Se oyó el timbre de la vecina y cinco largos segundos después, a la Juanita a gritos por el telefonillo.
-¿Don Matías? Ya le abro y aviso a su esposa. Un segundo que ya sale a ayudarle.- Diez segundos.- ¿Don Matías? ¿Esta ahí? - Silencio. Se le oye pensar mientras se va a lo suyo- Pobre Matías, cada día está peor. Algún día no llega. Seguro, algún día no llega.
Desde el descansillo, asomada al hueco de la escalera, sobre el pasamano de madera combado y suave por las caricias de mil años, Dña. Felicia espera impaciente, preocupada, con el pelo ordenado y un ligero temblor en el cuello. Le va guíando con una voz conocida. Esta mayor para andar bajando la escalera.
- Matías, la próxima vez te acompaño a visitar al doctor y no te pongas cabezón. Siéntate que ya caliento el caldo. Hace media hora que esta listo, y yo preocupada. ¿Cómo fue, que le dijo? ¿Le contaste todo? ¿Te ayudo a quitar el jersey?
-¡Maldita sea! Ya puedo yo, que no estoy tan inútil.
A duras penas, en un mecanismo lento, levanta los brazos tirando del bajo, metiendo ligeramente la cabeza por el cuello y se encierra en la vuelta del jersey. Apresado. Una mano le ayuda desde atrás y termina la tarea. Aparece despeinada una cabeza blanca, de dientes plastificados y cejas grises, largas y despeinadas. Las arrugas bien peinadas.
-No estaba Don Marcelo. Había uno que se llamaba Lucas, o Antonio, o Marco. Creo que se le olvidó como se llamaba. Los doctores de ahora estudian tanto que se les olvida hasta su nombre. No saben nada, ni su nombre.
-Bueno, bueno. ¿Le contaste?
-Ya le dije pero no me hizo caso. Y a mi me preocupa. Imagínate que pasa lo del Prestige aquí, en la salita, viendo la tele….o peor de noche, cuando dormimos…Y el cuadro esta cada vez más vacío. ¿Has recogido el agua? Debe ser que no esta nivelado perfectamente y fuga por la esquina. Creo que es por la derecha. ¡Si agarro al de los marcos! Ya nadie hace bien su trabajo. Antes las cosas se hacían a conciencia, como hay que hacerlas….Luego pasa lo que pasa.
Deja la cuchara, que se zambulle en el pocillo del plato hasta desaparecer y se levanta, a cámara lenta. Mueve ligeramente el cuadro y se distancia a dos con trece centímetros para evaluar.
-Esto está peor, ya ha bajado el nivel por lo menos dos metros. Ese barco se acerca peligrosamente al costado. Y ese maldito medico, Julio o como quiera que se llame, me dice que desde cuando me pasa esto…a mi no me pasa nada. Tendría que ver esto. No sabe nada. Si no sabe ni como se llama. Ya no hay médicos como los de antes, Feli. No señor, no los hay. Claro que tampoco un médico tiene que saber de las cosas del mar, ni de marcos pero eso no le da derecho a decir que son cosas de la edad. Si viera el barco, si viera el agua en el piso, se iba a quedar blanco. Seguro sale corriendo.
- Qué cabezón eres, Matías. Que el agua es del frigorífico. Ese si que fuga. Ya hace dos días que llamé al fontanero. Hasta que no venga no se te va a ir la majadería.
-Que no Feli, que esto no lo arregla ni un fontanero ni un doctor. Hay que avisar al ejército. A la marina. Esto es un asunto serio, ya lo verás. Ese barco cada vez esta más cerca del costado y cuando ya no quede agua se va a romper en dos. Lo que me pregunto es lo que llevara dentro. ¿Serán naranjas?.¿O plátanos?. Lo que no hay duda es que es de carga. No quiero morir aplastado por toneladas de plátanos. Nunca me han gustado los plátanos. Antes no había plátanos. Desde que los descubrieron, todos se empeñan en que son buenos para el corazón. El médico ese me lo ha dicho hoy también. Pues a ver si revienta el barco y salimos en las noticias. Muertos en su domicilio por plátanos. Igual así los prohíben. Cuando descubren algo nuevo, ea, tiene que ser bueno por narices. Seguro que lleva plátanos porque el cuadro no parece muy antiguo.
-Deja ya de decir estupideces y termínate la sopa, que ya debe estar fría.
Matías levanta la cabeza sin terminar de llevarse la cucharada a la boca que queda inerte goteando en el camino, semivacía. Un fideo repta por la comisura del labio y se detiene entre los pelos duros y grises de algunos días. Una gota grasienta ha pintado el mentón de brillo amarillo y se asoma al borde peligrosamente, hacia un abismo que se estrella en una camisa repleta de lamparones, algunos húmedos, otros resecos como lijas. Silencio. Piensa. De repente se activa el runrún monótono de la nevera.
-Voy a cambiar el paño que ya empieza de nuevo el aparato. Cuando hace ruido, fuga el condenado. Ese maldito fontanero. Dime Matías. ¿Te ha dado botica el doctor ese?
-Un ungüento pero no sé para que. Eso no va a arreglar el desastre. Deberíamos avisar a la marina. Y ese jodido teléfono tiene los números demasiado pequeños. Ahora que lo miro me parece que el barco esta un poco mas cerca. Quizá alguno de la tripulación se haya dado cuenta del desastre…. Aunque lo veo difícil. Como van a ver este agujerito con lo grande que es el horizonte. Imposible. Debe ser que la corriente lo trae hacia aquí.
Silencio. Ya no queda sopa. No se oye la nevera, aunque sigue murmurando. Don, don, don. Las tres.
-Matías acuéstate que me acerco a donde la vecina a que me lea lo del ungüento.-
Matías piensa.
-Dijo algo de estreñido, pero no sé si se lo dijo al caballero que estaba delante. ¿Los plátanos también estriñen no Feli?
Matías se levanta. Felicia ha salido. Se le oye a la Juani al otro lado del muro, al otro lado del cuadro, al otro lado del mundo. La nevera, cortés, silencia. Matías no atiende. Matías piensa. No hay agua en la pared. La fuga debe ser en la casa de Juani. Mañana le aviso. Mañana le aviso a ella y a la marina. Y al doctor para que venga a verlo. Ese barco cada vez esta más cerca, y el agua a debido bajar ya diez metros. Todos esos plátanos. Que tragedia. Y esos pobre marineros. Que terrible tragedia. Esto no ocurría hace treinta años.
Se acuesta. Su mar no calla. Rumia, se inquieta, Se orina, dormita.
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