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MI BANDERA
(José Satizábal Ordóñez)
¡Identidad!. Sí, identidad.
Siempre se valoro al máximo la nacionalidad… por ello, la Patria era todo para mí.
Profundo respeto le tuve, hasta el día en que llegue al cuarto de Andrea, joven y agraciada, quien para vivir, moría a cada instante.
El lugar señalado por el destino para ser ocupado por la mujer, hacia parte de una casa grande, cuya historia se confundía con la vida misma del pueblo.
La vieja edificación, calificada por todos, incluyendo a las autoridades, como “patrimonio festivo”; permitía en su interior comportamientos diversos a los seres humanos, que bajo la influencia del licor, fingían amar sin límites.
Aquí estaban proscritas las limitaciones hipócritas impuestas por la mojigata sociedad. Al contrario, había espacio suficiente para que confluyeran por igual tragedias sentimentales y desbordadas alegrías.
La ubicación de la casona era privilegiada, se levantaba en el corazón del pueblo.
Su desafiante construcción de columnas macizas, mostraba una arquitectura sin complejos y aunque era de conocimiento público su existencia, transmitía la sensación de clandestina.
Todas las tardes al alejarse el resplandor del sol, las ventanas del “palacio de las alegrías”, dejaban escapar los murmullos producidos por las voces de los primeros visitantes, como preámbulo a la jornada de jolgorio.
Los aires musicales servían de estímulo a los concurrentes y de tortura a los vecinos del sector, resignados a su suerte.
Algo indescriptible se sentía frente a la fachada, adornada con enormes columnas de piedra tallada, sobre las cuales, artistas anónimos habían esculpido figuras imaginarias de dioses falsos jugueteando con la naturaleza.
Un hombre, alto de estatura, enfundado en un gabán parecido a los abrigos de los viejos piratas, caminaba sin descanso de un lado a otro, prestando guardia frente a la enorme puerta de madera.
La enigmática entrada presagiaba misterios y revelaciones si se atrevían franquearla. Vencida la incertidumbre crucé la calle, saludé al vigilante, quien con ademanes al estilo militar, llevando su mano derecha hasta la altura de la frente, permitió el paso. Al abrirse el portón, se escapo un sopor impregnado de humo, fragancias de licores y variados perfumes que invadió el ambiente sin ninguna consideración.
Los compradores de felicidad, se sentaban en sillas metálicas distribuidas por la gran sala, ubicadas sobre el piso cubierto con tapetes desgastados por el uso. La decoración sin gusto, denotaba desorden.

Reflectores con luces multicolores, instalados en forma de estrella sobre el cielo raso o techo, respondieron sincronizadamente al accionar de un interruptor manejado desde el fondo por una mujer voluminosa ya entrada en años, iluminando el espacio central de la sala.
Los deteriorados trozos de alfombra que hacían las veces de pasarela quedaron a la vista de todos, acogiendo seguidamente al grupo de suripantas, quienes exageradamente maquilladas y ataviadas con diminutos trajes, mostraban sus bondades corporales, dando inicio de esta manera a la jornada de diversión.
Las luces emanadas de los reflectores, también hicieron brillar las botellas del bar, situación que aprovecho el encargado de atender las órdenes o pedidos para ofrecer a la clientela los licores envasados en recipientes atractivos, con los que adornaba su mostrador.
Dispersas por el salón como sombras, las mujeres ejercieron sobre la clientela presión agradable, terminando ésta por exigir llevar a sus mesas el licor preferido.
Al compás de la música, consumí la bebida elegida y sentí como rápidamente se incorporo al torrente sanguíneo, alterando mi habitual forma de ser.
Bajo los efectos del estímulo etílico, no percibí el veloz paso de las horas, mientras el ambiente interno del salón semejaba una fiesta infernal, donde gritos, risas y expresiones corporales surgían espontáneamente del grupo humano apretujado para danzar.
Agotado el licor, llamé al cantinero, quien solícitamente atendió el requerimiento.
Su interrogante fue directo:
-¿qué se le ofrece?-.
Respondí en igual forma: - quiero cancelar la cuenta.-
Sin apartar su mirada y con el propósito de retenerme en el lugar agregó: ¿ninguna de las chicas llena su expectativa?
-No-. Dije de inmediato y agregue: -ninguna me cautiva -.
Para persuadirme, contraatacó diciendo: -no se precipite, espere, en este jardín de la carne, existe una verdadera muñeca, es la estrella de la casa…siempre sale de última.-
- ¿y como es ella? – pregunte.
-Es bonita, sencilla, culta, alegre, tolerante; le gusta compartir, dialogar y festejar el milagro de la vida-.
En una palabra, es la estrella de la casa -. Respondió.
Las referencias expresadas despertaron ansiedad y exclamé: -¿Qué debo hacer para verla? -.
-Nada especial-, agregó el hombre, cuyo oficio era surtir las mesas de bebidas, cobrar las cuentas y dar información a los clientes que querían a dentelladas arrancarle felicidad segundo a segundo a los amores clandestinos.
Acostumbrado, seguramente a estos interrogatorios, el “asesor” por fuerza de su oficio, experto lector de mentes, sentencio: -el éxito del encuentro depende de su disposición para compartir, su deseo para disfrutar y la imaginación que tenga para viajar con ella por la fantasía de la vida -.
El hombre callo, pero sus palabras quedaron rondando en el ambiente. Inclinando suavemente la cabeza observó su reloj y tomó nuevamente la palabra para expresar:
-ya es tarde. Nuestra espectacular “flor” no saldrá hoy al salón, tendrá que buscarla.
¡Vaya!, ¡no se arrepentirá! - agregó.
Con el brazo derecho extendido señalo un corredor en penumbra y afirmó: -siga el camino, la última puerta, es la entrada al cuarto de la estrella, cuyo nombre es Andrea -.
El hombre del bar una vez despejo las inquietudes se alejó, deseándome suerte en la aventura sentimental.
El camino hacia el refugio de la estrella de la casa era un corredor parecido a un túnel embrujado. Sus costados se adornaban con iconos de mujeres despampanantes, quienes coquetamente desde su punto estático le sonreían a quienes pasaran frente a ellas. Cortinas de diferentes colores y modelos, sobrevivientes de antiguos desórdenes fiesteros, acentuaban el aspecto lúgubre del sendero.
Transitando la ruta hacia la felicidad o la desilusión, extrañamente pensé en los hombres que anteriores a mí, habían recorrido el mismo lugar, y cuántos de ellos al retornar del enigmático cuarto, atesoraban en su cuerpo la tranquilidad que produce el deseo satisfecho o por el contrario cuantos habían salido con su carga emocional más pesada.
Sin conocer todavía a la estrella de la casa, me inquietaba sí esta seria feliz.
Simultáneamente llegaron imágenes de mujeres, hombres, niños, niñas; personas de paz y de guerra, para concluir de manera arbitraria que todos los males de la humanidad por duros que sean, se olvidan en fracciones de segundo, paradójicamente eternos, al copularse los cuerpos.
Finalizando el camino estaba efectivamente la puerta de acceso al cuarto de Andrea, las rendijas permitieron ratificar la presencia de la mujer, y los tenues rayos de luz que de ellas salían, daban un toque de embrujo al lugar donde dejaba sin ilusión pasar las horas la tierna vendedora de cariño.
Ajustada y sin ninguna seguridad, la puerta permitía entrar a quien buscara la compañía de Andrea.
Suavemente abrí y penetré sin dificultad en la hitación indicada, topándome de frente con una cama amplia, cubierta con mantas rojas, sobre las cuales se hallaba tirada bocabajo una mujer de cuerpo bien formado. Sus ropas traslucían sugestivos encantos.
El espléndido y semidesnudo cuerpo iluminaba aquel reducto del amor.
Con la seguridad que da una información precisa, interrogué decididamente: -¿eres Andrea? -.
Levantando la cabeza perezosamente, la mujer respondió: - ¡Sí!-.
En ese instante pude ver por primera vez su rostro.
En verdad era ¡bellísimo!, enmarcado con una bien cuidada cabellera e iluminado con grandes e impactantes ojos color miel.
Guarde silencio ante su intensa mirada y al reaccionar, acercándome a su lecho, estúpidamente pregunté: -¿Qué haces?-Andrea, dándole vuelta a su cuerpo para mostrar mejor sus atributos, respondió: -espero tus caricias, convertidas en producto, las que tendrán precio a partir de este momento -.
Las expresiones de Andrea determinaron que allí no había espacio para los sentimientos, que en lugar de corazón, esta bella mujer tenía en el interior de su pecho una imaginaria caja registradora, donde se almacenaban por igual, monedas, amores furtivos y fugaces placeres.
Con lentitud avance hasta la cama y durante el trayecto no hice más que extasiarme con las facciones de Andrea.
Al sentarme cerca a la bella mujer, extendí mi brazo derecho y con la mano acaricié su piel suave y perfumada.
En respuesta, fijo intensamente sus ojos sobre mí, manteniéndome en silencio y cautivo como los prestidigitadores hacen con su público.
La instrucción dada por el hombre del bar fue perfecta. Para compartir con Andrea, sólo era necesario tener disposición.
Familiarizado con la luz de la habitación, procedí inicialmente a despojarme de la chaqueta que llevaba puesta, lanzándola hacia un rincón. Al continuar con la acción para despojarme de la camisa, quedé sorprendido...
El hasta ese momento inadvertido decorado de la habitación, me impactó.
Descubrí que un escudo y dos banderas raídas por el tiempo, adornaban aquel reducto del amor.
¡Eran los símbolos de la Patria, la identidad nacional, expuestos en el cuarto de una bella prostituta!
Extraña presencia de la Patria en un lugar donde se vendía placer.
-¿Qué es eso?-, Pregunté a la mujer, señalándole con mi dedo índice derecho, la pared donde reposaban el escudo y las banderas; mientras ella estirada en la cama cuan larga era, esperaba paciente mis caricias, ya elevadas a producto mercantil.
Sin importarle mis palabras y asombro, Andrea respondió pausadamente, acercándose a mi cuerpo ya semidesnudo.
-Lo que ve sobre la pared y lo sorprende tanto, son realmente los emblemas de la patria.
¡Sí!, esa Patria que conocí de niña y al igual que todos, aprendí a querer-.
-¿Y por qué tenerlos aquí?- expresé confundido.
-Están aquí-, respondió Andrea, -porque eso es la patria en las actuales circunstancias, una prostituta. Ante unos se presenta altiva, y ante otro mendicante-.
-La manosean los poderosos, le arrojan monedas, le anuncian planes y campañas que no cumplen, y ella, como ocurre en estos sitios, nunca pregunta, ni mide consecuencias.
Siempre acepta todo y debilita su fortaleza, y al igual que la belleza nos abandona a quienes ejercemos el oficio más antiguo del mundo, ella, la Patria, diezma su autoridad y respeto.
Se lo digo como mujer que recibe monedas de quien llegue, sin importar su procedencia-.
Para continuar el dialogo en la incipiente relación, pregunte sin formalismos a Andrea: -¿Usted quiere a la patria?-.
Sin inmutarse la bella prostituta, estirando las piernas y alargando los brazos para estrecharme contra su cuerpo, afirmó: - ¡Claro que la quiero! ¿No ve que la tengo presente en el sitio de trabajo?
Creo que eso es verdadero amor-.
Andrea, al reafirmar su posición agregó:
-El Presidente de la República ama a su patria y por ello en su despacho, que es su lugar de trabajo, tiene los emblemas que yo con humildad guardo aquí-.
No sabía qué responder.
Mis deseos por compartir muchos minutos con Andrea se alejaron y al final de una batalla interna reclamé con energía, diciéndole:
-¡Andrea, la presencia del escudo y la bandera en este lugar, es un irrespeto!-.
Mirándome, Andrea pareció leer mi pensamiento; pasándose las manos sobre el rostro, como quitándose una careta imaginaria, contestó pausadamente al interrogante.
-¿Por qué califica mi actitud de irrespeto?
¿Qué mal causo con tener los emblemas patrios donde libro una batalla, para ganarme el sustento diario a cambio de caricias?
Mi actitud, aunque no es lícita, es laboralmente honesta -.
Las palabras de Andrea, causaron más enojo.
Sentada y dejando al descubierto sus sensuales senos, después de respirar profundamente exclamó:
-Mi escudo y mis banderas son irrespeto en este lugar, pero esos elementos que usted defiende, no son más que un trozo de metal y trapo. Los emblemas se desmitifican en los cuarteles donde se planifican acciones exterminadoras. Este escudo y estas banderas, flamean en las entradas a las cárceles, en cuyo interior ocurren los oprobios más intolerables y se deshumaniza a los humanos.
Este escudo y estas banderas que usted dice, son irrespeto, flamean falsamente en aquellos lugares, donde mujeres, niños, adultos y ancianos mueren abandonados.
También flamean en las entradas a los cementerios donde sólo existe dolor, desolación y lógicamente muerte.
Aquí, usted califica de irrespeto mis símbolos, pero son los mismos que adornan las oficinas donde los funcionarios del Gobierno se confabulan para robarse el presupuesto, para entregar la soberanía sin importarles el mal que causan.
Cuántas veces, este escudo y estas banderas habrán visto convertirse en alcobas las oficinas del Estado.
Los emblemas de la patria, en su concepto se envilecen aquí donde se da amor, pero se dignifican en donde se burla a la sociedad, igualmente cuando se colocan en la parte más alta de los cañones, de los helicópteros y aviones militares, utilizados para apagar vidas.
Estos emblemas de la Patria, aquí son ultraje, pero no cuando adornan las armas de la muerte, usadas de manera fratricida para beneficio de grupos privilegiados, que generación tras generación se mantienen en las cúspides del poder, defendidos torpemente por los hijos del pueblo, sin más contraprestación que su miseria.
La primera vez que llegué al prostíbulo, la entrada se adornaba con la bandera nacional, al conmemorarse el nacimiento de nuestra nacionalidad. ¿Por qué en esa oportunidad no se tildó de irrespeto?-.
Dicho esto, Andrea se silenció, apretó sus labios al igual que sus manos y con sus enormes ojos miró centímetro a centímetro la pared donde mantenía los símbolos nacionales.
Sin mediar palabras nos miramos fijamente, tratando de descubrirnos.
En el silencio de la habitación retumbaban como truenos las expresiones de la prostituta.
Los recuerdos de la violencia, las masacres diarias, las familias desplazadas, los pueblos destruidos, el abandono de los hospitales, los huérfanos, las viudas, el lamento de las madres, el dolor de la impotencia, la risa cínica de los gobernantes indolentes, la ambición de los políticos, los pueblos fantasmas, la juventud sin futuro, la arrogancia de quienes se creen ungidos por Dios, la avaricia de los banqueros, la indolencia de los acreedores, la tristeza y desesperanza de los niños que conforman los cinturones de miseria, la venalidad de la justicia, los corruptos esquilmadores de los dineros oficiales y la pasividad de la sociedad en general, invadieron como fantasmas el lugar.
Sin consideración alguna la voz de la prostituta se dejo escuchar nuevamente para sentenciar:-Las banderas que usted ve no son más que dos trozos de tela ajada y maltratada por el tiempo y el escudo que tanto defiende no es más que un pedazo de latón. Ellos no representan nada si los gobernantes se empeñan cada vez en desprestigiarlos más-.
No tenía respuesta que dar, ni argumento para exponer.
Fije la mirada sobre los símbolos patrios utilizados como decoración de la habitación y pensé como invitar a mi compañera ocasional a construir un nuevo país, pero al romper el silencio, sólo se me ocurrió decirle:
-¡Andrea, tengo frió y creo que tú también!-.
Desprendiendo las banderas que colgaban de la pared, nos cubrimos con ellas y por largo tiempo hicimos el amor, para dignificarlas con un verdadero acto de...
¡Amor!.

Texto agregado el 20-03-2005, y leído por 8433 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-08-2006 Me encuentro en New York, me sorprende la cantidad de personas que visitan la pagina, pero al mismo tiempo veo con tristeza que mi escrito no ha sido promovido. antento y cordial saludo desde la Isla de los suenos - Long Island.EE.UU genagra
17-12-2005 algo asi deberia ser mas conocido. excelente trabajo. Felicitaciones. Gen. genagra
20-05-2005 Muy bueno, excelente comparacion, algo largo. La idea es muy buena, buen trabajo! KRL
 
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