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El canto de la cigarra ejerce un indiscutible efecto anulador sobre la voluntad. Ese maldito crujido estival que se alza de entre los matojos agostados consigue sumir en el más profundo sopor a cualquier humano que lo escuche. Mi abuelo contaba que estando en una aldea rusa notó la presencia de un lobo. Era de noche y la nieve silenciaba las pisadas. Pudo sentir cómo se le erizaba el vello de la nuca y una indefinible sensación de peligro. Al volver la cabeza se encontró con un gran lobo que le observaba desde el lindero del bosque. Hizo el amago de echar mano al rifle y el animal tranquilamente se alejó de allí. Sin embargo la cigarra viene a ejercer la sensación antagónica a la provocada por el lobo. El canto de la cigarra debe estar íntimamente relacionado con alguna glándula hormonal también implicada en el estado de coma. Tan pronto el tímpano vibra con ese sonido y es lanzado a través del nervio auditivo, sin duda toma un atajo para llegar a la dichosa glándula con el mensaje de "ya puedes anular cualquier tipo de orden a cualquier otra parte del cuerpo que está la dichosa cigarra cantando".

En aquel barrio la cigarra cantaba a todas horas, en todos los rincones, en los parques, en el patio del colegio, en las calles, dentro de las casas, dentro incluso de las propias vigas de los edificios. Pero lo extraño no era eso, lo llamativo era que el zumbido de la cigarra podía ser claramente apreciado en cualquier época del año. Los niños iban embutidos en grandes abrigos rojos bajo la lluvia acompañados de aquel constante crujido. Los abuelos podían llegar a morir congelados mientras descansaban en un banco porque el extemporáneo ruido los atontaba de tal manera que echaban su cabezadita con temperaturas próximas a cero. Y los jóvenes, ay los jóvenes, se reservaban los bostezos para mostrar sentimientos de euforia.

Aquel barrio, surgió en las afueras de la ciudad varias décadas atrás compuesto por viviendas que fueron entregadas a los militares. Los militares llenaron aquellos otrora descampados de alegres familias que fueron creciendo mientras el resto de la ciudad se desarrolló a su alrededor pasando de largo, respetando las alegres dinámicas que se desarrollaban. Los militares fueron subiendo de graduación, los retoños fueron subiendo de curso, los militares fueron jubilándose y los recién licenciados de la universidad fueron accediendo al desempleo, todo de manera muy armoniosa, sin sobresaltos, de uno en uno y formando parte de un ciclo natural que no se podía torcer.

Las chicas pasaban la tarde en el soportal rodeadas por una alfombra de cáscaras de pipas, colillas de cigarrillos y comentarios manidos. Las cigarras atronaban en la calle. Podía hacer sol, o tronar, o nevar o caer sapos del cielo en ese momento, daba igual, las cigarras no faltaban a su cita y estaban acompañando a las chicas. Se hacían eco del último rumor sobre uno de los chicos del barrio al que habían pillado vendiendo costo. En el barrio tontear con las drogas era visto como una afición que podía proporcionar algunas sorpresas a la habitual cadencia tediosa de días, por tanto, ni se criticaba en exceso ni se ensalzaban sus virtudes, sencillamente, era un tema de conversación cercano que convenía cuidar para seguir teniendo algo de qué hablar. "¿Pero ese no era colega de tu hermano?" La otra abrió desmesuradamente los ojos mientras daba una profunda calada antes de contestarle que no, que su hermano ya apenas salía. "¿Qué dices tía? Pero si ya ha temrminado la carrera ¿no?". Pero por lo visto no, el hermano había terminado enredado en algunas asignaturas del último curso de Ingeniería torciendo lo que parecía un futuro prometedor. "¿Entonces? ¿A qué se dedica?" El hermano habría encontrado un empleo en el lucrativo y nunca suficientemente valorado nicho empresarial de la venta de clásicos de literatura por teléfono. Las chicas se comenzaron a reír de las ocurrencias del hermano. Sobre todo cuando al segundo día llamando a teléfonos al azar intentando vender a Homero tuvo una maravillosa idea, embaucar a una amiga de su madre que estaba rondando los setenta y como público target seguro que se entendería mejor con las potenciales compradoras, de tal modo que su nueva función en el proyecto empresarial pasaría a ser monitorizar el número de ventas alcanzado por la señora-empleada-amiga de su madre.

Pasaron varias semanas en las que el hermano a veces le costaba contener su nerviosismo y conocer de primera mano el volumen de ventas que podrían haber ya alcanzado. En este punto es necesario detenerse para admitir que en todo momento se mostró como un jefe muy respetuoso del espacio y autonomía de los equipos a su cargo. Durante todo el tiempo transcurrido dejó hacer sin inmiscuirse en exceso lo cual consideraba que podría ser contraproducente en cuanto al logro de los objetivos de venta pretendidos. Por tanto, cuál fue su sorpresa cuando la señora-empleada-amiga de su madre a la pregunta sobre el nivel de objetivos alcanzado sólo le contestó "Ay hijo, es que no me apaño con el teléfono." El hermano no lo llegó a reconocer abiertamente, pero eso supuso un duro mazazo para sus esperanzas, tan duro que al poco tiempo empezó a pensar que todos sus antiguos amigos confabulaban contra él, un poco más tarde, que los vecinos le espiaban y no tardó en dejar de comer y pasar horas y horas mirando por la ventana mientras emitía leves risitas.

Los médicos hablaron de esquizofrenia, la familia hablaría de la culpa que tenía cada uno de ellos por los motivos más peregrinos, pero nadie reparó en el sonido de las cigarras. Afortunadamente los paseos que le permitieron seguir dando, y los que no fueron permitidos, pasarían desapercibidos para sus vecinos que continuarían ensimismados y ajenos a las nuevas capacidades del muchacho. Sin embargo, desde entonces no pasa un solo día en el que no trame algo con las cigarras para cambiar de una vez por todas el barrio entero.

Texto agregado el 15-06-2021, y leído por 142 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
16-06-2021 Has hecho de todo, zepollín, hasta pareces Mía Kalifa. eRRe
15-06-2021 Me adhiero a tu expresión y sentir. Al margen, tuve una experiencia similar en Perú, donde, viviendo varias semanas en la choza de un chamán, una noche, al descampado, a mis espaldas sentí la respiración de una fiera. Paralizado por el temor no hice nada. La fiera dio media vuelta y se fue. Creo que era un lobo. 5* -zepol
15-06-2021 Muy bueno. MujerDiosa
15-06-2021 Buena prosa. Por mi parte siento gran nostalgia del canto de las cigarras que acompañaron mis veranos. remos
 
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