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Inicio / Cuenteros Locales / sacanueces / T499 FIVE O\CLOCK TEA (la hora del té)

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A las cinco de la tarde, como lo habían hecho durante estos últimos sesenta años, se sentaron juntos a tomar el té.
Ella conservando aún su porte aristocrático, él acompañándola con la áspera flema criolla.
Se miraban con dulzura infantil, sus ojos claros contrastaban con los de él, marrón común, pero que hoy le lucían con un brillo especial.
Eligieron el té inglés en hebras, el que guardaban para ocasiones muy especiales y esta era una de ellas.
Hacía ya un tiempo que al té lo acompañaban con nada, cuando por ahí se les arrimaba alguna bonanza, quizás, hacían tostadas. Había quedado atrás esas épocas florecientes, cuando lo acompañaban con masitas, alfajores de maicena, scons, dulces de grosellas o mantequillas con variados quesos. Épocas que se fueron diluyendo en el tiempo; por que se jubiló y las jubilaciones se fueron degradando al límite de la indigencia; por que ella no hizo aportes y ahorró, pero esos ahorros se fueron deshaciendo entre abogados, clínicas y médicos. Por que a Charles Artur lo metieron preso y a Raúl le detectaron cáncer y lo internaron y lo operaron y convaleció tantos años hasta que murió. Y al tiempito no más, también a Charles se lo internó; se había infestado de sida en la cárcel y el tratamiento y la convalecencia y la muerte y el entierro...-Uno por los hijos daría todo-.
El agua había hervido ya sus cinco minutos correspondientes. Puso las hebras de té en la tetera de porcelana inglesa. Una de las piezas que aún conservaba junto a las tazas y la azucarera. La había traído ella, herencia de los bisabuelos. Contaba su abuelo que el mismo Rey se lo había entregado a su padre por los servicios prestados a su majestad. Épocas de piratas y aventureros.
Hecho el agua sobre las hebras y lo dejaron reposar. Mientras esperaban, no se quitaban la mirada de encima, no hablaban, solo mirarse y sonreír. Muchos años comunicándose solo con los ojos, desde sus antiguas épocas de opulencia a esta de tanta sequedad.
Estaba refrescando, él se levantó y fue por una mantilla, la que trajo y acomodó sobre los hombros de ella. Ella agradeció con sus ojos y una enorme sonrisa. –¡Que azules eran esos ojos claros!- pensó.
La tetera humeaba mientras ella servía el té en las tazas, las llenó tres cuartas partes, como debía ser. Él acercó la azucarera y del sobrecito puso mitad para cada taza Y una cucharadita de azúcar a la de ella. Dejó la azucarera casi sobre los papeles que estaban sobre la mesa, al alcance de la mano.
Cada uno revolvió su té con movimientos lentos, como un rito sagrado, como una ceremonia de iniciación. Mirándose siempre fijamente llevaron las tazas a sus labios y fueron bebiéndolo suave y lentamente. Él sintió el sabor amargo inmediatamente, en cambio ella no, el azúcar confundía los sabores.
Entre sus ojos había una avenida de amor solidificada con el tiempo, un abrazo enorme y profundo.
Dejaron las tazas, tomaron sus manos y se las apretaron. Él tomo el papel de la mesa, el que estaba casi bajo de la azucarera y volvió a leerlo todo distendido, era el oficio de desalojo.
Amaneció frío, con un sol triste y débil, faltaba poco para empezar el invierno y por primera vez en estos últimos años, a ellos, eso ya no les angustiaba.
Golpearon largo rato y nadie les atendió.

Texto agregado el 14-06-2005, y leído por 180 visitantes. (0 votos)


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