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DUENDES EN “VIGASMAYO”
(Cuento)
Autor. Virgileo LEETRIGAL

De generación en generación, se trasmitió la creencia que la quebrada “Vigasmayo” y el río “La quesera” son moradas de duendes. Así quedó en el imaginario de pobladores de la comarca llamada “Wauco” y de cuánto forastero la visitó.
Cuentan los mayores de los pueblos cercanos, que antaño, Vigasmayo era una hondonada alargada y boscosa; habitada por venados, pumas, osos de anteojos y otros animales menores. Que sus árboles, gruesos y frondosos, crecían abundados de bromelias, bejucos, orquídeas y líquenes. Estos árboles, entremezclados con variedad de otros de troncos delgados y arbustos; conformaban un bosque casi inaccesible. De este bosque extraían “suros” (1), vigas y demás maderas para construir casas. Así devino en “Vigasmayo” o “río de las vigas”; y así, la población creciente de esos pueblos lo impactó y lo deforestó...

Nace, ésta quebrada, en las laderas del cerro “Wirawira”, discurre entre los cerros “El velo” y “Santa rosa”, se profundiza entre el “Porvenir” y el “Ventanillas”; y aguas abajo, desemboca en el río “La quesera”.

El Ventanillas es un cerro bajo, rocoso, gris y verde a la vez; ubicado en la margen derecha de la quebrada. Un camino pedregoso que viene desde “Calconga” y “La quinuilla”, marca sus laderas con irregulares curvas que se desarrollan desde su cima hasta el fondo del cañón. Allí se une con el que viene desde “Cajén”. El camino unificado cruza el cauce de la quebrada mediante un badén; y a pocos metros de su orilla izquierda, cede un ingreso al fundo de Presbítero Díaz, por una tranquera rústica de maderas. El camino sigue; serpentea hacia el este, trepando las faldas del cerro Porvenir. Por “Chiqueroloma” vira hacia el norte, con dirección a la capital de la comarca, también llamada Wauco. El Ventanillas debe su nombre a construcciones pre incas que albergó su cima, de las que aún quedan mínimos vestigios. Los incipientes restos arqueológicos indican que las ventanitas de éstas, estaban hacia el sureste; como para perennizar la visibilidad de sus ocupantes hacia el río La quesera.
Casi en la cima del Ventanillas, junto a un camino chacarero y al pie de un aliso deforme, hay un pozo que se mantiene con agua hasta en la más dura sequía. A este lugar también le atribuyen ser “morada de duendes”. Esto es como si el imaginario popular asociara la existencia del agua a la de duendes…

El río La quesera aflora, torrentoso, en la base pétrea del cerro Ventanillas. Su caudal mueve las ruedas, más las piedras cilíndricas de cuatro molinos antiquísimos, construidos junto a su cauce.

Desde rumbo distinto al de la quebrada Vigasmayo, y al otro lado del Ventanillas; el afloramiento de La quesera marca el fin de la quebrada “Colpiadero”. El naciente río recorre ciento y tantos metros, pasa bajo un puente de eucaliptos rollizos y tablones, y se une con la quebrada Vigasmayo. Desde este vértice, aguas arriba y abajo, se ve que río y quebradas forman una especie de “Y”, con sus cauces. Entre los “ramales” superiores queda como “atenazado” el cerro Ventanillas; también el primer molino. Así la base del cerro, se funde con el relieve allanado de un valle pequeño, con pastizales siempre verdes; y con el río que escapa quién sabe a dónde…

Se comenta mucho que pobladores de Wauco, Lúcumapampa y Celendín, disputan sueños de «llevar agua desde esta zona hasta sus campiñas». Pero mientras solo sean sueños, La quesera fluye y avanza imperturbable; calmo en ausencia de lluvias, bravo y torrentoso cuando estas se manifiestan. Pasa muy cerca del segundo molino, recepciona al caudal que le presta para su funcionamiento; y a pocos metros de alcanzar al tercero, recibe al río Sumbat. Con caudal incrementado, se convierte en el afluente principal del río Cantange; y éste, a su vez, se erige como uno importante del gran Marañón.

Por aquí; quienes oyeron historias de duendes y observen el discurrir del agua por cauces variados, es inevitable que piensen en la existencia de duendes…

Durante décadas, los molinos atendieron a centenas de pobladores, de todas las edades; quienes llegaban jalando sus acémilas cargadas con costales de cereales y menestras. Allí esperaban su turno para hacerlos moler y obtener harinas, preciados alimentos para las familias. En la casi siempre prolongada espera del turno, la gente entablaba variadas y largas conversaciones. Los operadores de los molinos o “molineros”, las animaban. Con el tiempo, ellos aprendieron a narrar historias; y así ayudaban a mantener la lealtad de sus respectivos clientes. Como cuentacuentos, a veces presumían de haber visto o sentido la presencia de duendes, en sus respectivos molinos. Así sobrevivió el mito de “moradas de duendes”, en esta zona de Wauco…

El “Porvenir” es más alto que su par y vecino Ventanillas; es un cerro rechoncho, amplio y achatado como una parva. Debido a su gran extensión, tiene parajes que han adquirido nombres propios: “El capulí” y “La artesa”, hacia el lado sur; “Chiqueroloma”, hacia el lado norte; “Guangazanga”, hacia el lado este; “Vigasmayo”, “Carapuquio” y “La quesera”, hacia el lado oeste; y “Shinshilpunta”, en su propia cima.

Estos lugares también fueron y son escenarios de humanas existencias. Por aquí, además del ya mencionado Presbítero Díaz, pasaron, desde los primeros años del siglo veinte, chacareros muy reconocidos; entre estos, su socio Héctor Vilca; Abraham Mariñas, dueño del fundo “El capulí”, en la margen izquierda del río La quesera; Elías Escobedo, coplero y dueño del cuarto molino en “La artesa”; Hipólito Malaver Calla; primer habitante de “Guangazanga” y dueño de casi medio cerro “Porvenir”, en sus lados este y sur. Cada una de estas existencias más otras, anteriores y posteriores, son triunfos de la vida sobre la naturaleza hostil, sin más armas que: arados, yugos, zapapicos, lampas, machetes y hoces. Ellos eran agricultores y cosecheros prósperos, en sus parcelas del entonces no tan erosionado cerro.
También vivió en Porvenir, desde la mitad de la década de los años veinte, “don Sheque”. Él, aunque con visión en un solo ojo, llegó a anciano; y alcanzó fama de ser uno de los mejores curanderos de la región, por las incontables vidas que se cree llegó a salvar…


Héctor Vilca, desde niño y en su natal Calconga, escuchó historias de duendes, en las que estos fueron mostrados como espíritus gritones, molestosos, traviesos y hasta malévolos. Sin embargo, esto no evitó que él aceptara la invitación de Presbítero Díaz; para trabajar en su fundo de Vigasmayo. Antes de decidirlo se preguntó si tendría miedo quedarse, él solo, a pernoctar en esa quebrada. «Duendes?», se preguntó. «Puede que existan, pero no creo que aparezcan ante los humanos. Esas son mentecatadas…», se respondió.

La oferta del viejo Presbítero, era para trabajar en sociedad con él, el dueño de las chacras. En su pueblo, bajo esta modalidad, trabajan y mantienen a sus familias, los campesinos sin tierra; y él, es uno de ellos. Entre sus varias reflexiones, se dijo: «En tal caso, vale arriesgarse al encuentro con duendes; a nadie lo han comido. En Vigasmayo, tierra y clima son tan buenos que produce de todo, desde papas hasta granos. Además, se me ofrece: choza, chacras, semillas y pasto para mis animales…»

Victoria Sánchez es la esposa de Héctor, anda en sus juveniles diecinueve; ya con un hijo de trece meses, bulto frecuente en sus espaldas. En un anexo de “Calconga” instalaron su hogar y crían algunos animales para ayudar a su sustento. Ella, animó a su marido diciéndole: «Cuando quedes ‘de asiento’ en Vigasmayo, madrugaré, ordenaré nuestra casita e iré tras tuyo. Prepararé el desayuno y el almuerzo en la choza. Después te ayudaré haciendo algo en la chacra; y por la tarde volveré a casa por nuestros animalitos. Esa quebrada no está lejos, el camino lo recorro en menos de dos horas. Para protegerte de duendes y demás malos espíritus, te daré el secreto de mi finao padre…»

Corre octubre; y empiezan a manifestarse las primeras lluvias de la temporada. Para beneplácito de Héctor, éstas caen por las tardes y noches; así no afectan el horario de sus jornadas de labranza... Las precipitaciones y escorrentías van transformando la quebrada Vigasmayo en río torrentoso. En ambas orillas el verdor de los arbustos y árboles es intenso. Pájaros e insectos, con sus trinos y chillidos, parecen celebrar la vitalidad de la naturaleza y de la suya propia. El paisaje es espléndido; lleno de vida y generador de vida…
La choza rústica del fundo, que su dueño construyó años atrás, se acopla muy bien al paisaje natural. Sus muros son de piedras calizas asentadas con barro; la estructura del techo de palos rollizos y la cobertura de “icchu” (2). Juan la encontró semidestruida; y tuvo que refaccionar todo el techo, para que recobrara su utilidad. Para su descanso confeccionó, sobre horcones, una barbacoa de palos lisos y rectos; acolchonándola con harta paja de cebada. El único ingreso a la choza está en la pared donde el techo a dos aguas tiene mayor altura; la puerta para éste también es de palos rollizos, no bien juntados entre sí. Entre la tranquera de ingreso al predio y la puerta de la choza hay un sendero peatonal casi recto. Tras el muro opuesto al de la puerta, acondicionó una empalizada como corral para las ovejas. El resto era campo libre con pastizal para el ganado.

Desde hace varias noches atrás, y en las primeras horas de la madrugada, gritos raros o extraños retumban en la lejanía. El eco los rebota desde los cerros y el viento los traslada por la honda quebrada. En el interior de la choza también se escuchan, pero no se sabe dónde se originan…

Héctor, como su esposa, llama ‘estar de asiento’ en Vigasmayo, a su obligación de quedarse solo a pernoctar allí; para, al día siguiente, madrugar y aprovechar mejor el tiempo en su faena de cultivar la chacra para la pronta siembra del maíz y frijoles... Eso hace por estos días. Pero sus animales pasan la noche cerca de la choza, como medida de seguridad: pues los zorros, andan de caza nocturna tras los rebaños de ovejas; y los abigeos tras las reses.

Después que Victoria parte hacia su hogar, las tardes se vuelven melancólicas para Héctor; y las noches sombrías, en ese paraje...

Solo los fines de semana, Vigasmayo se torna bullicioso. Desde las zonas altas de Oxamarca y otras de la comarca, bajan campesinos arriando su ganado y acémilas; y pasan por allí, hacia la feria dominical de Wauco. Allá venden sus cosechas y animales, también compran artículos y baratijas útiles para su vida campestre...


Es noche del martes y Juan se encuentra solo, como abandonado en el fondo del cañón. Recostado en su barbacoa chaccha su coca. Recuenta las labores del día y planifica las del siguiente. Piensa en más lluvias, bueyes y aperos; en yerbas malas y semillas; en su socio y la pronta siembra. Aspira el olor que emanan los tallos machacados de cebada, que le sirven de colchón. Escucha el sonar del torrente de agua que discurre por la gran quebrada; es un ruido permanente, infinito y penetrante. La llovizna se acopla a esta especie de música de la naturaleza. Con la ventisca, árboles y arbustos oscilan; sus copas hacen vaivenes, crujen sus ramas y se agitan sus hojas; el viento nocturno ulula en las pajas frescas del techo de la choza. El ambiente se torna como si amenazara una ulterior tormenta. La especial melodía natural arrulla a Juan hasta que se le manifiesta el sueño. Entonces, él decide expulsar el bolo de coca, enjuagarse la boca y disponerse a dormir. Ya acostado, la naturaleza lo sigue arrullando por un momento más, hasta obligarlo a cerrar los ojos. Luego, como salido de las profundidades de una dimensión desconocida, se le manifiesta un sueño nítido, de “vivencias terrenales” y también raras. Sueña así:
«Se le aparece su hermana menor, ´La negra fea', como llaman a Guillermina. Lo ve elegante, hermosa, blanca y rubia; parece de otro mundo. Viene desde la tranquera de ingreso y avanza por el camino, hacia la puerta de la choza».
El subconsciente de Héctor exige una explicación: «En la vida real Guillermina es trigueña; pero, aunque no es fea, no es blanca ni bonita como la mujer que se acerca. ¡Qué raro! Pretextando darle la bienvenida, quiere hablarle y salir de dudas, pero siente que la lengua se le traba y no puede hacerlo. Quiso ir a su encuentro, verla de cerca y entender cómo es que se había vuelto tan bonita, pero siente que no puede dar paso. La mujer bella continua acercándose, gesticulando y tapándose el rostro con un velo de seda».
Por instantes, Héctor no puede tomar conciencia de sí mismo; está como preguntándose: «¿Estoy dormido o despierto?». Luego, por acción de su subconsciente mismo, siente que el miedo lo invade. A la vez, en ese límite entre el sueño y la realidad, recuerda los consejos de su experimentado socio, quien le había dicho: «En esa quebrada, donde trabajarás hasta que te hartes, no debes tener miedo a nada». Controlando su subconsciente, piensa, toma valor y dice para sí: «! Este es un sueño!». Se concentra y abre sus ojos. Se despierta; y ya consciente de la realidad, siente a su cuerpo vibrar sobre la barbacoa. « ¡Carajo!», exclama. A continuación se pregunta: « ¿tuve una pesadilla?, ¿por qué soñar a `la negra fea'?, ¿me visitará?, ¿se habrá enfermao acaso?»…
Afuera la llovizna continua. Algunos esporádicos relámpagos aclaran la luz de la luna menguante. Gracias a las pronunciadas aberturas entre los palos rollizos de la puerta, Juan tiene un buen registro visual hacia afuera. De pronto, en el vano de la misma, ve aparecer una imagen oscura, de forma humana y estatura baja. La imagen rara se sobrepara y como como una sombra, cruza rengueando frente a la choza y se pierde por uno de sus costados. Luego, el relativo silencio de la noche se rompe con tres gritos también raros: ¡Couguoooo!, ¡couguooooo!, ¡couguoooooo! Juan reacciona y grita: « ¡Carajoooo! ¡Duenda jijunagramputaaaaa!». Coge la funda del machete, desenfunda la hoja metálica y blandiéndola, sale resuelto. Sigue la dirección del paso de la imagen; otea en el paisaje, pero no ve nada extraño. Al instante resuenan tres gritos más, ya en la lejanía. Las ovejas balan asustadas y aglomeradas, en uno de los ángulos de la empalizada. Más allá, los bueyes indiferentes rumian echados. La vaca mulata se para, se estira, bufa y defeca; y su pequeña cría se altera, casi a su lado, intentando amamantarse...

Héctor recuerda que una de las historias de duendes que escuchó decía: «si el cristiano es hombre, el duende que lo persiga será hembra; y si fuera mujer, será macho». Se pregunta, entonces, asustado y confundido: « ¿Por qué la duenda no entró a la choza, si por sus poderes, sabía que estoy aquí?». Finge hablar con alguien, machetea en cruz sobre unos leños, se persigna y reingresa a la choza. Queda con el sueño trunco y cavilando concluyó: «Los gritos raros que se escuchaban lejos, desde hace días, eran de´sta duenda jijunagramputa (3). Hasta que llegó a mi lado y se dejó ver. Esa mesma es…»

Luego de casi cuatro horas del suceso, aclaró la aurora del amanecer. Héctor se levantó a esa hora y fue a dar pasto a los bueyes, con los que iba a trabajar ese día. Más tarde, al cese del canto de los pájaros, abrió la empalizada y soltó las ovejas a pastar. Decide no contar a su mujer nada de lo que vio y escuchó esa noche. Opta por que a ella deba parecerle que todo sigue de lo más normal. Cree que no es conveniente infundirle miedos, y que él debía ignorarlos por completo y para siempre.

Aquella mañana Victoria llegó presurosa, como si algo malo hubiese presagiado. Él lo recibe tranquilo y, alegres, se saludan frente la choza. Ella, deja su equipaje sobre un banco de madera y a su hijo sobre la paja de la barbacoa; y se dirige a ordeñar la vaca. Héctor se queda cuidando a su primogénito, ya acostumbrado a las caminatas madrugadoras de su madre. Victoria regresa con el balde casi lleno de leche fresca. El padre, exagerando en su amor, recomienda: “no dejes al niño solo, ni un instante y por nada”. La madre obedece. Con una “lliclia” (4), ata bien al niño a sus espaldas y sigue con sus quehaceres; mientras su marido sale a dar una mirada a los animales…

En ese momento llega el viejo Presbítero, montado en su caballo negro; en cuyas ancas se balancean alforjas repletas de semillas de “coyo” (5) y frijoles. El maíz llega en el lomo de otra acémila. Luego, uno tras otro, llegan los peones...
Victoria ordena la choza y llama a todos a desayunar...

Salen, reciben su ración de coca y se dirigen hacia la chacra cultivada. Presbítero la observa animoso, recuerda sus mejores tiempos de chacarero allí, en su propio fundo. Elogia el trabajo de su socio y dice que todo está listo como para surcar. Se lamenta por el peso de sus años y por no ayudar como él quisiera. «Comprenderás hijo que los viejos ya no valemos pa´nada», dice. «No diga eso don Presbítero. Todos vamos a llegar a su edá», lo consuela Héctor.

Llega el mediodía. Victoria llama a todos para almorzar... Después de éste, también hay reposo para “armarse” chacchando coca. Héctor se aparta de sus ocasionales peones y aborda a su socio. El viejo, ya reclinado al tronco de un frondoso “campanillo” (6), sombrea, chufranea (7) su checo de cal y mastica su coca. Héctor le cuenta con detalles su sueño y visión de la noche anterior… Mientras avanza con su relato, el viejo entra en un estado de preocupación y ensimismamiento totales… Dentro de sí, teme que luego de ese sueño y visión, su socio se acobarde; rompa el trato y abandone la hondonada. A él, que ya se considera un viejo achacoso y limitado; no le conviene perder un socio tan bueno, honrado y trabajador como Héctor...
En un brevísimo instante en que dejó de atender al relato de su socio, recuerda para sí, un pasaje de su vida en esa hondonada... Decidió no contarlo jamás, menos ahora. Solo lo recuerda con amargura:
Sucedió en días de abril, varios años atrás. En Vigasmayo estaba con su esposa y sus dos hijas. Anochecía y garuaba allí. La familia, al interior de la choza, se abrigaba junto al fogón. Enma, su hija menor, entonces de seis años, dijo querer ir sola al campo para hacer alguna de sus necesidades; a lo que los padres accedieron confiados en la tranquilidad del lugar. Enma salió y fue por la esquina posterior de la choza. Demoró mucho, media hora, una hora, demasiado tiempo. Eran como las siete de la noche y no regresaba, entonces la desesperación cundió en los padres. Salieron en su búsqueda, don Presbítero buscó por entre árboles y arbustos de los alrededores de la choza: «puacá no’hay mi’hija», pensó. Se dirigió a la quebrada, su mujer lo siguió portando una linterna a kerosene. «Quizá vino puacá, se resbaló, cayó y la corriente que’stá dea’bote lo llevó», murmuró la madre.

Los padres pasaron la noche en vilo, peinando la quebrada en toda su longitud, hasta su desembocadura en el río La quesera. Uno por cada margen, registraban sus orillas, esperanzados en que la corriente haya expulsado el cuerpo de su hija, si esta se hubiera ahogado. No hallaron nada. Lo llamaban por su nombre; nadie respondió, solo el eco desde el Ventanillas y Shinshilpunta, y el lejano ladrido de tres perros. Resignados, volvieron a la choza. Su otra hija estaba allí durmiendo, ignorando la angustia familiar y la desaparición de su hermana.

Presbítero, sin pegar ni una pestañeada y en los primeros instantes del amanecer, llegó a Calconga a comunicar su desagracia, y pedir ayuda a familiares y vecinos. Él vivía allí. La solidaridad de tres cuadrillas de hombres provistos de sogas y machetes, no se hizo esperar. Chacchando coca se dispersaron, atentos y poco habladores, a lo largo de la quebrada. Desde antes del mediodía, “peinaron” de nuevo sus casi dos kilómetros de la longitud, más dos del río La quesera. Nadie reportó ningún hallazgo; y al morir la tarde, regresaron a sus casas cansados y desanimados.
Anochecía de nuevo y solo dos vecinos compadecidos, cenaban en la choza, acompañando a la familia. Debían reiniciar la búsqueda de la niña, por segunda noche. Se cumplían ya veinticuatro desde su angustiante desaparición. De pronto un llanto conocido estalló afuera, detrás de la choza. «¡Mi'hija!», gritó Presbítero y salió disparado... Era Enma, vestida con sus mismas ropas, salió llorando de entre unos arbustos que se erguían detrás de la choza. Estaba mojada, afónica, y con la falda y calzones ensuciados con sus propias heces. Desorientada, asustada y en brazos de su padre, empezaba a calmarse poco a poco. Con la ayuda de su mujer, don presbítero lo limpió y lo cambió. La niña no quiso comer, daba signos de estar alterada y tener sueño; solo pudieron darle de beber una infusión de manzanilla tibia, filtrándola con una porción de lana de oveja; pues no quería abrir la boca, ajustaba y hacía rechinar los dientes de puro nerviosismo...

Al día siguiente, la niña amaneció mejor, comió algo, pero no dejaba de mostrarse extraña. Tenía los ojos desorbitados y una mirada perdida. Hablaba sola y pronunciaba incongruencias. Presbítero le preguntó por el lugar dónde estuvo. Ella, dando muestras esperanzadoras de recuperación, relató así:
«Estuve durmiendo. Tuve un sueño, entre bonito y feo: Un señor gringo, bajito y cojo, me llevó a su casa que es linda como un palacio. Yo no hallé el lugar para ocuparme, y me hice la caca dentro de su casa. Él se molestó mucho, me insultó; me ordenó que con mi ropa limpiara su piso, luego me enseñó la puerta de salida y me botó. Estando ya afuera acabó mi sueño, me desperté asustada y lloré»…

Presbítero recuerda que, preocupado por la salud de su hija, trajo a casa a «don Sheque», el afamado curandero de Porvenir. El curandero hizo algunas preguntas y concluyó: « ¡El duende llevó a tu hija! Ella hizo sus necesidades dentro de su casa y los duendes no toleran suciedad ni mal olor en los humanos. Gracias a eso, lo botó; de lo contrario, no lo volvías a ver». Presbítero lo escuchó y quedó perplejo. « ¡Nunca más lleves allí a tus hijas! Esa quebrada es pesada, es morada de duendes», concluyó el curandero...
Los recuerdos del viejo Presbítero cesan, sale de su ensimismamiento, su pensamiento vuelve a la actualidad, y acepta que su hija Enma no quedó cuerda. Es chifladita y medio locumbeta. Así quedó y por eso le dicen «la tronada»…

Resignado y calmado, mira a Héctor y le dice: «No temas Juancito, la duenda quiso sorprenderte anoche, presentándose en la figura de tu hermana. No logró llevarte gracias a que te despertaste y lo perseguiste. Ahora sabe que eres un hombre muy valiente, y tenlo por seguro, que jamás volverá a molestarte».


Cajamarca-Perú, febrero de 2009

GLOSARIO:

(1) Caña con médula llena, de grosor y textura similar al carrizo
(2) Paja gramínea
(3) Interjección de insulto, utilizado en la zona.
(4) Paño de lana, prenda femenina de la zona.
(5) Grano o cereal también llamado Kiwicha
(6) Árbol nativo
(7) Meter y sacar el chufrán (alambre delgado) al checo.

Texto agregado el 07-04-2009, y leído por 942 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
24-08-2011 Un cuento de pelìcula. En efecto, buena trama y habilidad para engarzar dos o màs historias en una. !Felicitaciones! Mis 5* neoescribidor
02-03-2010 Gran texto de un muy agradable cuento con bellísimas imágenes. Felicidades CARLOSALFONSO
25-11-2009 Muy lindo cuento***** 021259
27-10-2009 Me encanto tu cuento amigo Elder, es un gusto ler sobre la tierra. Te felicito. Un abrazo. 5*. palujo
19-04-2009 No me amilana la cantidad de palabras para leer un cuento. Pues aquí no hay uno, yo emcuentro hasta tres. !Sensacional imaginación, amigo Elder! Quieroserlo
07-04-2009 es un poquito largo para leer por aqui, pero es muy bonito. Saludos eslavida
 
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