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  Fui como una lluvia de cenizas y fatigas en las horas resignadas de tu vida...
 Gota de vinagre derramada,
 fatalmente derramada, sobre todas tus heridas.
 Fuiste por mi culpa golondrina entre la nieve
 rosa marchitada por la nube que no llueve.
 Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza
 que no puede vislumbrar su tarde mansa.
 Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
 que no llora, que se echó a morir.
 
 El aspecto de las langostas era semejante a caballos
 preparados para la guerra; en las cabezas tenían como
 coronas de oro; sus caras eran como caras humanas; tenían
 cabellos como cabellos de mujer; sus dientes eran como de leones;
 tenían corazas como corazas de hierro; el ruido de sus alas era
 como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla.
 Tenían colas como de escorpión, y también aguijones; y en sus
 colas tenían poder para dañar a los hombres durante cinco meses.
 Y tiene por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre
 en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión. — Apocalipsis 9:7
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