y espesos.
Los días se parecían unos a otros; exteriormente eran
iguales, pero se sentía cómo nos internábamos paso a
paso en el verano.
Aquella noche el aire era mucho más cargado y completamente
diferente a todos los que había conocido hasta entonces. Ahora, en
el recuerdo, vuelvo a respirarlo hondamente.
No tuve fuerzas para salir a pasear, ni siquiera para ponerme el
camisón; me quedé desnuda sobre la cama, mirando por la
ventana un punto fijo del cielo, tal vez una estrella entre las ramas. No
me quejaba, únicamente estaba echada ahí, igual que un animal
enfermo que se abandona a la naturaleza. No pensaba, y casi podría
decir que no sentía. La única realidad era que mi cuerpo
pesaba de una manera terrible; no, lo que sucedía era nada
más que no podía moverme, aunque no sé por qué.
Y sin embargo eso era todo: estuve inmóvil durante horas, sin
ningún pensamiento, exactamente como si flotara en el mar bajo ese
cielo tan claro. Pero no tenía miedo. Nada me llegaba; los ruidos,
las sombras, los rumores, todo era lejano, y lo único que
subsistía era mi propio peso sobre la tierra o sobre el agua; eso
era lo que centraba todo aquella noche.
Creo que casi no respiraba, al menos no lo recuerdo; tampoco tenía
necesidad alguna. Estar así no puede describirse porque casi no se
está, ni medirse en el tiempo porque es a otra profundidad a la que
pertenece.
Recuerdo que oí cuando los muchachos entraron, cerraron el
zaguán con llave y cuchicheando se dirigieron a su cuarto. Oí
muy claros sus pasos, pero tampoco entonces me moví. Era una trampa
dulce aquella extraña gravidez.
Cuando el levísimo ruido se escuchó, toda yo me puse tensa,
crispada, como si aquello hubiera sido lo que había estado esperando
durante aquel tiempo interminable. Un roce y un como temblor, la
vibración que deja en el aire una palabra, sin que nadie hubiera
pronunciado una sílaba, y me puse de pie de un salto. Afuera, en el
pasillo, alguien respiraba, no era posible oírlo, pero estaba
ahí, y su pecho agitado subía y bajaba al mismo ritmo que el
mío: eso nos igualaba, acortaba cualquier distancia. De pie a la
orilla de la cama levanté los brazos anhelantes y cerré los
ojos. Ahora sabía quién estaba del otro lado de la puerta. No
caminé para abrirla; cuando puse la mano en la perilla no
había dado un paso. Tampoco lo di hacia él, simplemente nos
encontramos, del otro lado de la puerta. En la oscuridad era imposible
mirarlo, pero tampoco hacía falta, sentía su piel muy cerca
de la mía. Nos quedamos frente a frente, como dos ciegos que
pretenden mirarse a los ojos. Luego puso sus manos en mi espalda y se
estremeció. Lentamente me atrajo hacia él y me
envolvió en su gran ansiedad refrenada. Me empezó a besar,
primero apenas, como distraído, y luego su beso se fue haciendo uno
solo. Lo abracé con todas mis fuerzas, y fue entonces cuando
sentí contra mis brazos y en mis manos latir los flancos,
estremecerse la espalda. En medio de aquel beso único en mi soledad,
de aquel vértigo blando, mis dedos tantearon el torso como
árbol, y aquel cuerpo joven me pareció un río fluyendo
igualmente secreto bajo el sol dorado y en la ceguera de la noche. Y
pronuncié el nombre sagrado.

Julio se fue de nuestra casa muy pronto, seguramente odiándome, al
menos eso espero. La humillación de haber sido aceptado en el lugar
de otro, y el horror de saber quién era ese otro dentro de
mí, lo hicieron rechazarme con violencia en el momento de oír
el nombre, y golpearme con los puños cerrados en la oscuridad en
tanto yo oía sus sollozos. Pero en los días que siguieron
rehusó mirarme y estuvo tan abatido que parecía tener
vergüenza de sí. La tarde anterior a su partida hablé
con él por primera vez a solas después de la noche del beso,
y se lo expliqué todo lo mejor que pude; le dije que yo ignoraba
absolutamente que me sucediera aquello, pero que no creía que mi
ignorancia me hiciera inocente.
–Lo nuestro era mentira porque aunque se hubiera realizado
estaríamos separados. Y sin embargo, en medio de la angustia y del
vacío, siento una gran alegría: me alegro de que sea yo la
culpable y de que lo seas tú. Me alegra que tú pagues la
inocencia de mi hijo aunque eso sea injusto,
Después mandé a Román a estudiar a México y me
quedé sola.














 
ninive,27.02.2012
Inés Arredondo (mejicana 1928-1989)es una escritora que rompe con la tradicional escritura de mujeres de su época. Es una autora poco tratada en los actuales manuales de carácter general sobre Literatura Hispanoamericana.Deja tres libros de cuentos: La señal, Río subterráneo y Los espejos.
El cuento que leeremos pertenece al libro La señal.
 
musas-muertas,27.02.2012
En realidad hice trampa (jeje), luego de leer me fui a Wiki para ver quien era esta mujer de la que no habia leido nunca nada, y que parecia tan desenfadada, sobre temas moralmente definidos por la sociedad convencional como "no correctos"... el cuento me gusto pero con cierto sabor a estar viendo por la mirilla algo "no debido".... lejos de ser un santo y y mas lejos aun de practicar la fe de mi cultura. El cuento es una maravilla si me imagino a la autora como protagonista. LLega al fondo de los pensamientos mas intimos, esos que muchas veces tenemos pero que nunca admitiriamos ni siquiera a nosotros mismos. Le reconozco coraje y desenfado, una especie de "me importa un cuerno lo que piensen mis lectores y sus armaduras morales" los personajes son fuertes es como leer a "Edipo y Yocasta"... hasta aca llego y cedo la posta, a lo mejor alguien mas libre de prejuicios pueda darle otro giro , cariños a todos
 
loretopaz,27.02.2012
Cierto, es un cuento que deja un sentimiento de intranquilidad, que perturba enormemente. No conocía a Inés Arredondo y su manera de escribir me ha impresionado enormemente, el incesto no es un tema fácil de tocar, y ella lo hace con gran delicadeza.

En cuanto a "El estío", en primer lugar me llama la atención la justeza del título que denota el ambiente caluroso, húmedo que propicia el surgimiento de sensaciones, percepciones completamente sumergidas en el inconsciente.

De nuevo estamos frente a un relato en primera persona que nos lleva de la mano a indagar las sinuosidades oscuras que subyacen bajo una apariencia de normalidad.

Esto por el momento.
 
ninive,27.02.2012
En este cuento todo rezuma sensualidad y ambiguedad. Hasta el modo de comer los mangos, el acostarse en el suelo, desnuda, el calor que pesa en todo el cuerpo, la escena de la criada y su novio. Todo prepara a una explosión de los sentidos y llega pero al mismo tiempo la verdad del impulso se revela al pronunciar el nombre prohibido.
Es Yocasta en cierto sentido, pero con la gran diferencia que Yocasta no sabía que estaba amando a su propio hijo.
 
ladanny,27.02.2012
"Estío" me maravilla. ¡Cómo describe sus sensaciones en el mar, en la arena, su cuerpo!
Y cómo nos va llevando paso a paso a través del engaño a la certeza que es Julio el que entra a su aposento. "El nombre dorado" Su hijo, incesto no consumado, pero incesto al fin.
Lograr que lo oculto asome apenas...
gracias Nínive por hacerme conocer a esta escritora.
 
sagitarion,27.02.2012
Una historia que debió en su momento inquietar la moral tradicional, revestida de una aguda penetración sicológica al personaje narrador. El ambiente donde se desarrolla es aparentemente normal, anodino, calmo, sin sorpresas ni sobresaltos. Como la corriente de un río, que en la superficie se desliza con tranquilidad, pero debajo existen turbulencias extremadamente peligrosas. Es así como en el subconsciente de ella se reprime, apenas se muestra como un destello el insano deseo sexual por el hijo, cuando observa los cuerpos de los muchachos a detalle. Es la represión de su erotismo, la soledad por la viudez, los que convierten en la mujer el amor maternal en un amor enfermizo, que la llevan a una voluptuosidad exagerada. En medio de ese ambiente, en el entorno natural que la rodea y que también contribuye a la exaltación de su libido, ella se deja llevar, no opone resistencia, como si buscara el desenlace fatal. El deseo sexual “normal” de Julio por su anfitriona es lo que detona el desenlace. La noche del beso representa un quiebre en la vida de la protagonista, el descubrimiento, exposición y aceptación de su sexualidad anómala. Un cambio en el rumbo de su vida y de su familia. Y es finalmente en la plática privada con Julio cuando la mujer muestra el deterioro moral a que ha llegado: Pues se exhibe ante el muchacho como una mujer despiadada: “...siento una gran alegría: me alegro de que sea yo la culpable y de que lo seas tú. Me alegra que tú pagues la inocencia de mi hijo aunque eso sea injusto”, actitud perversa y sucia, porque lastima al muchacho que de por si ya sufre al saberse aceptado en lugar de otra persona. En lo personal, reconocer con profunda pena el desconocimiento de la obra de esta escritora connacional.
 
ninive,28.02.2012
Me detengo en la frase de bsagitarium/b que define a la protagonista
"despiadada"
El rechazar al amigo del hijo, revelando sin querer la causa de sus
tormentos, la convierte en una mujer asustada de sí misma y después
cuando al reiterar en la conversación privada del
final su desconocimiento del la pasión incestuosa que la
consume dice que está contenta que haya sido el joven amigo quien la ayudara a comprender la índole del fuego que la posee.
La narración no tiene su base literaria en la relación
Yocasta-Edipo porque ambos eran inocentes juguetes del destino.
En el Estío el antecedente literario también nos lleva a Grecia. Fedra es la figura de la madre incestuosa que aún no siendo biológicamente la madre de Hipólito este es
el hijo de su esposo Teseo y el amor sexual con él le está igualmente prohibido
Fedra soluciona su problema suicidándose
La protagonista de Arredondo aleja de sí a su hijo para salvarlo.

Queda sola con su horror y con su culpa.

 
ladanny,28.02.2012
Justo iba a agregar lo que decís sobre Edipo y Yocasta, querida Ninive: ellos son inocentes. El logro de este cuento es, a lo menos para mí como la escritora va detallando paso a paso la sensualida de la madre, su placer al dejarse acunar por el mar, la manera voraz en que come los mangos y vuelvo a repetir la forma en que nos lleva a creer que el objeto de su deseo es Julio, quien obviamente sí la desea .
"Me quedé sola" final perfecto y a pesar del temor y rechazo al incesto, la protagonista me inspiró compasión.
 
loretopaz,28.02.2012
Si bien la protagonista puede aparecer como despiadada, perversa y sucia al final del cuento, yo la considero en primer lugar una víctima del sistema social en el cual está inserta, es decir en el México de mediados del siglo XX (Inés Arredondo nació en 1928), una sociedad que obliga a una mujer viuda a quedarse casta para dedicarse a criar a su hijo. Sabemos que Román tenía cuatro años cuando su madre enviudó, es decir, ella debe haber tenido poco más de veinte años, y en el momento en que sucede la narración poco más de treinta. Una sociedad en que las posibilidades para una viuda de tener una vida sexual normal, tenga ella veinte años, son escasísimas, por no decir nulas, no es de extrañar que todo su cariño y afecto se haya volcado únicamente en un sólo ser, su hijo, y que asímismo toda su energía sexual reprimida haya tenido que sublimarla en el amor a ese hijo. Es decir, el amor de madre, pero también el amor de esposa se confundieron en uno sólo. Cabe preguntarse, si esa mujer no hubiese enviudado, o si hubiese podido casarse nuevamente y seguir teniendo hijos, ¿habría evolucionado de la misma manera? Pienso que no, que la perversión no viene de ella misma, sino del lugar y el tiempo en los que le tocó vivir.
 
leobrizuela,28.02.2012

Un cuento con una trampa literaria de notable factura.
Se demora en detalles que se suponen accesorios -y tal vez superfluos, en algún caso- como las menciones al clima, la descripción del paisaje, las actitudes corporales, la adopción de posiciones corporales, la aparición de un cuarto personaje sin ingerencia directa en la historia (¿qué papel cumple la Toña?)... Deriva con todo ese equipaje en la ambiguedad sin señalar con claridad la condición de hijo de Román, para concluir, aún con media voz, con una revelación tremenda, inesperada para aquel desprevenido que ha leído el texto navegando en la despreocupación y el devenir de una historia corriente.
Y sobre el final, el lector comprende que todo aquello, aparentemente indiferente y accesorio cobra un valor de denuncia. Denuncia una soledad que acuna, en su intimidad, un deseo amatorio que asoma hasta la propia sexualidad, sublimando como objeto a su propio hijo.
Y me pregunto: ¿A qué límites puede arribar un castigo de años de soledad en una mujer, naturalmente construída por la naturaleza para ser un vínculo de amor? ¿No es lícito pensar que, ante la desesperación del vacío cualquier figura que se encuadre dentro de lo amatorio puede ser una correspondencia válida? ¿Que debe privar, en orden de prioridades: ¿La madre o la mujer?
Y profundizando más, ¿No está en la condición animal el trato con ascendientes o descendientes? Podemos suponer, sin escandalizarnos, que la actitud que normalmente mantenemos es una simple convención, un artilugio impuesto por la sociedad. Actitud que, en situaciones límites es violada por una necesidad fisiológica imperante.
Un cuento,repito, con una deliciosa trampa. Un cuento para releer con detenimiento, para desmontar, a sabiendas del final, el complejo mecanismo que la autora ha implementado para inducir en nuestro subconciente el secreto que atesora la mente de la protagonista.

 
ninive,28.02.2012
Yo creo que la Toña es una presencia muy oportuna en la historia. La
Toña es la mujer sin inhibiciones que mantiene amoríos cerca
de la casa y que provoca una reacción en la frustrada protagonista.


La naturaleza en la época del estío resalta la sensualidad
que está por sofocar a la mujer y si el lector se sorprende que el
cuento se convierta en incestuoso más se sorprende la mujer que
pronuncia el nombre sagrado.
¿qué es lo sagrado? Lo que se ama pero se respeta, lo
intocable lo que merece ser salvado por medio de un sacrificio.

En la escen en la cual los tres están en la playa, cuando los dos jóvenes caen en un vuelo junto a ella nos anticipa la imagen del fruto prohibido cuando dice "el cuerpo como un rio fluia junto a mí ,pero YO NO PODÏA TOCARLO.

Estoy con la definición de "El cuerpo, como un río,
fluía junto a mí, pero YO NO PODÏA tocarlo

 
loretopaz,29.02.2012
Una trampa literaria, claro que sí Leo, porque el cuento se lee en un comienzo como una descripción pasible de vacaciones en familia y de pronto, si previo aviso, el elector se encuentra ante una escena que ilumina todo lo anterior con una luz diferente, que llama a releer buscando indicios que se habían dejado pasar por alto. Pero no la considero como una trampa intencional, es decir, creada con el fin de sorprender al lector, sino más bien como la forma más adecuada para colocar al lector en sintonía con el personaje de la madre. Personalmente, me queda la impresión de que la protagonista descubre al mismo tiempo que nosotros que el objeto de su deseo sexual no es otro que Román : si bien ella va detallando diferentes sensaciones que delatan ese deseo sexual reprimido, como ese enorme bochorno y pesadez que le produce el calor, ese apetito excesivo de comer mangos a grandes mordiscos con el jugo chorreandole por el cuello y brazos, y tantos otros, ella pareciera no tener conciencia, o tal vez apenas un presentimiento que hasta ahora había logrado acallar, de ese deseo incestuoso.
 
leobrizuela,29.02.2012
Modernamente se halla en práctica una teoría narrativa, desorientadora del lector convencional que sigue los lineamientos tradicionales. En un texto se cuenta abiertamente una historia y, bajo la superficie, transita una segunda historia, un segundo relato. La habilidad del escritor reside en dejar como al descuido en la primera historia ciertas claves que corresponden a la segunda. O sea que hay un cuento visible y un segundo cuento escondido, que se trabajan simultáneamente aunque de distinto modo. Cada acción narrada en la superficie tiene ingerencia en esa historia escondida. De modo que todo lo que se dice y parece absolutamente banal en un cuento se hallará al servicio del otro cuento, que hay que saber descifrar entre las líneas del primero.
Hemingway era un maestro es este sentido. Kafka lo dominaba ya en los comienzos del siglo XX. Y Borges ha dejado cantidad de ejemplos ilustrativos.
En el relato que nos ocupa, la autora adopta esta teoría y la practica hábilmente (observemos las pistas que denotan su pasión) con el agregado de algo que, corrientemente no se utiliza en esta modalidad: un final sorpresivo y contundente.
 
ninive,29.02.2012
Es la primera vez que en nuestro círculode lectura vemos un cuento escrito por una mujer. En sudamérica en los años en los cuales escribió Inés Arredondo se creó una generación de mujeres escritoras que se dedicaron a presentar la figura de la mujer tratando aspectos "peligrosos" hasta entonces apenas tocados : el aborto el incesto, la homosexualidad,el autosacrificio ...temas tabú para la época.En la Argentina se destaca Angélica Gorodisher
 
ladanny,29.02.2012
Como dice leobrizuela debajo del cuento superficial está el otro, profundo pasional.La presencia de Toñia además de sus amorías, es la observación que hace de la manera en que la protagonista come los mangos.
"Nunca la ví así señora"
Acaricia el árbol en la huerta y acaricia el torso del ser amado que le recuerda al árbol y después su error fatal.
No me canso de admirar los artilugios de esta escritora, además tan moderna,
 
Gadeira,01.03.2012
Mientras leía el relato, se me venían a la mente películas donde se trata el tema del incesto. Chinatawn o Le souflle au coeur, podrían ponerse como ejemplo. Ahora bien, lo que yo realzaría en este cuento es la motivación que guía a la protagonista hacia ese deseo que de antemano podría clasificarse como antinatural, pecaminoso, o delito, si así lo quisiésemos tratar.

El incesto, si bien prohibido por la mayor parte de las culturas, se ha considerado razón de estado en otras, como la del antiguo Egipto, o en la Roma antigua (recordemos a Nerón), o culturalmente implantada como ocurre en ciertas zonas del Tibet, por razones de linaje. El incesto por aparecer, aparece hasta en la Biblia. Por otra parte de todos es sabida la presencia del incesto en la mitología, aquí mismo se ha nombrado. Por último y si atendemos al a naturaleza, no olvidemos las prácticas incestuosas en el mundo animal.

Me pregunto, si desea la escritora desmitificar al incesto, como algo ajeno a la naturaleza humana, o si simplemente pretender escudriñar en el alma del hombre hasta hacerle aflorar sus más íntimos instintos, que en el caso del incesto, sobre todo entre progenitores y sus vástagos, aparecen como fantasmas perturbadores en aquellos que sientan esta inclinación.

Lo que realmente me inquieta de la protagonista, es que en su caso, el incesto, tiene en mi opinión, un origen clara y puramente sexual. No veo soledad, ni carencia por parte alguna pese a la viudedad de la protagonista. No veo instinto protector, ni un amor llevado a un límite extremo hacia la figura de su hijo. Las imágenes del relato nos conducen desde el principio, como un prólogo de lo que acontece en su interior, hacia sus“ganas de sexo” La playa, la arena, el aire, el mar acompañando sus redondeces, su desnudez sobre el suelo donde se tiende apretando su cuerpo sobre él...Toda ella es voluptuosidad desde el principio. En la forma de comer el mango por ejemplo, veo una gran metáfora del acto sexual donde el jugo corriendo por su boca y su cuerpo, no son más que la representación de la eyaculación. Vemos más tarde como la escena que contempla la mujer en la figura de Toña y su hombre, le perturban el descanso. Los muchachos salen a pasear, tal vez a estar con chicas...todos menos ella, tiene al alcance el disfrute del sexo.

Ni siquiera en la descripción de la escena final, aparecen palabras que conduzcan a pensar en la ternura que conllevaría, el hecho de amarse sexualmente una madre y un hijo.
La madre pronuncia el nombre sagrado de su hijo, como se pronuncia el nombre sagrado del amante.

No. Definitivamente pienso que la figura de la madre protagonista está diseñada deliberadamente , para que en verdad la contemplemos como es. Una mujer que desea sexualmente a su hijo, sin más. Seguramente la autora pretende promover el escándalo para que luego cada lector, bajo la sordidez del tema, se plantee hasta que punto los sentimientos e instintos humanos, han sido manipulados por estados y no digamos religiones con fines alienadores.

¿Qué somos? Posiblemente salvajes domesticados

Un abrazo chicos.

Tremendo relato ninive. Gracias.
 
elclubdelapaginaazul,02.03.2012
¿quien quiere hacerse cargo de la presentación y
coordinación del próximo cuento?. Consultas en
elclubdelapaginaazul

 
justine,02.03.2012
El cuento es estupendo, rebosa sensualidad. El ambiente cálido del verano, los cuerpos desnudos, una mujer en el apogeo de la vida que ve que se le escapa de las manos y unos cuerpos jóvenes y hermosos. Creo que la mujer se sorprende ante la propia revelación de que desea al hijo.Y ahí queda colgado porque no ocurre nada. El amigo huye, la amistad de los jóvenes se rompe, y ella se queda sola poniendo distancia entre él y su hijo.Tal vez el deseo de parar el tiempo, de que los niños se hagan jóvenes y ella inicie su decadencia puede provocarle esa situación. Pienso también que al compartir el mismo techo en situación de iguales, tal vez Julio aún amparándose en un deseo carnal normal de varón a hembra, pueda estar cometiendo un deseo incestuoso al amar en la mujer a la madre.
 
ladanny,03.03.2012
Estoy de acuerdo con Justine y en desacuerdo con Gadeira.

En cuanto a al tema "incesto" hay una pelí muy buena:
"Angeles e insectos" muy fuerte , pero es entre hermanos. ¡Buenísima!
 
sara_eliana,05.03.2012
La protagonista se presenta en las sugerentes descripciones como una mujer de exacerbado erotismo, que ha perdido a su marido y eso le ha imprimido algunas prácticas que son criticadas por su hijo, como hacerse rogar para concurrir a un determinado lugar: "ya me extrañaba que pasara tanto tiempo con esos arrechuchos, dicen que cuando murió papá ... "

Lo cierto es que en ese camino la señora se autoerotiza permanentemente con todos sus sentidos al contacto con la naturaleza y genera un movimiento envolvente que acarrea a los muchachos; a mi entender, a ambos. Uno por ser el hijo, el hombre que ha ocupado el lugar masculino en su vida luego de la muerte del marido, el otro por ser el amigo que llega a la casa por la generosidad de Román, y ve en ella a la mujer aún joven, sensual, prometedora de un erotismo intenso.

Los muchachos derrochan energía y vitalidad, y eso enciende continuamente el fuego que devora a la mujer. Incapaz de resolver el dilema de una forma natural, racional, (por ejemplo, decidir una relación con otro hombre) opta por quedarse sola.

A mi entender, la autora profundiza (y quizás hiperboliza) en una situación para nada extraña entre padres e hijos, ya sea entre el hijo mayor y la madre o bien entre la hija mayor y el padre. No son pocos los casos en que los hijos, ya se trate de hombre o mujer, constituyen juntamente con sus padre algo así como un matrimonio de tres, que se caracterizan por la indeterminación de roles en la vida cotidiana, y eso se traslada al aspecto sexual, aunque no siempre se consume en un acto. Cuando se da esta desviación, y el padre o la madre fallecen, esta relación se acentúa. La autora deja flotando al lector la siguiente pregunta: ¿Por qué ella no ha buscado un novio, habida cuenta de su encendido deseo sexual, y prefiere erotizar al hijo y al amigo de éste, y finalmente quedarse sola?

Una obra literaria que recoge esta situación es el consabido cuento tradicional "Cenicienta". Siempre se habla de la madrastra de muy mala manera, pero en realidad, es el padre el que se muestra mucho más enamorado de su hija que de su nueva mujer, y esto, al igual que en las tragedias griegas, alimenta un odio tan profundo que llega a desplegar todo tipo de perversiones y puede alcanzar el asesinato.

La literatura es una ciencia que nos permite pasar por las perversiones y miserias humanas sin perder la función estética. Este mismo relato, contado por la vecina del barrio resultaría horroroso, sin embargo, en la pluma de Arredondo es una obra de arte, por su consumada delicadeza para tratar un tema tan difícil y tan antiguo como la misma humanidad, y tan vigente como la guerra, el hambre o el analfabetismo creciente.

saludísimos

 
ladanny,05.03.2012
Buenísmo tu análisis!! Sara_eliana
 
ninive,06.03.2012
En espera del próximo cuento que eligirá y coordinará sara_eliana , les entrego como corolario de la lectura. un fragmento del artículo de Armando Segura Morales: Inés Arredondo, la convergencia de escrituras eróticas publicado en Letralia

"i... La temática de lo sagrado aparece en su producción literaria como una constante dialéctica que acepta la lucha entre el bien y el mal, lo puro y lo impuro; a veces cohabitando en un mismo espacio, en un mismo cuerpo, difícilmente diferenciado; otras veces se hace visible, como un fenómeno claramente reconocible que oscila entre lo deseado y lo prohibido. Sí lo sagrado es una de las constantes en la narrativa de Inés Arredondo —quizá la más importante. Lo sagrado funciona en los personajes arredondianos, como un puerto al que forzosamente tienen que llegar. Es durante su periplo que sufrirán una serie de transformaciones —a veces determinantes, que los arrojarán al final del camino revestidos con una serie de experiencias a cuestas en donde a veces se mantendrán puros; otras, dudarán de ello, o incluso, se evidenciarán y se sacralizarán en su impureza. En este maravilloso mundo contradictorio, los personajes mismos nos llevan a la paradoja temática: lo erótico-sagrado."/i


 



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