Ocurrió en el caserón de la playa. En la casa de veraneo de los patrones del dueño de la casa de alquiler en la que vivían. Tenía 12 años. Allí se quedó durante unas vacaciones lóbregas, esas en que la adolescencia duele hasta en todas las células. No fue casualidad que a las 2 de la madrugada, mientras ella dormía el entrara de forma subrepticia en su cama, y comenzara a arrimarse con lujuria. Ella casi gritó, si no fuese porque le puso una mano en la boca, diciéndole:
_No seas buchona, se van a despertar todos y harás un desastre, todos se enterarían, así que cerra el pico.
Ella se dejo hacer, por abandono. Estaba tan flaca, y demacrada que ni hacía falta que usara corpiño. Un camisón color beige, gastado se le arremangaba hasta el estómago.
A la mañana siguiente ni se miraron, desayunaron: café con leche y el pan con manteca, como si nada. El pan de manteca estaba hecha rulitos, era de La Serenísima, daban ganas de comérselos con la mano sino fuese por la angustia que le agigantaba el estomago hubiese pedido otro café con leche.
Así fueron los veranos subsiguientes,
Otros encuentros con el hijo del patrón, más lejanos. La miraba desde lejos con voluptuosidad, ella bajaba la mirada avergonzada, hasta que un día desapareció de la casa de veraneo.
Su madre le había dicho, de forma sugestiva:
_Hay que ser muy modosita (nunca entendió que quería decir con eso, hasta que si.
Ella casi lo olvidó y nunca contó lo sucedido a nadie, hasta que diez años después lo encontró por la capital.
Ni lo miró, sintiéndose por completo entera en su intimidad y poder.