| Yo tenía que ser un escritor famoso, pero ni siquiera pude dejar nunca de trabajar en la lavandería de mi padre.
 Desde joven soñé e imaginé todas las formas para poder llegar a la cima. Ya de antes escribía, y siempre lo hice muy bien, si no pregúntenle a mi madre.
 
 Bueno, en realidad ella ya ha muerto, pero conservo todas las cartas que me escribió en mi vida. Le gustaba escribirme cartas, a pesar de que viví siempre con ella. Las escribía cuando hacía algún viaje escolar o cuando iba a visitar a Eustaquio, mi amigo por correspondencia.
 
 También tuve una novia por correspondencia, Gertrudis. La ayudé a solventar algunos problemitas económicos que tenía, pero cuando por fin pude viajar a conocerla, resultó que su dirección no existía. Me la había dado mal y desde entonces perdí el contacto, tristemente.
 
 Leí muchas veces las cartas de mi madre, una infinidad. Más que nada luego de su fallecimiento, pero antes también. Y en todas resalta una y otra vez todas mis capacidades, tanto para el lavado de ropa, ya que desde muy chico ayudé a mi padre en la lavandería, como mis otras virtudes: dibujar, hacerme la cama y escribir, son algunos ejemplos.
 
 Recuerdo como si fuese ayer el día que escribí mi primer gran cuento. La primera en leerlo fue ella. Se lo llevé temblando de miedo, lo reescribí varias veces para que quedara impecable.
 
 Una vez que terminó de leerlo sentí como resoplaba, casi me da un ataque al corazón, y entonces una sonrisa apareció en su rostro. Desde ese día y durante meses, no paró de hablar de mi cuento. A cada persona con la que se cruzaba le decía que yo iba a ser un gran escritor.
 
 Yo me creí todo aquello. Pero una vez terminada la escuela secundaria, tomé contacto con algunos artistas, y el mundo artístico no era lo que yo me imaginaba. Así que empecé a vestir a la moda, usando trajes de colores excéntricos, sabía que era necesario llamar la atención.
 
 Por aquella época, entre los artistas, se había puesto de moda el teatro surrealista, que no tenía ningún tipo de sentido, y los actos poéticos. Decidido a destacarme entre los demás, empecé a estudiar teatro.
 
 No me llevaba bien con mi maestro ni con mis compañeros. Ellos me envidiaban porque era evidente que yo tenía en la cabeza ideas muy superiores. No era como ellos, incluso algunos creían que ya todo había sido escrito. Pero no, el mundo todavía no conocía lo mejor, mis escritos. Y si no, pregúntenle a mi madre...
 
 Cuántas veces habré llorado, decepcionado por la vida, viendo cómo la atención siempre es puesta sobre los mediocres, mientras uno queda al margen, lavando ropa.
 
 Un día estuve a punto de destrozar las cartas de mi madre, y me di cuenta en qué había fallado yo. Si mi madre no hubiese sido tan condescendiente, si de vez en cuando hubiese puesto una pequeña duda sobre mi obra, sobre mi escritura o sobre lo que sea. Pienso, en el total desconsuelo, que quizás alguien, o ella misma, debió agarrar mis escritos y corregirlos a la fuerza, para así darme cuenta de mis errores.
 
 Quizás yo hubiese podido ver que el mundo al que me enfrentaba iba a ser tan malo conmigo. A veces es mejor no hacer nada, antes que hacer algo y que te salga mal.
 
 Así que actualmente dedico mis días a ayudar a escritores aficionados, diciéndoles que todo lo que hacen lo hacen mal. Es mi gesto humanitario, es el favor que no esperaré jamás que me agradezcan, porque no lo van a entender. Pero la resignación es importante.
 
 ¿Si la vida de por sí es tan fea, para qué hacer aquello que nos gusta?
 |