En un extremo, mi pasado; mis errores, mis remordimientos, el cruel lastre de los años apilándose en mi alma como se apilan las cajas vacías en un ático desvencijado. El secreto horror de la fría piedra donde se escribe lo que no puede ser cambiado.

En el otro extremo, ella. Sí, simplemente ella. Su calor, sus manos aterciopeladas, su sonrisa que imita un radiante amanecer en un campo amplio y verde colmado de flores frescas. Y sus labios, ¡ah, esos labios que tientan y reconfortan! Esos labios que se acercan y me rozan... hasta que mi piel se confunde con la suya y en ella olvido quien soy.