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Fue el quinto o sexto que vimos y enseguida coincidimos en que era exactamente lo que buscábamos. Y es que por entonces coincidíamos siempre, digamos que por todo eso que nos estaba pasando como pareja, que después de un año y medio de novios enamorados decidimos vivir juntos. Un muy bonito PH al fondo alquilado por sus dueños en un barrio tranquilo de CABA. Veníamos de pasar unos fabulosos quince días de vacaciones en la playa y surgieron la idea y las ganas. Convivir sería entonces una primera experiencia para ambos que decidimos así nomás, en caliente, en esos días de gloria, y ya que ninguno tenía casa propia estrenar un lugar juntos nos pareció lo mejor. Así que nos pusimos a recorrer inmobiliarias y a mirar anuncios en internet hasta que dimos con el lugar que nos encantó.
Lo primero fue ponernos de acuerdo en las cosas que llevaríamos; claro que para esto hubo que negociar. Vendimos algunos muebles y electrodomésticos; me costó desprenderme de la mesa y las sillas pero tuve que reconocer que las de Tici eran mejores; nos quedamos con mi heladera y mi cama, también llevamos su repisa con los autitos de colección, con los que él tiene una especie de fetiche desde niño. Ticiano es podría decirse que estructurado e hijo único de padres más bien estrictos con los que nunca pude sentirme del todo cómodo a pesar de que se empeñaron en integrarme a la familia.
Antes de la mudanza hicimos pintar todo. Invertimos tiempo y dinero para que nuestra casa quedara lo mejor posible. Teníamos treinta y tres y treinta y cuatro años y habíamos llegado a un punto en la vida en que nos pareció buena idea eso que se llama sentar cabeza. Hasta fantaseamos con ahorrar juntos para comprar nuestra casa grande en un lugar más tranquilo que la Ciudad de Buenos Aires. Ya es que además teníamos trabajos decentes. Tici, aun cuando dejó la facultad faltándole muy poco para graduarse —al momento de la mudanza tenía pensado retomar para recibirse el próximo año—, trabajaba en una empresa grande con un cargo importante y con posibilidad de ascenso; yo era lo que se llama un freelancer, diseñaba páginas web, editaba y redactaba contenidos publicitarios y noticiosos para distintos medios en internet, trabajaba desde hacía algunos años en mi casa con dos notebooks y un monitor grande, no me podía quejar. Quizás por esto al principio de la convivencia me costó adaptarme a los horarios, sobre todo de las comidas y del tiempo compartido con mi pareja.
El terreno estaba dividido en dos propiedades separadas por un patio con algo de césped perteneciente a la de adelante aunque sin divisiones; la entrada de nuestro departamento daba a ese patio por un pasillo lateral que desde la puerta de calle cruzaba el terreno. Había que pasar por un costado de la casa de adelante y podías ser visto desde un par de ventanas, lo que molestaba un poco a Ticiano, quien solía sentirse observado o intimidado en cualquier lado. Nosotros teníamos una galería que daba al patio.
La familia propietaria nos recibió con amabilidad, Emilio, Susana y sus hijos Pablo, de unos diez años, y Raquel, de veinticinco, los Gamarra. El menor era adoptado; ella había sufrido complicaciones durante el parto y no pudo tener más hijos. Susana tenía cuarenta y dos años cuando los conocimos; lo supe por Raquel; Emilio, según calculamos con Ticiano, más de sesenta, sesentaipocos, aunque estuvimos de acuerdo en que era un tipo bastante fachero y de físico acaso más armonioso que el de varios de nuestros conocidos cuarentones paquis.
Una primera cosa que nos incomodó, que desde el vamos nos trataran como pareja; habíamos pensado no hacer aclaraciones y ante cualquier pregunta decir que éramos amigos, pero fue Susana quien declaró que se alegraba de que sus inquilinos vecinos fueran una pareja, que la pareja es siempre más responsable y organizada que un grupito de amigos que buscan fundamentalmente compartir los gastos de un alquiler. En ese momento Tici no logró disimular la decepción y a mí lo primero que me salió fue tomarlo del brazo y dar por terminado el asunto. Enseguida vino un sermón alegre del que participaron los otros —excepto el chico— sobre que ellos entendían que la gente suele discriminar a las personas como nosotros, que ellos también solían ser discriminados por el solo hecho de pertenecer a la congregación, pero que en esta congregación todos respetamos el amor y las relaciones de pareja, que el amor de cada uno de nosotros como reflejo del amor de dios es la verdadera fuente de bondad entre las personas. Cosas así decían, y cuando uno de ellos tenía la palabra los otros asentían vehementes mostrándose agradecidos de nuestra presencia.
Todo se dio muy rápido: en febrero empezamos la búsqueda y a fines de abril ya estábamos viviendo juntos. Ticiano se levantaba bien temprano porque le gustaba el momento del desayuno. Preparaba su café con poca leche y tostadas de pan lactal con queso untable. Los primeros días hice el esfuerzo de salir de la cama cuando él ya estaba con la ropa puesta: me hacía unos mates y lo acompañaba sentado a la mesa, hasta que me di cuenta de que él prefería desayunar solo. Después de todo, nos merecemos un momento privado y en mi caso el trabajo implicaba soledad, así que de eso tenía de sobra.
Antes no me fijaba demasiado en los horarios, a veces decidía trabajar de noche y dedicar parte del día a otros quehaceres o a nada. Uno se organiza distinto siendo solo, sobre todo si tu oficina es tu casa. Ahora en cambio intentaba quedar sin pendientes para cuando Tici regresara cerca de las 5 y media. Ya es que me había vuelto más organizado, claro, siendo que todo cobraba otro sentido e implicaba cambios.
En días laborables solíamos hacer el amor y tomarnos una Heineken de litro antes de la cena, charlar de nuestras cosas, planificar fines de semana. Me encantaban ese momento y la sensación de pertenencia, eso de esperar a alguien en casa para ver cómo terminábamos nuestro día. Después la comida, de la que en general me encargaba dado que él apenas era capaz de hervir salchichas, fideos o arroz y de preparar sánguches de fiambre. En rigor, su especialidad era pedir delivery, así que cuando le tocaba ocuparse de la cena había que ir hasta la puerta de calle. Sea como fuera, cocinar para los dos me motivaba más.
Nuestra primera visita fueron sus padres. Nos esmeramos en ordenar y limpiar la casa juntos como en un juego para recibirlos. Apenas los había visto yo un par de veces e intercambiado casi nada. Mientras Ticiano les mostraba lo poco que había para mostrar yo preparé una merienda. A ella le encantó la galería y dijo que tenía una planta que nos quedaría muy bien en el rincón.
Él hablaba poco, más bien un tipo serio; en su cara cierta expresión ausente. Imaginé que pensaría en su amante en ese mismo instante mientras apoyaba la tasa de café y dudaba con la mano como si la variedad de facturas sobre la mesa tuviera alguna importancia. Su amante sería el clásico veinte años menor, una histérica que padeció ausencia paterna y más de un noviecito inmaduro, madre sola, cómoda con este viejo apendejado que ahora se llevaba una medialuna de grasa a la boca porque seguramente no le haría planteos estúpidos, la desearía de verdad y muy agradecido se mostraría de estar con ella. En fin, que no era yo capaz de algún tema de conversación que pudiera interesarle, interesarle más que un par de tetas o alguna vulgaridad por el estilo, pensaba mientras le observaba la malla dorada del reloj y la cadena que le rodeaba el cuello y aunque no podía saber qué colgaba de ella pensé ojalá no sea una cruz, algo tan cursi, y las zapatillas Adidas de las que asomaban unas medias colorinches, los anteojos junto a la llave del auto sobre la mesa y la campera de cuero en el respaldo de su silla. Todo aquello imaginé de quien vendría a ser mi suegro, tal vez inspirado por mis propios antecedentes familiares —mis viejos estaban separados en muy malos términos desde hacía tiempo—, mientras Ticiano y la mamá charlaban en la galería. A ella se la veía interesada en cada detalle de la casa y dispuesta a colaborar en lo que pudiera.
En mis elucubraciones la madre aparecía como una mujer sin vida sexual ocupada más bien en asuntos para mí triviales quizás no resignada del todo a que su único hijo no formaría una familia tradicional como la suya; percibía yo una especie de manipulación para con Ticiano, o al menos la intención, y a la vez que él parecía sentirse cómodo con eso. Para ambos la casa de uno era algo que debía organizarse y lucirse, de ahí que su hijo mantuviera su colección de autitos ordenada por año y a la vista, que creyera esencial un reloj de pared grande y de estilo antiguo en un determinado lugar y que mostrara especial interés en la planta que ella se comprometió en traer para la galería, justo él, que en su departamento de solo nunca tuvo alguna.
A los pocos días la mamá nos trajo la planta, y como al mes nos envió a la señora Marisa, una empleada doméstica de la familia que limpiaba en la casa de los padres desde hacía mucho tiempo y un día a la semana en la de Ticiano. De total confianza dijo, tanta, que iba a lo de Tici cuando él no estaba y nunca faltó un botón. Me incomodó que nadie me hubiera pedido opinión antes de tomar la decisión, es decir la decisión que tomó quien vendría a ser mi suegra y que mi pareja acató sin chistar, pero tampoco chisté.
El primer año nos fue muy bien. Pasamos las fiestas con la familia de Tici, navidad donde sus padres y año nuevo en la quinta de una tía. Los primos de Ticiano tenían hijos. Nos fuimos de vacaciones en febrero.
No es lo mismo trabajar desde tu casa, porque no tenía yo contacto directo con mis clientes ni con nadie. En situación de soltería me las arreglaba para salir con cualquier pretexto y a cualquier hora. Vas a dar una vuelta para despejarte y seguís. O visitar o recibir a Ticiano o a amistades, hacer compras, verme con alguien en un bar. Pero en esta nueva vida algunas cosas quedaron atrás. Me inventé personajes para interactuar en internet. En una red social me hice un nick femenino, una cuarentona divorciada más bien guarra de humor negro que todo lo relacionaba con sexo. Con este personaje me fue bien; recibía invitaciones de hombres heterosexuales en privado y mantenía charlas subidas de tono, a veces me sentía admirado y deseado realmente. También en un foro gay donde escribía en inglés e interactuaba con hombres en general europeos con quienes intercambiaba fotos y videos sin mostrar la cara. Ticiano nunca supo de esto que llamo vicios y mi principal temor era que Marisa descubriera alguna ventana abierta en el monitor. En verdad me incomodaba su presencia; salía al patio mientras ella deambulaba por la casa haciendo su trabajo, y entonces apareció Raquel.
Mediados de abril fue que íbamos por la tercera planta de «mamá» que se nos secaba. Ticiano siempre decía mamá y creía que ella no se había dado cuenta de que su planta no era su planta, que nos duraba unos meses y no había manera de evitar que muriera y entonces comprábamos una igual y la poníamos en la maceta no porque me importara precisamente a mí semejante empresa y lo primero que hacía «mamá» cuando llegaba era contemplar la planta y decir algo como qué raro no les crece porque la mía está enorme. Para mí disimulaba. En fin, que una tarde sentado en la galería aparece Raquel a tender algo de ropa. Siempre vestida como de otra época sin mostrar la piel atribuía yo su pacatería a algo más hondo que la religión, como si hubiera nacido con ese espíritu opaco que ahora exteriorizaba justificado por las creencias que le habían impuesto desde siempre, algo así. Yo respondía el WhatsApp sentado en una silla cuando se acercó y sin darme cuenta de cómo enseguida me puso al tanto de las cosas de su familia. También se dedicó a elogiarme y a Tici como pareja, dijo que parecíamos tal para cual y que seguramente nos iría muy bien juntos.
Raquel impartía tutorías prematrimoniales en la congregación. Nunca supe si recibió honorarios por eso. Decía que iba a quedar soltera porque ya se le había pasado la hora —eso pensaba a sus veinticinco años—, y es que, según aclaró, un matrimonio en la congregación llevaba su tiempo y tenía sus bemoles por tratarse de una unión ante dios y por lo tanto de plenitud y de belleza, un acto que implica en sí mismo compromisos espirituales y morales. Las parejas que ella orientaba eran chicos muy jóvenes y castos a quienes guiaba a fin de consolidar los valores y principios de fe propios de la congregación como la fidelidad, el amor incondicional y la santidad del matrimonio. Estas tutorías no duraban menos de tres años e incluían también temas prácticos como la economía y la planificación familiares, la sexualidad conyugal y la crianza de los hijos desde una perspectiva religiosa. Raquel se mostraba orgullosa de su ocupación, aunque sentía que se había quedado fuera de todo eso tal vez porque dios tenía otros planes que aún no lograba ella vislumbrar pero que seguramente serían buena cosa. Claro que mencionó con cierto orgullo su virginidad, que ni falta me hacía, y también que su padre era una autoridad en la congregación.
Cuando le conté a Ticiano de aquel encuentro casual con la vecina se mostró molesto y no tuvo reparos en manifestar su rechazo para con esa gente. Imaginate lo que debemos ser nosotros para ellos aunque se esfuercen por demostrar lo contrario decía, que nada normal puede esperarse de esos fanáticos, que si la piba se acercó seguro tiene algún interés, que ya vas a ver. Para él vivían en un mundo de fantasía del que nada bueno podría salir; justito esto vino a decirme a mí en una etapa que empezaba a replantearme yo mi trabajo y todo lo que implicaba: un diseñador fantasma descartable y corregir burradas de tipos que ganaban mucho más que yo mientras me aislaba del mundo sentado en una silla frente a una pantalla. Estos planteos llegaban más fuertes cuando por algún motivo discutía con mi pareja —discusiones insólitas que supuse normales o propias de la convivencia— y si las cosas no se aclaraban del todo entre nosotros la soledad del día después me producía una ansiedad que impedía concentrarme en el trabajo, y así dedicaba más tiempo a los vicios en internet. Contraparte de todo esto Ticiano se sentía feliz con su vida laboral y le gustaba hablar de lo que su empleo nos permitiría en el futuro.
Un tema recurrente de Raquel era su soltería. Nuestros momentos se hicieron frecuentes. Ya es que me buscaba, en más de una ocasión cuando no me daba por salir al patio me golpeó la puerta con algún pretexto. Nuestras charlas, una cosa más que no compartía con mi pareja. La madre salía entonces a buscar al chico al colegio y de ahí lo llevaba a la congregación. Volvía sola; al chico lo traía su papá más tarde. Raquel dijo que Pablito pasaba mucho tiempo con su padre fuera de casa y que seguramente aprendería cosas importantes de las que ella acaso por ser mujer era mantenida al margen al igual que su madre, quien dedicaba la mayor parte del tiempo a lo doméstico, pero —insistía Raquel— al menos no estaba ni moriría sola como la que ya sabíamos. También mantuve algunos contactos con un chino pasivo hijo de los dueños del supermercado. Cerraban a la una de la tarde y Dani apagaba algunas cámaras para que pudiéramos llegar hasta el depósito. Hablaba casi nada y le gustaba besar. Fueron pocos pero lindos encuentros. Después di por sentado que lo de besar vendría de la relación formal con su noviecita china y también que si sumaba las edades de esos dos no llegaba a los cuarenta años.
A veces se da que mientras las cosas se te van de las manos hacia el total desmoronamiento te lo pasás genial, sobre todo a los treintas. Con el minirromance oriental perdí un par de trabajos más o menos importantes. De la excitación que tenía estuve a punto de contarle algo a Raquel. Ya es que necesitaba a alguien para hablar de mi aventura. Aun con números rojos estuve un par de semanas de muy buen humor y llevándonos bárbaro con Ticiano.
Raquel vino con un paquete de cigarrillos y un encendedor a sentarse a la galería. Ya casi estábamos en primavera y fue la primera vez que la vi con un short horrible y las piernas sin depilar. Era un secreto que venía a compartir conmigo eso de fumar, que una chica de la iglesia que lo hacía a escondidas le había convidado y no le resultaba nada feo mientras nadie de su familia se enterara. Para los que van a morir solos decía ella, qué mal podría hacerme un pucho peor que morirme sola como una araña insistía y se reía de sí misma con una sonrisita inocentona mientras desviaba la mirada hacia otra parte como si sintiera vergüenza o miedo y el humo le salía por la nariz y la boca al mismo tiempo; y le dije que faltaba algo para los maricas que nunca tendríamos hijos que nos quieran como nomás te quieren los hijos ya que estábamos y fui hasta la heladera a buscar una Heineken de litro. Con los primeros vasos le conté de la costumbre que compartíamos con Tici con esa cerveza y le pareció una hermosa confidencia, como que sentía que al compartirle algo tan privado empezábamos —lo dijo así— a conectar de verdad. Yo es que había fumado durante un tiempito a la salida de la secundaria, un par de años nada más que en el boliche para ocupar las manos o algo así, y ahora el cigarrillo con la vecina empezó a ser un hábito de los que tampoco podía contarle a mi pareja.
Un día Ticiano se anotó en el gimnasio y cambió el patrón de desbloqueo de su teléfono. No es que me enorgulleciera haberle adivinado sin que se enterase el anterior y en las poquísimas veces que perdiera de vista el celular ir a chismear su WhatsApp ni mucho menos. A veces cuando se daba una ducha me aseguraba yo de que no hubiera en sus cosas ningún secretito de esos que nadie está exento de padecer. Era octubre ya y justificó lo del gimnasio por aquello de llegar bien al verano, cosa que se suponía ya no hacía porque para qué, si estaba yo con él en casa y en los papeles nadie debería andar elogiándole la anatomía: aunque propenso a engordar un poco ya era lo que podía decirse un hombre casado. Eso y lo del teléfono encendieron un poco mis alarmas. Claro que no estaba yo en posición de preguntarle por lo segundo. Me invitó a ir con él a levantar cosas y pedalear en bicicletas de mentira dos días a la semana, a lo que me negué sinceramente porque nunca me gustaron esos antros, y él lo sabía.
Raquel se cortó el cabello bastante corto. Le dije parecés un chico, Raquel, y me contestó que perdón si me jodía, que ya bien le habían pasado el trapo en la casa. Ahora parecía además de con la eterna soltería obsesionada con lo de Pablito. Que era otro chico decía, que creía que tenían secretos con el papá. Nos reímos porque le dije que nos mirase a nosotros mismos fumando en el patio y tomarnos una Heineken de litro como amantes relajados sin que nadie supiera. Tenía en mente dejar las tutorías por un trabajo normal, apartarse de a poco de la congregación, estar con alguien más cariñoso que dios, pero sabía que la familia se lo tomaría mal y no encontraba la manera de plantearlo.
A los Gamarra Ticiano los llamaba los celestiales. Con un tonito lo decía. Una noche al volver de sacar la basura aseguró haber oído la palabra «sodomita» en una voz que él atribuyó a la falladita —así se refería particularmente a Raquel— a lo que yo pero bien que te gusta le contesté para minimizar el asunto y porque muy poco me afectaba lo que pudiese decir esa gente de nosotros o de cualquier cosa, y esto mismo le aclaré. También comentó que falladita se había hecho un corte de pibe o de marica que hasta se parecía al suyo y le resultó de lo más repulsivo.
Por esos días estaba yo reconciliado con la presencia de Marisa, una excusa para desconectarme de mis relaciones de internet y de Raquel, así que me dedicaba más al poco trabajo que tenía cuando ella estaba. Silenciosa, dejaba los pisos que te daba la sensación de que podías pasarles la lengua, tendía nuestra cama como a mí nunca me salió y hasta puso ganas en cuidar la planta de «mamá» sin que nadie se lo pidiese, y la planta de «mamá» se dedicó a crecer y a ponerse linda. Pero de ninguna manera iba a arriesgarme a que viera alguna pantalla con cositas o mis momentos de cigarrillos y cerveza con la vecina célibe.
Tuve el impulso de acercarme a Dani para ver qué onda, lo busqué en el mercadito pero no lo encontré. Cuando te son todos los días el mismo necesitás algo distinto para romper lo rutinario; no sé si me ilusionaba la posibilidad de ser algo así para él. Raquel me confesó entre risitas que había estado mirando videoclips sexuales de gente promiscua; no enseguida entendí que con esta expresión se refería a gente como nosotros, es decir a hombres homosexuales, y se atrevió a preguntar también entre risitas por las diferencias de sodomizar a un hombre y hacer lo mismo a una mujer en mi caso particular —inquietud que venida de ella no me pareció extraordinaria teniendo en cuenta que para gente como ella, para lo que yo creí adivinar de su manera de visualizar las cosas, todas las cosas en general quiero decir, el coito sería un hacer más bien animalesco reservado para alguien y por un fin, acaso una incomodidad vergonzosa aunque necesaria, una formalidad además de, claro estaba, a lo que nunca había accedido ella misma, una fantasía en resumidas cuentas, y que en mi caso sería ni más ni menos que una aberración o un vicio del que nunca saldría fruto alguno, una suerte de pantomima conyugal del procrear justificada a duras penas por el amor «universal» que «une» a toda pareja humana— y si alguna vez lo había probado yo con una chica —entendí ahora que la penetración vaginal porque bajó la vista, separó apenas las piernas y se apoyó la palma derecha sobre el muslo derecho, los dedos separados, el pulgar hacia abajo sobre la ingle mientras pitaba el cigarrillo, su sonrisita unos pocos segundos y recuperó la compostura cruzándose de piernas—. Llevaba una musculosa gris gastada sobre un top apretado, un short Adidas rojo que le iba chico, por cierto muy parecido al que usaba Ticiano en el gimnasio —lo noté enseguida porque detestaba verlo con eso y sus piernas tan bien formadas a la vista de cualquiera, detestaba que transpirara a la vista de otros porque hasta sudar se le daba bien—. No quería yo contestar sus preguntas; exultante sentada frente a mí y sus ojos dispersos en cualquier lado. Dije que había salido con una chica en la adolescencia. Entonces como si no hubiera oído dijo que ya estaba tranquila con el tema del hermano, mi hermano me contó el secreto que tenían con papá dijo. Costó sacárselo pero al final me contó.
Bajó una mano para rascarse el tobillo y la subió despacio acariciando hasta la rodilla el vello de la pierna que reposaba sobre la otra. Después dijo viste que de nosotros también se dicen cosas malas.
Aunque intuí que se refería a los de su religión pregunté para asegurarme.
Claro, que somos raros o fanáticos y queremos lavarle el cerebro a la gente.
Pitó el cigarrillo para hacer una pausa.
A cierta edad es mejor que en la escuela no se enteren de que pertenecés a una congregación, de que tu papá es pastor ni hablar. Vivíamos en la provincia en esa época. De papá cuando yo era chiquita dijeron cosas muy feas, algo de que andaba mucho con unos nenes; un poco me acuerdo de todo eso y de que mamá se había puesto muy triste, de que estuvo a punto de irse de casa. Pero nos fuimos los tres. Nos vinimos para acá y estuvo todo bien gracias a dios. La gente es más abierta que en los lugares chicos; si lo sabrán ustedes…
Ahora la pensé una pobre piba que simplemente compartía conmigo su soledad siendo yo el único que tenía a mano, intuí en sus fantasías el producto de una inocencia casi enfermiza —me vino a la mente no sin algo de culpa que desde el vamos la había considerado inferior— no inconsciente de que su soledad pudiera ser un reflejo de la mía aun cuando nuestras situaciones eran distintas a grandes rasgos, porque ¿qué hacía yo con ella si no? y, con todo, me molestó que creyera o se jactara de saber algo de mí y de mi relación con Tici, me molestó que se asumiera conocedora o partícipe de algo entre nosotros.
Entonces pitó otra vez el cigarrillo y mientras exhalaba el humo con los labios fruncidos giró la mano frente a sus ojos fijos ahora en la brasa unos segundos y la sopló de cerca hasta quedarse sin aire. Como si algo hubiera terminado bajó la mano hasta el borde de la silla.
Y dijo: a ustedes la gente los tiene por cobardes y promiscuos y a nosotros cuando no por unos oscuros pacatos delirantes, por unos degenerados que arman sectas para captar a la gente desesperada y los líderes a veces terminan denunciados por abusos o estafas. ¿O no?
Lo último, palabras más palabras menos, una descripción de lo que Ticiano decía de ellos, es decir de su familia celestial y de sus celestiales congregados, en especial de su padre el cabecilla. De lo primero supuse que era algo que en realidad pensaba ella, lo cual me hizo gracia, y me dio una vez más por preguntarle a qué se refería la gente con eso de la cobardía.
Cobardes por no asumirse parte del plan de dios, cobardes por permanecer aislados en la comodidad del sexo como una excusa para no afrontar la unión de la familia y los hijos como dios manda dijo. Imaginate si fuéramos todos gais, ¿qué sería del futuro? No. La gente entiende la homosexualidad como un lujo que pueden darse algunas minorías mientras la mayoría construye la familia y la sociedad y hace girar el mundo de acuerdo al plan de dios; la cobardía está en quedarse con el sexo y los vicios, en pretender realizarse como persona diversa o diferente —hizo comillas con los dedos en ambos adjetivos— y no como persona natural que asume el mandato de su creador. Ser valiente muchas veces pasa por resignar ciertas cosas para afrontar otras. Por todo esto la gente los rechaza a veces como rechaza o quiere corregir a los alcohólicos y a los drogadictos. En cambio nosotros aceptamos a todas las personas.
Terminó de hablar y se agachó para meter la colilla encendida en un frasco de mermelada en el piso que usábamos de cenicero. Enseguida se enderezó y dijo:
Pablo los vio a Ticiano y a papá.
No entendí bien qué quiso decir con eso, pero le vi un gesto extraño, como si no estuviera convencida de lo que había dicho o de lo que estaba por decirme.
Dijo: Pablo me contó que los vio salir de la sala de papá, que es donde tiene su escritorio y un sillón grande donde a veces descansa. Me dijo que papá le ordenó que no se lo contara a nadie, que tu Ticiano se estaba haciendo creyente y cuando llegara el momento lo anunciaría. Parece que se reúnen a veces en la sala con la puerta cerrada…
La interrumpí con una carcajada nerviosa que fue lo primero que me salió. Quedó a la expectativa; sentí de repente sus ojos y su silencio pero no podía mirarla a la cara, sentí que ella no tenía la menor idea de lo que acababa de decirme, mejor dicho del significado real de lo que acababa de decirme, y que todo se desmoronaba para mí de verdad.
Atiné a pedirle un cigarrillo mientras me venían a la mente situaciones diversas, algunas en forma de recuerdos de la intimidad con Tici, pequeñas charlas, sus salidas y sus vueltas, los sentimientos que afloraban en medio de alguna discusión de esas que son normales en las parejas, ciertos gestos tan suyos. Entonces se levantó de su silla, parada frente a mí sacó uno del paquete y sosteniéndolo con el índice y el medio de la derecha me lo acercó hasta casi tocarme los labios con el filtro. Desde abajo vi su remera gastada y su mueca rara de sonrisa, cuando levanté la mano para agarrar el cigarrillo la apartó con la izquierda negando apenas con la cabeza y lo acercó más para que yo lo sujetara con la boca. Enseguida arrimó el encendedor y cubrió la llama con la otra mano.

Texto agregado el 04-06-2025, y leído por 145 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
11-06-2025 Me encanta el final. Todo está muy bueno, obvio, pero me encanta el final. Cavalieri
05-06-2025 Penosamente artificioso el primer párrafo, donde terminó mi lectura. Te sugiero llevar tu senectud de paseo por los hermosos parques de Buenos Aires, antes que el psicópata de milei los transforme en siquiátricos. 1* de rigor. remos
04-06-2025 La narrativa está cargada de una intimidad cotidiana que se siente muy real y cercana, con descripciones minuciosas que revelan tanto la emoción como las tensiones iniciales de vivir juntos. La conclusión no ofrece cierre ni redención, sino un golpe seco, lleno de ambigüedad moral, que intensifica el conflicto existencial del protagonista. Valió la pena leer cada una de las 5008 palabras de este texto Saludos. jovauri
 
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